sábado, 29 de enero de 2011

Villa Lenguaje VII

CAPÍTULO VII: REALIDAD DIFERENTE

Os he ocultado algo.

Cuando estuve en Biblioteca Lenguaje, el despacho de don Epíteto, me vi impulsado a cometer un acto del que me siento profundamente abochornado. Pero he de confesároslo, sino no podría compartir mi hallazgo. Lo diré rápidamente: robé un libro de la Biblioteca. Pueden escandalizarse si quieren, o sentirse consternados al darse cuenta de que tan abyecto impulso sólo ha podido ser llevado a cabo, sin ningún género de dudas, por un ser de una zafiedad y una bajeza sobresalientes. No lo piensen pues, porque, aunque acertarían de pleno; tengo que decir, en honor a la verdad, que no lo sustraje, sino que lo liberé de su prisionero anaquel.
Mientras don Epíteto me hablaba de esto y de aquello, mi mirada estaba siendo atraída continuamente por un pequeño libro con lomo azul. Aún no puedo comprender por qué me llamaba ése y no otro. El caso es que me sentía seducido por ese ejemplar. Era como si me estuviera diciendo:"Caballero, a usted y sólo a usted me entrego. Usted verá lo que hace". Cuando me levanté para marcharme, al observar que don Epíteto se sumergía casi literalmente en sus papeles, no pude poner freno a ese flirteo, por así decir. Lo cogí y me lo guardé en el bolsillo de la chaqueta.

Al día siguiente de mi vuelta a Realidad Diferente recordé el tentador volumen, culpable de mi ingreso en el rastrero, pero excitante, mundo de la delincuencia. Pensar en él y arrojarme sobre su persona de papel fue todo uno. Al principio lo hojeé distraídamente. No era extenso. Rápidamente me zambullí en él. Os resumiré brevemente su contenido.

El libro lleva por nombre:"Manual para el degustador de palabras". No se especifica el autor. En la primera parte del libro se aconseja al degustador que no abuse del lenguaje, pues se arriesga a sufrir una sobredosis de palabras. Se han dado pocos casos, según menciona el Manual, pero no por ello hay que dejar de tomar en cuenta la advertencia. A continuación pone mucho énfasis en la importancia de que el degustador conozca las palabras que se le atragantan. Se las denomina palabras-hueso. El degustador tendrá que identificar sus propias palabras-hueso para evitarlas en la medida de lo posible.

Hay un apartado que me resultó extremadamente curioso, donde se menciona la existencia de palabras envenenadas y de palabras antídoto. Las palabras envenenadas son aquellas palabras que nos trastornan, se pone de ejemplo a Miedo, Muerte, Fracaso, etc...El libro asegura que si el degustador abusa, bien de estas palabras o de cualesquiera que le lesionen, habrá tanto del veneno de las mismas en el organismo de su lenguaje, que se morirá intoxicado por la sustancia de la que está hecha su palabra envenenada. Sin embargo, el libro también nos habla de las palabras antídoto. Por ejemplo, la palabra antídoto para Miedo es Confianza, la de Muerte es Semilla, y “la antídoto” para la envenenada Fracaso es Recorrido. Hay que decir que se resalta con frecuencia el hecho de que los ejemplos expuestos no son norma sino señal, es decir, que cada degustador establece sus propias palabras envenenadas en las que permite el mordisco. Por lo tanto, también cada degustador establece “las antídoto”, en las que se concede la supervivencia.

La segunda parte del libro habla de las palabras espirituosas. O, lo que es lo mismo, palabras que son narcótico. Palabras que, esporádicamente, nos nublan la objetividad para asir momentáneamente la fantasía que esconden en su hado. A estas palabras, también se las denomina "escalones de cielo".

Se hace referencia, veladamente, a las palabras que invocan al maligno. No se aporta ningún ejemplo, claro está, cada degustador se bautiza sus demonios, digo yo, cada uno designa su temblor y su espanto.

