viernes, 28 de enero de 2011

Villa Lenguaje IV

CAPÍTULO IV: FARO VOCABULARIO

-Acompáñeme, caballero -me pidió doña Epífora-. A propósito, usted no será uno de esos mutilador de palabras, ¿no? No pertenecerá al grupo terrorista de cercenadores del lenguaje, club sádico y salvaje donde los haya, ¿verdad? -me interpeló.
-No, señora. Con rotundidad lo niego -respondí tajantemente-. Pero, para estar seguros de que hablamos del mismo club, permítame preguntarle: ¿a qué club se refiere usted?
-Al que forman los individuos que omiten letras cuando se comunican con sus congéneres, naturalmente. Lo considero repugnante. Intolerablemente repugnante.
-¡Ah! Se refiere al lenguaje utilizado en los sms -le dije.
-Si usted a eso lo quiere denominar lenguaje, está en su derecho, pero si ésa es la opinión que le merece la miserable costumbre de desmembrar vocablos, no espere que yo me vaya a encariñar excesivamente con su presencia ni una mísera chispa. No, ni una mísera chispa -sentenció.
-No, no, doña Epífora. Nada más lejos de la realidad. Tengo que informarle de que esas ratas mezquinas intentaron contagiarme su ignominioso proceder, aunque me honra comunicarle que yo me negué categóricamente a imitarles y le garantizo que hasta el día de hoy no he renegado de mi determinación -contesté.
(No me crean ni un ápice de lo que dije. Francamente, debido a singularidades que tiene uno, opté por mentir bellacamente a dejarme ajusticiar por doña Epífora, acusado de despreciable cercenador, mutilador miserable o depravado desmembrador).
-Hizo usted muy bien, joven. Inmejorable respuesta ante tal crueldad, ante tal ensañamiento. Ahora le enseñaré todo el recinto mientras le voy explicando. No tema si observa a alguna palabra haciendo el bobalicón, la mayoría son propensas a hacerlo. Sólo le hago una advertencia. Si así sucede, déjemelo todo a mí. Sé perfectamente cómo tratar a esta muchedumbre de letras. Sí señor, sé cómo tratar a esta muchedumbre de letras.
-¿No me diga que no tienen un comportamiento adecuado? -pregunté impresionado.
Doña Epífora no parecía la clase de figura literaria a la que se le pudiera llevar la contraria y salir ileso después de tal imprudencia.
-No siempre, no siempre. He ahí la causa de por qué se requiere mi presencia... Bueno, joven -continuó doña Epífora-, hay aulas en todos los pisos del Faro. Le enseñaré la planta baja y la última. Tiene que saber que aquí es donde formamos a todas las palabras para que sean expertas en conceptos y conozcan las consecuencias, ya sean negativas o positivas, de las infinitas posibilidades de agrupaciones entre ellas. También he de comprobar que todas las palabras que se encuentran en Faro Vocabulario estén disponibles durante toda su jornada. Pues sepa usted, joven, que de vez en cuando les da por esconderse o por intentar salir al jardín, con el feo objetivo de eludir sus obligaciones...
-¡Qué me dice! -corté a doña Epífora para evitarme la repetición.
-Lo que sus órganos auditivos oyen. Les tengo dicho hasta la saciedad que sus decisiones tienen consecuencias para los habitantes de Realidad Diferente. Por ejemplo, joven, ¿le ha sucedido alguna vez que quiere decir una palabra y por más que lo intenta no le viene a la mente? Seguro que le ha pasado. Segurísimo que le ha pasado.
-Efectivamente, señora. Me ha ocurrido en varias ocasiones. En varias ocasiones me ha ocurrido, sí -contesté vengativo, reincidiéndome.
(Os pido disculpas, pero la naturaleza de las figuras literarias es la naturaleza de las figuras literarias. Ahora lo he repetido sin querer, palabra de honor).
-Ahí lo tiene, caballero. Mientras usted se devanaba los sesos por encontrar la palabra, lo más probable es que la desvergonzada estuviera escondida en el armario donde guardamos las frases hechas, o bien se encontrara columpiándose en el jardín, cual loca desinhibida. Las peores son los neologismos, se lo advierto. Están acabaditas de sacar del horno, como aquel que dice, ¡y se dan unos aires! Sepa usted que yo no me amilano. Les digo: “Bonitas, ni que fuerais vosotras el mismísimo Verbo.” Como ve, mantener el orden cosmológico del lenguaje es muy complicado. No crea que no, joven. No se crea que no... Bueno, le voy explicando. La planta baja está compuesta de aulas, como ya ha visto una ya ha visto todas. También disponemos de una sala para uso exclusivo de figuras y recursos. Lamento no poder mostrársela pero no se permite la entrada a personal no autorizado...
-No se preocupe -volví a cortar a doña Epífora-. Me la imagino cristalinamente.
-Luego tenemos el armario de las frases hechas que le he referido antes. Puede echar un vistazo si lo desea, o si no...
-Lo deseo fervientemente -frené a nuestra amiga, convertido ya en un experto en el arte de la interrupción.

