viernes, 28 de enero de 2011

¡Al ladrón!

¡Al ladrón! ¡Al ladrón!
Alto y claro lo escribo:
Khalil Gibrán: Ladrón de palabras.

¿Cómo se atreve? ¿Qué haré con este hombre que me roba las palabras tan suave, sutil y elegantemente? Este hombre es un canalla, hermana prisionera de la poesía, este hombre es capaz de dejarme sin palabras, literalmente, capaz de desnudarme de todas mis palabras. Desde ya os aviso, compañeras prisioneras, este hombre es capaz de secuestraros y manteneros enredadas en su mundo tachonado de poesía. Id con cuidado, compañeros.

Pero, sin duda, esto no es lo peor. Este hombre, hermano prisionero de la poesía, no se contenta con expoliarme las palabras. No. Este hombre tiene la desvergonzada costumbre de provocarme atormentados estados jubilosos con la manera que tiene de combinar las palabras, que son las mías, claro está. También es verdad que gracias a que me roba las palabras sé lo que me digo, gracias a este ladrón de palabras traductor.

Yo no sé cómo lo hace, pero sin duda es un artista, un polifacético artista de significados. Es un loco, un conjurador de realidades. Tiene una extraordinaria habilidad para sofocarme pirámides de hielo, para inundarme con fuego. Me tiene cautiva porque estoy cautivada por sus versos. Sus versos: sacudida brutalmente abrumadora. No tiene compasión de mí, compañeras prisioneras de la poesía, no se da cuenta de que tanta vida poética suya me mata, no se acuerda de que cuanta más poesía más pesan las máscaras. Pero él está determinado a robarme también las máscaras, para quemármelas. Bendito sea.

Tal y como predijo cuando escribió: “Prestad oído y yo os daré una voz”, este hombre me ha robado las palabras y me ha dado una voz, una voz inadvertida, secreta. Es un poeta creador de auroras luminosas. Si lo que quieres es seguridad no lo escuches, hazte el sordo, yo me hallo en una travesía sin destino sólo por escucharle decir: “Soy un viajero y un marinero, todos los días descubro un continente nuevo en mi alma”. ¿Cómo podría yo ignorar su alarma para el despertar? ¿Cómo podría? Sólo quien albergue un corazón que esté a salvo de sí mismo podría.

Es inútil, de mí ya se ha apoderado, a mí nunca me liberará, yo ya he caído en su océano poético. Pero todos vosotros, compañeros prisioneros de la poesía, aún estáis a tiempo. Puede que penséis que estáis a salvo, puede que no entendáis cómo os puede atrapar un hombre muerto. Mucho cuidado, camaradas prisioneros, toda atención será poca si os persigue la poesía de los muertos. La poesía de los muertos es la más peligrosa, está embrujada con el encanto del eco imperecedero. La poesía de los muertos habla lo eterno.

Me preguntáis cómo me hallé felizmente atrapada en su mundo poema. Así sucedió:

Aún no me había alcanzado todo lo que soy cuando él me encontró, aún no estaba mirando con los ojos abiertos cuando le vi. Aún no conocía yo los riesgos de la poesía, aún no sabía que era susceptible de acabar enredada en su tela, no me suponía yo presa de las palabras cuando pude caer en la trampa. Fue entonces cuando el espíritu de sus palabras se hizo tinta para preguntarme: “Si el invierno dijese: en mi corazón está la primavera, ¿le creerías?”. En ese mismo momento me atrapó, ahí comenzó mi celeste tormento, ya estaba cazada. Después de contestarle a su pregunta afirmativamente me invadió una conocida felicidad extraña. Y ahí ya sí que me perdí para siempre, camaradas lectores, ahí ya sí que me supe desahuciada. Así de rápido me alcanzó su eternidad.

