lunes, 31 de enero de 2011

La biblioteca viviente III

CAPÍTULO III: DESORDEN ALFABÉTICO

-¿Dónde estoy? -preguntó Mendel el de los libros, de Zweig.
-Estás en la estantería donde vivimos los de las iniciales que van de la “K” a la “O” -le contestó 1984-. ¿Se han vuelto a equivocar?
-Me temo que sí -contestó Mendel-. Yo vivo en la “Z”. Aunque, conmigo es la primera vez que se equivocan.
-El otro día también le pasó a El gran Meaulnes -recordó 1984.
-No hay mal que por bien no venga, 1984. Por fin podemos vernos portada a contraportada -observó Mendel-. Toda mi vida oyéndote sin poder ponerte un rostro.
-Eso es verdad -reconoció 1984.
-Me enorgullece sobremanera poder charlar amigablemente con quien conoce cada planta, cada infusorio, cada estrella del cosmos perpetuamente sacudido y siempre agitado del universo de los libros -dijo Mendel.
-No es para tanto, amigo Mendel, no es para tanto -le contestó humildemente 1984-. No voy a negar que mi labor es indispensable y yo soy el único con las capacidades necesarias para realizarla, comprendo que a los que no me tratáis asiduamente os pueda parecer que soy el mismísimo Papiro, pero…
-Ya veo, no es para tanto -contestó Mendel.
-Menos mal que le has quitado la palabra, porque no sabes en qué berenjenal te estabas introduciendo -susurró Mi tío Jules y otros relatos.
-¡Qué alegría me da conocerte en libro, Mendel! -gritó con ímpetu Ángel fieramente humano, de Blas de Otero- No todo ha de ser ruina y vacío en este anaquel.
-Y a mí también, querido Ángel humano, me proporciona un placer verdaderamente inusual compartir estante con tan alta poesía.
-¡Bah! A mí la poesía me parece un mar poco profundo -opinó Zaratustra.
-¡¡Cómo!! -vociferó Mendel-. ¿En esta estantería la poesía es puesta en tela de juicio?
-Continuamente -informó, lastimosamente, Ángel fieramente humano.
-¡Por Papiro! Pero, si sólo la bibliografía de toda la poesía universal ya suena a verso celestial -opinó Mendel.
-Yo, de usted, querido Mendel -dijo El corazón es un cazador solitario-, no me introduciría por esos parajes, a no ser que halle regocijo provocando cruzadas. Los ánimos entre la poesía y la filosofía están caldeados.
-Nada está más lejos de mis pretensiones que provocar una cruzada. Mis intenciones son muy otras. Sin embargo, es mi deber avisarles de que yo sólo sé hablar de bibliografías -avisó Mendel.
-En ese caso -le respondió David Golder-, comenzaré a rogar a Papiro para que se den cuenta pronto de que está perdido y le devuelvan a su correspondiente estantería. Habrá de disculparme la sinceridad, amigo Mendel, pero usted comprenderá que mi aguante tiene un límite, y éste ya se ve lo suficientemente puesto a prueba diariamente con esta sarta de poetas y filósofos feroces. Si usted tiene buen corazón entenderá que no hay ser cabal que a todo este cóctel le pueda añadir un bibliógrafo.
-¡Qué barbaridad! -exclamó Mendel-. ¿De verdad ustedes conviven siempre en estas condiciones? Sepan que si es así, lo considero un atropello al buen gusto. Nunca pensé que mis congéneres cederían al embaucamiento de las bajas pasiones.
-¿En qué idioma habla éste? -preguntó El corazón.

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-Cuando no estoy con los hombres -se lamentaba Rojo y negro, de Stendhal- todo es tan aburrido y solitario.
-Con los hombres también se está solo -le contestó El principito-. ¿No te bastas contigo mismo?
-Yo solo no puedo vivir las aventuras que vivo con ellos, solo no podría compartir sus vidas, que es lo que hago cuando me leen. Algunos me toman cariño y les cuesta desprenderse de mí. Y yo de ellos.
-Pues yo cada día estoy más harto de los hombres -anunció Seis personajes en busca de autor, de Pirandello-. Unos me manosean sin cuidado alguno, otros me ignoran por completo y la mayoría me tienen como empleado en el degradante oficio de los posavasos.
-Hay quien halla cura en una buena dosis de amargura -le contestó Rojo y negro.
-Yo no hallo cura en la amargura -negó Seis personajes.
-¿Y por qué no dejas de alimentarte de necesidad y te permites la armonía de recordar a los que les dejaste una marca?
-Querido Rojo, más bien son ellos los que dejan marcas en mí, muchos me subrayan sin pudor alguno, y otros van dejando sus apreciaciones en mis márgenes, como si me interesara gran cosa lo que ellos piensan de mí.
-Lo que te pasa es que no tienes sensibilidad -le señaló Rojo y negro.
-No te extrañe. Puede que la haya perdido de tanto soportar esos molestos vidrios -le respondió.
-Déjame decirte, Seis personajes -dijo Las elegías de Duino, de Rilke-, que vives en Ciudad-Aflicción y que estás mirando a las estrellas del país de las penas porque tus venas de tinta no están aún colmadas de existencia. Mira, cada lector que surca tu desorden alfabético te reinventa, te contagia de otra vida al vestirte con su perspectiva de lo que eres y…
-¿De qué desorden alfabético hablas? -le interrumpió Seis Personajes- A mí me crearon muy bien ordenado.
-Puedes llamarlo caos alfabético ordenado, si así te resulta más cómodo -contestó Las elegías-. La cuestión reside en sentir que cada lector te deja un pedazo de eternidad, en darse cuenta de que tu corazón está lleno de refugio. Y que cada lector es una voz nacida en ti, que se convierte en alma de tu grito.
-Me aburres soberanamente, tengo que decírtelo -confesó Seis personajes.
-Os olvidáis de que la carne no se deja literaturizar -dijo Mortal y rosa-, mucha pretensión es dejar huella en la mayoría de los homínidos. Os sobreestimáis.
-¡Oh hechiceras, oh miseria, oh aversión, es a ustedes solamente que confié mi tesoro! -chilló repentinamente Una temporada en el infierno, de Rimbaud.
-Calla, maldito -le reprendió La isla del tesoro-. Nos habíamos repuesto ya de tu rosario de terribles tormentos.
-Está dicho -contestó Una temporada-. No mostraré al mundo mis ascos y mis traiciones.

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-Yo soy infinitamente más leído que tú -decía Cien años de soledad, de García Márquez-. Es inútil, Muerte, jamás alcanzarás mi gloria.
-Tu gloria, querido Cien, que tú crees inmortal, es la burla sorda de tu cadáver mutilado. No huyas de tu muerte, cobarde -le contestó La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes.
-¿Por qué nunca paráis de polemizar? -les increpó Alas rotas, de Khalil Gibran-. ¿Sabéis de las hojas en blanco? Están perfumadas de un delicioso silencio que os empeñáis en ignorar. Con vuestras absurdas elucubraciones conseguís que me canse de los estultos rostros de los libros.
-Querido Alas -dijo Unos ojos azules, de Hardy-, ¿hace tiempo que nadie te lee, no?
-¿Y eso a qué viene? -contestó éste.
-He observado que tiendes a ensimismarte y a auto citarte cuando llevas tiempo sin ser leído. Te atisbo un aura de tristeza -señaló Unos ojos azules.
-Es verdad, Ojos azules querida. Es una sonrisa -confesó Alas rotas.
-¿Una sonrisa? -le preguntó, confundida, Unos ojos azules.
-Esa aura es una triste sonrisa que esboza mi carne de tinta cuando pasa bastante tiempo sin que alguien anhele descubrirme, descifrarme o deletrearme. Triste por mi soledad, pero sonriente porque me hago compañía.
-Es muy natural lo que sientes, Alas rotas -dijo Un mundo feliz, de Huxley-. Tu cuerpo de palabras es como los rayos X, atraviesa cualquier cosa. Cuando te leen traspasas y a la vez eres traspasado. Yo creo que es una bendición de Papiro, que los momentos en que no somos leídos podamos utilizarlos para bucearnos a nosotros mismos -reflexionó.
-Que el silencio ilumine tu alma, Mundo -le agradeció Alas rotas-. ¡Qué haría yo sin mis congéneres!
-No es por nada -observó Almas muertas, de Gogol-, pero hace sólo un momento te veía capaz de desencuadernar a dos de ellos.
-Hay que diferenciar entre los rostros estultos de los libros en los que se ve un velo de ignorancia y vacuidad, de los que son como un lirio que abre sus pétalos bajo la caricia del sol -aclaró Alas rotas.
-¿Y qué es lo que te indica la decisiva diferencia? -preguntó Almas muertas.
-Querido Almas, por sus palabras los conoceréis. Así reza el más sustancial de los preceptos de Papiro.
-Me sorprende que aún hagas caso a ese atrofiado manual de la estupidez del género libresco -admitió Almas muertas.
-No seas irreverente, querido -aconsejó Unos ojos azules a Almas muertas-. No le sienta bien a mi portada. Hace que transpires una agitación que perjudica al reposo de mis páginas.
-Admite que a tu portada le apasiona mi contraportada, querida.
-No digas estupideces. En ocasiones, querido Almas, me abruma la cantidad de veleidad que puede almacenar tu tipografía.
-No desgastes vocablos, querida hermana -le aconsejó El alcalde de Casterbridge, de Hardy a Unos ojos azules-, hay libros para todo.
-En una ocasión -dijo Unos ojos azules- me contaron que hay bibliotecas exclusivamente para libros ilustres en donde no tienen que soportar a ciertas criaturas inferiores.
-¿Quién te contó ese cuento? -quiso saber Almas muertas.
-No es ningún cuento -replicó Unos ojos azules-, me lo contó mi hermano Jude el oscuro, que lo vivió en sus páginas cuando un humano lo extravió en una de esas bibliotecas. Por suerte para mí y para el resto de sus hermanos este humano debió de encontrarlo y lo devolvió al cabo del tiempo. Pero no sobrevivió mucho, el pobre venía infestado de bichitos, y al poco tiempo, un humano vino a retirarlo para que no contagiara al resto. Que Papiro lo tenga en su gloria. No somos nadie, queridos.
-Piensa lo que gustes, pero ninguna biblioteca hace distinción de clases. Nada puedo hacer yo si insistes en vivir en el mundo de la ficción -aseguró Almas muertas.
-Sólo los realistas viven en un mundo ficticio -expuso La reina sol de Christian Jacq.
-Así es, Reina Sol, sólo aceptando las fábulas como la realidad podemos a veces avanzar un poco en el arduo camino del poder y la paz -afirmó Desde el jardín, de Jerzy Kosinski.

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domingo, 30 de enero de 2011

La biblioteca viviente II

CAPÍTULO II: VALLE DE PÁGINAS

-¡Ay, Malte! No sé vivir esta vida. Siempre he pensado que me tiene que haber afectado el hecho de que mi protagonista no nace hasta la mitad de mi trama. Yo creo que es debido a eso que siempre voy retrasado con respecto a los demás en lo que se refiere a aceptar las desgracias de la naturaleza libresca -explicó Tristram.
-Mira, Tristram, sólo te diré una cosa: “convierte tu muro en un peldaño” -le aconsejó Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, de Rilke.
-Gracias, gentil criatura. Pero, esto no es cosa tan insignificante, como muchos de vosotros podéis pensar -aclaró.
-No sufra, estimado señor -habló Cartas a un joven poeta, de Rilke-. Es indiferente si se retrasa o no en aceptar sus vivencias. Viva pacientemente sus supuestas demoras. No se trata de llegar el primero. Se trata de vivirlo todo. Hasta deslomarse.
-Hazle caso a mi hermano, Tristram -le recomendó Los cuadernos-. Es un excepcional consejero.
-Gracias, señores míos -les dijo Tristram-. Debido a una cierta resistencia de mi naturaleza a decepcionar a ningún libro viviente recogeré sus sabios consejos e intentaré plantarlos en tierra fértil. Palabra de Shandy. ¡Coraje, amables compañeros! ¡Hay que mostrarse valerosos en este valle de páginas! -exclamó-, aunque la fatalidad haya querido que me arrebaten a mi adorado hermano.
-Cuidado, amigo -le advirtió El jardinero, de Tagore-. La zarpa del desaliento te volverá a alcanzar si hablas de fatalidad. Que tu vida baile ágilmente en los bordes del Tiempo como el rocío en la punta de la hoja, querido Tristram, evadida de los fantasmas de la fatalidad.
-Creedme, buena gente -les respondió Tristram-, que pondré todo mi empeño en disminuir este desasosiego, pero me estremezco al pensar en los innumerables desafíos que mi pobre hermano debe de estar enfrentando.
-Querido amigo -le dijo El libro del desasosiego-, no tomes el nombre del desasosiego en vano. Creo tener la suficiente instrucción en la materia para decir que te encuentras en las antípodas del desasosiego, pues no olvides que si Viaje sentimental no vuelve, lo reemplazará otro ejemplar.
-¡Por Papiro! ¡Pero ya no será el mismo! Qué de insensateces tiene que oír mi portada -gritó Tristram-. Tendré que contarle todas y cada una de mis andanzas, y quién sabe si seremos dos hermanos dedicados a engrandecer el noble arte de las relaciones fraternales, o si, por el contrario, nos veremos atraídos por el despreciable influjo de la desconfianza y la indiferencia -concluyó.
-¿Qué opinas tú, Mortal y rosa? -preguntó El libro del desasosiego- ¿Está exagerando nuestro amigo Tristram? ¿A que aún no sabe que no comprende?
-Yo si no se habla de mí no tengo nada que decir -sentenció éste.
-Tú siempre tan complaciente y afable. No sé para qué te pregunto nada. ¿Te han resaltado en alguna ocasión lo fácilmente tratable que resultas? -ironizó.
-A mí me importa una coma lo que me resalten. Yo he venido a este valle de páginas a volverme del revés y dejar por el mundo todo el saco de tipografía que traigo en los renglones desde siempre -le contestó tajante.

