viernes, 23 de noviembre de 2012

Soñando de pie






El ser está castrado. Mutilado.
Pero me gané esta vida mucho antes de que inventarais el tiempo.
Si me persigo los nudos es para liberarlos.
Si oscilo y me balanceo, lo hago para equilibrarme.
No es tan difícil comprender.

En pie para vivir, no para simular que existo.
No me alimentará la esclavitud.
Hace eones ya que no se me conjuga el verbo fingir.

En pie de paz, voló la jaula y se escapó la lucha.
Esta vida fue ganada con el viejo dolor de mi mente.
Ahora soy con sólo estar. Estar: soñar de pie.

Queda lejos de mí, a mucha distancia ya, lo cercano y lo alcanzable.
¿Cómo podría si no reunir las palabras para decir soy una antena y soy un ancla?
¿Cómo podría si no estar sosteniendo la antorcha sin quemarme las entrañas?

No huyo de la locura que se enreda en mis sueños.
Si algún verso me latió fue por la locura que le puse.
Esos latidos bombean mi razón y neutralizan la lobotomía.
Fue al llenarme de silencios cuando me reconocí la voz.

No entendéis por qué sonrío ante la inmensidad del piélago.
Os lo diré: es porque morí de vacío en otros viajes antiguos,
porque torturé mi alma y despedacé mi cuerpo.
Por eso me regalé las palabras. No lo hice sólo para traducirme.
Lo hice para salvarme del abismo y de la curvilínea nada.
Si morí la vida no fue para vivir la muerte. Fue para renacerme en mí.
No es tan difícil comprender.

Vida de risa, liviana y etérea.
Porque ya enfermé de infierno y ya me castré mi ser.
Ahora, ahora, ahora es el momento.
Obedezco a la libertad.                                   
Sólo hay que ser estando.

El ser está castrado. Mutilados existimos.
Pero yo ya peleé esta vida mucho antes de nacer.
Y ahora me arrastro de pie.

El club de lectores anónimos V



CAPÍTULO V: DESPEDIDA BORRASCOSA

El mensaje era de Paradero. Con voz desgarradora me decía: “Martin, Cumbres está en el hospital. Me han dicho que es muy grave, voy hacia tu casa ya”.
Cuando llegamos al hospital nos enteramos de que se había lanzado por la ventana de su dormitorio, desde un octavo piso. Gracias a la providencia no murió, pero la caída le ocasionó daños cerebrales muy graves, de los que se pudo recuperar muy lentamente. Pero, por desgracia, le quedaron secuelas. Le fue diagnosticado un trastorno del lenguaje denominado alexia, una ceguera verbal que le imposibilitaba leer. Entendía las palabras habladas, pero impresas le parecían a su cerebro un idioma ininteligible.
Lo que pasó aquella fatídica noche del juego, poco a poco, nos llevó a la ruptura del club. La congoja de lo sucedido nos enloqueció a todos y convirtió en islas lo que era continente.

Cumbres se cegó, se le mezclaron la realidad y la ficción. Acabó creyéndose alguien que nunca fue. Ella solía decir a menudo: “aquello en lo que crees, creado lo ves”. Aún no comprendo cómo no pudimos verlo venir, sobre todo teniendo en cuenta que otras personas, como Campanilla, sí percibieron cosas raras. Pudo deberse a que desde fuera se ven las cosas con mayor perspectiva. Quiero creerlo así, porque, de lo contrario, el sentimiento de culpa me pesaría mucho, aunque presiento que, de haberlo visto venir, poco hubiéramos podido hacer para cambiar el curso de los acontecimientos.

