miércoles, 26 de enero de 2011

El purgatorio de la literatura IV

CAPÍTULO IV: LIBERAD A UNAMUNO

-Recuerdo -estaba diciendo Arlt a todos sus compañeros, hablando de Unamuno- lo que le irritaba cuando alguien, jocosamente, le increpaba:"Don Miguel, ¡Viva la muerte!, ¡Muera la inteligencia!". Se ponía hecho una furia. Eran las únicas ocasiones en las que no hacía gala de su profundo sentido del humor -agachó la cabeza apesadumbrado.
-Su humorismo era deliciosamente aguzado -señaló Pizarnik, conmovida.
-Yo aún no me puedo creer que ya no esté -confesó Salinas.
-No sé que decir, amigos -se disculpó Rulfo-, estoy profundamente confundido.
-Hola -saludó un individuo al entrar en el salón-. Soy el guía de Unamuno. He pensado que necesitaríais hablar de su ascensión, queridos. Estamos todos intensamente satisfechos. Pero... ¿qué caras son esas? -preguntó al verlos entristecidos.
-Es que lo echamos de menos -explicó Pizarnik.
-No. De ninguna manera -negó rotundamente el guía-. Es mi deber recomendaros que no intentéis atraerlo con vuestros pensamientos. En la medida de lo posible, amigos. Echarlo de menos es ser egoístas porque en el fondo lo único que deseáis es apresarlo. Hay que ser emocionalmente más inteligentes. Él ya no puede escucharos, ha purgado todas sus cuentas pendientes literarias. Debéis de sentiros orgullosos de que haya trascendido. Por cierto, ¿de qué estabais hablando cuando trascendió? -curioseó.
-Estábamos hablando -relató Arlt- del tiempo que llevábamos en el purgatorio. Unamuno estaba diciendo que había llegado a la conclusión de que no había escrito nada en su vida. Salinas y yo nos extrañamos -recordó-, y le preguntamos:"¿cómo que no has escrito nada? Si tocaste todos los géneros literarios. A lo que contestó:"Sí. Pero realmente yo no escribí nada de eso, yo no dije nada. Fueron los propios personajes quienes me utilizaron para decirse".
-A lo que yo le pregunté -continuó Salinas-:"¿Y los ensayos que escribiste? Ahí no habían personajes". Entonces contestó:"No eran pensamientos que yo pensara, eran pensamientos que se valían de mi capacidad pensante para vivir, para ser". Y a continuación pronunció su última frase:"Yo no sé si estoy despierto o soñando, no sé si estoy muerto o vivo, pero lo que sí sé es que no soy dueño de mis criaturas". E inmediatamente se evaporó -concluyó.
-Será un ejemplo a seguir en el purgatorio a partir de ahora -opinó el guía de Unamuno-. Ése es el objetivo, amigos. Saberse que no sois dueños de vuestras criaturas. Bueno, queridos, tengo cosas que hacer. Si necesitáis algo, vuestros respectivos guías están disponibles.
-¡Qué impresión me ha causado su última frase! -reconoció Pizarnik.
-Sí, a mí también -coincidió Salinas.
-Y a mí -ratificó Rulfo-. Pero creo que a mí me queda mucho para llegar a esa certeza.
-¿Por qué? -se interesó Pizarnik-. ¿No te va bien la terapia?
-No, la verdad es que no creo estar avanzando mucho con mi terapia -confesó Rulfo.
-¿Cómo es eso? -preguntó Pizarnik, extrañada.
-Porque hoy se me ha aparecido el fantasma de Pedro Páramo en mi habitación.
-¿Quién es Pedro Páramo, Juan? -preguntó Arlt.
-Es un personaje de mi segundo libro que da título a la obra -le contestó Rulfo, algo ofendido-. Te perdono el desconocimiento que muestras sobre mi obra por una simple razón: porque cuando la publiqué, ya habías muerto -le aclaró Rulfo.
-Gracias por considerar esa razón suficiente motivo para ser digno de tu absolución -le contestó socarronamente Arlt.
-¿Quién se te ha aparecido? ¿El espíritu del libro o el de tu personaje? -indagó Pizarnik.
