Había notado algo. No podía explicarse cómo lo sabía pero supo
inmediatamente que alguien le seguía. Sintió cierta irritación al pensar que un
desconocido había invadido su mundo.
Durante unos días, intentó reconocer a su perseguidor,
contemplando con sus sentidos todo su alrededor, anhelando percibir cualquier
señal, pero todo fue en vano.
Le molestaba sentirse entronizado. Había vivido durante
mucho tiempo en un confortable pero aburrido sopor, habitaba en medio de un
atronador silencio, nada a su alrededor lo motivaba.
Hacía mucho tiempo que ya no tenía apenas consciencia de sí
mismo, su vida había dejado de interesarle. Perdido el sentido de la realidad y
encerrado en su burbuja moraba feliz en su ensimismamiento.
De pronto, notó algo más, una mirada clavándose en él. Comenzó,
inconscientemente, a rememorar, cascadas de imágenes llovían sobre él. Recordó de
inmediato, percibiéndolo como un golpe, que no era la primera vez que sentía esa
mirada, pero la última vez había sido hacía tanto tiempo que lo había olvidado
por completo.
Repentinamente, un torrente de miradas, caricias, abrazos inundó
todo su ser.
Se vio cuando era joven y aún creía, inocentemente, que siempre
oiría risas a su alrededor. También esas risas habían caído presas de su
letargo.
Pero esta vez algo había de especial en esa mirada, las antiguas
miradas que recordaba eran erráticas, ávidas, risueñas. Sin embargo, esta no
era como las demás, esta era una mirada lánguida. Pero, a pesar de que también
había en ella algo escrutador, no carecía de empatía. Sintió al momento una
conexión especial con esa presencia.
A medida que iba recordando y dejándose observar por ese algo
misterioso se sentía más a gusto consigo mismo. No recordaba haberse sentido
así nunca. De alguna manera se sentía admirado, como si fuese único.
Cuanto más notaba a aquello más se conocía a sí mismo. Esta
presencia le hacía recordar su pasado, sepultado bajo capas y capas de días
grises y que se asemejaba más a una vida pasada.
Al cabo de los días, que para él habían sido como años, supo
quién era ese ser.
Fue al notar cómo una mano lo agarraba con mucha delicadeza, ocurrió
tras sentir el tacto de unos dedos, viejos, femeninos, lentos. Fue en ese
momento cuando supo que esa presencia no le era desconocida. Aunque aquellos
dedos eran diferentes, la sensación que le habían transmitido era que los
conocía, ahora lo revivía con suma claridad. Ese ser había estado junto a él
desde el principio de sus vidas.
Él había formado parte de la infancia de esa mujer, la recordaba
siendo una niña, jugando, aprendiendo, divirtiéndose con él.
Pero ella había cambiado, lo percibía. De pronto, una gota de
agua cayó sobre su cuerpo y una inmensidad de tristeza se apoderó de él. Algo
le estaba pasando a la mujer y él no podía ayudarla. Al cabo de unos minutos dejó
de sentirla, la mano dejó de transmitirle calor, la mirada se esfumó. Supo que ella
había volado cual ave aprisionada en jaula.
No pudo evitar entristecerse, un reencuentro le había reanimado
el alma, pero la mañana llegaría pronto y le encontraría solo, de nuevo.
Cuando llegó la mañana, ella entró a ver a su abuela. Profirió
un alarido al verla muerta en la cama. Apenas pudo reprimir el llanto al ver la
imagen que tenía ante sus ojos. Su abuela mostraba una pequeña sonrisa en
contraste con la muerte que había anidado en su rostro y su mano derecha reposaba
encima de un libro. La mujer lo cogió, lo cerró y lo colocó en la estantería.
Y así fue como él volvió al silencio atronador.
Pasado un tiempo, otras personas se cruzarán en su vida, sentirá
la presencia de otros seres observándole, acariciándole. Pero no volverá a
compartir una vida de principio a fin con esos seres ni con sus miradas.
Después de aquella niña vestida de anciana que expiró a su lado
nunca más volvió el libro a sentir nada.