Heathcliff y ella se conocían de hacía bastante tiempo gracias al foro, pero esa noche era la primera vez que se veían. Le bastó escrutar su mirada una sola vez para reconocerlo, para saberse atada a él. Y para trastornarse. Un sólo encuentro los separó y los unió para siempre, de una manera extraña. Aquella aciaga noche, cuando se marcharon solos de la reunión, se dirigieron a uno de los parques de la ciudad, querían estar completamente solos. Saltaron una de las verjas protegidos por la oscuridad y caminaron por una senda hasta que se sentaron en un banco.
Ella, al sentir a su lado a aquel al que tanto había soñado, se convirtió totalmente en la mujer que no era, se fundió con la vida de su personaje. Y al hacerlo ya no había marcha atrás.
Sólo hubo un detalle que ella no tuvo en cuenta antes de creerse Catherine Earnshaw de verdad. Fue el detalle de que Heathcliff no era Heathcliff. Y doy gracias de que así fuera, no quiero ni pensar en cómo habría acabado todo si a él le hubiera pasado lo mismo que a ella. Para él era un juego, un juego ingenioso y divertido, pero nada más.
Se debió asustar cuando sospechó que ella no jugaba, tuvo que ser un shock brutal darse cuenta de que ella vivía la mentira, toparse con que el juego se había convertido en su realidad.
-¿De verdad me estás diciendo que te gustaría vivir esa relación obsesiva? -le preguntó- Eso no es amor, Cathy.
-Creo que ya la estamos viviendo.
-¡Pero es un juego, por Dios santo! Yo pensaba que querías que nos conociéramos, no que reprodujéramos al pie de la letra una relación tormentosa que jamás existió. Eso es un simple divertimento de un foro en Internet.
-¿Cómo puedes decir que jamás existió?
-¿Es que acaso estás loca?
-Si no estuviera loca viviría muerta, antes prefiero estar muerta que vivir como un cadáver. Y eso de que no es amor es una puñalada atroz, una traición.
-Lo siento -balbuceó él, mientras se levantaba de un salto para marcharse.
-¡Heathcliff! ¡Heathcliff! ¡¡¡¡Heathcliff!!!! -chilló ella, pero sólo consiguió que él acelerara el paso.

Cumbres se quedó inmóvil durante toda la noche en aquel banco donde habían estado sentados, había puesto tantas expectativas en esa relación, que no se podía creer que acabara de esa manera. Sabía que no lo volvería a ver, sabía que tampoco volvería al foro. Repentinamente, invadida por los fantasmas de la fantasía, acechada y amenazada por un vacío abismal, corrió como nunca en su vida había corrido. Saltó la verja del parque casi como lo haría una atleta y siguió corriendo como si volara. Cuando se cansó y regresó a su casa, el dolor le oprimía hasta los pensamientos. Se vio presa de una identidad que no era la suya, en un arranque de lucidez se dio cuenta de que había alimentado con realidad una historia ficticia, pero toda su vida ya estaba poseída por el fantasma de Catherine Earnshaw, y por mucho que corriera jamás lograría escaparse de él. Llevada por un arranque instintivo, impelida por un impulso primario que no pudo sofocar, decidió acabar con su tormento. Antes de hacerlo escribió velozmente, con escritura errática, una nota para Heathcliff que decía: “Mi fantasma te perseguirá hasta más allá de la muerte”.

Cuando ya estaba bastante recuperada fuimos el resto del club de lectores a visitarla asiduamente, pero ya no era la misma, como es lógico. Nos contó todo lo que había pasado esa noche y nos dijo que siguiéramos el club sin ella. Nosotros le proponíamos hacer clubes de lectura en voz alta y le jurábamos que jamás la dejaríamos sin saber qué es lo que susurran los libros que la llaman a voces. Pero se negó en redondo. Nos suplicó que continuáramos el club, que no lo dejáramos todo por lo que le había pasado a ella. Nos exhortó a que buscáramos “otra Cumbres menos Cumbres”. (Eso nos destrozaba el corazón sólo de pensarlo).
Al poco tiempo nos envió una carta demoledora.
“Hermanos de tinta:
No lo hagamos más doloroso.
Lo más probable es que ya no pueda leer nunca más.
Continuad la labor, compañeros, no os hundáis en un abismo sin palabras escritas. Hacedlo por mí.
Con el tiempo aprenderé a vivir sin la lectura, pero no me separaré de mis libros, aunque sea únicamente para acariciar sus preciosos lomos y oler sus evocadoras hojas. Os lo prometo.
No volváis, hermanos de versos, no volváis. Entended que me es más fácil caminar junto a vosotros en mi recuerdo, nuestro pasado de tinta me recuerda vivencias que necesito sepultar.
Sabed que jamás me atrapará el fantasma que me haga olvidaros.
Todo lo que leímos y escribimos juntos vive en un lugar infranqueable para la amnesia, allí continuaremos leyéndonos el mundo, allí continuaremos escribiéndonos el alma.
Os siento y os leo en mi pensamiento.
Cumbres Borrascosas”.

Al día siguiente de recibir la carta disolvíamos el club de lectores anónimos. Pero antes le escribimos las últimas líneas a Cumbres. Se las grabamos con nuestras voces y se lo enviamos.
“Hermana de tinta:
Hemos disuelto el club.
Porque hemos creado otro muchísimo más literario. El antiguo nos parecía pobre en conceptos.
Éste está más acorde a nuestros sentidos lectores más sibaritas.
En el nuevo club no se lee nada, ni se escribe nada. Aquí ya es otro nivel, querida nuestra.
Tan sólo navegaremos por los mares de la imaginación, donde está ya todo leído y escrito, donde las únicas palabras que existen son las que pronuncia lo inefable.
Te esperamos en la ciudad del silencio, hermana de versos, con una nueva Oración que nunca será apresada en papel. Volará libre, ajena a símbolos y letras.
Tus queridos recitadores anónimos te veneran”.