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-Hay quien me lee como si se embriagara -estaba diciendo Un niño prodigio.
-No me extraña -le aseguró Sylvie-. Eres tan adorable que la muchacha que te lea estará perdida.
-Es agradable cuando alguien te encuentra literariamente atractivo, querida Sylvie, pero empiezo a sentirme escaso de intimidad -dijo Un niño prodigio.
-El Gran Hermano vigila lo que decimos -opinó 1984-, compañeros, pero, ¡qué de aventuras vivimos al ser leídos!, ¡qué de descubrimientos nos proporcionan esas legiones de ojos al reflejarse en nuestros cuerpos de página!
-No todos, querido 1984, no todos -dijo Humano, demasiado humano, de Nietzsche-. Hay algunos que se contentan con reflejarse exclusivamente en nuestras portadas, para jactarse de que saben de nosotros profundamente, sólo porque conocen nuestros nombres.
-Ciertamente, hermano -confirmó Así habló Zaratustra, de Nietzsche-. Hay individuos que mientras se adentran en parajes donde hay hielo resbaladizo no se cuidan de que su orgullo no se rompa las piernas.
-Cuando os ponéis en plan filosófico me dais dolor de frontispicio -aseguró David Golder, de Némirovsky.
-Tal vez se olvida, querido David, de un detalle insignificante. A saber: que ser filosóficos forma parte de nuestra idiosincrasia. Si no puede comprender eso, no le animaré a bucear en el concepto de Superhombre -le contestó Zaratustra.
-Nunca he sentido la tentación de sumergirme en tal abisal -respondió David Golder.
-En ese caso, es mi deber advertirle que jamás se convertirá en un espíritu libre -intervino Humano-. Jamás será un libro devenido casi hombre, un libro que sigue viviendo para sí una vida propia, un libro que inflama vidas, que busca sus lectores, que hace feliz, espanta, engendra nuevas obras...
-¿Sería muy costoso para sus señorías dejar de citarse a sí mismos? -quiso saber Sylvie-. Desbordan ustedes tanta pedantería, que creo que voy a exigir un cambio de estantería y a reclamar que nos ordenen por temáticas, en lugar de estar todos los géneros mezclados.
-Sylvie, no le permito decir que estamos todos mezclados -le advirtió 1984-, cuando estamos correctamente ordenados alfabéticamente. Por no hablar de que cuanta más diversidad hay en una colectividad de seres, más aprenden los individuos y más valiosos son para su sociedad. Por experiencia propia sé de la importancia de la diversidad, querida. Y, por cierto, ¿acaso usted no se cita a sí misma? -inquirió.
-Sí, querido, pero sólo lo hago cuando es estrictamente necesario.
-¿Y qué baremo utiliza usted -quiso saber Humano- para determinar en qué ocasiones resulta estrictamente necesario?
-Ya sé por dónde vas -le avisó Sylvie-. Te advierto que no quiero saber nada de filosofías. Considero al género de la narrativa, al cual pertenezco, como el más encomiable de los géneros. Y punto final.
-Disculpa, querida Sylvie, pero me veo impelido a discrepar -le dijo Ancia, de Blas de Otero-. Corrígeme si me equivoco al pensar que muy pocos habéis sido escritos a gritos ni la mayoría decís cosas fuertes y se entera hasta Papiro.
-Ya imparte su cátedra el poeta -anunció Sylvie.
-¡Ay, qué cansado estoy de los poetas! -dijo Zaratustra-. No te fíes de ellos, Sylvie, mienten demasiado.
-Lo dice un poeta -le respondió Ancia.
- ¡Y me avergüenzo de tener que ser todavía poeta! -le gritó Zaratustra-. Pues aún cojeo y balbuceo como ellos.
-Ser poeta te ha de bastar -atacó Ancia.
-Papiro se apiade de todos nosotros si os vais a declarar una guerra de citas -les dijo Sylvie-. Prefiero bucear por mis frases rodeada de mis miserias a escuchar vuestros delirios de grandeza.

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-Estoy cansado de mi argumento -se lamentaba El Conde de Montecristo-. Me acaba fatigando tanta venganza.
-Querido conde -le contestó Rimas y leyendas, de Bécquer-, hay que andar y vivir con la única vida que nuestro creador puede darnos.
-No, si en general, no me puedo quejar, pero, en ocasiones, no me importaría tener un argumento con menos escarmientos.
-Ten en cuenta -siguió aconsejándole Rimas- que hay hijos de la fantasía que no logran encontrar fuerzas bastantes para salir a la superficie y convertirse, al beso del sol, en flores y frutos. Hay aún numerosas criaturas de la fantasía que se encuentran en el limbo como fantasmas sin consistencia.
-Al menos tú no has salido tullido y amorfo, como otros, mi querido conde -opinó Diario de un escritor, de Dostoyevski.
-¿Estas refiriéndote con ese “otros” a alguien en concreto, Diario? -quiso saber El malogrado, de Thomas Bernhard.
-Pues, en esta ocasión, no -le respondió-. Pero si te das por aludido no me responsabilices a mí.
-Qué susceptible estás hoy, ¿no, Malogrado? -observó El idiota, de Dostoyevski-. ¿Sigues afectado por las críticas recibidas por parte de tu último lector?
-No quiero hablar de eso -le contestó sucintamente.
-Yo te comprendo, Malogrado -le dijo Jane Eyre, de Charlotte Brontë-. Cuando una lectora consideró que el hecho de ser victoriana era uno de mis defectos estuve mucho tiempo sin ánimo de continuar existiendo.
-Y, ¿cómo lo superaste? -indagó El malogrado.
-Gracias al siguiente lector, que me calificó de genial y fabulosa. Aunque, es verdad que luego volví a caer en el pozo de la tristeza, pues al poco tiempo quedaron desencantados conmigo, aduciendo que habían situaciones en mi argumento que no se les antojaban lo suficientemente verosímiles.
-Yo tengo mi propia opinión sobre lo real -intervino Diario-. Lo que la mayoría llama fantástico e imposible a menudo es real para mí en su sentido concreto y más profundo. Es decir, la verdadera realidad.
-¿Y a quién le importa? -repuso El malogrado.
-¡A mis hermanos les importa! -vociferó Diario-. Y, aunque no fuera así, yo no puedo callar cuando el corazón me da gritos.
-Si no os calláis -les advirtió Cumbres- voy a gritar y a retorcerme el lomo con desesperación. Si seguís así nos maldecirá Papiro y todos nos perderemos por culpa vuestra -vaticinó.

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La biblioteca viviente I

CAPÍTULO I: VIDA DE PAPEL

-¿A quién se han llevado? -preguntó Un niño prodigio, de Irène Némirovsky.
-A El gatopardo -respondió El corazón es un cazador solitario, de Carson McCullers.
-Pobrecillo, ya le tocaba. Hace ya tiempo desde la última vez que alguien se interesó por él, ¿verdad, 1984?
-Efectivamente, querido Niño. Según mi registro, donde se ven reflejados todos los préstamos de lectura, la última vez que fue solicitado data de hace tres años -informó detalladamente 1984, de Orwell.
-No los llames préstamos de lectura, por favor -dijo Sylvie, de Gérard de Nerval -. Me repugna ese término, hace que me sienta como una prostituta.
-¿Y cómo quieres que los llame? -inquirió 1984.
-Llámalos por su nombre: aventuras de papel leídas -sentenció Sylvie.
-No veo la razón de sentirte como una prostituta -atacó Mi Tío Jules y otros relatos, de Maupassant-, si al menos cobraras por tus servicios…
-¡Oh!, cállate, por favor -imploró Sylvie-. No estoy para tonterías, Jules. No después de la última experiencia que me ha tocado vivir -finalizó.
-Como no vas a parar de incordiarnos hasta que la cuentes, nos resignaremos a escucharte -dijo Mi Tío Jules y otros relatos.
-Pues como veo que tu interés no es exorbitantemente extenso te dejaré con la incertidumbre.
-Eres un bicho pernicioso y dañino -definió Jules-. Nos deleitarás, al menos, con alguna de tus conclusiones.
-Si insistes -convino-. Prefiero a los lectores no fumadores, querido Jules. A punto ha estado de quemarme viva mi último lector.
-Algo harías -supuso El Anticristo, de Nietzsche.
-¿Tan poquito le gustaste que quiso quemarte? -conjeturó El Baile, de Némirovsky.
-Definitivamente, no os soporto. Yo intento olvidar a los libros impertinentes, pero Papiro es testigo de que no es una tarea sencilla -se quejó Sylvie.

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-Oye, ¿tú eres nuevo, no? -preguntó El guardián entre el centeno, de Salinger. No me suenas nada.
-Sí, me trajeron esta mañana -contestó Apología de Sócrates, de Platón-. Nunca había vivido en una biblioteca.
-¡Un biblioneófito! -chilló El guardián- ¿Dónde vivías?, ¿Quién te leía?, ¿Quién te trajo aquí? Cuéntanoslo todo -ordenó ansiosamente.
-¿Un biblioneófito? -repitió La tesis de Nancy, de Sender- ¡Oh, Papiro! ¡Qué encanto!
-Vivía en un pequeño rincón de una habitación -respondió-, nadie me leyó nunca, y me trajo mi dueño.
-¿¿Nadie te ha leído nunca?? Eso es siniestro. ¿Ni siquiera una vez? -interpeló La Reina Coax y otros cuentos, de George Sand.
-No, nunca. Supongo que yo le era más útil a mi dueño bajo una de las patas de la mesa de la cocina -dedujo.
-¿¡¡Qué!!? -exclamó Despierta y lee, de Fernando Savater-. Eso son malos tratos, querido Apología. Es absolutamente intolerable que en el siglo veintiuno, los derechos librescos sigan siendo atropellados impunemente -sentenció.
-Tú no te preocupes, querido -le tranquilizó La reina Coax-. Aquí nunca te volverá a vejar ningún desalmado. Gracias a Papiro que ese bárbaro te ha donado.
-Pues, yo, querida Reina, no me atrevería a asegurar tan alegremente que no va a ser victima de ningún ultraje -indicó La tesis.
-¡Cómo! ¿A ti te ha maltratado alguna vez algún lector? -indagó La reina.
-En cierta manera, sí -le respondió La tesis-. Estoy a punto de ratificarme a mí misma que pertenecer al género humorístico es un funesto handicap. La última persona que me leyó no me consideró digno de pertenecer al género que supuestamente pertenezco. Me dijo cosas terribles, que mi vocabulario no me permite reproducir. Me definió, poco más o menos, como un burdo engaño, compañera. Yo, a eso, querida amiga, lo denomino maltrato. ¡Qué de desprecios y menoscabos tiene que seguir sufriendo la raza de papel! -culminó.
-Esos improperios no van dirigidos a ti, Tesis -opinó El libro del desasosiego, de Pessoa-. Van dirigidos a quien te escribió. En todo caso se consideraría un maltrato hacia tu creador.
-¿Y qué diferencia hay? Si maltratan a mi creador, insultando su inteligencia y su sentido del humor, me maltratan también a mí -argumentó La tesis.
-Hay una diferencia notable, querido compañero de anaquel, por lo menos en mi caso supondría un asfixiante desasosiego identificarme con mi creador -le respondió.
-Ya salió el desasosiego. Naturá, cada libro con su tema -sentenció La tesis.