-El de mi personaje -aseguró Rulfo-. De repente estaba delante de mí -comenzó a explicar-, me vi tan sumamente afectado que, inmediatamente fui consciente de mis ataduras literarias y de que mi guía no podrá ayudarme a liberarlas. En su mirada pude leer que me veré vagando por el purgatorio por los siglos de los siglos.
-Amén -dijo Arlt sentenciando.
-Gracias, Roberto. Por mostrar tan profunda conmiseración por mis tormentos literarios -repuso agriamente Rulfo.
-¿Y se te apareció para mirarte sin más? ¿No te dijo nada? -quiso saber Pizarnik.
-No dijo nada. Todo lo que hizo fue mirarme con una repugnancia y un resentimiento fuera de lo común. A los pocos minutos se desvaneció -reveló.
-Tendrás que hablarlo con tu guía. Quizás está tratando de decirte algo -hipotetizó Pizarnik.
-Sí. Tendré que contárselo -reconoció Rulfo, acongojado-. Pero estoy convencido de que pensará que cada día me enredo más en la maraña de mis creaciones.
-Juan -adujo Pizarnik-, recuerda lo que nos contó la lectora voraz de Charlotte Brontë. Ella también experimentó la aparición de las dos hermanas de Charlotte, y con la ayuda de la terapia y el consejo de su guía pudo liberar ese nudo.
-Gracias por el ánimo, Alejandra querida. Pero, ¿y si mañana me encuentro con que me visita otro de mis personajes? -preguntó-. ¿O vuelvo a ver a Páramo dirigiéndome esa mirada reprobadora? No creo que tenga la fuerza necesaria para poder soportarlo - concluyó muy afligido.
-No te queda otra, amigo mío -afirmó Arlt.
A continuación entraron en el salón dos individuos.
-Hola, compañeros -dijo uno.
-Muy buenas, amigos -dijo el otro.
-¿Quiénes sois? -les preguntó Salinas.
-Venimos de la casa expiación para lectores nº 149. Yo soy lector voraz de Wodehouse -se presentó.
-¿Y tú? -le interpeló Salinas al otro sujeto.
-Llamadme Ismael -contestó.
-Éste es el lector voraz de Melville que se cree Ismael de Moby Dick -le susurró Salinas a Rulfo.
-Nuestra visita se debe -comenzó a decir el lector voraz de Wodehouse- al hecho de que hemos sabido de la transición del compañero Unamuno, y queríamos trasladarles la satisfacción que sentimos por la ascensión de vuestro amigo -reveló.
-Gracias, queridos -contestó Pizarnik-. Estamos algo apenados porque lo echamos de menos, pero el guía de Unamuno nos ha advertido que no deberíamos enfocarnos en eso.
-Compañeros -dijo el lector voraz de Melville que se creía Ismael-, que el cielo tenga misericordia de todos nosotros, lectores voraces y escritores atrapados juntos, pues todos nosotros, de un modo o de otro...
-Está recitando un párrafo de Moby Dick -reveló asombrado Salinas en un murmullo a Rulfo.
-...estamos terriblemente tocados de la cabeza, y necesitamos un buen arreglo -concluyó el pretendido Ismael.
-Tienes mucha razón, Ismael -dijo Pizarnik siguiéndole el hilo.
-Queridos amigos -dijo el lector voraz de Wodehouse-, supongo que compartiréis con nosotros, miserables y pobres de letras que somos, el libro que os hayan entregado de Unamuno.
-¿Qué dices? -le preguntó boquiabierto Arlt.
-¡Cómo! No puedo concebir que no tengáis conocimiento de la tradición que se lleva a cabo en el purgatorio de la literatura cuando alguien trasciende -manifestó, con una mirada suspicaz.
-Por Los siete locos, que es una de mis creaciones a la que más aprecio tengo, juro que jamás había oído hablar de tal tradición -aseguró Arlt.
-Yo tampoco -corroboró Salinas-.Y mira que llevo aquí desde 1951.
-¿Están seguros? -preguntó el lector voraz de Wodehouse.
-Matemáticamente seguros -sentenció Arlt rotundo.
-Entonces debe de ser que aún no han decidido cuál entregaros. Bueno, amigos, en ese caso sólo nos queda reafirmarnos en nuestra congratulación por la transición de vuestro compañero, y confiar en que cuando os traigan el libro, tengáis misericordia de nuestras almas lectoras -dijo el lector voraz de Wodehouse.
