CAPÍTULO IV: PIEZAS EN
EL TABLERO
La reunión se celebraba en la azotea de un hotel. Acordamos
quedar antes de la hora convenida para llegar los cuatro juntos. Pero no pudo
ser. Yo me retrasé y llegué después de mis compañeros.
Entré en el ascensor del hotel junto con un hombre y una
mujer. No habíamos subido ni dos pisos cuando el ascensor se detuvo
repentinamente. Nuestros móviles se quedaron sin cobertura y allí me pasé un
rato con estas dos personas que resultaron ser también jugadores. Nos preguntamos
con mucha curiosidad sobre los personajes que habíamos escogido. El hombre
resultó ser Hanta, de Una soledad
demasiado ruidosa. Y la mujer no era otra que Shirley, el personaje de la
novela homónima de Charlotte Brontë.
-¡Vaya tres nos hemos juntado! -dije riéndome, una vez ya
nos habíamos dicho quiénes éramos.
-Sí, no tenemos nada que ver entre nosotros -coincidió
Shirley-. ¿De qué podríamos hablar tú y yo, por ejemplo? -le preguntó a Hanta,
divertida.
-Del grito silencioso, sin duda alguna, señorita Shirley
-respondió Hanta muy seriamente-. Estoy seguro de que a cualquier hija de la
entelequia de una de las Brontë no le resultaría nada ajena la soledad ruidosa.
Enseguida notamos una sacudida brusca y el ascensor volvió a
funcionar, como por arte de magia, pero la reunión ya había comenzado. En la
entrada a la azotea había una mesa en la que cada asistente debía buscar una
tarjeta en la que figuraba el nombre de los tres personajes escogidos y
ponérsela de forma que quedara visible. Localicé la mía rápidamente y me
dispuse a buscar a Vivimos y Paradero. Encontré primero a Vivimos charlando con
Hans Castorp, personaje de La montaña
mágica, al que ya me unía una gran amistad al habernos relacionado mucho en
el foro de Internet.
-¡Hombre, amigo Castorp, qué placer ponerle cara! -le saludé
mientras nos dábamos un gran abrazo.
-El placer también es mío, querido Martin Eden. ¡Ah!, ¡qué
interesante mezcla de personajes! -dijo fijándose en mi tarjeta identificativa-
Mmmm, veo que has elegido como pasado a Horacio Oliveira, es un placer
informarte de que La Maga nos ha honrado con su presencia.
-A mí no, mi querido Hans -contesté muy serio por fuera.
-¡Cómo!, ¿tú no valoras su presencia? Ah, ya sé, no hace
falta que me lo digas, es completamente natural. Yo se lo estaba comentando a
mi primo Joachim, al que he tenido el placer de conocer hace un rato. Le decía que
sería totalmente lógico que algunas personas pudieran enredarse con sus
personajes y acabar atrapadas en sus tramas, como si quedaran presas de una especie
de atracción magnética irresistible que, una vez puesta en marcha, sería
incontrolable. No sería de extrañar que con consecuencias funestas.
-Siento decirte, Hansito, que te confundes mucho. No hay
ninguna atracción eléctrica entre...
-Magnética, compañero, magnética...
-Bueno, lo mismo da. Magnética o eléctrica, de atracción ná de ná.
-Hans, es que has tocado un tema que provoca mucha
controversia -intervino Vivimos-. Yo pienso que Martin, en su identidad como
Horacio, arrastra un trauma que...
-Déjate de tontunas, Vivimos. ¿Dónde están Cumbres y
Paradero? -le pregunté aprovechando que no los veía para desviar el tema de mi
personaje, que traía colita.
-Paradero aún no ha llegado y Cumbres se ha ido con
Heathcliff -me contestó con picardía en la mirada-. Han preferido interactuar
entre ellos a solas. Era de esperar.
-¡Ah, lo que yo decía, la atracción magnética! -insistió
Hans, suspirando-. Cuando se te mete por las venas estás perdido, la atracción
ya no te soltará más, ni el mejor sanatorio puede curar ese tipo de dolencias.
Sólo queda resignarse a la espiral de emociones, y punto redondo, como dice mi amigo
Mynheer Peeperkorn... Oh, ¡pero qué ven mis ojos! Creo que es la mismísima
Clawdia Chauchat. Si me permitís, voy a saludarla.
-Claro, amigo Hans, pero recuerda, cuidado con la atracción
magnética -le advertí sonriente.
-No habrá peligro, compañero, me expondré tan sólo unos
minutos -me contestó muy serio.
Al cabo de unos minutos llegó Paradero.
-Martin -me dijo éste sonriendo socarronamente-, he visto a
tu maga nada más entrar.
Está hablando con Julieta Capuleto.
-Pues muy bien. Ya os dije que no estaba demasiado
interesado en ella. La verdad es que no hemos coincidido ni una sola vez por el
foro. ¡Qué pesados sois!...
-No intentes disimular, Martin querido. Por algo escogiste a
Horacio Oliveira, y no creo que fuera por su afición a la música -me dejó claro
Vivimos. Yo le respondí con una mirada de póquer.
-Pues yo creo que ella estará dispuesta a echarte cualquier
conjuro para citaros en París -opinó Paradero.
-No le servirá de nada -contesté-. Martin Eden no cree en
conjuros. Además, quedar con ella sería una pesadez, tendríamos que pasarnos
como una hora dando vueltas por las calles hasta encontrarnos. Todo por nuestra
manía de no quedar en un sitio concreto. Bah, he superado esas excentricidades
místicas... Pero una curiosidad tonta sí que tengo, todo hay que decirlo, ¿cómo
es?, ¿es atractiva? -le pregunté, sin poder contenerme una sonrisa.