Nunca más volvimos a vernos.

El club de lectores anónimos IV



CAPÍTULO IV: PIEZAS EN EL TABLERO

La reunión se celebraba en la azotea de un hotel. Acordamos quedar antes de la hora convenida para llegar los cuatro juntos. Pero no pudo ser. Yo me retrasé y llegué después de mis compañeros.
Entré en el ascensor del hotel junto con un hombre y una mujer. No habíamos subido ni dos pisos cuando el ascensor se detuvo repentinamente. Nuestros móviles se quedaron sin cobertura y allí me pasé un rato con estas dos personas que resultaron ser también jugadores. Nos preguntamos con mucha curiosidad sobre los personajes que habíamos escogido. El hombre resultó ser Hanta, de Una soledad demasiado ruidosa. Y la mujer no era otra que Shirley, el personaje de la novela homónima de Charlotte Brontë.
-¡Vaya tres nos hemos juntado! -dije riéndome, una vez ya nos habíamos dicho quiénes éramos.
-Sí, no tenemos nada que ver entre nosotros -coincidió Shirley-. ¿De qué podríamos hablar tú y yo, por ejemplo? -le preguntó a Hanta, divertida.
-Del grito silencioso, sin duda alguna, señorita Shirley -respondió Hanta muy seriamente-. Estoy seguro de que a cualquier hija de la entelequia de una de las Brontë no le resultaría nada ajena la soledad ruidosa.
Enseguida notamos una sacudida brusca y el ascensor volvió a funcionar, como por arte de magia, pero la reunión ya había comenzado. En la entrada a la azotea había una mesa en la que cada asistente debía buscar una tarjeta en la que figuraba el nombre de los tres personajes escogidos y ponérsela de forma que quedara visible. Localicé la mía rápidamente y me dispuse a buscar a Vivimos y Paradero. Encontré primero a Vivimos charlando con Hans Castorp, personaje de La montaña mágica, al que ya me unía una gran amistad al habernos relacionado mucho en el foro de Internet.
-¡Hombre, amigo Castorp, qué placer ponerle cara! -le saludé mientras nos dábamos un gran abrazo.
-El placer también es mío, querido Martin Eden. ¡Ah!, ¡qué interesante mezcla de personajes! -dijo fijándose en mi tarjeta identificativa- Mmmm, veo que has elegido como pasado a Horacio Oliveira, es un placer informarte de que La Maga nos ha honrado con su presencia.
-A mí no, mi querido Hans -contesté muy serio por fuera.
-¡Cómo!, ¿tú no valoras su presencia? Ah, ya sé, no hace falta que me lo digas, es completamente natural. Yo se lo estaba comentando a mi primo Joachim, al que he tenido el placer de conocer hace un rato. Le decía que sería totalmente lógico que algunas personas pudieran enredarse con sus personajes y acabar atrapadas en sus tramas, como si quedaran presas de una especie de atracción magnética irresistible que, una vez puesta en marcha, sería incontrolable. No sería de extrañar que con consecuencias funestas.
-Siento decirte, Hansito, que te confundes mucho. No hay ninguna atracción eléctrica entre...
-Magnética, compañero, magnética...
-Bueno, lo mismo da. Magnética o eléctrica, de atracción de .
-Hans, es que has tocado un tema que provoca mucha controversia -intervino Vivimos-. Yo pienso que Martin, en su identidad como Horacio, arrastra un trauma que...
-Déjate de tontunas, Vivimos. ¿Dónde están Cumbres y Paradero? -le pregunté aprovechando que no los veía para desviar el tema de mi personaje, que traía colita.
-Paradero aún no ha llegado y Cumbres se ha ido con Heathcliff -me contestó con picardía en la mirada-. Han preferido interactuar entre ellos a solas. Era de esperar.
-¡Ah, lo que yo decía, la atracción magnética! -insistió Hans, suspirando-. Cuando se te mete por las venas estás perdido, la atracción ya no te soltará más, ni el mejor sanatorio puede curar ese tipo de dolencias. Sólo queda resignarse a la espiral de emociones, y punto redondo, como dice mi amigo Mynheer Peeperkorn... Oh, ¡pero qué ven mis ojos! Creo que es la mismísima Clawdia Chauchat. Si me permitís, voy a saludarla.
-Claro, amigo Hans, pero recuerda, cuidado con la atracción magnética -le advertí sonriente.
-No habrá peligro, compañero, me expondré tan sólo unos minutos -me contestó muy serio.