Doña Epífora se dirigió a un armario empotrado enormemente alto. Al abrir la puerta pude contemplar a un florilegio de frases hechas, durmiendo plácidamente en colchonetas puestas en los estantes. No logré fijarme en todas, pues eran numerosísimas, pero recuerdo con nitidez algunas de ellas. Estaban ordenadas por orden alfabético. Pude ver mejor las correspondientes a la T. En cualquier caso, he aquí las que recuerdo: "Mala hierba nunca muere", "De lo que se come se cría", "No te arriendo las ganancias", "Pies, ¿para qué os quiero?", "El que lo huele debajo lo tiene", "Tiran más dos tetas que dos carretas", "Que cada palo aguante su vela", "Tú mismo con tu turismo", "Mírame y no me toques", "Tonterías las justas", "Vete a escardar cebollinos" y "Te lo juro por Snoopy”.
(Os lo juro y perjuro que allí estaba, por Snoopy si es menester. Y si miento, que la respetabilidad y el decoro que me caracterizan, se me escurran por el retrete, la próxima vez que me aposente en él).

Una vez cerrado el armario, doña Epífora se dirigió hacia un ascensor transparente que había en el centro de la planta baja.

-Cojamos el ascensor, joven. Para llegar a la última planta hay que subir once pisos. Nada más y nada menos que once pisos.
-¿Por qué guardan frases hechas en armarios? -pregunté, impactado todavía por lo que habían visto mis ojos.
-Porque nos resulta más efectivo. Tenga en cuenta que hay muchas frases hechas que se utilizan a menudo. Por lo tanto, decidimos escoger una palabra de cada generación para emplearla exclusivamente en el oficio de conceptualizar frases hechas. En cuanto a lo del armario, joven, eso es cosa de ellas. Prefieren pasarse el día tumbadas, y sólo renuncian a su letargo cuando se las necesita. Pues, como habrá podido comprobar, las palabras de una frase hecha conforman una sola criatura, y como la mayoría son largas, su altura las fatiga con poco que hagan. Con muy poquito que hagan.

Llegamos al último piso. Al salir del ascensor me impactó la panorámica que se avistaba desde la cúspide del Faro. Un círculo de montañas a modo de muralla bordeaba todo Villa Lenguaje.