-Ah, amigo. Yo diría que eso es interesarte por ella.
-En absoluto -contesté rotundo-. Es superflua curiosidad. Sólo
por ver si se parece a la imagen que tengo de La Maga literaria.
-Ya, ya... Lo que tú quieres es contrastar ficción con
realidad, nada más, ¿verdad? ¡Anda ya, Martinito!
-No le digas cómo es -le espetó Vivimos a Paradero-. Así no
podrá reconocerla y quedará imposibilitado para huir de ella.
-Eres perversa, compañera, nunca lo habría esperado de ti
-dije, aparentando sorpresa.
-No, soy retorcida. Me gusta salir por intrincados caminos.
Será la herencia de la dictadura comunista -dijo bromeando.
-Pues comparte tu herencia dictatorial como Kira Argounova
con otros también, querida Vivimos. Yo me voy a dar una vuelta, a ver si es
verdad que aquí se puede interactuar con personajes interesantes, porque lo que
es con vosotros... -les contesté con fingido enfado.
Estuve dando vueltas, tropezando con personajes que no
conocía, hasta que me encontré con Campanilla, con la que había interactuado
mucho en el foro.
-Hola, bellísima hada malvada -saludé.
-Hola, Pedrito inmaduro.
-¿Ya le has arrancado los pelos a Wendy?
-Aún no la he visto. Pero, de todas formas, creo que antes
te los voy a arrancar a ti -casi me quema la furia de sus ojos.
-¿Y eso por qué? -le pregunté, algo cohibido.
-Porque te quiero. Las hadas somos así. Pero arriesgamos
nuestra vida y, si es preciso, la damos por un humano, o sea un ser inferior,
que nos ignora y no nos valora.
-Bah, no hace falta que te metas tanto en el papel.
-No es un papel. Es un estilo de vida. Más de uno y de una
se identifican más con sus personajes elegidos, que con su propia personalidad.
-Campanillita, no exageres. Tú sabes quién eres, ¿verdad?
-le pregunté, ya un poco preocupado.
- No te asustes, Peter -contestó después de unas cuantas
risotadas-. Yo sí, por ahora... -mirada con ojos socarrones-. Pero sé de otras
personas que no lo tienen tan claro.
-¿A quiénes te refieres?
-Pues hay una en concreto a la que tú tratas mucho.
Catherine Earnshaw, por ejemplo.
-¿Estás de broma? -pregunté carcajeándome. Pero al ver el gesto
serio de su cara supe que no bromeaba.
-Martin, te lo digo muy en serio. ¿Tú no te has dado cuenta?
Por las cosas que le he leído en el foro he sospechado que llevaba el juego más
allá. Hoy, viéndola interactuar con Heathcliff, no he tenido ninguna duda. Se
cree realmente ella.
-Esto me está resultando ya un poco terrorífico, Campi. Creo
que estás exagerando muchísimo. Es más, creo que tu interpretación puede
deberse a la aparición de algunos celillos, quizás porque la trato más a ella
que a ti. Aunque te digo que, por otra parte, si ése fuera el caso, yo lo
encuentro de lo más natural, Campanillita mía.
-No te soporto cuando te sale la personalidad de Horacio
Oliveira. Me voy a ver si encuentro a Wendy. Y tú vete con tu maga -se despidió,
con su sonrisa maliciosa.
“Ya estamos” -pensé.
Decidí volver con Paradero y Vivimos. Estaban hablando con
Bartleby el escribiente y con el lobo estepario. Paradero, con su pasado como
Billy Budd, intentaba mantener una conversación con Bartleby sobre Melville,
pero el pobre Paradero no conseguía sacarle nada más que una frase: “preferiría
no hacerlo”. El lobo estepario no paraba de hablar con Vivimos acerca de lo que
le empujaba a salir de su habitación cada noche, le explicaba con todo género
de detalles cómo una fuerza completamente irresistible se iba apoderando de él
y le obligaba a volver para hacer uso de una vez por todas de la navaja de
afeitar. Vivimos le respondía: “te comprendo bien, ciudadano. Yo vivo en la
dictadura comunista. También siento a veces ese magnetismo de la navaja del que
me hablas”.
De pronto escuchamos unos gritos fuera de la azotea. Eran
Fortunata y Jacinta que se habían encontrado cara a cara, y de sus labios sólo
salían las imprecaciones más ominosas. Jacinta esgrimía su chapita identificativa
como arma contra Fortunata, parecía que su intención era agredirla, pero, al
parecer, tan sólo quería restregarle por la cara que ella era la mujer de Santa
Cruz, la única delfina de su delfín. Fue Paradero, valiéndose de su identidad futura
como Evaristo Feijoo, quien tuvo que poner paz en ese pandemonio, con no poco
trabajo.
Para colmo, en el círculo de personas que se habían acercado
para ver qué era lo que pasaba, me topé con la Maga.
-Por fin nos encontramos -me dice ella.
-Te he estado buscando toda la tarde -mentí sin escrúpulo
alguno.
-¿Quieres que quedemos algún día? -sugirió.
-Mujer, eso sería perder toda la magia, ¿no crees?
Me alejé antes de que pudiera contestarme. Debería de haber
escogido a Lord Goring, de Un marido
ideal, en vez de a Oliveira, pues al igual que el Lord, yo tampoco tengo
corazón, me dije.
Decidí que ya había tenido suficiente con el jueguecito
literario y me marché.
Cuando llegué a casa tenía un mensaje en el contestador.
Nunca olvidaré aquel tono de voz ni las palabras que pronunció.