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-Compañeros -habló 1984-, quedan cinco minutos para que cierren la biblioteca, prepararos, que voy a pasar lista. Id comunicándolo a vuestros compañeros. Y, por favor, comprobad que se enteran todos los estantes. ¡Por el amor de Papiro! Que no pase como la última vez, compañeros, que en la última estantería, donde se encuentran nuestros compañeros del sector de las biografías, no se enteraron de nada. Voy con la lista -continuó-. Según mi registro de préstamos...perdón, Sylvie...según mis archivos de aventuras de papel, hoy se cumple el plazo de devolución para los siguientes libros que hasta ayer aún no habían sido retornados. Son ocho, y los voy a ir enumerando: El Conde de Montecristo, de Dumas.
-¡Presente!
-Mortal y rosa, de Umbral.
-¡Presente!
-Tiempos difíciles, de Dickens.
-¡Presente!
-Carta de una desconocida, de Zweig.
-¡Presente!
-Viaje sentimental, de Sterne… Viaje sentimental... Por favor, los de la estantería de en frente -gritó-, comprobad que se encuentra entre vosotros Viaje sentimental, de Sterne...
-¡Oh! ¡Papiro mío! -exclamó Vida y opiniones de Tristram Shandy- ¡No está! ¿Está usted seguro, 1984, que hoy era el último día para su reincorporación a la biblioteca? -inquirió, preocupado.
-Totalmente seguro -respondió 1984-. El departamento de registro es infalible, compañero. Si aún no ha vuelto, sólo nos queda rezar a Papiro para que no le haya pasado nada grave.
-¡Qué voy a hacer sin mi hermano! ¡No tengo otro! -vociferó Tristram- Nuestro creador nos escribió a nosotros dos, solamente.
-Si no aparece traerán otro ejemplar -informó 1984.
-No te preocupes por él, Tristram -dijo El jardinero, de Tagore-, como sabemos que su personalidad hace honor a su nombre, sea lo que sea lo que le esté pasando, lo vivirá, sin duda, como un auténtico viajero sentimental.
-Atención, compañeros -anuncio 1984-, hay que continuar con la lista. Tristram Shandy, luego hablaré contigo si necesitas apoyo. La muerte de Artemio Cruz, de Fuentes -continuó.
-¡Presente!
-Y, por último, El principito, de Saint-Exupéry.
-¡Presente!
-Bueno, por lo menos no hay que lamentar más pérdidas -concluyó 1984-. Tristram -continuó-, comprendo la angustia que estarás sufriendo, pero no te atormentes, es posible que se trate de un simple retraso en la devolución del préstamo.
-Y dale con el préstamo -se quejó Suite Francesa, de Némirovsky, solidarizándose con Sylvie-. ¡Que son aventuras de papel leídas! No le entra, oigan, que no le entra.
-Disculpe, su excelencia -le contestó 1984-. No volverá a pasar. Se lo aseguro.
-¿No podéis tener un poco de respeto por la aflicción que me oprime? -se lamentó Tristram- ¡Cuán amargo instrumento es la vida de papel! No puedo quitarme de la tinta la imagen de una muchedumbre ávida de sacrilegios, desencuadernándole salvajemente sus formidables páginas.
-¡Sólo nos queda la torre de marfil propia de los poetas, querido Tristram, a la que subiremos cada vez más alto para aislarnos de la muchedumbre! -exclamó, citándose, Sylvie.
-No albergo ningún empeño en abochornarte, querida -le respondió Tristram-, pero eso lo has recalcado en innumerables ocasiones.
-Perdóname el atrevimiento de reproducir mis renglones, pero, esta vez, la culpa ha sido tuya por utilizar la palabra muchedumbre. Tú mismo me has tirado del lomo, sabes que esa palabra forma parte de una de mis frases favoritas de todo mi ser.
-No quiero discutir, amiga. No tengo el metabolismo contento -sentenció Tristram tajantemente.

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-Arca inmóvil, ¿has oído lo de Viaje sentimental? -preguntó Cumbres borrascosas, de Emily Brontë.
-Sí -respondió El arca inmóvil, de Gerald Durrell-, se habrá encariñado con su actual lector. Como es tan sentimental -bromeó.
-No bromees con esas cosas, Arca -le reprendió Horizontes perdidos, de James Hilton-. Nunca se sabe cómo puede acabar una aventura de papel leída.
-Sólo estaba aplicando lo que dice mi prefacio: “Uno necesita las luciérnagas del humor para alumbrarse el camino” -se disculpó El arca inmóvil.
-Estoy de acuerdo contigo, Arca -le dijo Cumbres-, si nos dejamos apresar por el desánimo nos convertimos en almas en pena. Estoy hastiada de congojas, desesperación y amargura. Hasta me da la impresión de que intoxico el ambiente donde me encuentro, pues en muchas de las aventuras que he vivido con mis lectores, éstos han terminado derramando lágrimas. Allá donde voy llevo páramos. Necesito risa. Además, Viaje sentimental está concebido para viajar, ¿no? -concluyó.
-Como no estoy dispuesto a formar parte del club del pitorreo -reveló Horizontes perdidos-, me voy a navegar por mis líneas. Los agradecimientos que figuran en mi epílogo me proporcionan más serenidad y desbordan más estilo.
-¡Que disfrutes del trayecto tan constantemente transitado! -le gritó El arca inmóvil.

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-¿Qué? ¿Cómo te ha ido? -preguntó La isla del tesoro, de Stevenson.
-¡Pufff! -respondió El principito de Saint-Exupéry- Esta vez no han podido conectar conmigo. Según mi último lector soy absurdo, sin sentido y ñoño. No ha visto nada en mí.
-Bueno, no te apenes por eso, Principito -respondió La isla-. Mi último lector me obsequió con una retahíla de reproches porque le decepcionó mi final. Me entristecí por un momento, pero en cuanto entoné mi vieja canción, mi corazón volvió a estar lleno de alegría. ¡Quince hombres en el cofre del muerto! -comenzó a cantar-, ¡Ja!, ¡ja!, ¡ja!; Y una botella de ron. El ron y Satanás se llevaron al resto. ¡Ja!, ¡ja!, ¡ja!; Y una botella de ron...Tú siempre dices -continuó- que lo esencial es invisible a los ojos. No cabe duda, pues, de que ese humano sólo supo mirarte con los ojos. Te halló simple, y, por tanto, se perdió lo esencial.
-Por un sólo lector que quede que te sostenga en sus manos o en su alma, tendrás el mundo en tus páginas, querido Principito, inclinado contra tu pecho -le consoló Vuelo nocturno, de Saint-Exupéry.
-Gracias, hermanos -les respondió El principito-. Vosotros sí que veis con el corazón.

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sábado, 29 de enero de 2011

Villa Lenguaje VII

CAPÍTULO VII: REALIDAD DIFERENTE

Os he ocultado algo.

Cuando estuve en Biblioteca Lenguaje, el despacho de don Epíteto, me vi impulsado a cometer un acto del que me siento profundamente abochornado. Pero he de confesároslo, sino no podría compartir mi hallazgo. Lo diré rápidamente: robé un libro de la Biblioteca. Pueden escandalizarse si quieren, o sentirse consternados al darse cuenta de que tan abyecto impulso sólo ha podido ser llevado a cabo, sin ningún género de dudas, por un ser de una zafiedad y una bajeza sobresalientes. No lo piensen pues, porque, aunque acertarían de pleno; tengo que decir, en honor a la verdad, que no lo sustraje, sino que lo liberé de su prisionero anaquel.
Mientras don Epíteto me hablaba de esto y de aquello, mi mirada estaba siendo atraída continuamente por un pequeño libro con lomo azul. Aún no puedo comprender por qué me llamaba ése y no otro. El caso es que me sentía seducido por ese ejemplar. Era como si me estuviera diciendo:"Caballero, a usted y sólo a usted me entrego. Usted verá lo que hace". Cuando me levanté para marcharme, al observar que don Epíteto se sumergía casi literalmente en sus papeles, no pude poner freno a ese flirteo, por así decir. Lo cogí y me lo guardé en el bolsillo de la chaqueta.

Al día siguiente de mi vuelta a Realidad Diferente recordé el tentador volumen, culpable de mi ingreso en el rastrero, pero excitante, mundo de la delincuencia. Pensar en él y arrojarme sobre su persona de papel fue todo uno. Al principio lo hojeé distraídamente. No era extenso. Rápidamente me zambullí en él. Os resumiré brevemente su contenido.

El libro lleva por nombre:"Manual para el degustador de palabras". No se especifica el autor. En la primera parte del libro se aconseja al degustador que no abuse del lenguaje, pues se arriesga a sufrir una sobredosis de palabras. Se han dado pocos casos, según menciona el Manual, pero no por ello hay que dejar de tomar en cuenta la advertencia. A continuación pone mucho énfasis en la importancia de que el degustador conozca las palabras que se le atragantan. Se las denomina palabras-hueso. El degustador tendrá que identificar sus propias palabras-hueso para evitarlas en la medida de lo posible.

Hay un apartado que me resultó extremadamente curioso, donde se menciona la existencia de palabras envenenadas y de palabras antídoto. Las palabras envenenadas son aquellas palabras que nos trastornan, se pone de ejemplo a Miedo, Muerte, Fracaso, etc...El libro asegura que si el degustador abusa, bien de estas palabras o de cualesquiera que le lesionen, habrá tanto del veneno de las mismas en el organismo de su lenguaje, que se morirá intoxicado por la sustancia de la que está hecha su palabra envenenada. Sin embargo, el libro también nos habla de las palabras antídoto. Por ejemplo, la palabra antídoto para Miedo es Confianza, la de Muerte es Semilla, y “la antídoto” para la envenenada Fracaso es Recorrido. Hay que decir que se resalta con frecuencia el hecho de que los ejemplos expuestos no son norma sino señal, es decir, que cada degustador establece sus propias palabras envenenadas en las que permite el mordisco. Por lo tanto, también cada degustador establece “las antídoto”, en las que se concede la supervivencia.

La segunda parte del libro habla de las palabras espirituosas. O, lo que es lo mismo, palabras que son narcótico. Palabras que, esporádicamente, nos nublan la objetividad para asir momentáneamente la fantasía que esconden en su hado. A estas palabras, también se las denomina "escalones de cielo".

Se hace referencia, veladamente, a las palabras que invocan al maligno. No se aporta ningún ejemplo, claro está, cada degustador se bautiza sus demonios, digo yo, cada uno designa su temblor y su espanto.

Igual de trascendentales son las que se llaman palabras despechadas. Se dice que el degustador de palabras deberá tener cuidado con estas palabras. Por ejemplo, en ocasiones queremos decir algo y nos llega una palabra que no es la adecuada, o que no expresa exactamente lo que buscamos expresar. Pues bien, un degustador de palabras tendrá que despedirla, decirle que no era ella a quien necesitaba. Eso sí, con el mayor tacto y la mayor cautela de los que se pueda valer, ya que, de lo contrario, la palabra se convertirá inmediatamente en palabra despechada, y andará de pensamiento en pensamiento vomitando su ira y su rabia porque no se siente valorada. Por lo tanto, enorme sigilo en esos casos. De todas formas, si el degustador se encuentra con una palabra despechada a causa de la imprudencia de otros, hay una manera de sanarla, pero no siempre funciona. De cualquier manera, siempre habrá que intentarlo. A una palabra despechada sólo puede devolverle su estado natural la misma persona que la rechazó. Por lo tanto, como tal cosa es imposible de saber, el degustador habrá de hacerlo de la siguiente manera:

En primer lugar, el degustador tendrá que rechazar a la palabra despechada, aunque esto pueda producirle, de nuevo, enojo, cólera o furia inimaginables. El degustador contendrá el arrebato ignorándola por completo. Una vez repudiada la palabra en cuestión se pasa a la segunda parte de la sanación de la susodicha, que consiste en que el degustador deberá acunarla entonando todas aquellas palabras que tengan su misma raíz. Se indica que, normalmente, con nueve palabras suele bastar. Si una vez pronunciadas las palabras, (se reitera que han de ser de su misma familia), la despechada no vuelve a su estado original, ya no hay salvación para ella. El canto del nombrar el linaje de su familia es lo último que se puede hacer por anular el conjuro del rencor verbal.

