sábado, 29 de enero de 2011

Villa Lenguaje VI

CAPÍTULO VI: BIBLIOTECA LENGUAJE

Don Sinónimo me acompañó a la Biblioteca Lenguaje.

-Buenos días, don Epíteto, ¿se puede? -preguntó don Sinónimo, deteniéndose en el umbral.
-Luminosos días, don Sinónimo. Adelante -contestó don Epíteto.
-Aquí le traigo al joven del que le hemos hablado con anterioridad, don Epíteto.
-Tome confortable asiento, joven. Usted también don Sinónimo.
-Muchas gracias, don Epíteto -dije-. Tengo entendido que es usted el director de Villa Lenguaje.
-Por poco tiempo, joven -respondió don Epíteto.
-O, durante un mísero intervalo -murmuró don Sinónimo.
-¿Se marcha usted? -interrogué a don Epíteto.
-En absoluto, joven. En Villa Lenguaje tenemos estrictas normas en lo que se refiere a la dirección de Villa Lenguaje. Y una de ellas estipula que se nombrará un director distinto cada cuatro años. Ya me ha llegado la hora de un reposado descanso.
-O, de un solaz relajado -susurró don Sinónimo.
-Don Sinónimo -protestó don Epíteto-, ¿no tiene ninguna urgente tarea a la que esté descuidando en estos precisos momentos?
-He de admitir que Honestidad me obliga a contestar afirmativamente -respondió don Sinónimo, al mismo tiempo que se levantaba-. Desde que superviso la formación de Honestidad me es imposible falsear, fingir, o embaucar -informó con repentino pesar-. Bueno, joven, espero encontrarle luego. O, anhelo localizarle posteriormente -me dijo, dirigiendo una mirada retadora a don Epíteto, que éste ignoró por completo.
-Como le iba diciendo -continuó el director-, nos turnamos la dirección de Villa Lenguaje entre todas las figuras y recursos literarios. Como habrá podido comprobar existe una debida paridad en Villa Lenguaje, a todos los efectos.
-Lo encuentro muy elogiable. En estos tiempos...

En ese momento llamaron a la puerta.

-¡Adelante! -gritó don Epíteto- Perdone, joven.
-Por favor, no se disculpe -respondí.
-Don Epíteto...
-Dígame, don Pleonasmo, ¿qué sucede ahora? -preguntó, con evidentes signos de sentirse molesto.
-Es que...Tristeza está llorando por los ojos otra vez, y ahora insiste en pegar manotazos con las manos a sus compañeras. Lo he visto con mis propios ojos, don Epíteto. Es más, amenaza con subir arriba a Faro Vocabulario y meterse adentro para no salir fuera jamás.
-Bueno, bueno, don Pleonasmo, no se lo tenga en excesiva cuenta. Usted ya sabe perfectamente que le dan esos enojosos ataques de vez en cuando. Ignórela durante un corto espacio de tiempo y verá cómo todo vuelve a una agradable normalidad.
-Tiene razón en lo que dice con la boca. Disculpe la entrometida intromisión, don Epíteto -sentenció don Pleonasmo mientras cerraba la puerta, de forma que casi se arranca la cabeza a sí mismo.
-Curioso sujeto -le dije a don Epíteto-. Me ha dejado con la boca abierta.
-Nuestro idolatrado don Pleonasmo es un individuo valorado extremadamente en Villa Lenguaje. Es una lástima, como recurso literario está infravalorado.
-¿Cuál es la función de Pleonasmo como recurso literario? -pregunté.
-¡Santo Verbo, joven! ¿No saben ni eso en Realidad Diferente?
(Pues si se sorprendió por ese ínfimo desconocimiento, que tan temerariamente tuve el disparate de confesar, le deseo que no viaje nunca a Realidad Diferente, porque se vería sepultado por extraordinarias toneladas de estulticia).
-Bueno, bueno, haré como si mis oídos no hubieran advertido nada -continuó-. Verá, es una expresión en la que aparecen uno o más términos redundantes. Pero continuemos, joven, que no tengo todo el precioso día. ¿Le gustaría preguntarme algo más?
-Sí, sí. Antes iba a preguntarle quién será el próximo director de Villa Lenguaje.
-Aún no se ha realizado la esperada votación. Este año está causando muchas desavenencias entre recursos y figuras la inminente elección. O mucho me equivoco o no tardarán en empezar a tramar y trampear rastreramente.
-¿Eso hacen? -pregunté sorprendido.
-No lo dude ni un solitario instante -afirmó.
-¿Y por qué lo hacen?
-Por hambre de miserable gloria y por ansias de repugnante poder, joven. Me temo que este año los que se van a llevar la palma por su detestable comportamiento van a ser doña Anáfora y don Sarcasmo. Ayer los sorprendí dirigiéndose unos lamentables improperios. Doña Anáfora llegó a extremos inaceptables.
-¿A qué extremos hace referencia?
-Le lanzó una deplorable amenaza. Dijo:"Acabarás difunto. Acabarás cadáver. Acabarás fiambre". Es su personal estilo.
-Y no se le puede negar que no sea directo. Pero sí que es grave, sí -opiné, un poco sobrecogido.
-Eso no es excesivamente grave -juzgó don Epíteto.
-¿No le parece grave una amenaza de muerte? -interpelé.
-Comparado con la desagradable catástrofe de la semana pasada le aseguro que no, joven.
-¿Y qué catástrofe fue esa?
-La escandalosa fuga de don Símil con doña Asíndeton -repuso impertérrito.
(Lo que no tenga que sufrir este hombre, aún no ha sido ideado por la mente humana, amigos).
-¿Se fugaron de Villa Lenguaje?
-Sí. Así de espantoso es.
-¿Y los encontraron? -pregunté sobresaltadamente.
-Por supuesto que sí. ¿Por quién me toma, joven? Encontramos su escondite el mismo día de su reprobable falta. Se hallaban en el Bosque Tenebroso.
(Y encima se adentra por bosques tenebrosos. Enseguida supe que este hombre, este recurso literario, representaba el arquetipo de mi héroe).
-La tarea ardua no fue encontrarlos, joven, sino convencerlos para que volvieran.
-¿Cómo lo consiguieron?
-Con innumerables horas dedicadas a la persuasión. La pareja huyó en un fugaz arrebato por vivir su propio lenguaje, su propia vida. Don Símil, al final decía: "Doña Asíndeton y yo sólo queríamos vivir como si todo a nuestro alrededor hubiera desaparecido cual pompa de jabón que estalla, pero ahora sé que nuestra función en Villa Lenguaje es tan necesaria como la luna en Realidad Diferente".
Y doña Asíndeton replicaba:"Fue un momento de inesperada pulsión. Imposible de controlar. Agitación extrema como una llamarada inextinguible. Ahora estamos mejor. No volverá a pasar". No se sorprenda por la forma de hablar de doña Asíndeton, siempre omite las conjunciones.
-Ya me había fijado. Parecían arrepentidos, por lo menos -tercié.
-Lo volverán a hacer. Son sujetos con exiguo decoro y escasa reverencia por las normas. Pero a mí me queda bien poco, joven. Que venga otro recurso u otra figura a cargar con este cargante mochuelo. Y ahora, si no le importa, tengo que seguir con mis exigidas ocupaciones. Ha sido un placentero honor conocerle.
-Lo mismo digo, don Epíteto. Ha supuesto todo un orgullo tratar con un recurso como usted.