-Aquí es donde suelen esconderse alguna que otra palabra espabiladilla que...
-¿No me diga? ¿Vienen aquí a esconderse?
-Eso mismo trato de decirle, joven. Aquí mismo fui testigo de un encontronazo entre dos palabras que me impresionó mucho, ya...
-¿Quiénes eran?
-Página y Libro. Sienten una animadversión irracional la una por la otra, cada vez...
-¿Página y Libro?
-Así es, joven. Nadie se lo explica. El caso es que en aquella ocasión tuve que soportar que se insultaran rastreramente, pues...
-¿Qué se dijeron?
-Se lo iba a explicar ahora pero como no para de cortarme.
(Es que en ese momento sentía una extraña simpatía por mi salud mental. Doña Epífora me podrá llamar tiquismiquis si quiere porque quise evitarle a mi sesera las oleadas de sus repeticiones).
-Resulta que Libro, en un arrebato de ira -prosiguió-, que yo no apruebo bajo ninguna circunstancia, dijo que le repugnaba estar al lado de Página porque ésta le recordaba a Pésima por...
-¿Y eso es un insulto? -pregunté sin captar la ofensa.
-Ya veo que no se ha cruzado con Pésima. Fue un insulto ruin. No es culpa de Pésima tener esa...esa... esa constitución tan....
-Ya entiendo. Y claro, Página se enfureció al verse comparada de forma que su imagen quedaba tan mal parada.
-Exactamente. Aparte de que Libro escogió deliberadamente compararla con Pésima porque es muy parecida ortográficamente a Página. Pero Página tampoco se quedó corta y dijo que no podía encontrar parecido más exacto que el de Libro con Limbo. Y ahí casi se desata la tragedia, pues Libro no esperaba un golpe tan bajo. Por todos es sabido que la pobre Limbo nunca se entera de nada y que no es muy envidiada por sus compañeras. Pues bien, Libro se sintió tan profundamente herida que escupió a Página, y ésta al ser más alta, poco tardó en agarrar a Libro de la “L”, para acto seguido estirarle con saña del punto de la “i”. Ahí ya tuve que intervenir yo, pues me había quedado como petrificada con tanta acritud, pero al ver que llegaban a las letras me interpuse entre ellas. Porque sepa usted que yo estoy acostumbrada a tratar con palabras, no con verduleras. En ese momento fue cuando Libro le echó una maldición a Página que...
-¿Una maldición? ¡Qué espanto!
-Pues si una maldición en sí misma le parece un espanto, espere a saber el contenido para sufrir un espasmo cerebral. Un completo espasmo cerebral.
-Dígame, dígame...
-Literalmente dijo:"A Verbo pongo por testigo que haré que toda la furia del Lenguaje recaiga sobre ti y sobre todos tus descendientes". Y acabó dirigiéndole varios epítetos que si mal no recuerdo expuso así: "¡Pánfila! ¡Pésima! ¡Pájara!" Tuve que coger a Página y llevármela a la planta baja porque se disponía a atizar a Libro de nuevo. Cuando bajábamos en el ascensor, Página me dijo:
-Le pido disculpas, doña Epífora, pero yo también soy de letra y léxico. No he podido resistir ponerme a su altura. Le reitero mis disculpas.

En ese momento, las palabras empezaron a salir de las aulas. Se dirigieron exaltadas al jardín.
Pude ver a muchas palabras en persona. Recuerdo especialmente a Revolución, que salió de su aula de la mano de Insurrección. ¡Qué adorables me parecieron! Sin embargo, doña Epífora, más tarde, me aconsejó que no sintiera ninguna simpatía por ellas, pues "son dos diablos con piel de palabra", pero yo no le di el menor crédito.
Me llamó la atención Pena, iba con la cabeza gacha intentando alcanzar a Alivio, la cual la ignoraba completamente."Siempre están igual", gruñó doña Epífora.
Pero las que más impacto me causaron fueron Jamás y Siempre. Andaban casi tocándose espalda con espalda, pero era evidente que no eran conscientes de ello. Doña Epífora me dijo que ninguna de las dos se daba cuenta de la existencia de la otra.

Una vez hubieron salido las palabras que debían de disfrutar de su recreo, doña Epífora me llamó diciendo:

-Salga usted también al Jardín Palabra, joven. Podrá observar con sus propios ojos la demencia que las caracteriza, en toda la extensión de la palabra, nunca mejor dicho. No le quepa duda, joven, no le quepa ninguna duda...

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