viernes, 2 de diciembre de 2011

Jungla de asfalto

Soy un animal herido.
Atrapado en esta jungla de asfalto, pétalo a pétalo me marchito. Se me pudre la razón y trepo para sepultarme con mis espectros, atragantado de niebla contaminada.
Consumiéndome en este hormiguero de dementes se desangra la flor de mi loto. No se oye al silencio.
Sin silencio las palabras nacen muertas, merodean ataúdes para ellas. Voy de entierro a todas horas, llorando a carcajadas entre tanto tumulto de silencios muertos, intentando abrigarme con este invierno de letras.
Es inútil, ígneos escalofríos traspasan mi cuerpo de piedra. Me convierto en mármol candente hecho de ausencia. Tengo muchísimo frío.
Soy un animal muerto de sed perdido entre las hojas secas, mil rayos de hielo me petrificaron dentro de la jungla combativa. Desde mi cristal sólo observo y miro.
Esto es lo que veo: fieras humanas sacando los dientes, combate de egos, colisiones de mentes, pelea hasta la muerte entre los animales civilizados.
Yo también he peleado hasta la extenuación, respirando lucha y pelea conmigo mismo. He vivido contra mi vida, me he herido de muerte con mis propias garras. Jugué muy seriamente y acabé olvidando que jugaba. Alimenté las espinas, ignoré las formas y los colores. Entonces el dolor nubló mi mirada, y al dejar que me conquistara quedé atrapado en este bloque de hielo. Ahora sólo queda ceniza de la ceniza, sólo la muerte está viva.

Soy un animal dormido que está soñando una ilusión de soledad.
Sólo si cierro los ojos veo la realidad. Sólo si me adentro muy dentro me doy cuenta de la fiesta, soy uno en la unidad.
Al descubierto están ya las jaulas para las mentes, a la vista queda esta servidumbre infecta heredada. Hay consciencia de una férrea esclavitud que nos exhorta a vivir en una prostitución continua. Todos los animales civilizados encadenados a un candado, vendiendo la vida para comprar cadenas y más cadenas. El mundo civilizado, jungla de asfalto combativa, bosque de cemento, es un artefacto putrefacto construido para asfixiar, una maquinaria trituradora de nuevos senderos.
Óyeme bien, un animal enjaulado que se construye su propia celda en la jaula del mundo queda apresado por sus ansias de escapar. Huellas, olfateos, recuerdos de libertad laceran su piel. Si quiere volar tendrá que arrancarse las alas, si quiere ver la realidad tendrá que seguir soñando.

No se oye al silencio, sepultado bajo un infinito de rocas. No desaparece la ausencia, parece que aguardará a más ausencia.
No se ve nada más allá del nunca, no hay presente en el futuro. Se hace eterno lo efímero en este bosque de cemento.

Soy un animal cautivo en la jungla de asfalto, desnutrido de libertad, y el aire que no respiro me terminará por matar.
Más manadas de animales civilizados me acechan escupiendo normas. Habrá que seguir soñando.

Pasadizo de silencio

Me he adentrado por un pasadizo de silencio.
Incluso mi cuerpo camina enmudecido.

Ocurrió cuando traspasé el umbral de este extraño pasaje. ´
Salieron volando todas las palabras, horrorizadas ante este altar sagrado de los silencios, debieron oler al arcano silencio enseguida y huyeron despavoridas. Yo quise seguirlas, pero mis ojos ya no vislumbraban la salida.
Avanzando entre este abismo de esponjosos silencios he creído percibir un nuevo lenguaje. Son como mudos sonidos con profundo significado, te dejan sin sentido y te envuelven con sus mantos de melodías, parecen silbidos de mudez extraterrena.
Pero añoro a las palabras.
Echo de menos paladear sus sabores, los olores que desprendían, sus hilarantes bromas. Añoro sus susurros a medianoche, cuando se agitaban a mi alrededor planeándome mil historias, bailando su danza de exquisitas permutaciones bajo la luna, sólo para mí.
Porque, aunque este silencio me envuelve, tengo mucho frío, un frío demasiado gris, pues ya no puedo dormir acurrucada a una palabra. Ahora mi lecho es el solitario suelo de este pasadizo de silencio.
Y temo no volver a verlas ni a tocarlas, duele que se fueran sin mecerme siquiera con una despedida, araña desmesuradamente su abandono.
Ya no me queda más que llorarle al universo la marcha de las palabras, lamentar su ausencia hasta marchitarme y caer haciéndome una con la tierra de este pasaje de silencio.

Pero no. El silencio no es así. No, al menos, el que yo conozco. El silencio que conozco es un abismo de infinito espacio que habita entre palabra y palabra, es una nave surcadora del multiverso. Es un silencio que espanta al espanto.
Invoco, valiéndome de este aterrador y atrayente mutismo, al silencio conocido. Balbuceo plegarias pero no engaño a nadie, el silencio no me oye, mi voz silenciosa ya no me responde. Este pasadizo de silencio no permite voces.

Me convierto en lago de lágrimas y avanzo líquidamente. Me rindo, me desprendo de todo para que nada pueda desprender de mí. Hacia dentro, a lo profundo, hacia lo más hondo.
Borrar los cuentos, ahogarlos todos en la laguna del olvido, hacer que vuelen todas las páginas. Crear espacio al silencio.

Silencio, silencio, silencio...

Es un silencio, un mágico silencio vestido de honda expresividad. Me encuentra vagando por este pasadizo, me seca las lágrimas rozándome con un hálito familiarmente misterioso. Y ante mis ojos, como si fuera humo, con sus hilos de plata va formando letras, letras que me guían, letras como huellas. Letras formando una palabra que me conducirá a la salida de este pasadizo.

Sólo una palabra:
“Palabra”
Y la sigo...