miércoles, 4 de septiembre de 2013

Poema vivo



El poema es el orbe y yo soy la rosa extrañando al Principito.

Lo encontré en el bosque de cerezos. Me lo trajo envuelto en lluvia el cerezal que nos consolaba los sueños rotos, que nos lamía las heridas producidas por la jaula y nos limpiaba de rastrojos. 
Era un poema. Y estaba vivo. Me miró fijamente a los ojos, yo le devolví la mirada hipnotizado. Tuve la valentía de ser un cobarde y le entregué mi vida a su raza.

Por eso, si me encuentras explorando un poema, abrazado a la sombra de un cerezo, no me despiertes.
Si, tras una lluvia de flores, ves cómo sus versos tejen en mis ojos una bruma soñadora, no me despiertes. Estoy soñando la vigilia muy consciente.

El cielo púrpura llora poemas en el bosque de cerezos.
Estoy encarnando el cuerpo de uno de ellos para anidar mi alma, arropándome con su vaivén de letras y respirando mi desaliento.
Apoyado en un poema solitario, anudándome a él, escucho la melodía ancestral de este cerezo. Sólo cuando me acompaña un árbol no temo nada.
Me gusta hundirme en sus raíces para alcanzar las soterradas semillas de esta atmósfera celeste.
Versos, raíces, hojas y ramas… Con los versos veo, con las ramas oigo, con las hojas hablo, con las raíces trepo.

¿Sueño que un poema me abraza o me está soñando su carne de versos? ¿Existe este estuche de huesos que está leyendo un poema, o soy una hoja de hierba chiquita en su paisaje de sentimientos, concentrada únicamente en reflejar su mirada?
Dentro de la vida, sólo habita el poema. Dentro del poema, muy adentro, se desata la poesía renaciendo, reviviéndose, borracha de tanta sed. La vida es Dios y el Poema su profeta.
Late trastornado mi corazón cuando camino de la mano de un poema. ¿Quién le transfiere el latido a quién? Él existe sin condenar su existencia. Yo escupo todo y sólo me saben bien sus palabras. ¿Quién es más real?

Junto al poema, cesa la vida muerta de tejer su burbuja de espanto, interrumpe el viento del vacío su soplido. Se volatilizan las afiladas nadas del camino superpoblado, vomitivamente angosto.
Algún día moraré a la sombra de este cerezo. Algún día me quedaré sorda del mundo y sólo entenderé el lenguaje mudo de un soneto.
Algún día seré el ramaje del poema y me crecerán versos que se extenderán hasta más allá de este entramado terrestre.

Si vuelves al cerezal y ves que de un cerezo brota una nube de palabras, semejante a un torbellino de humo, siéntate junto a él muy quedamente. La bruma de palabras te absorberá y sabrás lo que es ser un verso.
Por eso, si navego las venas del poema, si respiro su oxígeno, no me despiertes. No estoy durmiendo. Estoy más lúcido que nunca. Es sólo que me cegó la ceguera y ahora son mis ojos el poema.

El poema, desnudo, es la puerta sagrada. Sale de la nada y se dirige a la nada. Entre medias, va su incitador vendaval conquistando almas.

viernes, 9 de agosto de 2013

Microrrelato



Abandono la sombra.
Soy minúsculo como una semilla, nebuloso como una idea indefinida. Poco a poco voy gestándome, hilvanándome, convirtiéndome en mí mismo. Noto el latido de mi diminuto y frágil corazón, siento el magnetismo vital de mis pequeños miembros mientras van modelándose. ¿Obedecen el mandato de un ente superior? Ya tengo la mitad de mi cuerpo materializado, la otra mitad empieza a componerse, desprendiéndose de la negra nada, afianzando mi existencia. El hálito de la creación insufla una última bocanada de vida, necesaria para que respire por mí mismo. La eclosión se halla cerca, muy cerca. Y aquí estoy.

