miércoles, 26 de enero de 2011

El purgatorio de la literatura II

CAPÍTULO II: TERAPIA PARA LITERATOS ATRAPADOS

-Tú eres Juan Rulfo, ¿no es así? -preguntó el guía.
-Así es -confirmó Rulfo-. Entiendo que tú vas a ser mi guía, ¿me equivoco?
-No te equivocas. Me han asignado tu caso, Juan. En primer lugar, no quiero que pienses que estás aquí porque hayas hecho algo mal.
-No lo pienso -dijo Rulfo-. Es sólo que no comprendo la razón de encontrarme en este lugar.
-Vayamos por partes, Juan. Tómatelo con calma. Tienes que saber que esto no es el infierno. Tarde o temprano podrás acceder al paraíso, alcanzar la otra orilla, lograr la gloria celestial, o como lo quieras llamar. Percíbelo simplemente como una temporada en la que te vas a encargar de purificarte, como una oportunidad para purgarte de todas las ataduras terrenales que hayas podido acumular en tu vida. Y ten por seguro -continuó- que estas ataduras o nudos van a estar relacionados con la literatura. Si no fuera así, no estarías aquí.
-Eso es lo que les comentaba a mis compañeros de la casa -dijo Rulfo-. No entra en mi entendimiento mi presencia en este lugar, pues escribí muy poco en mi vida. Me dediqué más profundamente a la tarea de editar libros.
-Bueno, bueno, Juan. Esto es lo primero que tienes que aceptar si no quieres pasarte aquí mucho tiempo. Algo habrá cuando has venido, eso es lo que tienes que descubrir. No hemos sido nosotros quienes te hemos traído a este lugar.
-¿Quién me ha traído aquí? -quiso saber Rulfo.
-Tú mismo te has traído. Tu propia alma te destinó a este purgatorio, Juan -reveló-. Cuanto antes afrontes el hecho de que hay algo que afrontar, menos tiempo necesitarás para salir de aquí.
-De acuerdo -accedió Rulfo.
-En segundo lugar te voy a explicar en qué consiste la terapia para literatos atrapados que vamos a emplear. El objetivo no es otro que el de limpiar tu alma quitándole lo innecesario, lo inconveniente o lo superfluo. Habrá terapia todos los días. Tendrás que contarme todo, Juan, absolutamente todo lo que sientas. ¿Te han explicado tus compañeros algo? -inquirió.
-Sí -contestó Rulfo-. Me contaron brevemente que a partir de ahora escucharé todos los pensamientos de mis lectores -dijo abrumado.
-Así es -confirmó el guía-. Poder escuchar los pensamientos de tus lectores es un regalo, Juan, no lo tomes como una maldición. Pues experimentar las vivencias que tienen tus lectores con respecto a tus libros te permitirá ahondar en los verdaderos motivos de tus creaciones literarias, y de esta manera, poder encontrar el significado de tu estancia en este purgatorio. Yo no lo sé, Juan. Nadie lo puede saber excepto tú. Te orientaré en todo lo que pueda. No soy un juez. Has de saber que soy el que te sostiene la antorcha para que puedas ver, pero tendrás que mirar por ti mismo. Seré el faro que te señale el acantilado para que no te estrelles, pero sólo tú puedes encontrar el camino.
-Me temo que voy a estar mucho tiempo en este lugar, ¿verdad? -supuso Rulfo acongojado.
-Te vuelvo a repetir que nadie sabe el tiempo que estarás aquí. Sólo depende de ti. De verdad, Juan. No te compares con tus compañeros de la casa. Ellos llevan bastante tiempo aquí por muchos motivos. Pizarnik, por ejemplo, cuando vino tenía una exorbitante energía literaria frustrada que purgar. Sin mencionar los numerosos nudos que había creado al suicidarse. No te puedes hacer una idea del aspecto que tenía cuando vino. No sé si ella te habrá contado algo...
-Sí, anoche me contó que se suicidó porque confundió literatura y vida -expuso Rulfo.
-Exactamente. Al principio, sus versos cicatrizaban sus heridas. En esa época decía cosas como:"Ahora la muchacha halla la máscara del infinito y rompe el muro de la poesía". Más tarde, a medida que el filo de la ausencia y el acerado puñal de la soledad hicieron mella en su poesía, empezó a componer versos que la hacían hundirse todavía más. Recuerdo el que decía:"Cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado y las palabras no guarecen, yo hablo".
-Impresiona mucho, la verdad -reconoció Rulfo.
-Ella ha tenido que purificar muchas cosas, Juan. Si tú te muestras pesimista, más reparará ella en su amargura y en su escozor, y eso te influirá a ti. En cambio, si piensas positivamente, eso repercutirá en los ánimos de todos tus compañeros. Juntos, Juan, podéis libertaros de las cadenas de la rueda de la literatura.
-Entiendo lo que quieres decir -afirmó Rulfo.
-Sí, Juan, sus motivos para estar aquí no tienen nada que ver con tu caso -expuso el guía-. En cuanto a Unamuno, Salinas y Arlt tienes que saber que fueron autores que se pasaron la mayor parte de su vida escribiendo, y eso origina muchos conflictos literarios sin resolver consigo mismos. Algo me dice, Juan, que tus compañeros te allanarán el camino, y que por añadidura, tú también se lo facilitarás a ellos.
-Gracias. Así lo espero. Pero, ¿por qué me ha tocado con ellos y no con otros? -preguntó.
-Eso lo acabarás descubriendo conforme pase el tiempo. El purgatorio de la literatura consta de 5548 casas de expiación para escritores. Cada casa alberga a cinco escritores que deberán sacrificar su literatura para alcanzar el edén. Nosotros no determinamos la ubicación de los escritores en las casas, Juan. Vuestra alma es quien lo decide, a un nivel inconsciente, podríamos decir. Cuando encuentres a Dios, Juan, o como lo quieras llamar, serás consciente de las motivaciones que han llevado a tu alma a tomar las decisiones que ha tomado.
-Vale. Me ha quedado claro.
-Una cosa más, Juan. Está terminantemente prohibido visitar el resto de las casas del purgatorio. Ocasionaría más enredos literarios, y eso es lo último que se pretende con la terapia. ¿Lo entiendes?
-Perfectamente -dijo Rulfo, convencido.
-Muy bien. Ahora te diré la tarea que tienes que realizar para mañana. Pensarás en todos los personajes que has creado, intenta recordar cuanto puedas de todo lo que escribiste sobre ellos. Reflexiona sobre los motivos que tenías para contar las historias que contaste. Averigua si te quedó algo por decir en esas historias, si quisiste mostrarte en ellas de alguna manera...
-Ya te puedo asegurar que nunca quise mostrar mi vida en mis relatos. No hay nada autobiográfico en ninguno de mis dos libros -aseguró Rulfo.
-De acuerdo, Juan. No dudo de tu palabra. De cualquier manera, te pido que hagas un reconocimiento de todas tus apreciaciones que hagan referencia a la literatura en tu vida. Es más, quiero que te centres en eso. En lo que significó para ti la literatura mientras vivías.
-Está bien -concedió Rulfo.
-Ya puedes volver a tu casa, si no tienes ninguna cuestión más que te urja tratar -dijo el guía.
-No. Creo que por ahora tengo bastantes temas que masticar.
-Muy bien, Juan -dijo-. Me reitero: tómatelo con calma, amigo.
-Gracias.... ¿cómo he de llamarte? -le preguntó Rulfo.
-Llámame guía -contestó.
-De acuerdo, guía - dijo Rulfo, visiblemente más animado.

