viernes, 26 de diciembre de 2014

Ya no hay locos


Nuestro ojo se abre.
La visión omnisciente se dirige al continente Proustiano, directa a una ciudad llamada Erewhon. Se detiene en el barrio Utopía.
Observamos a una niña jugar con su hermano pequeño en la calle Palíndromo. Agucemos el oído...
-Papá ha dicho que antes de jugar teníamos que leer un capítulo de Robinson Crusoe -le recuerda el niño a su hermana.
-Sí, ya lo sé. Dime una cosa, Germinal, ¿tú ya sabes guardar secretos? -le pregunta ella.
-Sí -asegura él.
-Pues le diremos a papá que estábamos leyendo aquí fuera y un cuervo nos robó el libro.
-Pero, Nana, eso no ha pasado -constata, confundido.
-Ahí es donde se requieren tus servicios de guardador de secretos. Guardaremos el secreto de que no ha pasado.
-¿Y qué hacemos con el libro?
-Lo esconderemos en la rama de un árbol y esperaremos a que lo robe un cuervo -resuelve seriamente.
En el interior de la casa vemos al padre de los niños, Edmond Dantés, hablando con su vecino Arthur Dent. Discuten sobre una reyerta ocurrida recientemente entre un amante de la poesía y un fanático de la narrativa.
-¡Qué vergüenza! ¡Acabar a tiros por un poema! -exclama Arthur Dent.
-La poesía es una cosa muy seria. Ningún rufián puede maldecir un poema de León Felipe y salir indemne -opina, categórico, Edmond Dantés.
-Sí, hombre, y al que se cague en la poesía fusilarlo al amanecer -ironiza Arthur.
-No opinarías lo mismo si la afrenta hubiera sido dirigida a Tolkien -se queja su vecino.
-Nadie en su sano juicio insultaría a Tolkien -Es la rotunda respuesta.
-¡Ja, me toca los perpendículos esa actitud petulante! -clama, indignado, su compatriota.
-Pues a mí me los toca que te los toque -se sincera Arthur-. Y no hablo por hablar, recuerdo un caso muy grave que traté en el hospital de trastornos lectores. Un paciente, diagnosticado con un cuadro severo de inanición literaria, buscaba recuperar su apetito lector. Me vino exánime, parecía un muñeco de trapo en vez de un hombre, ¿y sabes qué le devolvió las ganas de leer?
-Sabes que no.
-¡Tolkien, amigo mío! Fue recitarle el principio de Las dos torres y venirse arriba. En dos semanas lo tenía leyendo de todo. No te digo más.
-Pues mira, ha sido nombrar a Tolkien y entrarme una somnolencia de órdago. Nos vemos mañana, orco cargante -se despide.
-¡No me insultas llamándome orco! -grita antes de marcharse dando un portazo.
La familia Dantés pasa una noche tranquila en brazos de Hipnos. Llega la hora del desayuno.
-Germinal, la señorita Havisham me dijo ayer que esta semana tienes un examen de matemáticas. ¿Quieres que repasemos un poco? -se ofrece, solícita, Nana.
-Si no hay más remedio -responde este, estoico.
-A ver, si dividimos la longitud de la circunferencia entre su diámetro, ¿qué obtenemos?
-Aburrimiento.
-¡Madre mía, Germinal! ¿Qué diría la señorita Havisham si te oyera? -se lamenta su hermana.
-La verdad es que me importa un moco -replica, un poco contestatario.
-¡Papá! ¿No le vas a decir nada? -protesta Nana muy disgustada, clavando la mirada en su progenitor.
-Sí, sí -concede su padre-. A ver, Germinal, ¿sabes que las matemáticas pueden ser muy divertidas?
-¿Y cómo puede ser eso? ¿Por milagro? -aventura con los ojos como platos.
-Hoy nos hemos levantado algo exacerbados, ¿eh? Pues no, listillo. Se hace dándoles identidad a los números.
-¿Y cómo se hace eso? -pregunta curioso.
-Por ejemplo, el ocho puede ser un muñeco de nieve, el dos un pato que nada solitario...