La importancia de nirvanizarse

Un joven extranjero paseaba por la blanca arena de una playa española, bajo
un sol justiciero, cuando dos muchachitas, repantigadas en sendas toallas,
llamaron su atención. Las jóvenes le habían dirigido tal derroche de sonrisas, a
cual de ellas mas irresistible, que no pudo evitar acercarse.
¿Hola? ─saludo.
Hola ─respondieron ellas al unisono rebosando simpatía.
¿Hablas español? ─pregunto una de ellas, con melena morena y ojos
aguamarina.
─“Unos poquitos” ─respondió el incauto, sentándose junto a ellas.
.De donde eres?
England. “.Y tu de donde ser?”
Yo soy de Venus, estrella de la tarde ─dijo la morena.
Yo soy de Eridanus, cerca de Taurus ─imito la otra, de cabello castaño con atigrados y
despiertos ojos marrones.
─“No conocer esos pueblos aún” ─lamentó─. “Llevar en España un poquito”.
Las dos chicas prorrumpieron en carcajadas.
─“¿Vosotros reír de mi spanish, verdad?” ─preguntó, riéndose a su vez─. “Me
da vergonza”.
Que no te de vergüenza, tonto. Ademas, no nos reíamos de tu español, lo
hablas muy requetebién ─aseguro la de mirada atigrada.
¡Oh! “Muchos gracias”. “¿Como llamar vosotros?”
Yo me llamo Luna Mágica, pero puedes llamarme Lu ─dijo la poseedora de los
ojos aguamarina.
Yo soy Resplandor Matutino, pero llámame Re ─contestó la otra muchachita.
Oh, “que nombres muy raros”.
Son nuestros nombres de alma ─respondió Luna Mágica─. Si quieres te
podemos buscar el tuyo ─se ofreció, solicita.
─“Yo no tener de eso”.
¡Qué tonto, todo el mundo lo tiene! No te preocupes. Ahora mismo me
sumerjo en tus ojos y te lo digo.
Oh, “esta bueno” ─accedió el ingles.
Luna Mágica se acerco nariz con nariz al pobre extranjero y estuvo sus seis
minutos de reloj mirándole a los ojos.
Ya está, te lo he encontrado. Tu nombre es Flecha Encorvada ─anunció
exultante.
─“¿Que significar encorvada?”
No lo sabemos ─respondió Resplandor Matutino sorprendida por la
pregunta─. Puede significar muchas cosas. El universo de los demás es super
impenetrable. Tendrás que descubrirlo tu. Pero dinos, Flecha, ¿qué te parece
España?
Incredible. Muy sensual ─definió.
¿Cómo? No, no, no. De ninguna manera. Los españoles ya no somos así, ya
hemos superado esa etapa. Ahora estamos toditos todos conectados con
nuestro yo interior. España ha iniciado su camino hacia el nirvana, pronto
tendrá ya su karma liberado y todos sus chakras armonizados.
─“Yo no entender” ─reconoció el chaval.
¡Qué tonto! Pues si es muy fácil… Significa que nos hemos divinizado,
vamos. Que ahora nos preocupamos por si los chakras giran correctamente y
procuramos darle una patada en el culo al karma varias veces al día ─soltó
Resplandor.
Si ─corroboro Luna─. Y también por meditar trascendentalmente. Es super
importante nirvanizarse ─añadió.
─“¿Y como hacer vosotros todo eso?”
Bueno… Nos ayuda nuestro gurú ─reconoció Resplandor.
¡Wow! “Vosotros tener gurú” ─exclamó asombrado─. “¿Como llamar gurú?”
Halcón Garra Penetrante ─respondieron ambas muy orgullosas.
Oh, “es nombre muy bonito. Gustar mas que mio”.
No, no ─le censuró Luna Mágica─. Eso no lo puedes decir, porque el universo
entenderá que no te amas y entonces no te amara el. El universo es un espejo
que refleja tu mundo.
─ “Yo entender nada”.
¡Ah! Nosotras también. Comprender la nada es esencial para tener los
chakras armonizados ─apuntó Resplandor.
Re, creo que Fle se refería a que no ha entendido nada de lo que le he dicho
del universo ─tradujo Luna a Resplandor.
Sí ─corroboró Flecha Encorvada, un poco mareado ya.
¡Qué tonto! ─exclamó Resplandor soltando unas risitas─. Si es muy fácil, Fle,
solo tienes que cuidar tu chi.
Ah, “ya comprender” ─dijo él sin comprender nada─. Y “¿que estar haciendo
aquí?” ─cambio de tema, evitando un posible derrame cerebral fulminante.
Oh, estamos esperando a Halcón Garra Penetrante ─respondió Luna Mágica.
¡Wow! “¿Venir el?”
No, vamos nosotras en su busca. Nos ha dicho que esperemos la señal.
¿Qué señal?
Cuando la gaviota cruce la tercera nube del atardecer nos sumergiremos en
el mar y bucearemos hasta encontrarnos con un pez verde y amarillo, que nos
guiara hasta la cueva de los cristales sumergidos.
¿Whaaaaat? “¿Y donde estar sus cylinders de oxigeno?” ─les preguntó
contrariado.
No las necesitamos ─respondió Resplandor, muy tranquila─. Halcón Garra
Penetrante nos dijo que antes de sumergirnos invocáramos a la diosa oceánica
para que ella nos insuflara el oxigeno.
No, no, “no poder ser, no poder hacer eso”.
Por supuesto que podemos. Mira ─señaló hacia el cielo─, ahí esta la señal,
ya viene la gaviota. ¿La ves, Lu?
Sí, esta a punto de atravesar la tercera nube ─respondió esta,
emocionadísima.
─“Yo ver nada” ─dijo Flecha, recorriendo todo el cielo con la mirada.
Claro, Halcón Garra Penetrante nos dijo que solo la veríamos nosotras.
Vamos Lu ─dijo Resplandor, levantándose y agarrando de la mano a su amiga.
No, no, no, oh fucking God. “¡No meter vosotros en el agua!” “!No meter
vosotros en el agua!” ─chilló como loco el inglés.
Sin embargo, para colmo de su estupefacción, las vio correr hacia el mar
agarradas de la mano sin que hicieran el menor caso a sus gritos. Al
contemplar como se sumergían se llevó las manos a la cabeza, no podía
pensar debido a tan rocambolesca situación. Pasados unos segundos, nuestro
héroe reaccionó y buscó su móvil con manos temblorosas para llamar a
emergencias. Pero sus dedos parecían resueltos a ejecutar al completo el baile
de San Vito.
¡Holy fucking God! ─estalló, tras caérsele el móvil a la arena.
Una vez hubo recogido el teléfono, lo agarró con fuerza y ya se disponía a
marcar cuando vio salir dos cabezas a la superficie.
¡Flecha Encorvada! ─chilló, risueña, Luna Mágica─ ¡Era una broma!
¡Pobrecito! Se lo ha creído ─exclamó, muerta de risa, Resplandor─ ¡No te
enfades, Fle! ¡Tienes que nirvanizarte! ¡Haz el Om con nosotras! Om, om, om
recitó muy seria, poniendo los brazos en posición meditativa.
¡Eso, eso! ─dijo entusiasmada Luna Mágica, imitando la posición de su
amiga─. ¡No te vayas, Fle! ¿No quieres hacer el tantra con nosotras?
¡Bitches! ¡Mad girls! ─aulló él como respuesta, con la cara descompuesta
aún─ ¡Spanish bastards! ─se le oyó decir mientras se alejaba, dando patadas
en la nívea arena.

