sábado, 29 de enero de 2011

Villa Lenguaje V

CAPÍTULO V: JARDÍN PALABRA

Obedeciendo a doña Epifora salí al Jardín de las Palabras. Allí también se encontraban don Antónimo y don Sinónimo. Me causó una gran alegría encontrármelos de nuevo.

-¡Queridos don Sinónimo y don Antónimo! -saludé, emocionado-. No esperaba verlos aquí.
-Pues sí, joven, aquí nos tiene -contestó don Sinónimo-. Vigilando a este grupito de vocablos, supervisando a esta agrupación de caracteres mientras disfrutan de los columpios. Hay que dejarlas, joven, así se desahogan de su verborrea, así se alivian después de tanta verbosidad. Vaya usted a saber por qué, o encamine usted a discernir razón.

De repente me fijé en una cabaña que había en medio del jardín. Le pregunté a doña Epífora.

-Es una sala de espera ortográfica. Sala de espera ortográfica, joven.
-¿Una qué? -pregunté.
-Aquí vienen las palabras que están dispuestas a encarnarse en tinta...
-¿Y por qué razón harían una cosa semejante? -inquirí.
-¿De dónde se cree usted que vienen las palabras impresas en los libros? ¿Le han hablado de las generaciones de palabras, joven? Le habrán hablado, ¿no?
-En efecto. Doña Metáfora me proporcionó ese placer, pero no con profundidad -reconocí.
(Esto escrito suena mal, pero creedme si os digo que no había ni la más mínima intención de sugerir dobles significados).
-De acuerdo, joven. De cada palabra existen montones de generaciones, es decir, abundantes individuos o palabras iguales que...
-Así me lo hizo ver doña Metáfora.
-Pues bien, en cada generación hay una palabra que opta por encarnarse en tinta, por habitar eternamente en página. De otro modo el lenguaje escrito no podría sobrevivir. Suelen ser palabras entregadas a la filología, que sienten un amor o un interés profundo por todas sus congéneres. No es fácil ser palabra escrita. Se necesita mucha templanza y paciencia para ser palabra hecha signo, sellada en hoja de papel hasta el día de su muerte.
-¿Su muerte? -pregunté, intrigado.
-Claro, joven. Como dijo Paul Valéry,"Los libros tienen los mismos enemigos que el hombre. El fuego, la humedad, los bichos, el tiempo, y su propio contenido".
-Vaya, pues es verdad -reconocí.
-El mismo destino que le espera al libro le esperará a las palabras que contiene. Al fin y al cabo, un libro no es otra cosa que habitáculo para las palabras. Un cuerpo de tinta para vocablos.
-Gracias, doña Epífora. Me ha servido de gran ayuda.
-De nada, joven. Vaya a dar una vuelta por el Jardín, si quiere.

Empecé a observar a las palabras que se encontraban allí. Trotacalles y Memoria saltaban correteando a nuestro alrededor, mientras que Esperanza estaba sentada en uno de los bancos del jardín, sin apenas moverse.
Juego se dedicaba a tirarse por el tobogán como si en ello le fuera la terminología. Al parecer, don Sinónimo creyó entender cuál era el objeto de mis pensamientos, y dijo:

-A Juego no se le puede recriminar que sólo disfrute jugando, ¿no le parece?
-Completamente. Es más, necesito reprimirme para no desear con todas mis fuerzas estar en su mismísimo pellejo.

Don Sinónimo se ausentó durante un momento, tiempo que aproveché para continuar mi exploración.
Tú y Yo estaban acomodadas a cada lado de un balancín. Se palpaba en el ambiente el enfrentamiento que había entre ellas. Don Sinónimo me contó que ellas dos siempre estaban a la gresca y que se dedicaban a batallar por su conflicto de identidades. Exceptuando aquellas ocasiones en las que se une a ellas Nosotros. En cuanto la ven aparecer se convierten en el paradigma de la concordia, la paz y el acuerdo. Este comportamiento es más o menos normal en los pronombres.
Al preguntarle a don Sinónimo por la explicación de tan sobresaliente cambio, dijo:

-Yo lo atribuyo, o lo achaco a la influencia de Realidad Diferente, joven. No lo sé con certeza, puede que don Epíteto sepa algo o tenga alguna idea. Luego le indico dónde encontrarle. Pero si quiere mi apreciación individual, mi propio juicio, no tengo inconveniente, no pongo obstáculo, siempre y cuando tenga en cuenta que lo que le voy a decir se lo digo valiéndome de la más absoluta privacidad, de la más completa intimidad. Señor mío, le reitero que no divulgue mi personal opinión.
(Permitidme, lectores, que desde aquí le agradezca a don Sinónimo la insigne indulgencia para mi persona, que seguro me otorgará. Porque voy a traicionar ignominiosamente su petición).
Yo creo, joven -dijo-, que la presencia de Nosotros suma las identidades de Tú y Yo hasta que se trascienden a sí mismas para mirar juntas desde una misma mirada, desde una idéntica visión. De esta forma, cuanto más se expande la conciencia en Realidad Diferente, más necesitan, más ansían de la suma de Tú y Yo, que da como resultado Nosotros. En cambio, cuanto más se contrae, cuanto más se estrecha la conciencia en Realidad Diferente, más precisan de la esencia de la división y de constreñir significados fijos de manera que limiten los conceptos.
Pero no me haga mucho caso, joven, no me vaya a atender demasiado. En ocasiones, los pensamientos se me enredan o se me anudan como si de una tela de araña se tratara mi cerebro, me cuesta mucho desenredármelos, me lleva una biblioteca desanudármelos. Téngalo en cuenta.

La última palabra en la que me fijé fue Amor. Era de las pocas que se entretenía sola, pues parecía no necesitar nada ni a nadie. Emitía una vibración que abarcaba todo y pertenecía a todos.
Me mantuve observándola durante unos minutos.
Pensé que era la única palabra, de las que había visto, que al refugiarse en su soledad parecía florecer en multitud.

Don Antónimo me contó algo curiosísimo sobre Amor, algo que no pude ver con mis propios ojos. Dijo que era la única palabra a la que le había visto cómo le brotaban ramas de letras que manejaba a su antojo. Don Antónimo no quiso explicarme el propósito de esas ramas. Dijo que preferiría dedicarse a expresar ideas parecidas (supongo que esto era una pulla contra el pobre don Sinónimo) a ser desleal con su adorada Amor.

-Creo que es porque es el origen de todas las palabras. Todas surgen y desembocan en ella -concluyó don Antónimo, contradiciéndose a sí mismo, haciéndose caso omiso.
(A estas alturas, queridos, ya no me sorprendía nada. Y si no es vuestro caso, creo que deberíais hacéroslo tratar por un especialista).

En ese momento, doña Epífora comenzó a indicar a todas las palabras que ya era hora de volver a Faro Vocabulario.

-Se acabó el asueto, chicas -dijo, cogiendo a Juego de la “J”, pero ésta no parecía querer dar su J a torcer.

Volví la mirada para fijarme por última vez en Esperanza, la encontré en la misma posición en la que estaba antes.
Me dirigí a don Sinónimo para preguntarle por qué razón Esperanza no se había comportado igual que sus congéneres. A lo que mi querido amigo respondió:

-Está de luto. Una aflicción la inunda, una desolación la embarga.
-¿La desolación embarga a Esperanza? -pregunté, estupefacto- ¿Qué esperanza tenemos los demás si ni la propia Esperanza cree en sí misma?

Don Sinónimo puso cara de tristeza.

-No juzgue usted tan precozmente, tan adelantadamente, joven. Su duelo es muy comprensible. La congoja que le aflige se debe al debilitamiento que sufre una de sus hermanas sinónimas.
-¿De quién se trata? -pregunté, sintiéndome apenado por haber prejuzgado a la compungida Esperanza.
-De Confianza, joven. Se trata de Confianza. Por todos es sabido, por la totalidad es conocido que desde hace tiempo no se requiere muy a menudo su presencia. En Realidad Diferente no parecen necesitarla, puesto que cada vez se la desea verbalizar menos. Y esto es lo que apena sobremanera a Esperanza. También es consciente de que la siguiente será ella.
-¿Y qué les sucede a esas palabras que cada vez se pronuncian menos? -inquirí.
-Acaban muriendo, joven. Es ley de lenguaje. Si existe Verbo, salvará a estas benditas palabras del olvido, no permitirá que desaparezcan de Villa Lenguaje, no consentirá que se desvanezcan. Porque es inmensamente fundamental, joven, es íntegramente elemental que no desaparezcan. Todas las palabras son necesarias. Si no fuera así, no habría existido necesidad de crearlas. Pero hay ciertas palabras, joven, atiéndame lo que le digo, que juegan un papel esencial en un determinado momento, o que representan un rol cardinal en ciertas ocasiones, bien sea aquí en Villa Lenguaje, o, por supuesto, también en Realidad Diferente. Y éste es el caso de Esperanza, de Confianza, de Fe y de algunas otras más que aún no les ha llegado la hora. Ojalá que no se las siga desatendiendo de esta manera. Ojalá que se vuelva a escuchar la voz de sus letras. Pero no le apenaré más, joven, no acrecentaré la pesadumbre. Venga conmigo y le llevaré a conocer al director de Villa Lenguaje. Es el recurso literario más admirado, el más venerado.
-¿De quién hablamos? -quise saber.
-¡Por Verbo, joven! ¡Qué pregunta! ¡Qué interpelación! Desde luego usted vive porque de todo tiene que haber en la viña del Léxico. Estoy hablando de don Epíteto.

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