El poema es el orbe y yo soy la rosa
extrañando al Principito.
Lo encontré en el bosque de cerezos. Me lo
trajo envuelto en lluvia el cerezal que nos consolaba los sueños rotos, que nos
lamía las heridas producidas por la jaula y nos limpiaba de rastrojos.
Era un
poema. Y estaba vivo. Me miró fijamente a los ojos, yo le devolví la mirada
hipnotizado. Tuve la valentía de ser un cobarde y le entregué mi vida a su raza.
Por eso, si me encuentras explorando un
poema, abrazado a la sombra de un cerezo, no me despiertes.
Si, tras una lluvia de flores, ves cómo sus
versos tejen en mis ojos una bruma soñadora, no me despiertes. Estoy soñando la
vigilia muy consciente.
El cielo púrpura llora poemas en el bosque
de cerezos.
Estoy encarnando el cuerpo de uno de ellos para
anidar mi alma, arropándome con su vaivén de letras y respirando mi desaliento.
Apoyado en un poema solitario, anudándome a
él, escucho la melodía ancestral de este cerezo. Sólo cuando me acompaña un
árbol no temo nada.
Me gusta hundirme en sus raíces para
alcanzar las soterradas semillas de esta atmósfera celeste.
Versos, raíces, hojas y ramas… Con los
versos veo, con las ramas oigo, con las hojas hablo, con las raíces trepo.
¿Sueño que un poema me abraza o me está
soñando su carne de versos? ¿Existe este estuche de huesos que está leyendo un
poema, o soy una hoja de hierba chiquita en su paisaje de sentimientos, concentrada
únicamente en reflejar su mirada?
Dentro de la vida, sólo habita el poema.
Dentro del poema, muy adentro, se desata la poesía renaciendo, reviviéndose,
borracha de tanta sed. La vida es Dios y el Poema su profeta.
Late trastornado mi corazón cuando camino de
la mano de un poema. ¿Quién le transfiere el latido a quién? Él existe sin
condenar su existencia. Yo escupo todo y sólo me saben bien sus palabras.
¿Quién es más real?
Junto al poema, cesa la vida muerta de
tejer su burbuja de espanto, interrumpe el viento del vacío su soplido. Se volatilizan
las afiladas nadas del camino superpoblado, vomitivamente angosto.
Algún día moraré a la sombra de este cerezo.
Algún día me quedaré sorda del mundo y sólo entenderé el lenguaje mudo de un soneto.
Algún día seré el ramaje del poema y me
crecerán versos que se extenderán hasta más allá de este entramado terrestre.
Si vuelves al cerezal y ves que de un
cerezo brota una nube de palabras, semejante a un torbellino de humo, siéntate
junto a él muy quedamente. La bruma de palabras te absorberá y sabrás
lo que es ser un verso.
Por eso, si navego las venas del poema, si
respiro su oxígeno, no me despiertes. No estoy durmiendo. Estoy más lúcido que
nunca. Es sólo que me cegó la ceguera y ahora son mis ojos el poema.
El poema, desnudo, es la puerta sagrada. Sale
de la nada y se dirige a la nada. Entre medias, va su incitador vendaval
conquistando almas.