lunes, 1 de julio de 2013

El sueño de una noche de verano




Soy amante de un espectro.
Las ánimas franquean la barrera del mundo haciéndome guiños de ojos, rozando sus mejillas con la mía, lanzando sobre mí suspiros de añoranza. Tras el espejo de agua sólo soy un sonámbulo del mundo mirándose a través de ojos antiguos, pero comprendo que me llaman. Ella no me olvida. La muerte aún me recuerda.

Llevo una nostalgia acuchillada en el alma desde aquel verano en el que me atreví a soñarla con los ojos abiertos. Duele. Gotea escarcha melancólica cada noche de verano. Afiladas estalactitas de huesos se afanan en seccionar los brotes de esperanza.
Si me adentrara en tu ancestral abrazo oceánico, padre, todo esto acabaría…Pero no me dejan. No me dejo.

Nado noches de verano buscándola, lleno de invierno, rememorando aquella primera noche de sueños despiertos. Sólo soy un don nadie que grita sus espasmos atragantados, un vagabundo en el mercado de la vida, un buscador de inútil intangibilidad. Sólo tengo un viento gélido mordisqueándome el corazón en llamas. Todos oyen, nadie escucha. Escuece el vacío. Nadie puede salvar a nadie.
Arde aquella hoguera de ojos conmiserativos, miradas translúcidas de prejuicios me queman las heridas. Duele.  ¿Por qué no lo entienden?
Mi vida lleva una sombra cosida a su garganta. Y su asfixia me da vértigo.
Tengo miedo de atisbar la inmensidad desde el talud de mis delirios.