En la tercera parte del libro se explica cómo ha de ser la adecuada relación epistolar entre degustadores de palabras. Debido a que a la degustación de palabras se la considera una disciplina hermética, los degustadores se comprometerán a realizar las siguientes comprobaciones:

Si la comunicación entre degustadores se realiza de manera verbal deberán de constatar que sus conversaciones se llevan a cabo en privado. Si, por el contrario, la comunicación se realiza de forma escrita, los degustadores tendrán que hacer uso de lo que llaman palabras invisibles. Se explica que la palabra invisible es aquella que se esconde dentro de otra palabra, a la cual se la designa palabra amañada. Pues bien, según el libro, los degustadores inventaron su propio alfabeto para comunicarse secretamente. El alfabeto degustador, así es cómo lo llaman, consiste en invertir el orden de las letras. En el libro sólo se muestran tres ejemplos. En el alfabeto degustador la d es la f, la s es la b, y la o es la e. Parece ser que no se muestra todo el alfabeto, pues es un tema que se desarrolla en otro libro al que llaman "El Biblio del degustador de palabras".
(¡Cáspita! Estoy seguro de que ese ejemplar estará en algún estante de Biblioteca Lenguaje. Por desgracia, ya no hay forma de comprobarlo).
Como iba diciendo, los degustadores deben de comunicarse entre ellos utilizando palabras invisibles, así si uno de ellos envía a otro una carta titulada "Palabras amañadas", este otro sabe que tiene que utilizar el alfabeto degustador para poder descifrar el mensaje captando las palabras invisibles.
(Por Cervantes juro que no sé resumir el contenido de este maldito libro de otra manera).

En cuanto a las reuniones en persona, se resalta que los degustadores deberán hacerlo con precaución. No se recomiendan encuentros frecuentes ni de larga duración. El libro cuenta el caso más extremo que se conoce. Se trata de dos degustadores que se sobrepasaron compartiendo su tiempo, lo que les provocó una intoxicación de palabras gravísima. Gracias a que se les trató rápidamente, realizándoles un lavado de lenguaje y proveyéndoles de suero mudo se les pudo reanimar.

En el último capítulo del libro se aconseja a los degustadores que se construyan lo que llaman citas-amuleto, y las define de la siguiente manera: “son frases en las que el degustador inyecta su impronta, su esencia más sagrada”. Se explica que estas frases son imprescindibles para los degustadores, pues les protegen de todo tipo de maldiciones, hechizos o encantamientos que las palabras pueden utilizar contra ellos, ya que los degustadores, a causa de tanto roce con ellas, terminan, inevitablemente, topándose con alguna palabra que intentará apuñalarles la cordura o vaya usted a saber qué. Estas citas-amuleto emiten una vibración que irrita a las palabras que puedan tener malas intenciones. Si las citas se labran como es debido repelen a cualquier palabra asesina. Lo que sí se especifica es que la cita-amuleto hay que pronunciarla las veces que sean necesarias hasta que el degustador se haga uno con ella. Ya que, de alguna manera, a estas citas-amuleto hay que presentarlas ceremonialmente a Dios. El libro literalmente dice:"Ora tus oraciones (citas-amuleto) y ofréndaselas al Dios de las palabras: El Verbo".

Para finalizar, el libro pone de ejemplo algunas citas-amuleto de degustadores anónimos. Os transcribo algunas a continuación:

"Las palabras son las huellas que dejamos para no perdernos en el amordazado laberinto de nuestro silencio".

"¿Qué son las palabras sino una humanidad de signos con sus patitas de letras señalando símbolos, ebrias de significados?".

"En el principio fue El Verbo. Y dijo Dios: “que se haga la ausencia”. Y se hizo la palabra".
(Ardo en deseos de saber qué tipo de estimulantes ingería este degustador).

"En la ciudad del lenguaje se construyó morada la literatura. En su nido de diccionarios acogió y alimentó de cobijos al huérfano de pronombres".

"Palabras de lengua muerta llamaban a las puertas de mi frase, deseosas por volver a vestirse de vocablo, por volver a encarnar en palabra".

"De repente, un séquito de palabras desafiaron a mi ruido sigiloso, e instantáneamente, me vi rodeado por párrafos y párrafos de potente jarabe medicinal. La enfermedad de la negación me la curaba el doctor Poesía".

Después de mucho reflexionar sobre lo que había vivido y leído comprendí lo importantes que son las palabras. Trátalas bien y te tratarán bien. Son como criaturas a las que damos vida sin ser conscientes. Criaturas ignoradas por su creador. Criaturas que necesitan ser alimentadas, valoradas y amadas. Y, sin embargo, también son criaturas que se nutren de sí mismas, que se sustentan por sí mismas. El creador las crea, y entre ellas se reproducen para perpetuarse. Cuida a las criaturas de tu lenguaje. Porque, queridos míos, todas las palabras anhelan vivir en la vida "real". Y no penséis, amigos, que las palabras que denotan conceptos que ya no queremos alimentar tienen que morir. No, compañeros, la vida de estas palabras es necesaria también. Y si os preguntáis el porqué, perfectamente podéis responderos: para señalar las actitudes ya no deseadas. Porque, escuchadme bien, leales lectores, (ya estoy acabando, amigos, manténganme la atención durante unos instantes más, este capítulo lo culmina todo, todo lo corona, aquí disculparme el mimetismo con don Sinónimo), expresarse con las palabras es radiografiarse el esqueleto de nuestra singularidad. Y de las radiografías resultantes es deber hacer diagnósticos que nos señalen el desequilibrio que clama por su sanación.
Sin embargo, si algo he aprendido del "Manual del degustador" es que:

Así en el silencio como en la palabra, queridos.
Hay que perseguir el acorde, la melodía, el contrapeso.
No os abastezcáis sólo de lenguaje, no os amparéis únicamente en el ente de tinta.
Sabed que vuestro organismo no alcanzaría a procesar legiones de verbosidad. Y podríais moriros de una sobredosis de palabras.

Por último, amigos, si habéis vislumbrado aunque sea un destello de lo que me transmitieron en Villa Lenguaje sabed que debéis estar alerta, pues a la vuelta de la esquina, tarde o temprano, os cruzaréis con alguno de ellos. Cuando eso pase, tan sólo hay una cosa que me gustaría pediros:

Por caridad, aseguradles que amo a mis criaturas.
Manifestadles que yo soy el Dios del lenguaje. Decidles que yo soy el Verbo.

Villa Lenguaje VI

CAPÍTULO VI: BIBLIOTECA LENGUAJE

Don Sinónimo me acompañó a la Biblioteca Lenguaje.

-Buenos días, don Epíteto, ¿se puede? -preguntó don Sinónimo, deteniéndose en el umbral.
-Luminosos días, don Sinónimo. Adelante -contestó don Epíteto.
-Aquí le traigo al joven del que le hemos hablado con anterioridad, don Epíteto.
-Tome confortable asiento, joven. Usted también don Sinónimo.
-Muchas gracias, don Epíteto -dije-. Tengo entendido que es usted el director de Villa Lenguaje.
-Por poco tiempo, joven -respondió don Epíteto.
-O, durante un mísero intervalo -murmuró don Sinónimo.
-¿Se marcha usted? -interrogué a don Epíteto.
-En absoluto, joven. En Villa Lenguaje tenemos estrictas normas en lo que se refiere a la dirección de Villa Lenguaje. Y una de ellas estipula que se nombrará un director distinto cada cuatro años. Ya me ha llegado la hora de un reposado descanso.
-O, de un solaz relajado -susurró don Sinónimo.
-Don Sinónimo -protestó don Epíteto-, ¿no tiene ninguna urgente tarea a la que esté descuidando en estos precisos momentos?
-He de admitir que Honestidad me obliga a contestar afirmativamente -respondió don Sinónimo, al mismo tiempo que se levantaba-. Desde que superviso la formación de Honestidad me es imposible falsear, fingir, o embaucar -informó con repentino pesar-. Bueno, joven, espero encontrarle luego. O, anhelo localizarle posteriormente -me dijo, dirigiendo una mirada retadora a don Epíteto, que éste ignoró por completo.
-Como le iba diciendo -continuó el director-, nos turnamos la dirección de Villa Lenguaje entre todas las figuras y recursos literarios. Como habrá podido comprobar existe una debida paridad en Villa Lenguaje, a todos los efectos.
-Lo encuentro muy elogiable. En estos tiempos...

En ese momento llamaron a la puerta.

-¡Adelante! -gritó don Epíteto- Perdone, joven.
-Por favor, no se disculpe -respondí.
-Don Epíteto...
-Dígame, don Pleonasmo, ¿qué sucede ahora? -preguntó, con evidentes signos de sentirse molesto.
-Es que...Tristeza está llorando por los ojos otra vez, y ahora insiste en pegar manotazos con las manos a sus compañeras. Lo he visto con mis propios ojos, don Epíteto. Es más, amenaza con subir arriba a Faro Vocabulario y meterse adentro para no salir fuera jamás.
-Bueno, bueno, don Pleonasmo, no se lo tenga en excesiva cuenta. Usted ya sabe perfectamente que le dan esos enojosos ataques de vez en cuando. Ignórela durante un corto espacio de tiempo y verá cómo todo vuelve a una agradable normalidad.
-Tiene razón en lo que dice con la boca. Disculpe la entrometida intromisión, don Epíteto -sentenció don Pleonasmo mientras cerraba la puerta, de forma que casi se arranca la cabeza a sí mismo.
-Curioso sujeto -le dije a don Epíteto-. Me ha dejado con la boca abierta.
-Nuestro idolatrado don Pleonasmo es un individuo valorado extremadamente en Villa Lenguaje. Es una lástima, como recurso literario está infravalorado.
-¿Cuál es la función de Pleonasmo como recurso literario? -pregunté.
-¡Santo Verbo, joven! ¿No saben ni eso en Realidad Diferente?
(Pues si se sorprendió por ese ínfimo desconocimiento, que tan temerariamente tuve el disparate de confesar, le deseo que no viaje nunca a Realidad Diferente, porque se vería sepultado por extraordinarias toneladas de estulticia).
-Bueno, bueno, haré como si mis oídos no hubieran advertido nada -continuó-. Verá, es una expresión en la que aparecen uno o más términos redundantes. Pero continuemos, joven, que no tengo todo el precioso día. ¿Le gustaría preguntarme algo más?
-Sí, sí. Antes iba a preguntarle quién será el próximo director de Villa Lenguaje.
-Aún no se ha realizado la esperada votación. Este año está causando muchas desavenencias entre recursos y figuras la inminente elección. O mucho me equivoco o no tardarán en empezar a tramar y trampear rastreramente.
-¿Eso hacen? -pregunté sorprendido.
-No lo dude ni un solitario instante -afirmó.
-¿Y por qué lo hacen?
-Por hambre de miserable gloria y por ansias de repugnante poder, joven. Me temo que este año los que se van a llevar la palma por su detestable comportamiento van a ser doña Anáfora y don Sarcasmo. Ayer los sorprendí dirigiéndose unos lamentables improperios. Doña Anáfora llegó a extremos inaceptables.
-¿A qué extremos hace referencia?
-Le lanzó una deplorable amenaza. Dijo:"Acabarás difunto. Acabarás cadáver. Acabarás fiambre". Es su personal estilo.
-Y no se le puede negar que no sea directo. Pero sí que es grave, sí -opiné, un poco sobrecogido.
-Eso no es excesivamente grave -juzgó don Epíteto.
-¿No le parece grave una amenaza de muerte? -interpelé.
-Comparado con la desagradable catástrofe de la semana pasada le aseguro que no, joven.
-¿Y qué catástrofe fue esa?
-La escandalosa fuga de don Símil con doña Asíndeton -repuso impertérrito.
(Lo que no tenga que sufrir este hombre, aún no ha sido ideado por la mente humana, amigos).
-¿Se fugaron de Villa Lenguaje?
-Sí. Así de espantoso es.
-¿Y los encontraron? -pregunté sobresaltadamente.
-Por supuesto que sí. ¿Por quién me toma, joven? Encontramos su escondite el mismo día de su reprobable falta. Se hallaban en el Bosque Tenebroso.
(Y encima se adentra por bosques tenebrosos. Enseguida supe que este hombre, este recurso literario, representaba el arquetipo de mi héroe).
-La tarea ardua no fue encontrarlos, joven, sino convencerlos para que volvieran.
-¿Cómo lo consiguieron?
-Con innumerables horas dedicadas a la persuasión. La pareja huyó en un fugaz arrebato por vivir su propio lenguaje, su propia vida. Don Símil, al final decía: "Doña Asíndeton y yo sólo queríamos vivir como si todo a nuestro alrededor hubiera desaparecido cual pompa de jabón que estalla, pero ahora sé que nuestra función en Villa Lenguaje es tan necesaria como la luna en Realidad Diferente".
Y doña Asíndeton replicaba:"Fue un momento de inesperada pulsión. Imposible de controlar. Agitación extrema como una llamarada inextinguible. Ahora estamos mejor. No volverá a pasar". No se sorprenda por la forma de hablar de doña Asíndeton, siempre omite las conjunciones.
-Ya me había fijado. Parecían arrepentidos, por lo menos -tercié.
-Lo volverán a hacer. Son sujetos con exiguo decoro y escasa reverencia por las normas. Pero a mí me queda bien poco, joven. Que venga otro recurso u otra figura a cargar con este cargante mochuelo. Y ahora, si no le importa, tengo que seguir con mis exigidas ocupaciones. Ha sido un placentero honor conocerle.
-Lo mismo digo, don Epíteto. Ha supuesto todo un orgullo tratar con un recurso como usted.