-Pobrecito dos -interrumpe Germinal, condolido.
-Pero si se junta con otro número ya no está solo -le responde Nana.
-¡Ah! Si se arrima a otro dos estará con otro patito -descubre el crío.
-Claro -afirma Edmond, levantándose de la silla-. Ahora me tengo que ir a trabajar, Germinal. Si llego tarde, el comisario se pondrá hecho un basilisco -dice, recogiendo unos papeles de la mesa-. Pero esta tarde continuamos -promete, guiñándole un ojo.
-¿En qué estáis trabajando? -pregunta Nana.
-No puedo contarte mucho, pero creo que estamos a punto de atrapar al grupo criminal que se dedica al contrabando de libros de Danielle Steel -anuncia orgullosamente.
-¿No me digas? -pregunta Nana sorprendida- Ya era hora. Con gente así, suelta, no se siente una muy segura -afirma con gesto contrariado.
Al cabo de un rato, los niños salen para ir al colegio. Nuestro ojo les sigue mientras caminan hacia su destino.
-Nana, ¿la mamá puede leer pensamientos ahora que está en el cielo? -pregunta Germinal.
-Claro. ¿Por? -se interesa su hermana.
-Porque he pensado sin querer una cosa muy fea y no me gustaría que la hubiera oído.
-¿Y qué cosa tan fea es esa?
-Que me da envidia que ella tenga alas y yo no -confiesa.
-Pero si tú ya tienes alas, bobote. ¿No lo sabías? -Germinal niega con la cabeza- Lo que pasa es que te salen cuando estás durmiendo y no te puedes dar cuenta.
-¡Hala! -grita muy sorprendido- ¿Y tú me las has visto, Nana?
-Claro. ¿Te acuerdas de cuando estabas durmiendo y te caíste de la cama? -rememora.
-Sí. Fue cuando soñé muy alto.
-No fue eso, fue que volaste por primera vez -sostiene, convencida.
-¡Hala!
-Sí, yo vi como ese día te brotaron las alas y revoloteaste por la habitación. Lo que pasa es que como aún no tenías experiencia con ellas te pegaste un buen tortazo.
-¿Y por qué papá me dijo que me había caído por soñar muy alto? -pregunta intrigado.
-Porque te estaba tomando el pelo. Anda, corre a tu clase, que se hace tarde -le apremia Nana, en la puerta del colegio. Acompañamos a Germinal a la clase de la señorita Havisham.
-¡Buenos días, niños! -les desea la profesora.
-¡Buenos días, señorita Havisham! -corean a su vez un conjunto de vocecitas.
-Hoy no vamos a empezar con el temario -anuncia.
-¡Hurra! -Alborozo generalizado.
-Tranquilidad, niños. Lo que haremos será leer algunas de las redacciones con un máximo de cuarenta palabras que os mandé que escribierais.
-Ohhh -Intenso murmullo de decepción.
-A ver, ¿quién quiere ser el primero?
-¡Yo, señorita, yo! -Una manita se alza insistente.
-Muy bien, Margarita. Adelante, ponte delante de tus compañeros y léenos lo que has escrito.
-Se titula «En cuarenta palabras» -informa Margarita.
«Qué original», piensa la señorita Havisham.
-Mi tía y yo vamos a la montaña a cazar piedras y anoche cazamos una muy gorda que se escabullía y se resbalaba. Pero la metimos en un bote muy grande para que no escapara. Al final se ahogó. Fin.
-Muy bien, Margarita, interesante historia. ¿Otro voluntario?... ¿Nadie? Ernesto, eres el siguiente.
-No la he podido traer, señorita -responde una voz apesadumbrada.
-¿Qué ha pasado esta vez? ¿Se la ha comido el perro? ¿El gato te la ha despedazado? -pregunta la profesora con retintín.
-No, ha sido que me la ha robado el viento esta mañana. Lo perseguí durante un buen rato pero fue más rápido que yo -revela, con aires de fracasado.
-Hay un detalle que no me cuadra. Hoy no hace una pizca de viento, Ernesto -señala la profesora.