Nado noches de verano desde aquella noche en que rocé sus labios, ese abismo de pétalos rojo carmesí. No me dejaron más. Se escabulló la última libertad.
Ella me llama a escondidas, insistentemente, con el silbido del oleaje marino. Me acerco a la orilla, atado de ojos y oídos a él. Los rayos del sol, estrellados en el firmamento de su vientre de agua, me susurran a gritos que responda a su llamada. “¿Por qué tardas tanto, hijo mío?”
“Padre, yo la oigo, la recuerdo, pero no me dejan encontrarme con ella. Los espíritus de la vida me mantienen sujeto, me tironean”.

Sueño con su silueta surcando la niebla de esta noche de verano.
Me desterraron de su mirada, me extrajeron el mar. Duele. Ahora nadie me deja acercarme a él. Porque el mar es la cueva que lleva al origen. El mar es un precipicio al que no dejan acercarse a los locos.
¿Acaso temen ver los sueños destrozados, hechos añicos, desparramados sus lazos? ¿Y cómo habrían de romperse, si se sabe que los sueños se esparcen en virutas hacia el cielo desprendiendo sobre nosotros su quijotesca lluvia? La tierra árida de nuestros ancestros sacia así su sed de sueños. Y, sin embargo, no me dejan. No me dejo.

Mordazas, naufragios en el alma… cada noche de verano… Ruge el mar buscándome, ella me llama. Y yo atado a la nada. Duele.

Amanece. Hoy todos los que me vigilan duermen.
Cada paso, cada huella me llevan a él. Me abrazan sus olas de espuma plateadas por la luna. Me sumerjo, me rindo a los cantos de las ondinas. Voy en su busca, hacia ella, que me llama con mi verdadero nombre. Revivo. Me susurra a voces bellos recuerdos con la blanca bruma de su gorjeo. Antes de cruzar al otro lado del mundo veo el universo entero, reflejado en su mirada acuática.
El fondo del mar es una ventana desde la que escribo, enraizado en la arena. Sin puñal de silencio, sin veneno de voces.
He sobrevivido a la vida.

Aquí estoy, padre, mecido por tus mareas, durmiendo el sueño de la muerte en esta ensenada de algas.

