lunes, 31 de enero de 2011

La biblioteca viviente III

CAPÍTULO III: DESORDEN ALFABÉTICO

-¿Dónde estoy? -preguntó Mendel el de los libros, de Zweig.
-Estás en la estantería donde vivimos los de las iniciales que van de la “K” a la “O” -le contestó 1984-. ¿Se han vuelto a equivocar?
-Me temo que sí -contestó Mendel-. Yo vivo en la “Z”. Aunque, conmigo es la primera vez que se equivocan.
-El otro día también le pasó a El gran Meaulnes -recordó 1984.
-No hay mal que por bien no venga, 1984. Por fin podemos vernos portada a contraportada -observó Mendel-. Toda mi vida oyéndote sin poder ponerte un rostro.
-Eso es verdad -reconoció 1984.
-Me enorgullece sobremanera poder charlar amigablemente con quien conoce cada planta, cada infusorio, cada estrella del cosmos perpetuamente sacudido y siempre agitado del universo de los libros -dijo Mendel.
-No es para tanto, amigo Mendel, no es para tanto -le contestó humildemente 1984-. No voy a negar que mi labor es indispensable y yo soy el único con las capacidades necesarias para realizarla, comprendo que a los que no me tratáis asiduamente os pueda parecer que soy el mismísimo Papiro, pero…
-Ya veo, no es para tanto -contestó Mendel.
-Menos mal que le has quitado la palabra, porque no sabes en qué berenjenal te estabas introduciendo -susurró Mi tío Jules y otros relatos.
-¡Qué alegría me da conocerte en libro, Mendel! -gritó con ímpetu Ángel fieramente humano, de Blas de Otero- No todo ha de ser ruina y vacío en este anaquel.
-Y a mí también, querido Ángel humano, me proporciona un placer verdaderamente inusual compartir estante con tan alta poesía.
-¡Bah! A mí la poesía me parece un mar poco profundo -opinó Zaratustra.
-¡¡Cómo!! -vociferó Mendel-. ¿En esta estantería la poesía es puesta en tela de juicio?
-Continuamente -informó, lastimosamente, Ángel fieramente humano.
-¡Por Papiro! Pero, si sólo la bibliografía de toda la poesía universal ya suena a verso celestial -opinó Mendel.
-Yo, de usted, querido Mendel -dijo El corazón es un cazador solitario-, no me introduciría por esos parajes, a no ser que halle regocijo provocando cruzadas. Los ánimos entre la poesía y la filosofía están caldeados.
-Nada está más lejos de mis pretensiones que provocar una cruzada. Mis intenciones son muy otras. Sin embargo, es mi deber avisarles de que yo sólo sé hablar de bibliografías -avisó Mendel.
-En ese caso -le respondió David Golder-, comenzaré a rogar a Papiro para que se den cuenta pronto de que está perdido y le devuelvan a su correspondiente estantería. Habrá de disculparme la sinceridad, amigo Mendel, pero usted comprenderá que mi aguante tiene un límite, y éste ya se ve lo suficientemente puesto a prueba diariamente con esta sarta de poetas y filósofos feroces. Si usted tiene buen corazón entenderá que no hay ser cabal que a todo este cóctel le pueda añadir un bibliógrafo.
-¡Qué barbaridad! -exclamó Mendel-. ¿De verdad ustedes conviven siempre en estas condiciones? Sepan que si es así, lo considero un atropello al buen gusto. Nunca pensé que mis congéneres cederían al embaucamiento de las bajas pasiones.
-¿En qué idioma habla éste? -preguntó El corazón.

................................................................................

-Cuando no estoy con los hombres -se lamentaba Rojo y negro, de Stendhal- todo es tan aburrido y solitario.
-Con los hombres también se está solo -le contestó El principito-. ¿No te bastas contigo mismo?
-Yo solo no puedo vivir las aventuras que vivo con ellos, solo no podría compartir sus vidas, que es lo que hago cuando me leen. Algunos me toman cariño y les cuesta desprenderse de mí. Y yo de ellos.
-Pues yo cada día estoy más harto de los hombres -anunció Seis personajes en busca de autor, de Pirandello-. Unos me manosean sin cuidado alguno, otros me ignoran por completo y la mayoría me tienen como empleado en el degradante oficio de los posavasos.
-Hay quien halla cura en una buena dosis de amargura -le contestó Rojo y negro.
-Yo no hallo cura en la amargura -negó Seis personajes.
-¿Y por qué no dejas de alimentarte de necesidad y te permites la armonía de recordar a los que les dejaste una marca?
-Querido Rojo, más bien son ellos los que dejan marcas en mí, muchos me subrayan sin pudor alguno, y otros van dejando sus apreciaciones en mis márgenes, como si me interesara gran cosa lo que ellos piensan de mí.
-Lo que te pasa es que no tienes sensibilidad -le señaló Rojo y negro.
-No te extrañe. Puede que la haya perdido de tanto soportar esos molestos vidrios -le respondió.
-Déjame decirte, Seis personajes -dijo Las elegías de Duino, de Rilke-, que vives en Ciudad-Aflicción y que estás mirando a las estrellas del país de las penas porque tus venas de tinta no están aún colmadas de existencia. Mira, cada lector que surca tu desorden alfabético te reinventa, te contagia de otra vida al vestirte con su perspectiva de lo que eres y…
-¿De qué desorden alfabético hablas? -le interrumpió Seis Personajes- A mí me crearon muy bien ordenado.
-Puedes llamarlo caos alfabético ordenado, si así te resulta más cómodo -contestó Las elegías-. La cuestión reside en sentir que cada lector te deja un pedazo de eternidad, en darse cuenta de que tu corazón está lleno de refugio. Y que cada lector es una voz nacida en ti, que se convierte en alma de tu grito.
-Me aburres soberanamente, tengo que decírtelo -confesó Seis personajes.
-Os olvidáis de que la carne no se deja literaturizar -dijo Mortal y rosa-, mucha pretensión es dejar huella en la mayoría de los homínidos. Os sobreestimáis.
-¡Oh hechiceras, oh miseria, oh aversión, es a ustedes solamente que confié mi tesoro! -chilló repentinamente Una temporada en el infierno, de Rimbaud.
-Calla, maldito -le reprendió La isla del tesoro-. Nos habíamos repuesto ya de tu rosario de terribles tormentos.
-Está dicho -contestó Una temporada-. No mostraré al mundo mis ascos y mis traiciones.