Al salir de la Biblioteca Lenguaje vi acercarse por el pasillo a don Sinónimo y don Antónimo que venían acompañados de doña Epífora.

-Me despido de ustedes, pues me dispongo a abandonar las instalaciones. Sepan que guardaré un delicioso recuerdo de los momentos aquí vividos. Les doy las gracias a los tres y les pido disculpas si les he causado alguna molestia.
-No ha sido ninguna molestia, ningún fastidio, joven -dijo don Sinónimo.
-Espero que nos recuerde mucho, gentil anciano. O que nos olvide pronto -me dijo don Antónimo.
-Vuelva pronto por Villa Lenguaje, joven. Siempre será bien recibido. No sé si queda claro que siempre será muy bien recibido -se despidió doña Epífora.

Los observé alejarse mientras pensaba que probablemente ésa iba a ser la última vez que los viera.

A la salida de Villa Lenguaje, aún me esperaba sufrir una vivencia surrealista más. Detrás de un arbusto, escondida, se encontraba Canalla. Al comprobar que había reparado en ella, rogándome me dijo:

-No me delate a doña Metáfora, caballero, por favor. Sólo estaré un rato más. Es que...me deleito con el trinar de los pájaros.
-Pues yo no oigo ni a uno sólo de ellos -testimonié.
-Porque usted los ha asustado al aparecer tan repentinamente -replicó, bravucona.
-En ese caso le ofrezco mis más sinceras disculpas -dije, benevolente.
-Se las acepto con una condición.
-¿Qué condición?
-Que me lleve con usted.
-No digas disparates. Jamás hubiera pensado que fueras tan insensata -respondí, algo defraudado.
-Es sólo por pura curiosidad -se excusó apenada.
-¿Quieres que te lleve a dar una vueltecita? -me ofrecí, inconscientemente.
-¡Sí, sí! Pero, con una condición -repuso tan campante.
-¿Qué condición? -accedí reticente, aunque sin entender muy bien el objeto de una condición cuando estaba accediendo a complacerla.
-Quisiera ir a un lugar -respondió misteriosamente.
-¿Qué lugar? -contesté irritado.
-Quiero ir a la Academia de los Lenguajes Unidos -confesó, atrevidamente.
-Desconozco por completo si tal cosa existe en algún lugar. Lo que sí puedo decirte, querida, es que no se encuentra en Realidad Diferente.

En cuanto Canalla constató que yo no le iba a servir de gran ayuda, con profunda resignación y, todo hay que decirlo, con insultante arrogancia dio media vuelta para volver a Villa Lenguaje.

-Canalla, ¿por qué tanto entusiasmo por esa Academia? -pregunté, curioso.
-¿Para qué va a ser? -contestó enojada- Por ver vocablos nuevos. A una servidora se le merman los deseos de seguir significando si tiene que ver siempre a las mismas palabras. Imagínese lo que sería encontrarme con mi homónima francesa, o conocer a mi tocayo italiano. Por no mencionar lo que disfrutaría si me viera rodeada de palabras extranjeras, desconocidos caracteres a los que desnudarles el enigma. En fin, usted no lo entiende...

Con cara de atontado, con el rostro de un pasmado mentecato contemplé a Canalla mientras se alejaba, caminando hacia Villa Lenguaje.

Villa Lenguaje V

CAPÍTULO V: JARDÍN PALABRA

Obedeciendo a doña Epifora salí al Jardín de las Palabras. Allí también se encontraban don Antónimo y don Sinónimo. Me causó una gran alegría encontrármelos de nuevo.

-¡Queridos don Sinónimo y don Antónimo! -saludé, emocionado-. No esperaba verlos aquí.
-Pues sí, joven, aquí nos tiene -contestó don Sinónimo-. Vigilando a este grupito de vocablos, supervisando a esta agrupación de caracteres mientras disfrutan de los columpios. Hay que dejarlas, joven, así se desahogan de su verborrea, así se alivian después de tanta verbosidad. Vaya usted a saber por qué, o encamine usted a discernir razón.

De repente me fijé en una cabaña que había en medio del jardín. Le pregunté a doña Epífora.

-Es una sala de espera ortográfica. Sala de espera ortográfica, joven.
-¿Una qué? -pregunté.
-Aquí vienen las palabras que están dispuestas a encarnarse en tinta...
-¿Y por qué razón harían una cosa semejante? -inquirí.
-¿De dónde se cree usted que vienen las palabras impresas en los libros? ¿Le han hablado de las generaciones de palabras, joven? Le habrán hablado, ¿no?
-En efecto. Doña Metáfora me proporcionó ese placer, pero no con profundidad -reconocí.
(Esto escrito suena mal, pero creedme si os digo que no había ni la más mínima intención de sugerir dobles significados).
-De acuerdo, joven. De cada palabra existen montones de generaciones, es decir, abundantes individuos o palabras iguales que...
-Así me lo hizo ver doña Metáfora.
-Pues bien, en cada generación hay una palabra que opta por encarnarse en tinta, por habitar eternamente en página. De otro modo el lenguaje escrito no podría sobrevivir. Suelen ser palabras entregadas a la filología, que sienten un amor o un interés profundo por todas sus congéneres. No es fácil ser palabra escrita. Se necesita mucha templanza y paciencia para ser palabra hecha signo, sellada en hoja de papel hasta el día de su muerte.
-¿Su muerte? -pregunté, intrigado.
-Claro, joven. Como dijo Paul Valéry,"Los libros tienen los mismos enemigos que el hombre. El fuego, la humedad, los bichos, el tiempo, y su propio contenido".
-Vaya, pues es verdad -reconocí.
-El mismo destino que le espera al libro le esperará a las palabras que contiene. Al fin y al cabo, un libro no es otra cosa que habitáculo para las palabras. Un cuerpo de tinta para vocablos.
-Gracias, doña Epífora. Me ha servido de gran ayuda.
-De nada, joven. Vaya a dar una vuelta por el Jardín, si quiere.

Empecé a observar a las palabras que se encontraban allí. Trotacalles y Memoria saltaban correteando a nuestro alrededor, mientras que Esperanza estaba sentada en uno de los bancos del jardín, sin apenas moverse.
Juego se dedicaba a tirarse por el tobogán como si en ello le fuera la terminología. Al parecer, don Sinónimo creyó entender cuál era el objeto de mis pensamientos, y dijo:

-A Juego no se le puede recriminar que sólo disfrute jugando, ¿no le parece?
-Completamente. Es más, necesito reprimirme para no desear con todas mis fuerzas estar en su mismísimo pellejo.

Don Sinónimo se ausentó durante un momento, tiempo que aproveché para continuar mi exploración.
Tú y Yo estaban acomodadas a cada lado de un balancín. Se palpaba en el ambiente el enfrentamiento que había entre ellas. Don Sinónimo me contó que ellas dos siempre estaban a la gresca y que se dedicaban a batallar por su conflicto de identidades. Exceptuando aquellas ocasiones en las que se une a ellas Nosotros. En cuanto la ven aparecer se convierten en el paradigma de la concordia, la paz y el acuerdo. Este comportamiento es más o menos normal en los pronombres.
Al preguntarle a don Sinónimo por la explicación de tan sobresaliente cambio, dijo:

-Yo lo atribuyo, o lo achaco a la influencia de Realidad Diferente, joven. No lo sé con certeza, puede que don Epíteto sepa algo o tenga alguna idea. Luego le indico dónde encontrarle. Pero si quiere mi apreciación individual, mi propio juicio, no tengo inconveniente, no pongo obstáculo, siempre y cuando tenga en cuenta que lo que le voy a decir se lo digo valiéndome de la más absoluta privacidad, de la más completa intimidad. Señor mío, le reitero que no divulgue mi personal opinión.
(Permitidme, lectores, que desde aquí le agradezca a don Sinónimo la insigne indulgencia para mi persona, que seguro me otorgará. Porque voy a traicionar ignominiosamente su petición).
Yo creo, joven -dijo-, que la presencia de Nosotros suma las identidades de Tú y Yo hasta que se trascienden a sí mismas para mirar juntas desde una misma mirada, desde una idéntica visión. De esta forma, cuanto más se expande la conciencia en Realidad Diferente, más necesitan, más ansían de la suma de Tú y Yo, que da como resultado Nosotros. En cambio, cuanto más se contrae, cuanto más se estrecha la conciencia en Realidad Diferente, más precisan de la esencia de la división y de constreñir significados fijos de manera que limiten los conceptos.
Pero no me haga mucho caso, joven, no me vaya a atender demasiado. En ocasiones, los pensamientos se me enredan o se me anudan como si de una tela de araña se tratara mi cerebro, me cuesta mucho desenredármelos, me lleva una biblioteca desanudármelos. Téngalo en cuenta.

La última palabra en la que me fijé fue Amor. Era de las pocas que se entretenía sola, pues parecía no necesitar nada ni a nadie. Emitía una vibración que abarcaba todo y pertenecía a todos.
Me mantuve observándola durante unos minutos.
Pensé que era la única palabra, de las que había visto, que al refugiarse en su soledad parecía florecer en multitud.

Don Antónimo me contó algo curiosísimo sobre Amor, algo que no pude ver con mis propios ojos. Dijo que era la única palabra a la que le había visto cómo le brotaban ramas de letras que manejaba a su antojo. Don Antónimo no quiso explicarme el propósito de esas ramas. Dijo que preferiría dedicarse a expresar ideas parecidas (supongo que esto era una pulla contra el pobre don Sinónimo) a ser desleal con su adorada Amor.

-Creo que es porque es el origen de todas las palabras. Todas surgen y desembocan en ella -concluyó don Antónimo, contradiciéndose a sí mismo, haciéndose caso omiso.
(A estas alturas, queridos, ya no me sorprendía nada. Y si no es vuestro caso, creo que deberíais hacéroslo tratar por un especialista).

En ese momento, doña Epífora comenzó a indicar a todas las palabras que ya era hora de volver a Faro Vocabulario.

-Se acabó el asueto, chicas -dijo, cogiendo a Juego de la “J”, pero ésta no parecía querer dar su J a torcer.

Volví la mirada para fijarme por última vez en Esperanza, la encontré en la misma posición en la que estaba antes.
Me dirigí a don Sinónimo para preguntarle por qué razón Esperanza no se había comportado igual que sus congéneres. A lo que mi querido amigo respondió:

-Está de luto. Una aflicción la inunda, una desolación la embarga.
-¿La desolación embarga a Esperanza? -pregunté, estupefacto- ¿Qué esperanza tenemos los demás si ni la propia Esperanza cree en sí misma?

Don Sinónimo puso cara de tristeza.