martes, 25 de junio de 2013

El hombre de la camisa blanca


Abrió los ojos, comenzó a oler aromas marinos y a escuchar gemidos. Un frío fulminante le recorrió todo el cuerpo. El sol, saliendo tímidamente, anunciaba con la luminosidad de sus rayos el fin de la tempestad. Contempló, estupefacto, cómo se teñía el cielo de cálidos tonos naranjas, amarillos y malvas.
Aún rugía el mar dando sus últimos coletazos de bravuconería, acechando a los siete náufragos que, calados de frío hasta los huesos y completamente exhaustos, luchaban por salvar su vida, aferrados a los restos del barco. Habían sobrevivido a la novena ola, la más devastadora y terrible de las olas en una tormenta, según la leyenda marinera.
Se vio junto a ellos en esa improvisada balsa, creada y mecida por el destino. Su cuerpo no le respondía, aterido por el lacerante frío. Su mente, también congelada por la impresión, estaba en blanco por completo. Una sensación tremendamente inquietante se apoderó de él. Era un intruso, un intruso que no sabía cómo salir de allí. Vio a uno de los náufragos, algo apartado del resto, con medio cuerpo dentro del agua y presa del cansancio, que gemía al verse a punto de ser tragado por el mar. Consiguió deshacerse del entumecimiento físico y mental que se había apoderado de él y asió al hombre con todas sus fuerzas, asegurándose de que se mantuviera sujeto a uno de los maderos. El resto de marineros no hubieran podido auxiliarlo, se encontraban completamente derrotados por el esfuerzo realizado durante el naufragio. Ni siquiera habían articulado palabra al verlo a él materializarse de repente, traumatizados como estaban por la catástrofe que acababan de sufrir. Lo único que hacían era agarrarse con sus pocas fuerzas a los maderos y mirarle con ojos desorbitados, sin poder creer lo que veían.
─¿Quién es este y cómo ha llegado hasta aquí? ─decían los gestos de sus caras.
Ni siquiera él lo sabía.
Cuando al fin volvió a la realidad vio que estaba tumbado en el suelo de su estudio. Sus ropas aún despedían olor a mar, los dientes le castañeteaban, su cuerpo temblaba de la cabeza a los pies. No podía creer lo que le acababa de pasar.
¡Acababa de salir del cuadro que estaba pintando!
Cesó el temblor. Intentó incorporarse pero se tuvo que volver a acostar, el mareo era considerable. Lo último que recordaba antes de aparecer en el cuadro era estar pintando su versión de La novena ola.
Cuando se recuperó, salió del estudio y no volvió hasta pasadas varias semanas. Lo que había vivido le había asustado de verdad, sentía un temor atávico a que volviera a suceder. Pensó con estupor que tendría que dejar de pintar. Y eso lo llenó de pena.
Pero los lienzos le llamaban una y otra vez, eran testarudos y tercos como mulas. No pudo resistirse y retornó al estudio. Entró con reparos, como si lo habitasen presencias malignas dispuestas a hacerle perder el juicio. Se sentó en el sillón que solía utilizar para relajarse y conjurar a la inspiración. Cerró los ojos, respiró profundamente, se convenció de que una cosa así era imposible que le volviera a pasar. Y entonces, como un resorte, se levantó y se dispuso a dar las últimas pinceladas a un cuadro que tenía por terminar.

Aparece ante él un fulgor carmesí, sus oídos le retumban.
Un grito aterrador y lacerante le atraviesa de repente, transmisor de una angustia roja y amarilla que despide lenguas de fuego. Percibe también esa angustia reflejada en el cielo, que inflama y ciega sus ojos. Nubes flameantes corren a su encuentro.
Una vez sus ojos se acostumbran a ese fulgor, tímida y lentamente, logra acercarse a la fuente del salvaje aullido.
─Hola, disculpa que te moleste, ¿podrías dejar de gritar por unos minutos?
─No, es imposible.
─Es que, verás, vengo de muy lejos, no sé cómo volver a casa y tu grito no me deja concentrarme.
─Lo siento, no puedo evitarlo. Yo soy así. Vete a otro cuadro.
─Créeme, lo haría si pudiera.
─¿Tienes algo en contra de los que vivimos en cuadros como este?
─¿A qué te refieres?
─¿Eres un fanático talibán de lo abstracto como los otros?
─¿Qué otros? ¿Es que no soy el único que se ha perdido por aquí?
─No, no eres singular. Si has venido a llamarme monigote andante de la desesperación, ya se te han adelantado unos cuantos.
─No, descuida. Sólo quiero salir de aquí.
─Prueba con la puerta.
─¿Qué puerta?
─La que hay tras la barandilla, más allá del abismo azul.
Saltó, confiando en El Grito, y otra vez apareció en el suelo del estudio. Un hilillo de sangre resbalaba de su oído derecho.
Cuando se recuperó del todo y se sintió medianamente bien salió corriendo de allí. No volvió a pintar ni un solo trazo más en su vida.