................................................................................

-Yo soy infinitamente más leído que tú -decía Cien años de soledad, de García Márquez-. Es inútil, Muerte, jamás alcanzarás mi gloria.
-Tu gloria, querido Cien, que tú crees inmortal, es la burla sorda de tu cadáver mutilado. No huyas de tu muerte, cobarde -le contestó La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes.
-¿Por qué nunca paráis de polemizar? -les increpó Alas rotas, de Khalil Gibran-. ¿Sabéis de las hojas en blanco? Están perfumadas de un delicioso silencio que os empeñáis en ignorar. Con vuestras absurdas elucubraciones conseguís que me canse de los estultos rostros de los libros.
-Querido Alas -dijo Unos ojos azules, de Hardy-, ¿hace tiempo que nadie te lee, no?
-¿Y eso a qué viene? -contestó éste.
-He observado que tiendes a ensimismarte y a auto citarte cuando llevas tiempo sin ser leído. Te atisbo un aura de tristeza -señaló Unos ojos azules.
-Es verdad, Ojos azules querida. Es una sonrisa -confesó Alas rotas.
-¿Una sonrisa? -le preguntó, confundida, Unos ojos azules.
-Esa aura es una triste sonrisa que esboza mi carne de tinta cuando pasa bastante tiempo sin que alguien anhele descubrirme, descifrarme o deletrearme. Triste por mi soledad, pero sonriente porque me hago compañía.
-Es muy natural lo que sientes, Alas rotas -dijo Un mundo feliz, de Huxley-. Tu cuerpo de palabras es como los rayos X, atraviesa cualquier cosa. Cuando te leen traspasas y a la vez eres traspasado. Yo creo que es una bendición de Papiro, que los momentos en que no somos leídos podamos utilizarlos para bucearnos a nosotros mismos -reflexionó.
-Que el silencio ilumine tu alma, Mundo -le agradeció Alas rotas-. ¡Qué haría yo sin mis congéneres!
-No es por nada -observó Almas muertas, de Gogol-, pero hace sólo un momento te veía capaz de desencuadernar a dos de ellos.
-Hay que diferenciar entre los rostros estultos de los libros en los que se ve un velo de ignorancia y vacuidad, de los que son como un lirio que abre sus pétalos bajo la caricia del sol -aclaró Alas rotas.
-¿Y qué es lo que te indica la decisiva diferencia? -preguntó Almas muertas.
-Querido Almas, por sus palabras los conoceréis. Así reza el más sustancial de los preceptos de Papiro.
-Me sorprende que aún hagas caso a ese atrofiado manual de la estupidez del género libresco -admitió Almas muertas.
-No seas irreverente, querido -aconsejó Unos ojos azules a Almas muertas-. No le sienta bien a mi portada. Hace que transpires una agitación que perjudica al reposo de mis páginas.
-Admite que a tu portada le apasiona mi contraportada, querida.
-No digas estupideces. En ocasiones, querido Almas, me abruma la cantidad de veleidad que puede almacenar tu tipografía.
-No desgastes vocablos, querida hermana -le aconsejó El alcalde de Casterbridge, de Hardy a Unos ojos azules-, hay libros para todo.
-En una ocasión -dijo Unos ojos azules- me contaron que hay bibliotecas exclusivamente para libros ilustres en donde no tienen que soportar a ciertas criaturas inferiores.
-¿Quién te contó ese cuento? -quiso saber Almas muertas.
-No es ningún cuento -replicó Unos ojos azules-, me lo contó mi hermano Jude el oscuro, que lo vivió en sus páginas cuando un humano lo extravió en una de esas bibliotecas. Por suerte para mí y para el resto de sus hermanos este humano debió de encontrarlo y lo devolvió al cabo del tiempo. Pero no sobrevivió mucho, el pobre venía infestado de bichitos, y al poco tiempo, un humano vino a retirarlo para que no contagiara al resto. Que Papiro lo tenga en su gloria. No somos nadie, queridos.
-Piensa lo que gustes, pero ninguna biblioteca hace distinción de clases. Nada puedo hacer yo si insistes en vivir en el mundo de la ficción -aseguró Almas muertas.
-Sólo los realistas viven en un mundo ficticio -expuso La reina sol de Christian Jacq.
-Así es, Reina Sol, sólo aceptando las fábulas como la realidad podemos a veces avanzar un poco en el arduo camino del poder y la paz -afirmó Desde el jardín, de Jerzy Kosinski.

............................................................................

No hay comentarios:

Publicar un comentario