Me embarqué en su navío de velos y vuelos, renuncié a la fiesta de los sentidos, pues yo no moro en mi mente ni en mi cuerpo, sino en el aliviante gemido de la búsqueda serena. Inicié el trayecto de búsqueda para encontrar el presente, para dejar de extraviar el instinto. Sus navegantes pensamientos habían dejado estelas en el mar de su mundo poema, y amando su belleza, estando yo encadenada, viajé más libre. Así fue como comencé a amar mi infierno. Así fue como me encontré, me hallaba perdida en la perdición.

Todo esto sucedió hace mucho tiempo, pero todavía le escucho decirme: “Te zarandeo para liberarte de tu cáscara”. Y yo, en este abismo insondable por el que navego, le grito, le imploro que cese, pero bendito sea este hombre que me deja el alma al aire con sus aguijones. Por eso, desde los siempres, le pido: Háblame del amanecer. Y él, el errante profético que siempre permanece, tal y como prometió, me desafía la noche cada vez que le doy mi silencio.

Y a pesar de que permanezco en tormenta, ya no estoy atormentada, y aunque continúo por la perdición ya no estoy perdida, pues en su mundo poema la vida va en mi busca, y las palabras también. Por eso ahora sé que este hombre que me roba las palabras no me las está robando, porque nuestras palabras no son nuestras palabras, son las palabras de la voz de la vida, deseosa de su lenguaje.

Hermana cautiva, imagina mi jaula. Al amanecer, Khalil me dice con las palabras de la vida: “Beberé el amor como un vino, y lo llevaré como un traje”. Date cuenta cómo una cosa es bucear la poesía y otra muy distinta es serla, compañero prisionero, sólo así comprenderás la coexistencia de esta pesadilla y esta maravilla que ves en mi jaula. Porque cuando no se es, cuando no se alcanza su poesía, ésta te atosiga, te lacera, te persigue hasta que te encuentra.

Compañero prisionero, contempla mi jaula. Al atardecer, Khalil me cuenta con la voz de la vida acerca de su amada derrota, y a mí, aun rodeada por esta fiebre social de exitosas glorias, se me contagia ese amor. Porque, ¿qué glorias son éstas a las que aspiran los hombres sino tumbas para la vida?, ¿qué son estos triunfos por los que los hombres se esclavizan? No son otra cosa que vanas quimeras. Observad, compañeros cautivos de la poesía, cuánto es lo que no comprendemos los locos. ¡Qué de lógicas se nos escapan y qué de sin sentidos discernimos! Aquel que revela al loco que esconde es un vigilante de infinitos, mantiene la guardia para que nunca se cierre la puerta que da al jardín de la expedición inabarcable. Los locos somos así de sensatos.

Camaradas ermitaños de la poesía, traspasad ese inexistente instante que veis y entrad a mi jaula, tenéis permiso para palpar la solidez de estos barrotes de papel mentales. Al anochecer, Khalil, antes de que se me vuelvan a cerrar los ojos con un narcótico social, me espolea: “¿Qué río es ése que perdió su curso sin llegar hasta el mar?”. Y entonces fluyo por mi torbellino, timoneo el flujo de su torrente y surco la serenidad que da la confianza en lo desconocido. Comprobad lo frágiles que son estos sólidos barrotes. Una sola certeza puede atravesarlos, pero se ha de ser constante para lograr la maestría en esta alquimia, hermanos condenados por la poesía.

El único pecado es creerse pecadores. El único pecado es creerse superior a una gota de agua o inferior a la energía arquitecta de todo lo que es. Esta es la filosofía del loco, esta es la maestría que nunca se pierde, la maestría que se enseña a sí misma la maestría, esta es la eterna sabiduría. Esta sabiduría cada uno se la habrá de enseñar a sí mismo, mas no se la puede aprender sino es recordándola. Hemos escogido libremente ser esclavos para desenmascarar a la tiranía de este yugo sumiso y conformista, para mostrarla como lo que es, una red de engaños y mentiras. Los locos somos así de gentiles y peligrosos. Nuestra peligrosidad no es otra cosa que ser conscientes de nuestra jaula y de nuestro poder para convertir sus rejas en remos, en alas, en patas, en antenas con las que percibir más allá de lo que está legislado, regulado, establecido. Pero los locos no nos enorgullecemos de la desnudez de nuestra jaula, pues somos conscientes de que otro loco puede señalarnos allende de lo desenmascarado.