─¿Cómo se te ha ocurrido esa absurda historia, muchacho?
─No es invención mía. Me la contó mi abuelo, maestro.
─Comprendo. El alzheimer le hacía decir locuras.
─No fue el alzheimer, maestro, me la contó antes de caer enfermo. Todo lo que le he contado le pasó a él. Y yo tengo pensado continuar con sus expediciones. Ya he hecho dos pequeñas incursiones.
─Sí, claro. Y a mí que no se me olvide desenterrar a Alejandro Magno. Encontré su tumba la semana pasada.
─Le hablo en serio, maestro. ¿Se acuerda de la reproducción que me recomendó que hiciera del café por la noche de Van Gogh?
─Sí, muchacho.
─Me introduje en él.
─¿Que te metiste en un cuadro de Van Gogh, dices?
─Sí. Bueno, me metí en mi copia. La clave está en los pinceles de mi abuelo. Lo he comprobado, maestro. El otro día los encontré en el desván, tracé unas pinceladas sin sentido, sólo para sostener los mismos pinceles con los que pintó él. Después me puse a pintar el último cuadro en el que estaba trabajando. Y una vez lo hube terminado, entonces ocurrió, de los pinceles empezaron a surgir chispas de todos los colores. ¡Percibí la inmersión en el lienzo, maestro! Noté como si mis miembros fueran introducidos en un pequeño cubículo, sentí cómo cada célula de mi cuerpo se unía a las pinceladas y cómo mi ADN se metamorfoseaba en miles de huellas pictóricas.
─¿De verdad esperas que me crea todo eso, chaval?
─No. Pero me gustaría contárselo igualmente, maestro.
­─De acuerdo, hijo. Adelante.
El fondo estrellado capturaba mi mirada, los colores de la terraza me llamaban con insistencia. Me acomodé en una de las sillas vacías, pedí al camarero un café solo. ¡Qué sabor! Jamás he probado un café igual. De pronto se me acerca un hombre. Viste con un traje negro y camina algo encorvado.
─Perdone, joven, esa silla es mía.
─¿Cómo dice?
─Lo sabe todo el mundo. Levántese, esa silla es mía ─repite con insistencia.
─Mire usted, este cuadro lo he pintado yo ─le digo, envalentonado─, así que me levantaré cuando quiera.
─¿Cómo ha dicho?
─Lo que oye. Este cuadro es mío y haré lo que me dé la gana.
─No sé a qué se refiere. Pero si sigue comportándose como un loco le advierto que llamaré a la gendarmería.
─¿Un loco, dice? No, se equivoca usted. Desgraciadamente, todavía no he alcanzado ese grado de maestría. Si quiere conocer a un loco de verdad pregunte por Van Gogh.
─¿Por quién?
─Van Gogh, Vincent Van Gogh. Vive por aquí.
─No sé de quién me habla. Pero ya me está haciendo perder los estribos. Haga el favor de levantarse.
─No me da la real gana.
Entonces, maestro, se quita el sombrero y se sienta a mi lado.
─Está bien, no se altere ─me dice─. Hábleme de ese loco, Vincent.
─¿Está seguro? La historia puede parecerle rocambolesca.
─No se preocupe, sólo es una historia de un loco.
─Otra vez está usted muy equivocado. No es sólo una historia de un loco. Es más, no voy a andarme con rodeos. Le diré sin preámbulos que usted vive en un cuadro que es una burda copia comparado con el que él pintó.
─No diga estupideces, por favor. Es lo único que le voy a pedir. ¿Cómo me ha llamado? ─preguntó, reflexionando─. ¿Burda copia, ha dicho?
─En efecto, eso mismo.
El hombre del traje negro se levantó, me cogió de las solapas, y ya veía venir un buen derechazo cuando me desmaterialicé ante sus ojos. Había vuelto a la realidad.
─Me estás tomando el pelo, todo eso no es más que un sueño loco, muchacho.
─Le juro que no, maestro.
─¿Y el hombre del traje negro no era consciente de que vivía en un cuadro? Según lo que tu abuelo te contó sí que parecía que El Grito se diera cuenta de su realidad. Al parecer, sabía que estaba hecho de lienzo y que respiraba el aliento de los colores.
─¿Ve, maestro? Esa es una de las cosas que me tienen intrigado. Algunos saben dónde están pero otros se toman la vida en lienzo muy a pecho y se creen personas de verdad.
─Sí, muchacho, resulta curioso. Pero déjame decirte que fuiste un poco cruel con ese hombre, ¿no crees? ¿Cómo pudiste decirle así de sopetón que vive en un cuadro y que encima es una burda copia?
─Maestro, me puso nervioso, pero reconozco que no estuvo bien.
─Te voy a dar un consejo, muchacho. Deja de hacer esos experimentos con la pintura. Ten en cuenta que a tus diecinueve años aún no te ha dado tiempo de experimentar con la vida. ¡Por el amor de Dios!
─¿No forma la pintura parte de la vida, maestro? Usted me lo enseñó.
─Sí, sí, claro que sí, hijo. Pero esas expediciones podrían ser peligrosas.
─Puede ser, pero… ¿qué podría pasarme? ¿Quedarme enjaulado en un cuadro, atrapado en una bella imagen de por vida? Creo que lo prefiero a esta vida absurda, maestro.
─Tienes razón a medias, muchacho. La vida es absurda, pero que no se te olvide la belleza del halo de misterio que la envuelve. ¿No tienes miedo de dejar atrás esa belleza, muchacho? ¿No te da miedo postergar la vida de verdad?
─¿Y qué es la vida de verdad, maestro? Cuando estoy inmerso en un cuadro me siento vivo y disfruto con ese sentimiento. ¿No es eso verdadero?