-En mi calle sí que hacía, señorita -certifica el infante.
-Como no me la traigas mañana te pondré un punto negativo -advierte-. Y para que no te la vuelva a robar el supuesto viento le pones una cuerdecita a la hoja y te la cuelgas del cuello si hace falta.
-Sí, señorita.
Una vez terminado el colegio encontramos a Nana enfrascada en la lectura de un libro, y a Germinal haciendo como que estudia.
-Nana, ¿has visto alguna vez un fantasma? -se le ocurre preguntar, aburrido de fingir tanto estudio.
-Una vez.
-¡Hala! ¿Dónde?
-En el sótano.
-¿Y dónde estaba yo?
-Los papás no te habían hecho todavía.
-Ah... ¿Y cómo era el fantasma?
-Muy feo. Yo pasaba por la puerta del sótano cuando oí unos gemidos. Giré el picaporte, bajé las escaleras y ahí estaba. Casi me caigo muerta del susto. Tenía tentáculos por pelo, llevaba unas cadenas por vestido y no tenía dientes. Parecía muy triste -recuerda apenada.
-Jopé, qué valiente fuiste. Yo no me habría atrevido ni a abrir el picatoste -reconoce honestamente.
Empieza a anochecer. Nana y Germinal descansan en sus camas.
-Nana, ¿estás dormida?
-Sí.
-¿Del todo?
-Sí.
-Ah, vale, perdona.
-Que no. Dime, bobito.
-¿Sabes que tengo otro secreto para guardar? -le pregunta, confidencialmente.
-¿Ah, sí? ¿Y cuál es?
-He oído a Arthur hablar en el salón con papá. Creo que eran cosas que no querían que nadie supiese porque hablaban muy bajito. Eso son secretos, ¿no, Nana?
-Sí. ¿Pero dónde estabas tú?
-Yo estaba debajo de la mesa, con mi capa de hacerme invisible -dice con gesto de pillo.
-¿Tu capa? -pregunta, extrañada.
-Sí, Nana. El mantel de la mesa, cuando está puesto me hace invisible. Que hay que explicártelo todo -responde con suficiencia.
-Ah, vale, perdone usted. ¿Y de qué hablaban?
-De una cosa que han llamado sadomaquinismo. Creo que Arthur es sadomaquinista y le gusta mucho -desvela en un murmullo.
-Ger, ¿te has dado cuenta de que al contármelo a mí ya no puedes seguir guardando el secreto?
-No. ¡Arjrj! -exclama, frustrado- Esto de los secretos es más difícil de lo que pensaba -se lamenta.
Mientras, en el salón, la acostumbrada tertulia entre Arthur y Edmond se desarrolla en los siguientes términos.
-¿Qué estás leyendo ahora? -pregunta Arthur.
-Los cinco se ven en apuros -responde con expresión grave.
-¡Ah! ¡Genialidad pura! Yo estoy releyendo Teo va a la playa -continúa Arthur.
-¡Gran saga! Aunque ese volumen concretamente no pude acabarlo. Es demasiado profundo para mí -admite con resignación.
-¿Me vas a decir lo que estás leyendo o vamos a seguir diciendo gilipolleces, «Inmond»?
-Yo preferiría seguir con las gilipolleces, pero bueno. Ahora estoy leyendo a Dickens -le informa.
-¡Puaj! -Repertorio de muecas- ¡Ese vejestorio! ¡Qué horror!
-¡Estoy hasta los perpendículos de que me critiques mis lecturas! -explota el señor Dantés.
-¿Ah, sí? ¿Y tú qué haces con lo que yo leo? -contraataca el señor Dent.
-Es que tú lees niñerías de esas de ciencia ficción con insufrible jerga -aduce Edmond.
-Pues anda que la jerga que se gastaban en el siglo diecinueve... Ya me dirás... Yo antes de hablar así prefiero tirarme por un puente a un río congelado.
-¿Qué culpa tendrá el pobre río?
-Tu humor está en horas muy bajas, Edmond -afirma Arthur, conmiserativo.