Igual de trascendentales son las que se llaman palabras despechadas. Se dice que el degustador de palabras deberá tener cuidado con estas palabras. Por ejemplo, en ocasiones queremos decir algo y nos llega una palabra que no es la adecuada, o que no expresa exactamente lo que buscamos expresar. Pues bien, un degustador de palabras tendrá que despedirla, decirle que no era ella a quien necesitaba. Eso sí, con el mayor tacto y la mayor cautela de los que se pueda valer, ya que, de lo contrario, la palabra se convertirá inmediatamente en palabra despechada, y andará de pensamiento en pensamiento vomitando su ira y su rabia porque no se siente valorada. Por lo tanto, enorme sigilo en esos casos. De todas formas, si el degustador se encuentra con una palabra despechada a causa de la imprudencia de otros, hay una manera de sanarla, pero no siempre funciona. De cualquier manera, siempre habrá que intentarlo. A una palabra despechada sólo puede devolverle su estado natural la misma persona que la rechazó. Por lo tanto, como tal cosa es imposible de saber, el degustador habrá de hacerlo de la siguiente manera:

En primer lugar, el degustador tendrá que rechazar a la palabra despechada, aunque esto pueda producirle, de nuevo, enojo, cólera o furia inimaginables. El degustador contendrá el arrebato ignorándola por completo. Una vez repudiada la palabra en cuestión se pasa a la segunda parte de la sanación de la susodicha, que consiste en que el degustador deberá acunarla entonando todas aquellas palabras que tengan su misma raíz. Se indica que, normalmente, con nueve palabras suele bastar. Si una vez pronunciadas las palabras, (se reitera que han de ser de su misma familia), la despechada no vuelve a su estado original, ya no hay salvación para ella. El canto del nombrar el linaje de su familia es lo último que se puede hacer por anular el conjuro del rencor verbal.

En la tercera parte del libro se explica cómo ha de ser la adecuada relación epistolar entre degustadores de palabras. Debido a que a la degustación de palabras se la considera una disciplina hermética, los degustadores se comprometerán a realizar las siguientes comprobaciones:

Si la comunicación entre degustadores se realiza de manera verbal deberán de constatar que sus conversaciones se llevan a cabo en privado. Si, por el contrario, la comunicación se realiza de forma escrita, los degustadores tendrán que hacer uso de lo que llaman palabras invisibles. Se explica que la palabra invisible es aquella que se esconde dentro de otra palabra, a la cual se la designa palabra amañada. Pues bien, según el libro, los degustadores inventaron su propio alfabeto para comunicarse secretamente. El alfabeto degustador, así es cómo lo llaman, consiste en invertir el orden de las letras. En el libro sólo se muestran tres ejemplos. En el alfabeto degustador la d es la f, la s es la b, y la o es la e. Parece ser que no se muestra todo el alfabeto, pues es un tema que se desarrolla en otro libro al que llaman "El Biblio del degustador de palabras".
(¡Cáspita! Estoy seguro de que ese ejemplar estará en algún estante de Biblioteca Lenguaje. Por desgracia, ya no hay forma de comprobarlo).
Como iba diciendo, los degustadores deben de comunicarse entre ellos utilizando palabras invisibles, así si uno de ellos envía a otro una carta titulada "Palabras amañadas", este otro sabe que tiene que utilizar el alfabeto degustador para poder descifrar el mensaje captando las palabras invisibles.
(Por Cervantes juro que no sé resumir el contenido de este maldito libro de otra manera).

En cuanto a las reuniones en persona, se resalta que los degustadores deberán hacerlo con precaución. No se recomiendan encuentros frecuentes ni de larga duración. El libro cuenta el caso más extremo que se conoce. Se trata de dos degustadores que se sobrepasaron compartiendo su tiempo, lo que les provocó una intoxicación de palabras gravísima. Gracias a que se les trató rápidamente, realizándoles un lavado de lenguaje y proveyéndoles de suero mudo se les pudo reanimar.