─Sí, muchacho, es verdadero. Pero prométeme que en cuanto notes que te involucras más de la cuenta lo dejarás.
─Se lo prometo, maestro. Por el Azul Prusia. ¿Y usted me promete seguir escuchando las historias de mis expediciones mientras no me involucre demasiado?
─Claro, hijo. Te lo prometo por el Amarillo Nápoles.
─¿Quiere entonces que le cuente mi otra expedición?
─Adelante, chaval.
─Hice una reproducción de mi cuadro preferido y me adentré en él. ¿Se acuerda, maestro? ¿Se acuerda de cómo me quedaba ensimismado mirándolo desde aquella vez que lo vi en su estudio?
─Claro que me acuerdo, muchacho. Era una pequeña reproducción que hice de un cuadro de Dalí. Tendrías tú no más de cinco años y lo único que querías era agarrarlo con tus manitas para poder abrazar a la muchacha de la ventana. Millones de veces te oí hablar con ella. ¡Si hasta parecía que realmente estuvieras manteniendo una conversación con la muchacha!
─Y la tenía, maestro. Le juro que la tenía.
─Te creo, muchacho, te creo. Y dime, ¿qué ocurrió cuando entraste?
─Hablé con ella, estuve cara a cara con la que llenó de sueños mi infancia.
Ella estaba de espaldas, como se puede imaginar. Me acerqué lentamente, sintiendo un deseo irresistible de abrazarla con todas mis fuerzas. Con dificultad logré reprimirlo y me quedé parado donde estaba. No quería asustarla.
─Hola ─susurré.
Se giró, pausadamente, como si le costara un mundo realizar ese movimiento. Después de tanto tiempo pude contemplar su cara. Yo estaba conmocionado, aún no me había recuperado de la impresión que me había causado ver su rostro cuando su voz invadió la habitación, ingrávida y melódica.
─¿Quién eres tú?
─Un admirador ─le respondí un poco cohibido.
─¿Qué haces aquí? ─me soltó, arrugando el ceño.
─He venido a hacerte una visita.
─¿Acaso nos conocemos? Tengo muy mala memoria ─dijo, al tiempo que se le sonrosaban sus preciosas mejillas.
─Estamos unidos por el hilo de plata de una infancia coloreada con azul nostalgia ─le respondí. Ya había perdido la vergüenza.
─No recuerdo haberte visto nunca, en cambio tu voz me suena de algo ─reconoció un poco confusa.
─Eso es porque te hablaba mientras ibas surgiendo de la nada.
─¿Surgí de la nada?
─No, surgiste de una mente extravagante. Te creó un hombre con bigote enrollado hacia el cielo. Yo sólo te he reproducido ─acerté a responder, muy sorprendido por la pregunta.
─¿Eres tú mi Dios? ─me preguntó, dejándome atónito.
Iba a contestarle pero no pude. Un silencio atronador me ensordeció, algo me expulsó del cuadro y volví a encontrarme de vuelta a mi gris realidad.
─¿Qué sería aquello que me expulsó, maestro?
─¿Cómo puedo yo saberlo, muchacho? Pero, hijo, hay una cosa que no entiendo. La muchacha que tú viste no podía ser la misma que yo pinté, por lo tanto no era la que compartió contigo tu infancia.
─Tiene razón, maestro, no era la misma. Intenté entrar en su cuadro pero no pude. Ya le he dicho que, al parecer, la magia está en los pinceles que encontré en el desván. La muchacha con la que mantuve esa conversación fue la que yo pinté utilizando los pinceles de mi abuelo. No había otra manera de entrar en el cuadro. Pero, ¿sabe lo más curioso de todo?
─Que también te enamoraste de ella.
─No. Bueno, sí. Pero eso no es lo más curioso.
─¿Y qué es, muchacho?
─Sospecho, maestro, que todos los cuadros que representan el mismo escenario están conectados.
─¿Cómo lo sabes?
─Porque lo sentí, maestro, sentí que en el interior de aquella muchacha habitaba la que usted pintó. La copia que hice del cuadro tenía muchas deficiencias y no tenía ni la genialidad ni la maestría del suyo, pero cuando entré en él, no se lo creerá maestro, me vi en el cuadro tal y como lo pintó usted. Verá, lo que voy a contarle no se lo he mencionado antes. A medida que me iba acoplando al cuadro, antes de hablar con la muchacha, comencé a verlo como si fuera un caleidoscopio formado por miles de copias de la misma muchacha. Y al instante siguiente se difuminaron todas convirtiéndose en una imagen gigante que representaba el cuadro tal y como lo pintó Dalí.
─Hijo mío, ese cuadro te ha afectado mucho. Creo que lo mejor sería que lo regalaras.
─No puedo, maestro. Quiero volver a entrar en él, he de hablar con ella y contarle toda la verdad. Sé que necesita que continúe hablándole de su verdadero origen. Me echa de menos, maestro. Está muy sola, me lo dice desde el cuadro, la he oído llamarme entre lágrimas. Y yo estoy deseando acompañarla, contemplar ese velero junto a ella, desde la ventana.
─¿Pero no habías dicho que ya estabas pensando en introducirte en otro cuadro?
─Sí, esta noche pienso terminar mi reproducción de Goya. Sólo quiero sentir la luz y los colores. Cuando salga volveré a reunirme con la muchacha en la ventana.
─Chaval, ten cuidado. Recuerda lo que me has prometido. Y llámame después de haber salido de Goya. Quiero quedarme tranquilo.
─No se preocupe por mí, maestro. Es sólo vida pictórica, sólo una realidad de ficción pintada. ¿Qué podría pasarme?...


