jueves, 10 de enero de 2013

Mafalda





-¿Qué ha sido eso? -se preguntó para sus adentros.

Había notado algo. No podía explicarse cómo lo sabía pero supo inmediatamente que alguien le seguía. Sintió cierta irritación al pensar que un desconocido había invadido su mundo.
Durante unos días, intentó reconocer a su perseguidor, contemplando con sus sentidos todo su alrededor, anhelando percibir cualquier señal, pero todo fue en vano.

Le molestaba sentirse entronizado. Había vivido durante mucho tiempo en un confortable pero aburrido sopor, habitaba en medio de un atronador silencio, nada a su alrededor lo motivaba.
Hacía mucho tiempo que ya no tenía apenas consciencia de sí mismo, su vida había dejado de interesarle. Perdido el sentido de la realidad y encerrado en su burbuja moraba feliz en su ensimismamiento.

De pronto, notó algo más, una mirada clavándose en él. Comenzó, inconscientemente, a rememorar, cascadas de imágenes llovían sobre él. Recordó de inmediato, percibiéndolo como un golpe, que no era la primera vez que sentía esa mirada, pero la última vez había sido hacía tanto tiempo que lo había olvidado por completo.
Repentinamente, un torrente de miradas, caricias, abrazos inundó todo su ser.
Se vio cuando era joven y aún creía, inocentemente, que siempre oiría risas a su alrededor. También esas risas habían caído presas de su letargo.

Pero esta vez algo había de especial en esa mirada, las antiguas miradas que recordaba eran erráticas, ávidas, risueñas. Sin embargo, esta no era como las demás, esta era una mirada lánguida. Pero, a pesar de que también había en ella algo escrutador, no carecía de empatía. Sintió al momento una conexión especial con esa presencia.

A medida que iba recordando y dejándose observar por ese algo misterioso se sentía más a gusto consigo mismo. No recordaba haberse sentido así nunca. De alguna manera se sentía admirado, como si fuese único.
Cuanto más notaba a aquello más se conocía a sí mismo. Esta presencia le hacía recordar su pasado, sepultado bajo capas y capas de días grises y que se asemejaba más a una vida pasada.
 
Al cabo de los días, que para él habían sido como años, supo quién era ese  ser.
Fue al notar cómo una mano lo agarraba con mucha delicadeza, ocurrió tras sentir el tacto de unos dedos, viejos, femeninos, lentos. Fue en ese momento cuando supo que esa presencia no le era desconocida. Aunque aquellos dedos eran diferentes, la sensación que le habían transmitido era que los conocía, ahora lo revivía con suma claridad. Ese ser había estado junto a él desde el principio de sus vidas.
Él había formado parte de la infancia de esa mujer, la recordaba siendo una niña, jugando, aprendiendo, divirtiéndose con él.
Pero ella había cambiado, lo percibía. De pronto, una gota de agua cayó sobre su cuerpo y una inmensidad de tristeza se apoderó de él. Algo le estaba pasando a la mujer y él no podía ayudarla. Al cabo de unos minutos dejó de sentirla, la mano dejó de transmitirle calor, la mirada se esfumó. Supo que ella había volado cual ave aprisionada en jaula.
No pudo evitar entristecerse, un reencuentro le había reanimado el alma, pero la mañana llegaría pronto y le encontraría solo, de nuevo.


Cuando llegó la mañana, ella entró a ver a su abuela. Profirió un alarido al verla muerta en la cama. Apenas pudo reprimir el llanto al ver la imagen que tenía ante sus ojos. Su abuela mostraba una pequeña sonrisa en contraste con la muerte que había anidado en su rostro y su mano derecha reposaba encima de un libro. La mujer lo cogió, lo cerró y lo colocó en la estantería.

Y así fue como él volvió al silencio atronador.
Pasado un tiempo, otras personas se cruzarán en su vida, sentirá la presencia de otros seres observándole, acariciándole. Pero no volverá a compartir una vida de principio a fin con esos seres ni con sus miradas.

Después de aquella niña vestida de anciana que expiró a su lado nunca más volvió el libro a sentir nada.
 