-No juzgue usted tan precozmente, tan adelantadamente, joven. Su duelo es muy comprensible. La congoja que le aflige se debe al debilitamiento que sufre una de sus hermanas sinónimas.
-¿De quién se trata? -pregunté, sintiéndome apenado por haber prejuzgado a la compungida Esperanza.
-De Confianza, joven. Se trata de Confianza. Por todos es sabido, por la totalidad es conocido que desde hace tiempo no se requiere muy a menudo su presencia. En Realidad Diferente no parecen necesitarla, puesto que cada vez se la desea verbalizar menos. Y esto es lo que apena sobremanera a Esperanza. También es consciente de que la siguiente será ella.
-¿Y qué les sucede a esas palabras que cada vez se pronuncian menos? -inquirí.
-Acaban muriendo, joven. Es ley de lenguaje. Si existe Verbo, salvará a estas benditas palabras del olvido, no permitirá que desaparezcan de Villa Lenguaje, no consentirá que se desvanezcan. Porque es inmensamente fundamental, joven, es íntegramente elemental que no desaparezcan. Todas las palabras son necesarias. Si no fuera así, no habría existido necesidad de crearlas. Pero hay ciertas palabras, joven, atiéndame lo que le digo, que juegan un papel esencial en un determinado momento, o que representan un rol cardinal en ciertas ocasiones, bien sea aquí en Villa Lenguaje, o, por supuesto, también en Realidad Diferente. Y éste es el caso de Esperanza, de Confianza, de Fe y de algunas otras más que aún no les ha llegado la hora. Ojalá que no se las siga desatendiendo de esta manera. Ojalá que se vuelva a escuchar la voz de sus letras. Pero no le apenaré más, joven, no acrecentaré la pesadumbre. Venga conmigo y le llevaré a conocer al director de Villa Lenguaje. Es el recurso literario más admirado, el más venerado.
-¿De quién hablamos? -quise saber.
-¡Por Verbo, joven! ¡Qué pregunta! ¡Qué interpelación! Desde luego usted vive porque de todo tiene que haber en la viña del Léxico. Estoy hablando de don Epíteto.

viernes, 28 de enero de 2011

Villa Lenguaje IV

CAPÍTULO IV: FARO VOCABULARIO

-Acompáñeme, caballero -me pidió doña Epífora-. A propósito, usted no será uno de esos mutilador de palabras, ¿no? No pertenecerá al grupo terrorista de cercenadores del lenguaje, club sádico y salvaje donde los haya, ¿verdad? -me interpeló.
-No, señora. Con rotundidad lo niego -respondí tajantemente-. Pero, para estar seguros de que hablamos del mismo club, permítame preguntarle: ¿a qué club se refiere usted?
-Al que forman los individuos que omiten letras cuando se comunican con sus congéneres, naturalmente. Lo considero repugnante. Intolerablemente repugnante.
-¡Ah! Se refiere al lenguaje utilizado en los sms -le dije.
-Si usted a eso lo quiere denominar lenguaje, está en su derecho, pero si ésa es la opinión que le merece la miserable costumbre de desmembrar vocablos, no espere que yo me vaya a encariñar excesivamente con su presencia ni una mísera chispa. No, ni una mísera chispa -sentenció.
-No, no, doña Epífora. Nada más lejos de la realidad. Tengo que informarle de que esas ratas mezquinas intentaron contagiarme su ignominioso proceder, aunque me honra comunicarle que yo me negué categóricamente a imitarles y le garantizo que hasta el día de hoy no he renegado de mi determinación -contesté.
(No me crean ni un ápice de lo que dije. Francamente, debido a singularidades que tiene uno, opté por mentir bellacamente a dejarme ajusticiar por doña Epífora, acusado de despreciable cercenador, mutilador miserable o depravado desmembrador).
-Hizo usted muy bien, joven. Inmejorable respuesta ante tal crueldad, ante tal ensañamiento. Ahora le enseñaré todo el recinto mientras le voy explicando. No tema si observa a alguna palabra haciendo el bobalicón, la mayoría son propensas a hacerlo. Sólo le hago una advertencia. Si así sucede, déjemelo todo a mí. Sé perfectamente cómo tratar a esta muchedumbre de letras. Sí señor, sé cómo tratar a esta muchedumbre de letras.
-¿No me diga que no tienen un comportamiento adecuado? -pregunté impresionado.
Doña Epífora no parecía la clase de figura literaria a la que se le pudiera llevar la contraria y salir ileso después de tal imprudencia.
-No siempre, no siempre. He ahí la causa de por qué se requiere mi presencia... Bueno, joven -continuó doña Epífora-, hay aulas en todos los pisos del Faro. Le enseñaré la planta baja y la última. Tiene que saber que aquí es donde formamos a todas las palabras para que sean expertas en conceptos y conozcan las consecuencias, ya sean negativas o positivas, de las infinitas posibilidades de agrupaciones entre ellas. También he de comprobar que todas las palabras que se encuentran en Faro Vocabulario estén disponibles durante toda su jornada. Pues sepa usted, joven, que de vez en cuando les da por esconderse o por intentar salir al jardín, con el feo objetivo de eludir sus obligaciones...
-¡Qué me dice! -corté a doña Epífora para evitarme la repetición.
-Lo que sus órganos auditivos oyen. Les tengo dicho hasta la saciedad que sus decisiones tienen consecuencias para los habitantes de Realidad Diferente. Por ejemplo, joven, ¿le ha sucedido alguna vez que quiere decir una palabra y por más que lo intenta no le viene a la mente? Seguro que le ha pasado. Segurísimo que le ha pasado.
-Efectivamente, señora. Me ha ocurrido en varias ocasiones. En varias ocasiones me ha ocurrido, sí -contesté vengativo, reincidiéndome.
(Os pido disculpas, pero la naturaleza de las figuras literarias es la naturaleza de las figuras literarias. Ahora lo he repetido sin querer, palabra de honor).
-Ahí lo tiene, caballero. Mientras usted se devanaba los sesos por encontrar la palabra, lo más probable es que la desvergonzada estuviera escondida en el armario donde guardamos las frases hechas, o bien se encontrara columpiándose en el jardín, cual loca desinhibida. Las peores son los neologismos, se lo advierto. Están acabaditas de sacar del horno, como aquel que dice, ¡y se dan unos aires! Sepa usted que yo no me amilano. Les digo: “Bonitas, ni que fuerais vosotras el mismísimo Verbo.” Como ve, mantener el orden cosmológico del lenguaje es muy complicado. No crea que no, joven. No se crea que no... Bueno, le voy explicando. La planta baja está compuesta de aulas, como ya ha visto una ya ha visto todas. También disponemos de una sala para uso exclusivo de figuras y recursos. Lamento no poder mostrársela pero no se permite la entrada a personal no autorizado...
-No se preocupe -volví a cortar a doña Epífora-. Me la imagino cristalinamente.
-Luego tenemos el armario de las frases hechas que le he referido antes. Puede echar un vistazo si lo desea, o si no...
-Lo deseo fervientemente -frené a nuestra amiga, convertido ya en un experto en el arte de la interrupción.

Doña Epífora se dirigió a un armario empotrado enormemente alto. Al abrir la puerta pude contemplar a un florilegio de frases hechas, durmiendo plácidamente en colchonetas puestas en los estantes. No logré fijarme en todas, pues eran numerosísimas, pero recuerdo con nitidez algunas de ellas. Estaban ordenadas por orden alfabético. Pude ver mejor las correspondientes a la T. En cualquier caso, he aquí las que recuerdo: "Mala hierba nunca muere", "De lo que se come se cría", "No te arriendo las ganancias", "Pies, ¿para qué os quiero?", "El que lo huele debajo lo tiene", "Tiran más dos tetas que dos carretas", "Que cada palo aguante su vela", "Tú mismo con tu turismo", "Mírame y no me toques", "Tonterías las justas", "Vete a escardar cebollinos" y "Te lo juro por Snoopy”.
(Os lo juro y perjuro que allí estaba, por Snoopy si es menester. Y si miento, que la respetabilidad y el decoro que me caracterizan, se me escurran por el retrete, la próxima vez que me aposente en él).

Una vez cerrado el armario, doña Epífora se dirigió hacia un ascensor transparente que había en el centro de la planta baja.

-Cojamos el ascensor, joven. Para llegar a la última planta hay que subir once pisos. Nada más y nada menos que once pisos.
-¿Por qué guardan frases hechas en armarios? -pregunté, impactado todavía por lo que habían visto mis ojos.
-Porque nos resulta más efectivo. Tenga en cuenta que hay muchas frases hechas que se utilizan a menudo. Por lo tanto, decidimos escoger una palabra de cada generación para emplearla exclusivamente en el oficio de conceptualizar frases hechas. En cuanto a lo del armario, joven, eso es cosa de ellas. Prefieren pasarse el día tumbadas, y sólo renuncian a su letargo cuando se las necesita. Pues, como habrá podido comprobar, las palabras de una frase hecha conforman una sola criatura, y como la mayoría son largas, su altura las fatiga con poco que hagan. Con muy poquito que hagan.

Llegamos al último piso. Al salir del ascensor me impactó la panorámica que se avistaba desde la cúspide del Faro. Un círculo de montañas a modo de muralla bordeaba todo Villa Lenguaje.

-Aquí es donde suelen esconderse alguna que otra palabra espabiladilla que...
-¿No me diga? ¿Vienen aquí a esconderse?
-Eso mismo trato de decirle, joven. Aquí mismo fui testigo de un encontronazo entre dos palabras que me impresionó mucho, ya...
-¿Quiénes eran?
-Página y Libro. Sienten una animadversión irracional la una por la otra, cada vez...
-¿Página y Libro?
-Así es, joven. Nadie se lo explica. El caso es que en aquella ocasión tuve que soportar que se insultaran rastreramente, pues...
-¿Qué se dijeron?
-Se lo iba a explicar ahora pero como no para de cortarme.
(Es que en ese momento sentía una extraña simpatía por mi salud mental. Doña Epífora me podrá llamar tiquismiquis si quiere porque quise evitarle a mi sesera las oleadas de sus repeticiones).
-Resulta que Libro, en un arrebato de ira -prosiguió-, que yo no apruebo bajo ninguna circunstancia, dijo que le repugnaba estar al lado de Página porque ésta le recordaba a Pésima por...
-¿Y eso es un insulto? -pregunté sin captar la ofensa.
-Ya veo que no se ha cruzado con Pésima. Fue un insulto ruin. No es culpa de Pésima tener esa...esa... esa constitución tan....
-Ya entiendo. Y claro, Página se enfureció al verse comparada de forma que su imagen quedaba tan mal parada.
-Exactamente. Aparte de que Libro escogió deliberadamente compararla con Pésima porque es muy parecida ortográficamente a Página. Pero Página tampoco se quedó corta y dijo que no podía encontrar parecido más exacto que el de Libro con Limbo. Y ahí casi se desata la tragedia, pues Libro no esperaba un golpe tan bajo. Por todos es sabido que la pobre Limbo nunca se entera de nada y que no es muy envidiada por sus compañeras. Pues bien, Libro se sintió tan profundamente herida que escupió a Página, y ésta al ser más alta, poco tardó en agarrar a Libro de la “L”, para acto seguido estirarle con saña del punto de la “i”. Ahí ya tuve que intervenir yo, pues me había quedado como petrificada con tanta acritud, pero al ver que llegaban a las letras me interpuse entre ellas. Porque sepa usted que yo estoy acostumbrada a tratar con palabras, no con verduleras. En ese momento fue cuando Libro le echó una maldición a Página que...
-¿Una maldición? ¡Qué espanto!
-Pues si una maldición en sí misma le parece un espanto, espere a saber el contenido para sufrir un espasmo cerebral. Un completo espasmo cerebral.
-Dígame, dígame...
-Literalmente dijo:"A Verbo pongo por testigo que haré que toda la furia del Lenguaje recaiga sobre ti y sobre todos tus descendientes". Y acabó dirigiéndole varios epítetos que si mal no recuerdo expuso así: "¡Pánfila! ¡Pésima! ¡Pájara!" Tuve que coger a Página y llevármela a la planta baja porque se disponía a atizar a Libro de nuevo. Cuando bajábamos en el ascensor, Página me dijo:
-Le pido disculpas, doña Epífora, pero yo también soy de letra y léxico. No he podido resistir ponerme a su altura. Le reitero mis disculpas.

En ese momento, las palabras empezaron a salir de las aulas. Se dirigieron exaltadas al jardín.
Pude ver a muchas palabras en persona. Recuerdo especialmente a Revolución, que salió de su aula de la mano de Insurrección. ¡Qué adorables me parecieron! Sin embargo, doña Epífora, más tarde, me aconsejó que no sintiera ninguna simpatía por ellas, pues "son dos diablos con piel de palabra", pero yo no le di el menor crédito.
Me llamó la atención Pena, iba con la cabeza gacha intentando alcanzar a Alivio, la cual la ignoraba completamente."Siempre están igual", gruñó doña Epífora.
Pero las que más impacto me causaron fueron Jamás y Siempre. Andaban casi tocándose espalda con espalda, pero era evidente que no eran conscientes de ello. Doña Epífora me dijo que ninguna de las dos se daba cuenta de la existencia de la otra.

Una vez hubieron salido las palabras que debían de disfrutar de su recreo, doña Epífora me llamó diciendo:

-Salga usted también al Jardín Palabra, joven. Podrá observar con sus propios ojos la demencia que las caracteriza, en toda la extensión de la palabra, nunca mejor dicho. No le quepa duda, joven, no le quepa ninguna duda...

Villa Lenguaje III

CAPÍTULO III: REFUGIO DICCIONARIO

Llegué a Villa Lenguaje no sé ni cómo, pues doña Metáfora parecía preferir los atajos y los recovecos para llegar a los sitios. Sólo sabría decir que se encuentra al otro lado de Realidad Diferente, de lo que fácilmente se podría colegir que no tengo ni la más pajolera idea de dónde se encuentra. He de decir que desde mi llegada estuve todo el tiempo sin poder salir de mi asombro.

En primer lugar, doña Metáfora me invitó al refugio de todas las palabras, un edificio con forma de D al que llaman Refugio Diccionario.