La lógica de los locos acepta los absurdos, esto se debe a que una de nuestras múltiples virtudes defectuosas radica en que nuestra prudencia es satisfactoriamente temeraria. Sólo los que se reconocen desequilibrados se hallan cerca de la equilibrada simetría. Sólo los que no comprenden saben y disciernen. Sólo los que no razonan con el intelecto reflexionan más allá de lo restringido. Los locos existimos para que nada sea incuestionable. Somos así de depravados, así de necesariamente molestos. Pero, aun encadenados a este encadenamiento dentro de nuestra bella jaula, los locos continuaremos viviendo nuestra locura, de ahí que sepamos que no sabemos ser otra cosa sino locos.

Se vislumbra la jaula cuando se anhela la libertad, el loco entiende así lo razonable. Mas si no estás preparado para descubrir tu jaula, si no estás dispuesto a amarla y hacerla tuya para poder trascenderla, entonces, hermano de la poesía, más vale que no visites el poético mundo del profeta, del loco, del vagabundo, del hereje, de aquel que yo llamo ladrón de palabras. No te atrevas ni a poner un dedo del pie en ninguno de sus amaneceres poema, te lastimarían, compañero miembro de la fraternidad de la poesía, y yo te quiero con los ojos puestos en tu próximo horizonte, yo quiero que, a través de la ventana de tu alma, siempre te puedas alcanzar a ti mismo. Ese es el más trascendental de los objetivos de un loco, y continuará siéndolo, por la eternidad de la eternidad.

Cuando se vislumbra la jaula surge el loco. El loco visionario de pasados y vividor de presentes, el loco por amor a la locura. Y cuando el loco aparece, ya no hay quien pueda evitar la tormenta, sus rayos provocan incendios, el fuego del loco te persigue. Comienza la batalla a muerte por la vida, el loco se declara la paz a sí mismo y no cejará hasta ganarse.

Alcanzar la unidad es tropezarse con la paradoja, sólo en la desolación se halla refugio. Así es como reza el hereje. El eco de la antigua y silenciosa noche retumba en sus vísceras, y los ojos de su alma miran al alba. El hereje se distancia para estar más próximo al prójimo. Quien critique su destreza demostrará su carencia de profundidad y perspectiva. Lo pequeño es otro grande y lo grande otro pequeño, todo depende de los parámetros que se escojan para definir el experimento que llamamos realidad. Paz santa al hereje. El hereje no está atento a indicaciones.

Hermanas antiguas, vosotras que os perfumáis con poesía estrellada, vosotras que os adornáis y os embellecéis con conchas de versos, dejadme que os silbe el cántico que mi alma interpreta cuando Khalil hace sonar el arpa de su lírica. ¿Quién es el que aspira a ser quien es? ¿En qué despertares arde el despertar? ¿Dónde está el evocador de futuros cuentos del pasado? El que se auto eleva de sus cenizas, ¿dónde está? Sólo unos pocos locos custodian el cofre de la incoherencia, no muchos son los que se atreven a armonizar lo contradictorio.

Hermanos antiguos, advertid la claridad en la confusión, esa es nuestra verdadera salvación. Siempre se sueña en libertad, por eso los locos aprenden a no olvidar que son libres, y así es que continúan soñando, están salvados. La senda es escabrosa para el que no reconoce su propia huella. En el bosque de la ilusión nunca se hace de noche, siempre se hace de amanecer. Existe, hermanos cautivos, en cada uno de vosotros, un soneto que resuena en el pentagrama infinito. El oído afinado percibe el latido del corazón de la vida. Los que ya no sueñan es que se han quedado ciegos, preguntádselo a cualquier loco. Hasta un loco que no pudiera ver reconocería al ciego de sueños.