Al cabo de unos minutos llegó Paradero.
-Martin -me dijo éste sonriendo socarronamente-, he visto a tu maga nada más entrar.
Está hablando con Julieta Capuleto.
-Pues muy bien. Ya os dije que no estaba demasiado interesado en ella. La verdad es que no hemos coincidido ni una sola vez por el foro. ¡Qué pesados sois!...
-No intentes disimular, Martin querido. Por algo escogiste a Horacio Oliveira, y no creo que fuera por su afición a la música -me dejó claro Vivimos. Yo le respondí con una mirada de póquer.
-Pues yo creo que ella estará dispuesta a echarte cualquier conjuro para citaros en París -opinó Paradero.
-No le servirá de nada -contesté-. Martin Eden no cree en conjuros. Además, quedar con ella sería una pesadez, tendríamos que pasarnos como una hora dando vueltas por las calles hasta encontrarnos. Todo por nuestra manía de no quedar en un sitio concreto. Bah, he superado esas excentricidades místicas... Pero una curiosidad tonta sí que tengo, todo hay que decirlo, ¿cómo es?, ¿es atractiva? -le pregunté, sin poder contenerme una sonrisa.
-Ah, amigo. Yo diría que eso es interesarte por ella.
-En absoluto -contesté rotundo-. Es superflua curiosidad. Sólo por ver si se parece a la imagen que tengo de La Maga literaria.
-Ya, ya... Lo que tú quieres es contrastar ficción con realidad, nada más, ¿verdad? ¡Anda ya, Martinito!
-No le digas cómo es -le espetó Vivimos a Paradero-. Así no podrá reconocerla y quedará imposibilitado para huir de ella.
-Eres perversa, compañera, nunca lo habría esperado de ti -dije, aparentando sorpresa.
-No, soy retorcida. Me gusta salir por intrincados caminos. Será la herencia de la dictadura comunista -dijo bromeando.
-Pues comparte tu herencia dictatorial como Kira Argounova con otros también, querida Vivimos. Yo me voy a dar una vuelta, a ver si es verdad que aquí se puede interactuar con personajes interesantes, porque lo que es con vosotros... -les contesté con fingido enfado.
Estuve dando vueltas, tropezando con personajes que no conocía, hasta que me encontré con Campanilla, con la que había interactuado mucho en el foro.
-Hola, bellísima hada malvada -saludé.
-Hola, Pedrito inmaduro.
-¿Ya le has arrancado los pelos a Wendy?
-Aún no la he visto. Pero, de todas formas, creo que antes te los voy a arrancar a ti -casi me quema la furia de sus ojos.
-¿Y eso por qué? -le pregunté, algo cohibido.
-Porque te quiero. Las hadas somos así. Pero arriesgamos nuestra vida y, si es preciso, la damos por un humano, o sea un ser inferior, que nos ignora y no nos valora.
-Bah, no hace falta que te metas tanto en el papel.
-No es un papel. Es un estilo de vida. Más de uno y de una se identifican más con sus personajes elegidos, que con su propia personalidad.
-Campanillita, no exageres. Tú sabes quién eres, ¿verdad? -le pregunté, ya un poco preocupado.
- No te asustes, Peter -contestó después de unas cuantas risotadas-. Yo sí, por ahora... -mirada con ojos socarrones-. Pero sé de otras personas que no lo tienen tan claro.
-¿A quiénes te refieres?
-Pues hay una en concreto a la que tú tratas mucho. Catherine Earnshaw, por ejemplo.
-¿Estás de broma? -pregunté carcajeándome. Pero al ver el gesto serio de su cara supe que no bromeaba.
-Martin, te lo digo muy en serio. ¿Tú no te has dado cuenta? Por las cosas que le he leído en el foro he sospechado que llevaba el juego más allá. Hoy, viéndola interactuar con Heathcliff, no he tenido ninguna duda. Se cree realmente ella.
-Esto me está resultando ya un poco terrorífico, Campi. Creo que estás exagerando muchísimo. Es más, creo que tu interpretación puede deberse a la aparición de algunos celillos, quizás porque la trato más a ella que a ti. Aunque te digo que, por otra parte, si ése fuera el caso, yo lo encuentro de lo más natural, Campanillita mía.
-No te soporto cuando te sale la personalidad de Horacio Oliveira. Me voy a ver si encuentro a Wendy. Y tú vete con tu maga -se despidió, con su sonrisa maliciosa.
“Ya estamos” -pensé.

