miércoles, 26 de enero de 2011

El purgatorio de la literatura VII

CAPÍTULO VII: E.C.M

Me han pedido que relate mi experiencia.
Y acabo de hacerlo.
Lo que acabas de leer es todo lo que recuerdo de mi e.c.m, es decir, de mi experiencia cercana a la muerte.
Tuve un accidente de tráfico y estuve cuatro minutos cuarenta y seis segundos cerebralmente muerta en la sala de operaciones.
Recuerdo que sentí como si abandonara mi cuerpo y observé al cirujano que me estaba operando.
De repente noté como una fuerza sobrehumana que me atraía hacia un túnel donde al final se veía una luz negra que me producía un terror indescriptible. A continuación me vi como suspendida en el techo de una especie de cabaña. El resto ya sabéis cómo sigue.
Después de oír la última frase de Pizarnik que has leído, volví a sentir que “algo” me atraía intensamente. Seguidamente me desperté y estaba en la cama de un hospital.
Creo que de alguna forma me enganché al espíritu de Juan Rulfo, (ya sé cómo suena pero no puedo explicarlo de otra manera) que en ese momento se dirigía, o más bien era dirigido hacia el purgatorio de la literatura.
No puedo saber con certeza si lo que vi y oí fue real, mas yo lo sentí con tanta certeza como la que siento mientras escribo estas palabras. Sin embargo reconozco que la explicación más plausible es que fueron alucinaciones. Fue todo producto de mi cerebro al entrar en estado de shock. Me han dicho que es un mecanismo de defensa para soportar el trauma.
Muchos extractos y párrafos que citan algunos supuestos “lectores voraces” los he recordado en sueños. Muchos de esos párrafos no los conocía ni los había leído en mi vida. Lo juro por la biblioteca de Alejandría. Los científicos lo explican asegurando que en determinadas ocasiones el cerebro puede acceder a lo que llaman “memoria colectiva”, y de ahí que obtenga conocimientos que no sabía y que no podría haber sabido de otra manera. Me parece importante recalcar que, cuando me reanimaron y pude recordar lo que había experimentado, me resultó curioso que Rulfo, Arlt y Pizarnik hablaban en sus propias lenguas, en el caso de Rulfo el mexicano y en el caso de Arlt y Pizarnik el argentino, pero una vez eran procesadas sus palabras en mi mente, éstas eran traducidas instantáneamente al castellano, como si tuviera implantado un traductor en mi cerebro, pues algunas palabras que utilizaban las desconocía por completo.
Después de mi e.c.m he llegado a varias conclusiones, que no quisiera que por fuerza se hicieran extensibles a nadie más. A saber:

1) Que tengo que leer mucho menos. Es más, por un tiempo sería notablemente favorable no leer siquiera los prospectos de los medicamentos. Es decir, no llevarse ni un grafema a la mente.

2) Que sería más beneficioso para mi salud mental no interesarme con tanta intensidad por las vidas de los escritores. Sobre todo de los que ya están muertos, pues por lo visto soy un individuo que tiende a mitificar las vidas dedicadas a la literatura.

3) Que he de revisar mis sistemas de creencias asiduamente para que no se me cuele otra vez la creencia en la literatura como si ella fuera dios y yo su máximo pontífice.

4) Que hay más cosas en el cielo y en la tierra de las que ha soñado la literatura... No, un momento, soy consciente de que esta conclusión he de reformularla. No es honorable, ni para mi equilibrio mental es aconsejable el desintoxicarme de la literatura con literatura. Por no hablar de lo poco efectiva que resultaría esa terapia.

5) Que es impepinable que me relacione menos con los libros si no quiero acumular experiencias que una vez muerta tenga que purgar. Tengo, en general, muy buena opinión de los escritores. No quisiera verme obligada a cambiarla. Y no sería ilógico pensar que, si me viera teniendo que purgar cosas que otros escribieron, privada del Paraíso, ello me induciría, por ende, a maldecirles a todos ellos y al buen dios que les permitió transcribir sus trampas para después de la muerte.

6) Que por lo visto existen determinadas personas, de las que sin duda formo parte, que desarrollan una extraña visión de la vida debido a la elevada y continuada ingesta de volúmenes literarios. Al definir mi experiencia como “extraña visión de la vida” lo digo con finura y elegancia, pues en un lenguaje coloquial vendría a significar que este tipo de personas son simplemente unas lunáticas fantasiosas.

7) Que he desarrollado mucha tolerancia a los libros, y eso parece ser que es contraproducente para mí.

8) Que a veces la poesía es tóxica. Y una vez se te enreda en el alma ya no hay forma de despegarte de ella.

9) Que es peligroso, llegado un momento, prestar más atención a las vidas de los personajes que a las vidas de las personas.

10) Que soy alérgica a la literatura. Para desgracia mía.

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