Sin miedo




Hacía una semana que el gato no recibía ninguna patada propinada por el hombre, por lo que se sentía muy inquieto. Estaba seguro de que la ira del humano no tardaría mucho en volver a recaer sobre él. Se había sentido tentado de abrazar su lado salvaje y hacerse gato callejero, pero no era capaz de hacerlo. No abandonaría a su amigo ni por toda la paz gatuna del mundo. Sabía que éste jamás lograría sobrevivir en la selva asfaltada.

Su amistad había ido creciendo con el tiempo mientras compartían estremecimientos. Al principio ninguno de los dos se había percatado de la presencia del otro, el pavor que les causaba el hombre los aislaba encerrándolos en su propia burbuja.
Por lo que se refiere al gato, sólo prestaba atención a huir de los puntapiés y lanzamientos de toda clase de objetos. En cuanto a su amigo, se encerraba en sí mismo acallando el rumor de sus palabras mientras temblaba de principio a fin.

El primer encuentro se produjo un día en que el hombre no se hallaba en la casa. El gato, relajado y con ganas de descansar de los gritos y patadas, se subió a una estantería, donde  se acurrucó enrollado sobre sí mismo.
Fue ahí donde lo conoció. Su amigo estaba solo, ningún congénere le acompañaba para aliviar el pandemónium del hombre.
De repente, el gato percibió unos curiosos susurros, era su amigo que le recitaba palabras que llevaba guardadas en su ser. Comenzó a maullar de satisfacción, porque los susurros eran como manitas que le acariciaban detrás de las orejas, y los sonidos que emitía le recorrían desde los pelos del bigote hasta los de su larga cola provocándole un unmenso placer.

Pasaban los días y cuanto más tiempo estaba el gato con su amigo, más fácil le resultaba olvidar las punzadas que le daba su estómago vacío.
Desde el día en que los dos amigos se conocieron el pobre gato no había salido a buscar comida, entretenido en restregar el hocico por el lomo de su acompañante, que aleteaba sus miembros como si quisiera salirse de sí mismo para agradecérselo.
Aunque el estómago del gato rugía no quería abandonar a su nuevo compañero, se le erizaba todo el pelaje sólo de pensar en dejarlo a solas con el hombre. El miedo a que le pasara algo era demasiado fuerte para un gato.
Cuando el hombre aparecía el felino se escabullía rápidamente para esconderse en un rincón. Al mismo tiempo, su amigo, silenciando su fuente de susurrantes palabras, se cerraba encogido en su propio abrazo.
Les parecía que el hombre traía consigo todos los demonios juntos.

Una noche de plenilunio se hicieron realidad los peores temores del gato. El hombre, sumergido en un océano de ira avanzaba pegando gritos, persiguiendo al gato con un cuchillo en la mano. Para alivio del gato el hombre se tropezó con una silla, perdió el equilibrio y se cayó estrepitosamente.
Confuso y mareado, con miedo a moverse por si se había roto algo, se quedó durante un rato tumbado en el suelo justo al lado de la estantería.

A su vez, el gato, subió a la estantería aterrado, el único lugar en el que había disfrutado de su vida gatuna, quizás buscaba sentirse arropado y protegido por su amigo de letras.
El felino le imprimió tal ímpetu al salto debido al terror, que provocó el balanceo del citado mueble, causando a la vez la misma oscilación en su amigo. Éste se mantuvo  meciéndose hacia delante y atrás, como acunado por una mano invisible, durante unos segundos.
La voluntad del amigo prevaleció, pareció como si hubiera perdido el miedo al ver al gato en peligro. ¿Temió que el hombre recuperara las fuerzas? No lo sabemos, lo que sabemos es que cayó hacia delante con toda su energía entintada impactando directa y contundentemente contra la nuez del hombre. El cual, tras el golpe, se agarró el cuello mientras sus ojos se iban desorbitando poco a poco.
De repente un gorgoteo carmesí surgió de la boca del hombre, presuroso por salir de su garganta.

Al cabo de unos pocos minutos tan sólo se oyó restriegue de lomos, aleteo de páginas y sonoros ronroneos.
Mientras, el hombre expiraba ahogado en su vómito de sangre.