Al salir de la Biblioteca Lenguaje vi acercarse por el pasillo a don Sinónimo y don Antónimo que venían acompañados de doña Epífora.

-Me despido de ustedes, pues me dispongo a abandonar las instalaciones. Sepan que guardaré un delicioso recuerdo de los momentos aquí vividos. Les doy las gracias a los tres y les pido disculpas si les he causado alguna molestia.
-No ha sido ninguna molestia, ningún fastidio, joven -dijo don Sinónimo.
-Espero que nos recuerde mucho, gentil anciano. O que nos olvide pronto -me dijo don Antónimo.
-Vuelva pronto por Villa Lenguaje, joven. Siempre será bien recibido. No sé si queda claro que siempre será muy bien recibido -se despidió doña Epífora.

Los observé alejarse mientras pensaba que probablemente ésa iba a ser la última vez que los viera.

A la salida de Villa Lenguaje, aún me esperaba sufrir una vivencia surrealista más. Detrás de un arbusto, escondida, se encontraba Canalla. Al comprobar que había reparado en ella, rogándome me dijo:

-No me delate a doña Metáfora, caballero, por favor. Sólo estaré un rato más. Es que...me deleito con el trinar de los pájaros.
-Pues yo no oigo ni a uno sólo de ellos -testimonié.
-Porque usted los ha asustado al aparecer tan repentinamente -replicó, bravucona.
-En ese caso le ofrezco mis más sinceras disculpas -dije, benevolente.
-Se las acepto con una condición.
-¿Qué condición?
-Que me lleve con usted.
-No digas disparates. Jamás hubiera pensado que fueras tan insensata -respondí, algo defraudado.
-Es sólo por pura curiosidad -se excusó apenada.
-¿Quieres que te lleve a dar una vueltecita? -me ofrecí, inconscientemente.
-¡Sí, sí! Pero, con una condición -repuso tan campante.
-¿Qué condición? -accedí reticente, aunque sin entender muy bien el objeto de una condición cuando estaba accediendo a complacerla.
-Quisiera ir a un lugar -respondió misteriosamente.
-¿Qué lugar? -contesté irritado.
-Quiero ir a la Academia de los Lenguajes Unidos -confesó, atrevidamente.
-Desconozco por completo si tal cosa existe en algún lugar. Lo que sí puedo decirte, querida, es que no se encuentra en Realidad Diferente.

En cuanto Canalla constató que yo no le iba a servir de gran ayuda, con profunda resignación y, todo hay que decirlo, con insultante arrogancia dio media vuelta para volver a Villa Lenguaje.

-Canalla, ¿por qué tanto entusiasmo por esa Academia? -pregunté, curioso.
-¿Para qué va a ser? -contestó enojada- Por ver vocablos nuevos. A una servidora se le merman los deseos de seguir significando si tiene que ver siempre a las mismas palabras. Imagínese lo que sería encontrarme con mi homónima francesa, o conocer a mi tocayo italiano. Por no mencionar lo que disfrutaría si me viera rodeada de palabras extranjeras, desconocidos caracteres a los que desnudarles el enigma. En fin, usted no lo entiende...

Con cara de atontado, con el rostro de un pasmado mentecato contemplé a Canalla mientras se alejaba, caminando hacia Villa Lenguaje.

No hay comentarios:

Publicar un comentario