viernes, 28 de enero de 2011

Mi Platero y yo y yo XVII

CAPÍTULO XVII: MUERTE DE TEXTO

La noche nos había arropado con su manto, mi Platero y yo y yo estábamos en la cubierta de un barco. La luna, con su hipnótico hechizo nos había invitado a observarla en silencio, el viento ululaba su canción...

Sucedió de repente. En un momento tenía a mi Platero y yo cogido de mi mano, y al instante siguiente, una enérgica ráfaga de viento se me lo lleva de mi abrazo. Mi corazón se me salió detrás de él, mi cuerpo se congeló como bloque de hielo, un averno de emociones cayó sobre mis entrañas...

Luego te entendí, Platerillo mío. Tú no te habías caído al mar, tú le habías pedido al viento una cuna de agua, tú quisiste mecerte en una inmensidad, bailar al ritmo de otro compás, y un benéfico ser etéreo y vaporoso te concedió tu plegaria, Platerete.
Tú quisiste convertirte en coral, ser parte de un arrecife. Honro tu gran anhelo, alabo tu sed de más.

Yo sé que me ayudarás, Platerucho, tú me ayudarás. Me ayudarás a recordarte así, como un viajero de corales, no como un cadáver de libro hundido. Porque al mojarse tu tinta, Platerillo mío, tú sabías que no te extinguirías. Por eso, antes de que mi vista dejara de alcanzarte, Platerete mío, te vislumbré tu última sonrisa de texto, y pude oír cómo cantabas tu canción de despedida, aún puedo oírla... Adiós, viajera -cantabas-, adiós amada viajera, hasta que nos volvamos a encontrar...

Mi Platero y yo no está en las profundidades del mar, sino que su esencia se ha transformado, y ahora quizás more en la espiral de un caracol, en el interior de un cuarzo rosa, o tal vez vuele por ahí en forma de mariposa nocturna.

No hay comentarios:

Publicar un comentario