Rulfo volvió a su casa expiación, donde ya le esperaban en el salón todos sus compañeros.
-¿Qué tal la terapia, Juan?, ¿qué te ha dicho tú guía? -se interesó Salinas.
Todos se volvieron hacia Rulfo con rostros expectantes.
-Bien, gracias. Nada, en resumidas cuentas, que tengo que ser positivo y que tengo que hacer deberes -simplificó Rulfo.
-Y, ¿cómo te sientes ahora? -quiso saber Pizarnik.
-Pues ahora mismo me siento algo confuso -contó Rulfo-. Porque ser positivo y tener que hacer deberes al mismo tiempo, la verdad, lo encuentro una dicotomía, qué queréis que os diga -confesó.
-Es, sin duda, una dicotomía -confirmó Unamuno.
-Será una dicotomía y todo lo que vosotros queráis -dijo Arlt-, pero es el pan nuestro de cada día. Dicen que esto es el purgatorio de la literatura -continuó-, pero se asemeja más al infierno para párvulos. Todos los días nos ponen tareas que hay que realizar. Hoy mismo, sin ir más lejos, mi guía me ha reprochado que aún no haya llegado a dilucidar el verdadero propósito de mis personajes, ¡después de cuarenta y cuatro años aquí me lo dice ahora! Y me ha exigido que realice una lista donde los vaya nombrando por orden de aparición. ¡Ah! Y también que desarrolle y detalle la que piense que es la razón de haberles dado la literaria existencia. Yo creo que esto es espeluznantemente mefistofélico -sentenció.
-Yo soy de la misma opinión -declaró Unamuno-. Porque, digo yo, ¿se puede afirmar con rotundidad que somos nosotros quienes creamos a nuestros personajes? Es más, ¿quién puede certificar que no fueron los mismos personajes quienes nos estuvieron rondando, rogándonos durante meses o quizá años que les diéramos la literaria existencia, hasta que lograron su deseo? O si se quiere pensar más retorcidamente -continuó-, hasta es posible que los personajes seamos nosotros y estemos siendo víctimas de la pluma de un escritor cuya siniestra fantasía le provoca estos desvaríos -concluyó.
-No exageremos -pidió Salinas-, tengamos en cuenta que tenemos un neófito habitante.
-No pasa nada, Pedro -agradeció Rulfo-, me voy acostumbrando a este sitio.

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