En la retina de mi mente guardo una imagen que mi mirada
jamás contempló.
Llegó a mí cuando caí en una novela-río. Yo me bañaba y
navegaba por sus líneas, nadando cada uno de sus recodos con el alma en un puño
y respirando gemidos. Pero fue al bucear sus profundidades cuando el río me
arrastró hasta el corazón de un Thibault. Jacques Thibault, personaje de carne
y hueso, eterno y humano al mismo tiempo.
Un alma joven que murió porque vivió demasiado, porque no se
negó a afirmar su negación, por no querer olvidarse de su innata memoria. En mi
pecho, todavía palpitando, vive aquel que miró con su mirada.
En mi recuerdo habita su memoria del futuro, impoluta,
incorruptible. Es una semilla de revolución silente, germinando en la tierra
para el mañana, agazapada, pero creciente.
He soñado con un Jacques del futuro insuflado de vida por
una legión de guerreros pacíficos. Revivían la consciencia, la fraternidad
resucitaban. El odio, fruto de la desigualdad, y al borde de la inanición, huía
de los hombres con las pocas fuerzas que le quedaban. He soñado el sueño de
todos los que fueron Jacques. Aquellos que con sus actos no pudieron cambiar
nada pero vivieron su verdad. Un único más sin cosecha propia, que siembra
nuevos frutos para que los recoja la posteridad. A muchos seres únicos les
debemos mucha libertad.
La realidad de la novela-río te muerde con sus afilados
dientes. Te espantas con el olor a guerra que desprende. El horror se sale de
las páginas para metérsete dentro de la mente y una honda repulsión te recorre
todo el cuerpo. Ante el espejo observas con estupor que hasta de tus pupilas
flamea la guerra, te aterras al descubrirte la mirada destellando proyectiles
de fuego. ¡Cómo escupen los ojos llamaradas de rabia! Sucede que la toxicidad
de la brutalidad sólo puede vomitarse por las ventanas del alma.
Para los sedientos de guerra, todo el mundo es un espía, un
extranjero, un otro distinto. Saben despojar lo humano del humano y ponerle la
careta de enemigo. A los que se les ha congelado el cuerpo de miedo todo el
mundo les da miedo. Y Jacques quedó como lastre, como palabra irreverente que
no se atreven a pronunciar las gargantas audaces.
Jacques, para quedarse entero, se fracturó en miles de
trocitos que, todos juntos, conformaron un NO, afirmación de la vida que, a
veces, sólo puede ser expresada por la muerte. En su ataque de paz contra la
guerra Jacques se combatió a sí mismo.
Las corrientes de la novela-río desembocan en el mar de la
libertad. La libertad de atrevernos a ser lo que somos, aun a riesgo de
fracasar. El rumor del oleaje de este mar habla de no mutilarnos las palabras,
sus olas nos susurran defender nuestra pasión sin que la pasión nos impulse a
atacar. Su abisal transmite la victoria de los guerreros en paz.
Aunque la evolución sea lenta y la meta no la vean nuestros
ojos, aunque tengamos que devorarnos a nosotros mismos, lentamente, para
eliminar este hartazgo de esclavitud que nos atenaza el aliento, que nos
amordaza el entendimiento, la libertad, mañana, será de todos.
Cuando salgas del río-libro aún nadarás fundiéndote con el
vaivén de su corriente, rebosante de vida impenitente, todavía notarás cómo te
empuja la extraña fuerza de su cauce. Recordarás vivencias que no viviste y
que, sin embargo, sentirás cómo anidan, reposando en tu alma en carne viva. La
novela-río sólo busca refugiarse en ti. Yo aún guardo en mi memoria, como un
tesoro, una imagen que nunca vi.
Jacques Thibault buceando por el río-libro con su NO
borboteando de su sonrisa.