─Me está haciendo perder el tiempo, le advierto que no estoy para desvaríos de un viejo.
─Sólo quiero que lo busquen. Le digo que ha desaparecido, comisario.
─Mire, deduzco por toda esa inverosímil historia que me ha contado que el muchacho tan sólo es un joven artista bastante alocado. Habrá ido en busca de aventuras por ahí. Es mayor de edad, ¿no es así?
─Sí, lo es.
─Pues no se preocupe, seguro que tarde o temprano tendrá noticias suyas. No se quede así tan cabizbajo, hombre, ya sabe cómo es la juventud.


<<Maestro… maestro… maestro… perdone que invada su sueño… pero necesitaba despedirme. No me busque, maestro, no estoy perdido. Estoy navegando por el paraíso de las pinturas. Se lo prometo por el Azul Prusia.
Maestro… me he tomado la licencia de invadir sus sueños porque quiero que sepa lo que me pasó. Le prometí que le llamaría cuando saliera y no pude hacerlo. Ahora, a través de sus sueños, intentaré rememorarlo todo para cumplir mi promesa.

Estoy entrando, introduciéndome en Goya. Lo primero que noto me hace sentir raro, no sé explicarlo con claridad, maestro. La inmersión es distinta a las otras veces, no me introduzco de la misma manera en los colores de la pintura, esta vez parece como si estos me estuvieran succionando.
Percibo la luz del farol, oigo una algarabía de voces, observo a las personas que hay a mi alrededor. A mi derecha, amontonados en funerario abrazo, yace el amasijo de muertos. Muertos que, segundos antes, eran hombres que respiraban y vivían.
¡Estaba ante el pelotón, maestro!
La hilera de fusiles nos encañonaba a mí y a los pobres desgraciados que me rodeaban. En un acto reflejo no pude evitar alzar los brazos y caer de rodillas al suelo, como marioneta que carece de autonomía. Un ensordecedor ruido de disparos perforó la noche y grité para mis adentros: ¡es el fin!
No noté las balas, maestro, no sufra. Sólo sentí un abismo Negro Marfil apoderándose de mí, poco a poco. Y su inmensa oscuridad, cual pozo, me fue tragando como se traga el tiempo a los colo…>>

Repentinamente, los ojos del maestro, semejantes a los de un búho, se abrieron de par en par.