Es donde todas las palabras descansan de su exhausto trabajo -empezó a explicarme-. Cada palabra tiene derecho a sus momentos de reposo, pues ellas también se fatigan de tanto significar, como es lógico. Hay ciertas personas en Realidad Diferente que nunca se han parado a valorar el agotamiento que le produce a cualquier palabra estar siendo reclamada continuamente. Cuanto más se sirve uno de una palabra, más se desgasta ésta. Necesita una renovación para vivir su significado de forma plena y dichosa. Algunas personas parecen tener cierta adicción a una determinada palabra, figúrese los exabruptos que una servidora tiene que escuchar por parte de estos candorosos vocablos contra sus tiranos, cosa que me resulta muy razonable.

-¿Y si alguien quiere utilizar esa palabra, estando ella en su momento de relajación? -pregunté presa de la curiosidad.
-Esa pregunta es muy elemental, joven. Pero no se lo tendré en cuenta. Existen generaciones de una misma palabra. Pongamos por caso a Canalla, que asiste a una de mis clases. Pues bien, la familia Canalla consta de numerosos integrantes que conforman varias generaciones. Para que siempre haya alguna Canalla disponible van haciendo rotaciones de turnos entre ellos. Bien es verdad que existen otras palabras que necesitan aún más integrantes, debido al requerimiento de que sean pronunciadas con mucha más asiduidad. Como le decía, al ser varios individuos los que representan una misma palabra se pueden ir turnando para garantizar la supervivencia de su concepto. Sin embargo, hay ocasiones, pero son inusuales, gracias a Verbo, en las que toda una familia de palabras, por numerosa que ésta sea, se ve acuciada por innumerables contratiempos, de forma que no pueden hacer frente a sus responsabilidades. En esos infrecuentes casos se hace cargo don Sinónimo, que inmediatamente envía otra palabra, la que más se asemeje al concepto que urge expresar. El lenguaje es inmensamente rico. En lo que concierne a nosotros, nunca se podrá demostrar que no ponemos todo nuestro afán para que nada quede sin ser verbalizado, si así tiene que ser. Es para lo que fuimos concebidos, joven.
-Me resulta muy comprensible, doña Metáfora -aseguré.
-¿Verdad que sí, joven? Pues la mayoría no lo comprende. No, no lo comprenden para nada. Le sorprendería saber lo que es capaz de hacer cualquier palabra si no les permiten desvestirse de su signo, o si no se les proporciona un espacio para dormir, evadidas de sus conceptos. Sus explosiones de ira son bombas de relojería estallando.
-¿Qué son capaces de hacer? -pregunté embelesado por lo que me contaba doña Metáfora.
-Recuerdo cierta ocasión, juvenil habitante de Realidad Diferente. Creo recordar que le ocurrió a Mío. Se hartó de no poder hallar reposo durante muchísimo tiempo. Don Sinónimo siempre cumple con su trabajo, pero bien es verdad que en muchas ocasiones va un poco atrasado, y las pobres palabras pueden pasarse un buen rato percibiendo que las llaman, lo cual es muy molesto mientras intentas descansar un rato.

(Esta confesión, amables lectores, lógicamente, no se la transmití a don Sinónimo. Nunca me ha complacido la provocación, amigos, sobre todo cuando ésta se efectúa contra quien parece que bien puede calcinarte el cerebro con un simple pensamiento. Llamadme espantadizo si os obsequia la gana).
-Pues bien -decía doña metáfora-, Mío explotó a causa de tanto requerimiento. Tomó una determinación desesperada. Decidió suicidarse tirándose desde la azotea de Refugio Diccionario. No fue ninguna broma, joven.
-Soy consciente de que tuvieron que sufrir mucho -lamenté.
-En efecto. Hubo que llamar a Optación, la figura literaria que se dedica a manifestar de una manera vehemente el deseo de lograr o de que suceda algo.
-¿Y qué aconteció? -inquirí sin poder ocultar mi fascinación.
-A Verbo gracias, Optación la convenció de que lo mejor que podía hacer era explicarle su situación a don Sinónimo y tratar de que éste intentara sacarla del atolladero.
-¿Cómo lo arregló?
-Curiosa criatura, ocurrió de la manera siguiente: don Sinónimo estuvo varias semanas centrando la mayor parte de su atención exclusivamente en mandar a una sinónima de Mío, cualquiera que estuviera a su alcance cuando la pobre extenuada era demandada. Y utilizaba siempre la misma sinónima, ya que los nativos de Realidad Diferente son seres proclives a los hábitos. De esta forma, Mío obtuvo algo de paz.
-Tuvieron que ser unas semanas de mucho ajetreo, pues esa palabra en concreto es utilizada continuamente -observé.
-Así fue, joven. Exactamente así fue. No se imagina usted las penurias por las que tuvo que atravesar nuestro adorado don Sinónimo. En esos momentos se le hubiera podido comparar con un basilisco sin faltar a la verdad, porque sus ojos emitían tamaña furia, que no eran ojos sino dagas de muerte súbita. Pero glorificado sea El Verbo porque todo volvió a la normalidad al poco tiempo.
-Venga por aquí, joven -me indicó doña Metáfora-. Le llevaré al Faro Vocabulario, donde todas las palabras que están disponibles esperan por si se requiere que sean pronunciadas. Acompáñeme, que tengo que dar una clase. Podrá ser espectador con la condición de que su presencia sea cual invisible fantasma.

Doña Metáfora me condujo al Faro Vocabulario, allí se impartían todas las clases. La seguí mientras se disponía a entrar en una de las aulas de la planta baja. La mitad de las palabras de Villa Lenguaje tenían clases por la mañana, y la otra mitad por la tarde.
Nada más introducirnos en el aula se acalló un murmullo ensordecedor. Doña Metáfora me indicó que me sentara en su asiento, pues ella siempre enseñaba de pie.
-Buenos días, mis pupilas -saludó doña Metáfora.
-Buenos días, doña Metáfora -corearon al unísono todas las palabras. No serían más de treinta. A bote pronto, pude ver que allí se encontraban: Pasos, Canalla, Silencio, Talismán y Para.
-Muy bien, señoritas. Retomaremos donde lo dejábamos ayer. Vamos a ver... ¿dónde lo dejamos ayer? -preguntó doña Metáfora. Parecía prisionera de la confusión.
-Celeridad y eficacia en el arte conceptual -respondieron varias palabras al mismo tiempo.
-Ah, sí. Gracias, queridas. Verbo os lo pague. A ver si al acabar la clase sus inteligencias siguen siendo inalcanzables cimas de montañas... ¡AGRUPACIÓN! -chilló de repente doña Metáfora con voz demoníaca. Al momento todas las palabras se levantaron de sus asientos. (Comprensivos lectores, todavía hoy me asombro de que a consecuencia de tal sobresalto, mi órgano cardíaco no sufriera perjuicios irreparables. Y diré más; si en este mismo momento, de la hoja de papel que soporta mis engendros de tinta surgiera una boca que intentara succionarme, la sorpresa no sería considerablemente mayor que la que les acabo de referir, amigos míos).
-Reproduzcan la siguiente frase: eran un hatajo de necias -continuó doña Metáfora. (Esta vez, para beneficio de mi salud, no utilizó su voz de Satanás).

Me maravillé al observar a un grupo de palabras que se apresuraban a llegar cuanto antes a la tarima donde se encontraba doña Metáfora como si les hubieran inoculado el virus de la velocidad, os lo aseguro. Inmediatamente después vi que doña Metáfora ponía cara de pocos amigos, temí que volviera su voz de Satanás. Me fijé en las palabras que se habían acercado. Allí estaban: eran atajo para necios. Doña Metáfora puso el grito en el cielo. (Esta vez tuve que darle la razón a la pobre mujer, pero tengo que decir que aunque apruebe el contenido, no significa que corrobore el continente).

-¡Pedazo de bestias! -aulló doña Metáfora- Para empezar, ¿dónde se ha metido Un?
-Los artículos indeterminados tenían clase de sustantivos -respondió Galaxia.
-Se hallan en algún lugar sustantivamente indeterminado -oí musitar a Silencio. Estúpida, su compañera de pupitre, casi se lastima al desternillarse de risa.
-Gracias, Galaxia. Es verdad, no me acordaba. Ayer me lo dijeron -contestó doña Metáfora, haciendo memoria.
-Disculpe, doña Metáfora -dijo Para-, yo he salido porque me he cambiado el turno con De, ya que las preposiciones tenemos examen de locuciones. Como a ella le tocaba hacerlo esta mañana yo la sustituyo ahora, y ella a mí esta tarde.
-Bueno, bueno. En ese caso no pasa nada, Para. ¿Y tú por qué has salido? -preguntó doña Metáfora dirigiéndose a Atajo- Es evidente que el sentido de la frase exigía a Hatajo con h.
-Yo le he dicho que tenía que salir ella -se excusó Atajo-, pero ha insistido en que no.
-¡Hatajo! Sal inmediatamente a la tarima -vociferó doña Metáfora.

Hatajo se levantó sin mucho ímpetu y se dirigió a la tarima como si le fueran a enviar, sin conmiseración alguna, a la guillotina.

-Lo siento, doña Metáfora -se disculpó la penitente-. Todo se ha debido a una confusión. Como las palabras que empezamos con h somos poco solicitadas, prácticamente me he acostumbrado a que nunca me toque salir. Es evidente que he errado.
-Déjeme decirle, Hatajo, que su argumento es una auténtica borricada. Jamás había oído semejante patochada. Si ésa es la excusa que usted va a esgrimir para justificar su error, sepa usted que en ningún caso me voy a hacer cargo. Mi entendimiento no alcanzaría mayor longitud que la de la pata de una mosca, señorita, si yo le resistiera tamañas gansadas. Y si alberga algún género de queja en cuanto a su participación en Villa Lenguaje, éste no es el foro más oportuno. Puede vomitarle sus excentricidades al S.V.O. (Son las siglas del Sindicato de Vocablos Obreros. Sí, como lo leen. Experimenté lo mismo que ustedes cuando me enteré, estupefacción absoluta).
-No tengo más que decirle -concluyó doña Metáfora.
-No tengo ningún motivo de queja, doña Metáfora -dijo Hatajo, cabizbajo-. No volverá a pasar.
-En eso confío. Volved todas a vuestros asientos. Bueno -continuó doña Metáfora-, ya que hoy no están los artículos indeterminados dejaremos las agrupaciones y repasaremos el tema de los anagramas. Me ha comentado Talismán que algunas estáis un poquito verdes.

Al decir esto doña Metáfora, todas las palabras volvieron la vista de inmediato hacia Talismán. (Lo que pude leer en esas miradas, no seré yo quien lo reproduzca, pues me temo que me vería obligado a proferir algún que otro improperio).

-Te voy a introducir el punto de la i y la tilde donde te quepan, Talismán -oí que mascullaba Canalla. Lamentablemente para Canalla, a doña Metáfora le llegó también la amenaza.
-Le he oído, Canalla. Deje de increpar groserías a su compañera y métase usted en sus asuntos -le dijo doña Metáfora-. Y ahora díganme lo que sepan sobre los anagramas.
-Un anagrama es una palabra o frase que resulta de la transposición de letras de otra palabra o frase -repuso Pasos.
-Excelente, Pasos. A continuación les diré una frase, será muy corta para que no me protesten, y ustedes tendrán que crear otra frase con las mismas letras que conformen la mía. A ver si les queda claro porque no tenemos todo el tiempo verbal de Villa Lenguaje. En fin...Creen un anagrama con la frase... Pasos estudia.

Repentinamente vi cómo todas las palabras que había en el aula hacían un círculo entre ellas. Comenzaron a cuchichear, y miraban de hito en hito a sus compañeras Pasos y Estudia, que habían salido a la tarima cuando oyeron que eran pronunciadas.
Pasado un rato, parecía que estaban satisfechas con su deliberación.

-¿Tienen algo, señoritas? -preguntó doña Metáfora.
-Sí, señora -contestó Canalla con una sonrisa que se hubiera podido pensar que era descendiente directo del Gato de Cheshire.
-Pues adelante entonces. Salgan a la tarima.

Y en un santiamén, dos palabras se unían a sus compañeras. Al lado de Pasos y Estudia, claramente pude leer: Estúpida sosa.