En los confines de mi jaula, Khalil me encontró. En un nuevo reencuentro, habiendo olvidado desde dónde y desde cuándo, yo fui otro yo para desembocar en otro tú. Y Khalil me encontró. Ahora que me he acostumbrado al resplandor y al reflejo de su misterioso halo, en las noches heladas del alma me abrigo con sus páginas. Sin recordar que sabía que lo estaba esperando, Khalil me encontró. Fue al descubrir sus alas rotas, cuando supe que las alas no pueden romperse. Y fue más tarde, al descubrir mis alas rotas, cuando corroboré que las alas no se nos rompen. Así de certera es la vida de alguien que lleva las alas rotas sin que se le puedan romper.

Compañeros en cautiverio, cada uno en su jaula, y la poesía en la de todos. Guardaos de lo que os hiere pero no os profundiza, y de los que no os hablan en sueños. Rodeaos de los que comparten su silencio si de verdad queréis mantener una conversación. Tened en cuenta que toda ecuación ya ha alcanzado su resolución, que toda visión cumplirá su profecía. Persistid en cualquiera que sea vuestra astrología.

La ventana abierta al cambio, compañeras cautivas, soñada está la noche. Se esclarece el cielo, la luna ilumina. Mecidas nuestras plegarias. En el abismo se observa mejor el firmamento. Cuando la vela se apaga, su llama comienza a iluminarnos. Para avanzar hay que detenerse y retroceder, no se le ve otra entrada a la salida en esta jaula. Nunca ha habido finales, hermana cautiva, todo han sido prólogos de una sola historia. Los puntos finales que has visto son vacíos albergando todo por descubrir.

Una danzarina de palabras como yo, libremente enclaustrada en un mundo poema con los velos de la libertad y las cadenas entrelazados, se encierra cada vez más en la cresta de cualquier altura. Y si, por afortunada desgracia, no saliera de esta jaula, no maldeciré la bendición de mis cenizas, surcaré igualmente lo que haya de ser surcado. Nunca se recorre el mismo mar, los instantes se congelan para ser irrepetibles, las palabras nunca son las mismas. Una danzarina de palabras como yo, como tú, aún se asombra ante el fascinante vaivén de la variabilidad de lo inmutable. Más allá de lo inteligible está el discernimiento. La comprensión no comprende, aquí y allí son conceptos que están por descubrir. En mi jaula impera la renuncia al abandono, no está todo dilucidado, ni mucho menos, se debe proseguir inventando. Los hombres cuerdos gustan de instaurar lo inventado para delimitarlo, sin que roce apenas al simulacro que ellos llaman su vida. Los hombres cuerdos padecen de una locura que me resulta muy ajena, dudo que algún día me contagien. Y si lo hacen, el mundo poema de Khalil será mi antídoto para su veneno. No suelo fatigarme desaprendiendo lo aprendido, disfruto educándome con lo que no se enseña.

Khalil duerme, ya está muy despierto. El loco, el hereje, el vagabundo, el profeta, el místico, ya está soñando la existencia. Ese sonido que se escucha es su respiración inspirando y expirando el más alegre de sus lamentos. Khalil reposa junto al cristalino arroyo de los corazones que a su orilla arriban.
Khalil avanza en su reposo, nos ha dejado el legado de su hoguera, que se mantiene a sí misma en su crepitar. Khalil no está muerto, no mora tumba alguna, no presencia lejanías, se encuentra a tiro de una palabra.
Khalil navega en el no tiempo, embarcado en su navío de silenciosas sonoridades. Y continúa evitando toda cosa cuerda que entorpezca su camino.
Junto a Khalil caminaba cuando inhalé algo de claridad. En mis ojos se leía: hermano mío, háblame del amanecer.


En el anochecer de mi jaula, de nuevo, oigo clamar a una de mis máscaras: ¡Al ladrón! ¡Al ladrón!
Y otro de mis yoes pregunta: ¿Quién nos robará esta pesada máscara?

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