CAPÍTULO II: CANCIÓN PLATEADA
Suena mi Platero y yo a la ajardinada melodía del arroyo de los lirios amarillos, a gorjeo de golondrinas.
Le pido al arroyo de los chopos, mi Platero y yo, que no olvide yo nunca tu tarareo.
Lo observo, me tiene irremediablemente fascinada. ¡Qué bosque de ternura es mi Platero y yo!, ¡qué alameda hecha de poesía! Es una guirnalda perpetua de llantos y sonrisas.
Tiene mi Platero y yo en su jardín un árbol viejo, y a su sombra halla cobijo mi sombra.
Las brisas que deja caer mi Platero y yo sobre mi frente y mi averno refrescan mi piel arañada, proporcionan el aire que mi ahogo reclama.
Escucho cómo canta mi Platero y yo mientras llueven rosas azules, blancas, sin color. Diluvian rosas del alba en el arroyo grande, rosas de papel.
Mi Platero y yo, que pilota un cohete, me lleva cuando hay tormenta, directa a las estrellas. En la azotea de su universo mi Platero y yo y yo contemplamos al Infinito.
Tu argentado canto, mi Platero y yo, que derramas cual cascada de agua cristalina, dime, ¿tú te lo oyes?
No hay comentarios:
Publicar un comentario