En el último capítulo del libro se aconseja a los degustadores que se construyan lo que llaman citas-amuleto, y las define de la siguiente manera: “son frases en las que el degustador inyecta su impronta, su esencia más sagrada”. Se explica que estas frases son imprescindibles para los degustadores, pues les protegen de todo tipo de maldiciones, hechizos o encantamientos que las palabras pueden utilizar contra ellos, ya que los degustadores, a causa de tanto roce con ellas, terminan, inevitablemente, topándose con alguna palabra que intentará apuñalarles la cordura o vaya usted a saber qué. Estas citas-amuleto emiten una vibración que irrita a las palabras que puedan tener malas intenciones. Si las citas se labran como es debido repelen a cualquier palabra asesina. Lo que sí se especifica es que la cita-amuleto hay que pronunciarla las veces que sean necesarias hasta que el degustador se haga uno con ella. Ya que, de alguna manera, a estas citas-amuleto hay que presentarlas ceremonialmente a Dios. El libro literalmente dice:"Ora tus oraciones (citas-amuleto) y ofréndaselas al Dios de las palabras: El Verbo".

Para finalizar, el libro pone de ejemplo algunas citas-amuleto de degustadores anónimos. Os transcribo algunas a continuación:

"Las palabras son las huellas que dejamos para no perdernos en el amordazado laberinto de nuestro silencio".

"¿Qué son las palabras sino una humanidad de signos con sus patitas de letras señalando símbolos, ebrias de significados?".

"En el principio fue El Verbo. Y dijo Dios: “que se haga la ausencia”. Y se hizo la palabra".
(Ardo en deseos de saber qué tipo de estimulantes ingería este degustador).

"En la ciudad del lenguaje se construyó morada la literatura. En su nido de diccionarios acogió y alimentó de cobijos al huérfano de pronombres".

"Palabras de lengua muerta llamaban a las puertas de mi frase, deseosas por volver a vestirse de vocablo, por volver a encarnar en palabra".

"De repente, un séquito de palabras desafiaron a mi ruido sigiloso, e instantáneamente, me vi rodeado por párrafos y párrafos de potente jarabe medicinal. La enfermedad de la negación me la curaba el doctor Poesía".

Después de mucho reflexionar sobre lo que había vivido y leído comprendí lo importantes que son las palabras. Trátalas bien y te tratarán bien. Son como criaturas a las que damos vida sin ser conscientes. Criaturas ignoradas por su creador. Criaturas que necesitan ser alimentadas, valoradas y amadas. Y, sin embargo, también son criaturas que se nutren de sí mismas, que se sustentan por sí mismas. El creador las crea, y entre ellas se reproducen para perpetuarse. Cuida a las criaturas de tu lenguaje. Porque, queridos míos, todas las palabras anhelan vivir en la vida "real". Y no penséis, amigos, que las palabras que denotan conceptos que ya no queremos alimentar tienen que morir. No, compañeros, la vida de estas palabras es necesaria también. Y si os preguntáis el porqué, perfectamente podéis responderos: para señalar las actitudes ya no deseadas. Porque, escuchadme bien, leales lectores, (ya estoy acabando, amigos, manténganme la atención durante unos instantes más, este capítulo lo culmina todo, todo lo corona, aquí disculparme el mimetismo con don Sinónimo), expresarse con las palabras es radiografiarse el esqueleto de nuestra singularidad. Y de las radiografías resultantes es deber hacer diagnósticos que nos señalen el desequilibrio que clama por su sanación.
Sin embargo, si algo he aprendido del "Manual del degustador" es que:

Así en el silencio como en la palabra, queridos.
Hay que perseguir el acorde, la melodía, el contrapeso.
No os abastezcáis sólo de lenguaje, no os amparéis únicamente en el ente de tinta.
Sabed que vuestro organismo no alcanzaría a procesar legiones de verbosidad. Y podríais moriros de una sobredosis de palabras.

Por último, amigos, si habéis vislumbrado aunque sea un destello de lo que me transmitieron en Villa Lenguaje sabed que debéis estar alerta, pues a la vuelta de la esquina, tarde o temprano, os cruzaréis con alguno de ellos. Cuando eso pase, tan sólo hay una cosa que me gustaría pediros:

Por caridad, aseguradles que amo a mis criaturas.
Manifestadles que yo soy el Dios del lenguaje. Decidles que yo soy el Verbo.

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