-No guarde ninguna incertidumbre, amigo. Lo compartiremos con ustedes -prometió Arlt.
-Os deseamos una pronta liberación de vuestras ataduras -dijo Pizarnik.
-Gracias, querida -le contestó el lector voraz de Wodehouse-. Lo mismo para vosotros.
-Compañera -empezó a decir el lector voraz de Melville-, ojalá que se cumpla tu deseo. Yo lo intento con todas mis fuerzas. Mis guías me recomiendan enfáticamente que me enfoque en soltar cualquier tipo de figurada identidad fabricada que observe. Pero por más que lo intento no veo nada de eso en mí, no consigo saber de qué identidad tengo que rescatarme -suspiró tristemente-. Yo sé que mi guía tiene que tener razón, y le creo cuando dice que hasta que no lo haga así, no me redimiré de mis trampas literarias. Y lo intento, compañeros, os digo que lo intento. Pero en cuanto vuelvo a mi casa expiación y me encuentro cerca de Moby Dick, porque no os lo creeréis pero se trata de la mismísima ballena asesina; digo que, en cuanto la veo no puedo pensar en otra cosa que en cazarla para darle muerte. Mi guía no lo entiende, pero... ¡qué diría el capitán Ahab si no lo intentara! -concluyó abatido.
-Te recomiendo que no lo hagas -se apresuró a aconsejarle Pizarnik-. Hazme caso, no mates a la ballena -continuó, reafirmándose en seguirle el hilo.
-Compañera, sí, hay muerte en este asunto de las ballenas;... -empezó a decir el lector voraz de Melville con la mirada ida.
-Ya está otra vez recitando -le indicó en voz baja Salinas a Rulfo.
-...el caótico y rápido embalar a un hombre sin palabras hacia la Eternidad. Pero ¿y qué? Me parece que hemos confundido mucho esta cuestión de la Vida y la Muerte. Me parece que lo que llaman mi sombra aquí en el purgatorio es mi substancia auténtica. Me parece que, al mirar las cosas espirituales, somos demasiado como ostras que observan el sol a través del agua y piensan que la densa agua es la más fina de las atmósferas. Me parece que mi cuerpo etérico no es más que las heces de mi mejor ser. De hecho, que se lleve mi cuerpo quien quiera, que se lo lleve, digo, no es yo. Y que vengan cuando quieran el bote desfondado y el cuerpo etérico desfondado, porque ni el propio Júpiter es capaz de desfondarme el alma literaria -finalizó el lector voraz de Melville, dejando a todos boquiabiertos, excepto al lector voraz de Wodehouse, pues éste parecía estar ya muy acostumbrado a estas supinas rarezas.
-Caballeros, creo que deberíamos volver a nuestra casa. Ha sido un placer visitarles -se despidió el lector voraz de Wodehouse agarrando a su compañero por el brazo, temiendo que éste continuara recitando.
-¡Sobreviviré a este naufragio literario! -se oyó que vociferaba el lector voraz de Melville antes de que su compañero lo sacara de allí.
-Este lector de Melville, sin lugar a dudas, será carne de “calabozo para lectores rebeldes”. Otro acólito más para Hannibal Lector -pronosticó Arlt.
-¿Por qué les habéis mentido con lo del libro de Unamuno? -preguntó Pizarnik a Salinas y a Arlt cuando los lectores voraces hubieron abandonado el salón-. Creía que el guía de Unamuno nos había entregado un ejemplar de Niebla.
-Y así es -confirmó Arlt dejando estupefactos a Rulfo y Pizarnik-. Pero no lo comparto con estos lectores voraces porque no lo hubieran sabido degustar.
-Lo habrían devorado como hienas famélicas -continuó Salinas-. Estos lectores son alimañas. No valoran el esfuerzo, el sudor y los dolores que provoca el alumbramiento de libros. Jamás compartiría un libro de don Miguel con estos engullidores de tinta. Sería un auténtico sacrilegio.
-Estos chupópteros de palabras -prosiguió Arlt- están enfermos de literatura -sentenció.
-¡Tanta literatura, Señor! ¿Para qué tanta literatura? -recitó la Pizarnik.

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