-Pues el tuyo brilla por su ausencia o es harto paupérrimo.
-Es que tú no entiendes mi humor -se defiende.
-Ni yo ni nadie, vecino -responde Edmond.
-Eso es una infamia. La asociación de amigos de Gollum se tronchan conmigo -apunta.
-Esa gente no cuenta. Todavía se ríen con cualquier gracia que incluya un anillo.
-¡No te permito que arremetas con los Gollumistas! -El ambiente se enrarece.
-¿Y qué vas a hacer? ¿Te vas a chivar a Sauron? -le reta, Edmond, aguerrido.
-¡Qué estupidez! Bilbo Bolsón anciano bastaría para darte lo que te mereces. ¡Y me voy a mi casa que hoy no te aguanto más! -Abandona la casa pegando un portazo. Edmond esboza una sonrisa.
Al día siguiente, Germinal se despierta inquieto. Ha descubierto algo que le ha dejado conmocionado.
-¡Nana! ¡Nana! ¡Han robado la luna! ¡Han robado la lunaaaaaa! -aúlla corriendo por toda la casa.
-No seas bobo -responde su hermana, cortándole el paso-. Por las mañanas la luna se esconde en una cueva para huir de su hermano el sol.
-¿Por qué? -cuestiona perplejo.
-Porque no lo soporta -bromea ella.
-Pues yo no sabía que la luna fuera tan titismiquis -reconoce, algo defraudado.
Vemos a Edmond Dantés desayunando en la mesa de la cocina. Germinal corretea hacia él.
-Papá, tengo unas preguntas apuntadas que quiero hacerte -le anuncia, enarbolando una libretita.
-Espero que no sean muy difíciles.
-Pues creo que sí.
-Vaya. Intentaré resolverlas de todas formas. Adelante. -Le sienta en sus rodillas.
-¿Quién es el que estira los árboles? -comienza a preguntar Germinal.
-Los duendes que viven en los árboles, claro está.
-¿Por qué el sol siempre va de amarillo y la luna de blanco?
-Creo que es porque les importa más la luz que irradian que el atuendo que llevan.
-¿Por qué nunca podemos pescar la luna del lago? ¿Es porque es titismiquis?
-¿Cómo? -pregunta, extrañado- Se dice tiquismiquis. No, es porque tiene millones de años y es muy lista.
-¿Podría ser que vivir sea como cuando nos disfrazamos?
-Podría ser perfectamente, pero es una pregunta muy difícil de contestar.
-Papá, esto me asusta cuando lo pienso. ¿Y si alguien nos ha encerrado en un espejo para mirarnos?
-No tengas miedo, sólo acuérdate de hacer muchas muecas al día para que sepa ese alguien que te has dado cuenta.
-Y papá, ¿sabías que si miro mucho las nubes les cambio la forma?
-¡Caray, ese es un don muy importante! Requiere mucha responsabilidad, ¿te has dado cuenta?
-Sí, tengo que concentrarme mucho para darles la forma de las cosas bonitas. A veces se me escapa de la cabeza un monstruo y me sale una nube fea.
-Bueno, ya irás mejorando con la práctica. Además, todo lo feo tiene su parte bonita. ¿No crees?
-¿Como la señorita Havisham, que es muy fea, pero se vuelve bonita cuando nos da caramelos?
-Sí, algo así, Germinal.
Pasada la mañana, sobreviene una tarde espléndida. No nos queda mucho tiempo para seguir observando. Vemos a la familia Dantés de paseo por el bosque.
-Papá, ¿por qué no nos venimos a vivir al bosque? -interroga, extrañado.
-¿Quieres vivir en el bosque?
-Sí -responde convencido.
-¿Y qué hacemos cuando llueva o haga frío?
-Nos sacamos las alas y nos tapamos con ellas, como los pajaritos -responde después de pensarlo mucho-. O nos metemos en una cueva, como hace la luna.
-¿Y qué comeremos? -Más pragmatismo de progenitor.
-Yo puedo hacer galletas y piruletas cambiándole la forma a las nubes -hace saber el niño.