-Muy graciosas, Estúpida y Sosa. ¿Tenéis ganas hoy de copiar todo el contenido del Gran Sumo Diccionario? Porque si la respuesta es afirmativa disponéis de un lapicero aquí mismo -amenazó doña Metáfora enarbolando el lápiz-, y allá tenéis una abertura -dijo, señalando la puerta- hecha en la pared, que si la traspasáis, y a continuación giráis vuestros cuerpecitos a la derecha, os conducirá a una sala acondicionada expresamente para transcribir el citado libro, ocupación que tan ansiosamente reclamáis. No digo más.
-Nos disculpamos, doña Metáfora, pero es que no se nos ocurría otra cosa -argumentó Sosa.
-Por eso estamos repasando, tontaina. Hay que darle más uso a eso del raciocinar. Todas a sus pupitres, por favor. Ahora vamos a hacer lo mismo pero con una sola palabra. Y espero que dejéis la guasa a un lado. No estoy dispuesta...

Doña Metáfora fue interrumpida al abrirse la puerta del aula.

-Creo que me buscaba antes, ¿me buscaba, doña Metáfora? -preguntó doña Epífora, como supe después.
-Sí, doña Epífora, así es.

Doña Metáfora me condujo fuera del aula mientras les decía a sus pupilas que fueran haciendo anagramas de Amar hasta que ella volviera.
Una vez estuvimos los tres fuera del aula, doña Metáfora me presentó a doña Epífora, la figura literaria encargada de vigilar que el funcionamiento del Faro Vocabulario fuera el correcto. Es decir, exigir a las palabritas la más encomiable de las actitudes.

-Buenos días, doña Epífora -saludó doña Metáfora.
-Buenos días, buenos días -respondió doña Epífora.
-Aquí le traigo a un amable caballero oriundo de Realidad Diferente. Ha mostrado un destacable interés por conocer nuestras instalaciones de Villa Lenguaje -informó doña Metáfora-. Si no se encuentra usted muy atareada le ruego que le explique la labor que tan admirablemente realizan en el Faro.
-Faltaría más, doña Metáfora, será un honor instruir a este caballero, un completo honor instruir a este caballero.
(Para los lectores con oídos exigentes: la reiteración no se debe a mi pluma).

Doña Metáfora me dirigió una de las miradas más luminosas que me han dedicado en toda mi vida.

-No se preocupe, joven. Percibo su confusión, querido. En sus ojipláticas cuencas oculares veo lo que se está preguntando -me dijo doña Metáfora con un gesto divertidísimo en el rostro-. El trabajo de doña Epífora no sólo consiste en dirigir Faro Vocabulario, sino que su labor también es enseñar a las palabras a repetirse al cierre de un párrafo, bien sea en solitario o en grupo. Y ahora me voy, joven. Es la hora de dar mi clase magistral.
-Muchas gracias, doña Metáfora, por su ensalzable amabilidad. Admiro colosalmente su eficacia en su tarea y su preocupación por todas las palabras. Pero no olvide descansar usted también.
-Verbo le oiga, atento caballero. Pero mucho me temo que mi presencia es un planeta que nunca ceja en su girar. Espero que volvamos a tener la ocasión de bucearnos las miradas, joven.
(Juro por mi honorabilidad que esto no lo dijo con intención extraña. Si pensáis lo contrario, permitidme deciros que, sin duda, estáis empachados de voluptuosidad, y ni la más pura de las expiaciones os podrá salvar).

Villa Lenguaje II

CAPÍTULO II: COSTA SÍMBOLO

Tengo que reconocer que la insólita experiencia con don Antónimo me llevó a vivir una aventura inolvidable. Ocurrió no mucho tiempo después. Me dirigía a Isla Tiempo cuando me sorprendí tomando un trayecto diferente al habitual, encaminándome hacia Costa Símbolo en lugar de dirigirme hacia Orilla Nueva, que es por donde solía ir para llegar a Isla Tiempo.

Y allí en Costa Símbolo estaba ella, sentada a la orilla del río. Tuve exactamente la misma necesidad de acercarme que la que experimenté con don Antónimo.

-Buenas tardes, señora -dije, un poco dubitativo.
-Muy favorecedores atardeceres, joven -respondió doña Metáfora, pues no era otra.
-Le va a parecer curioso, pero he sentido la necesidad de acercarme a usted. No hace mucho que tuve el placer de conocer a un hombre, y aquí está lo curioso, el mismo deseo imperioso de acercarme a él me acaba de invadir ahora mismo con usted.
-¿Cómo nombraban a ese hombre? -preguntó sonriente doña Metáfora.
-Don Antónimo -respondí-. Según me dijo.
-Conque se trataba de el veterano don Antónimo, ¿eh?
-¿Lo conoce usted? -pregunté, asombradísimo.
-No albergue vacilaciones, joven. Es un gran recurso, sin duda alguna. Su aportación en Villa Lenguaje es inestimable. Pero la clave está ahí, joven -continuó doña Metáfora-, en ese impulso que me describía usted. Esto es debido, seguramente, a que los habitantes de Villa Lenguaje no solemos visitar con mucha frecuencia Realidad Diferente. Es por ello que algunas personas reparan en nuestra presencia atraídas por la curiosidad que les inspiramos. Pero disculpe, joven, que aún no me he presentado, soy doña Metáfora, la famosa figura literaria.
-Mucho gusto, señora. ¿Y a qué se dedica usted en Villa Lenguaje, si me permite la indiscreción?
-No es indiscreción, joven. Sus ojos son perlas que reflejan el lago de la curiosidad, muy gustosamente le informaré. De ese modo tendré compañía mientras espero a mi hermana, doña Alegoría. Pues verá usted, principalmente me ocupo de las locas cabecitas de los adjetivos y de los nombres, les enseño a agruparse como es debido para llegar a ser grandes figuras.
-¿Y cómo lo hace? -espeté, con curiosidad.
-Pues no me resulta fácil, pipiolo. El otro día, sin ir más lejos, me vi obligada a volver a advertirles que no se estaban centrando lo suficiente en sus propios intereses. Verá usted, les digo:"Señoritas, para llegar a ser ilustres adjetivos, o quién sabe, quizá llegar a ser una figura literaria respetable, no pueden dedicar su tiempo a envidiarse unas a otras ni a mantener relaciones que no sean las establecidas en las reglas de Villa Lenguaje". Continuamente les estoy recordando la grave amenaza que les acecha, porque, mire usted, a las palabras también les acecha la muerte, excepto si llegan a ser una célebre figura literaria, como es mi caso. Pero, de cualquier modo, siempre hay riesgo de que algunas palabras mueran. Por esa razón, si es necesario, prevengo a Feo para que no envidie a Bella, y a Bella para que no humille a Feo. ¿Sabe lo que les digo, joven?
(No, querida. Ni aunque me concedieran un millón de años alcanzaría a dilucidarlo).
"Cultiven su mente como si fuera su único alimento, cuiden de su espíritu cual joya antigua, señoritas, pues el cuerpo se les ha de quedar aquí a todas, a menos que lleguen a ser grandes recursos, o cuanto menos, que sean útiles en su tarea de significación.
-Encuentro muy lógico todo lo que les dice -observé.
-Claro que sí, jovial individuo, claro que sí. Estará usted de acuerdo conmigo en que no hay nada más delicioso que saborear una palabra de la que no conocías su existencia, y más tarde comprobar, con el paso del tiempo, que se le ha agarrado a uno al alma, que retrata perfectamente algo que uno necesitaba definir. Es asombroso lo que una sola palabra puede influir en nuestro futuro. Considero que es difícil no percatarse de eso.
-Yo me atrevería a decir que es geométricamente imposible no darse cuenta -exageré un tanto. Estaba casi boquiabierto escuchando lo que me contaba, y mi mayor deseo era seguir escuchándola.
-Así es. De hecho, cuando noto que a alguna palabra le está venciendo el desánimo y percibo que va perdiendo la motivación, le hablo para que recuerde que pase lo que pase, siempre le quedará la posibilidad de conocer a una palabra nueva.
-A las palabras siempre les quedarán las palabras -sentencié en actitud solemne.
-Lo ha resumido usted a la perfección. Tendría que verlas cuando conocen una palabra nueva, se entusiasman enormemente. No podría imaginarse usted el revuelo que se forma cuando llega un neologismo. Recuerdo a Babosería cuando vino por primera vez a Villa Lenguaje.
-¿Babosería? Jamás había oído tal vocablo -confesé.
-Es que es un neologismo bastante joven, de la generación del 2001, si mal no recuerdo. La mayoría de los neologismos que se incorporaron a Villa Lenguaje en 2001 proceden de otros países. Pues bien, Babosería proviene de Puerto Rico, y significa: Habladuría sin sustancia. Estoy segura de que le hubiera impresionado ver a todas las palabras revolucionadas alrededor de la pobre Babosería, que estaba completamente confundida por tanta simpatía repentina. Pues bien, al poco tiempo ya estaban de Babosería hasta el mismísimo significado. ¡Ah, querido! Para las palabras la novedad es pócima en sus entrañas. ¡Oh! Y cuando llegó Desguabilado, ¡ja, ja, ja! Le juraron amor eterno, prácticamente. Muchas de las que en su día le alababan hasta la inicial, hoy la critican a sus espaldas llamándola desharrapada.
-¿Por qué razón?
-Joven, usted cada vez que habla retrata más claramente su ignorancia.
(Desde luego es un auténtico misterio de dónde me vino tanta tolerancia y benevolencia).
-La llaman así -continuó- porque Desguabilado tiene la tarea en Honduras de significar desarreglado o mal vestido.
-Ah, ya entiendo. O sea que cuando llega un neologismo se vuelven locas de contentas y al poco tiempo ya están poniendo de vuelta y media las naturalezas físicas o significantes de sus compañeras -resumí orgullosamente.
-No siempre. Hay casos eventuales en los que no son bien recibidas por sus compañeras. Le sucedió, sin ir más lejos, a Uñudo.
-¿Uñudo?
-Uñudo. Significa: diablo, príncipe de los ángeles rebelados. Vino de Nicaragua.
-Teniendo que representar ese concepto, no me extraña que sus compañeras mostraran algún reparo o reticencia -reconocí.
-Pues actualmente es una de las palabras más populares de Villa Lenguaje. Todas disfrutan a rabiar con su humor negro y sus demoníacas ocurrencias.
-Vaya. Nunca me lo hubiera figurado.
-Tampoco fue un momento agradable el que vivimos cuando vino Enturcado. En cuanto se vio rodeada por vocablos con rostros curiosos, haciendo honor a su significado, que no es otro que encolerizado, se puede hacer una idea del barullo que causó.
-Pobrecita -lamenté-. Pero ahora seguro que todas la adoran.
-Para nada. Suele rodearse solamente de su clan sinónimo, pues nadie más la soporta. Y luego está el caso del neologismo que llega y se encuentra con el rechazo y con una profunda hostilidad por parte de alguna hermana sinónima. A la última que le pasó fue a Llorisquear.
-¿Llorisquear? Es casi idéntico a Lloriquear, ¿no? -resalté.
-Ése fue, básicamente, el reproche que aducía Lloriquear. Al principio se sintió muy poco valorada, no comprendió por qué tenía que venir una palabra de Uruguay tan sumamente parecida a ella para significar lo mismo. Se quedó bastante perpleja, pero así es la vida en Villa Lenguaje.
-Bueno, supongo que con tener un trato cordial y educado basta. No tienen por qué crear un lazo especial entre ellas -opiné.
-Supone erróneamente. Ahora son inseparables -zanjó doña Metáfora.
(Empezaba a sospechar que el mayor hobby de doña Metáfora era discrepar a diestro y siniestro. Es decir, lo que se considera hoy en día un Homo Disentus, o en este caso sería más acertado llamarlo Literarium Figuru Disentus. Un espécimen bastante usual en nuestros tiempos).
-Bueno, joven -prosiguió doña Metáfora-, ya que su interés es pozo sin fondo y que la formalidad de mi hermana doña Alegoría es voz que nunca responde, ¿querría usted visitar nuestras instalaciones en Villa Lenguaje? Le advierto, muchacho, que son cual divinos palacios. Puedo presumir de tener ciertas influencias en las altas esferas. Así que, no creo que me pongan impedimentos para mostrarle el recinto, con la condición de que no entable conversación con ninguna palabra. Aún así, tenga usted en cuenta que le ofrezco la posibilidad, en ningún caso nada despreciable, de tratar, nada más y nada menos que a las figuras de más alto renombre, como son el ilustre don Epíteto o la insigne doña Epífora, por no mencionar a mi hermana doña Alegoría, aunque creo que si usted tiene la suerte de verla será una auténtica alegoría del milagro.
-No me diga más, doña Metáfora. Bajo ningún concepto denegaría el ofrecimiento que tan amablemente me hace, arriesgándome con ello a desperdiciar tamaña oportunidad. (Queridos lectores, imploro que no me injuriéis, os reto a que me mostréis al jabato que le dijera lo contrario).