-Pero las nubes están muy altas. ¿Cómo cogeremos las galletas y las piruletas?
-Jolín, papá, estás hoy un poquito tonto. Con una escalera.
-¡Anda! Es verdad, ni lo había pensado.
-Papá, otra cosa que te quería preguntar, ¿quiénes son el papá y la mamá del mundo?
-Pues todavía no hay una verdad absoluta, Germinal. Cada uno piensa lo que resuena más en su corazón. ¿Tú quiénes piensas que son?
-Yo creo que la mamá es una hormiga y el papá un dragón.
-Vaya, interesante teoría. ¿Y cómo era la hormiga? ¿El dragón era de esos que escupen fuego?
-¿Cómo quieres que lo sepa, papá? Aún no me habías hecho cuando el mundo nació -responde desconcertado.
Nana extiende una toalla en un claro del bosque y ella y su padre toman asiento. Germinal corre imaginando que le persiguen los árboles.
-Nana, ¿qué estás leyendo estos días? -pregunta Edmond a su hija.
-Los miserables. Hablaron mucho de él en la conferencia a la que fui el mes pasado.
-No recuerdo qué conferencia era.
-«El conflicto por la supremacía: clásicos frente a las novelas de fantasía y ciencia-ficción».
-Ah, sí. ¿Y qué te está pareciendo el libro?
-Grandioso. He llorado lágrimas de pena por todos los Gavroches y todas las Cossettes que viven en el mundo -dice con la mirada perdida.
-Me alegra que lo estés viviendo tanto. Yo tengo muy buen recuerdo de ese libro. Lo leí cuando estuve en la cárcel.
-¡Papá! ¿Cuándo estuviste tú en la cárcel? -le exhorta perpleja.
-Fue una tontería de juventud. Me peleé con un idólatra de Camus. No estoy orgulloso, pero un lector de clásicos no es de piedra.
-¿Qué te hizo?
-Aún me duele cuando me acuerdo. Quemó mis libros de Steinbeck -responde afectado. Nana se queda con la boca abierta.
-Papá, ¿es verdad que los perritos no van al cielo con nosotros? -interrumpe Germinal, cesando en su carrera y sentándose junto a ellos.
-¡Qué tontería! Eso es una mentira cochina -le dice su padre-. Si los perros no fueran al cielo, ¿quién ladraría cuando llega alguien nuevo?
-¡Ostrás! No había caído en eso -contesta Germinal, pensativo.
-Claro, si es de perogrullo -razona su padre.
-Y además -añade Nana-, ¿quién vigilaría que no entre ningún ladrón en el cielo mientras todos duermen?
-Exacto -confirma Edmond-. ¿Pero quién te dijo eso, Germinal?
-Ender, un amiguito del cole más mayor que yo.
-Pues dile a Ender que pruebe a pensar en cielos menos aburridos. ¡Vaya una cosa! Un cielo sin perros... ¡Qué infierno! -exclama Edmond con un aspaviento de cabeza.
-Sí, la verdad es que se me acaba de caer del pedostal donde lo tenía -anuncia el niño, abatido.
De vuelta en casa, vemos a Nana caer rendida en su cama. Arthur Dent y Edmond Dantés, sentados en sendas butacas, disfrutan de un whisky con soda mientras hablan de sus cosas.
-No te vas a creer lo que me pasó el otro día -le está contando Arthur-. Estaba en la biblioteca de espada y brujería cuando en una de las estanterías me encuentro con un ejemplar muy bien escondido de Paulo Coelho.
-¡No! -exclama Edmond, sobrecogido.
-Como te lo digo -confirma Arthur.
-¿Lo denunciaste? -inquiere Edmond aproximándose a su vecino.
-Claro. ¿Por quién me tomas? ¡No soy un desalmado! -exclama, molesto.
-No, perdona -le aplaca-. ¿Qué te dijeron los agentes de la biblioteca?
-Que revisarán las cintas de la cámara de seguridad para identificar al responsable y tramitarán la denuncia formal a las autoridades literarias pertinentes -le informa.
-Eso espero. Estaré pendiente del caso -asegura, volviéndose a acomodar en la butaca-. ¿Cómo puede haber gente que aún haga circular ese contenido subversivo? -pregunta, escandalizado, de forma retórica-. Y, cambiando de tema, ¿qué libro ibas buscando? Por curiosidad, más que nada.
-No te lo voy a decir -responde, rotundo.
-Venga, Arthur, que hay confianza.
-Sí, si confianza hay, pero también hay muy mala leche -resalta.
-Va, que sabes que yo nunca te oculto mis lecturas -le recuerda, persuasivo.
-Conan Rey, de Robert Howard -revela su vecino tras pensárselo unos momentos.
-¡Por Dios! ¿Qué será lo próximo? ¿Leer al «Potteras»? -aventura Edmond sin poder contener la risa.
-No, me pondré con Pratchett -responde Arthur sin ganas de entrar al trapo.
-¡Puf! ¡Qué aprensión!
-Mejor que leer a Zola, eso sin duda -se revuelve, punzante.
-No me puedes comparar a Zola con Pratchett -contesta Edmond, incrédulo.
-¿Por qué no? Los dos publicaron libros.
-Pratchett al lado de Zola siempre será un diletante -afirma con contundencia.
-Por lo menos es divertido. No como Zola, que es sopor absoluto.
-¡Zola, sopor! -grita, impresionado- Mira, tú lo has querido. Te diré lo que pienso de Pratchett -avisa, con ojos de loco-. ¡Es papilla literaria!
-¡Por decir eso te podría denunciar al Tribunal Supremo de Mundodisco! -amenaza, a punto de sufrir un descoyuntamiento de mandíbula.
-¡Por favor! -exclama, Edmond, despectivo- ¿Esa panda que piensa que el mundo lo sostienen cuatro elefantes apoyados en una tortuga? Ahora sí que me pareces gracioso.
-¡Mundodisco es mucho más que eso! -recalca.
-Crece un poco, anda, y lee libros de verdad -le aconseja, altanero, Edmond.
-¡Libros de verdad! Habló el Papa del «Literanismo» -contesta Arthur, santiguándose.
-Papa no, pero dentro de poco espero llegar al CPL -responde resueltamente.
-¡Tú! ¿En el Consejo del Poder Literario? Pero si no has leído más de quinientos libros en toda tu vida -acomete, con una mezcla de extrañeza y desdén.
-¡Eso es una falsedad! ¡Llevo leídos cuatro mil setecientos cincuenta y ocho! -ladra Edmond- Y puedo demostrarlo con mis certificados, expedidos todos por mi asesora literaria.
-¡Enséñamelos! -exclama, retador, su vecino.
-Ahora mismo me costaría un buen rato buscarlos, pero... -Resonantes carcajadas de Arthur- ¿De qué te ríes? Te digo la verdad...Tú juega, que te planto una querella por injurias a la poesía y te busco la ruina -le advierte, furiosísimo.
-No serás capaz -contesta Arthur en un tono retador.
-Que no soy capaz... -repite Edmond, fuera de sí, con fuego en los ojos.
En ese momento, Germinal, despojándose de su capa de invisibilidad, aparece para tomar parte en la tertulia. Un enorme moco, acomodado en su nariz, pasa desapercibido para él.
-¿Por qué siempre discutís y os ponéis hechos unos «obeliscos»? -les sermonea, entristecido- Nana y yo estamos hasta los perpendícolos. Si no paráis -avisa, agitando hacia ellos el dedo índice-, pondremos todos vuestros libros en las ramas de un árbol para que se los lleven los cuervos -remata, autoritario y tajante. Y al momento, abandona la habitación.
-El moco me ha impedido enterarme de lo que decía -comenta Edmond.
-En mí ha ejercido el mismo poder de atracción -confiesa Arthur-. Menudo ejemplar...
Nuestro ojo se cierra.
Portal dimensional: Spiritus Dei. Nº de exploración: 237. Nombre informe científico: «Lentilla omnisciente. Proyecto reconocimiento para conquista de exoplanetas y mundos dimensionales».
Año: 2045