Decidí volver con Paradero y Vivimos. Estaban hablando con Bartleby el escribiente y con el lobo estepario. Paradero, con su pasado como Billy Budd, intentaba mantener una conversación con Bartleby sobre Melville, pero el pobre Paradero no conseguía sacarle nada más que una frase: “preferiría no hacerlo”. El lobo estepario no paraba de hablar con Vivimos acerca de lo que le empujaba a salir de su habitación cada noche, le explicaba con todo género de detalles cómo una fuerza completamente irresistible se iba apoderando de él y le obligaba a volver para hacer uso de una vez por todas de la navaja de afeitar. Vivimos le respondía: “te comprendo bien, ciudadano. Yo vivo en la dictadura comunista. También siento a veces ese magnetismo de la navaja del que me hablas”.
De pronto escuchamos unos gritos fuera de la azotea. Eran Fortunata y Jacinta que se habían encontrado cara a cara, y de sus labios sólo salían las imprecaciones más ominosas. Jacinta esgrimía su chapita identificativa como arma contra Fortunata, parecía que su intención era agredirla, pero, al parecer, tan sólo quería restregarle por la cara que ella era la mujer de Santa Cruz, la única delfina de su delfín. Fue Paradero, valiéndose de su identidad futura como Evaristo Feijoo, quien tuvo que poner paz en ese pandemonio, con no poco trabajo.
Para colmo, en el círculo de personas que se habían acercado para ver qué era lo que pasaba, me topé con la Maga.
-Por fin nos encontramos -me dice ella.
-Te he estado buscando toda la tarde -mentí sin escrúpulo alguno.
-¿Quieres que quedemos algún día? -sugirió.
-Mujer, eso sería perder toda la magia, ¿no crees?  
Me alejé antes de que pudiera contestarme. Debería de haber escogido a Lord Goring, de Un marido ideal, en vez de a Oliveira, pues al igual que el Lord, yo tampoco tengo corazón, me dije.
Decidí que ya había tenido suficiente con el jueguecito literario y me marché.
Cuando llegué a casa tenía un mensaje en el contestador. Nunca olvidaré aquel tono de voz ni las palabras que pronunció.

lunes, 19 de noviembre de 2012

El club de lectores anónimos III



CAPÍTULO III: EL JUEGO DE LA LITERATURA

El principio del fin fue el juego de la literatura.
Todo empezó a través de Internet. Un grupo de personas que éramos asiduas a navegar por los foros literarios, incluidos mis compañeros del club de lectores anónimos, ideamos un juego literario que consistió en lo siguiente:
Creamos un país imaginario al que llamamos Literatura (cómo no), y aquel que accedía a jugar tan sólo debía hacerse residente del país y escoger un personaje de la literatura, el cual le representaría durante todo el juego. En realidad, debía escoger tres; uno que representara su presente y otros dos para su pasado y su futuro. Una vez te hacías ciudadano de Literatura debías prepararte a conciencia con el objetivo de “capturar” la personalidad del personaje elegido para tu presente, ya que, cuando comenzara el juego, habría que actuar en todo momento como lo haría él. Huelga decir que una vez eran escogidos los personajes, éstos quedaban “adquiridos” y ya no podían ser utilizados por otro jugador. Todos los libros entraban en juego.
Las reglas básicas del juego eran tres. La primera regla decía: Cada jugador/a, durante la partida, se compromete a ser lo más fiel que le sea posible al personaje seleccionado. Deberá, en todo momento, suprimir su verdadera personalidad para servir al personaje.
En la regla número dos se exponía: Cada jugador/a se compromete a que todo lo que suceda o se diga durante el juego, en el juego queda.
Y, por último, la tercera regla: Cada jugador/a se compromete a no traicionar el propósito del juego, que no es otro que el de aprender y disfrutar de la literatura.

Durante mucho tiempo estuvimos jugando a través del foro en Internet. Nos divertíamos muchísimo con nuestros personajes. Y a la vez los personajes de los demás nos llevaban a sumergirnos en otras lecturas.
Los personajes que yo escogí fueron: Martin Eden para el presente, Horacio Oliveira para el pasado y Peter Pan para el futuro. Cumbres escogió Catherine Earnshaw como presente, Elizabeth Bennet como pasado y Sherezade como futuro. Paradero optó por Max Eisenstein en su presente, Tristram Shandy para su pasado y Evaristo Feijoo para su futuro. Por último, Vivimos se decantó por Kira Argounova para su presente, La Emperatriz Infantil para su pasado y Ana Karenina fue la elección para su futuro.
Todo fue bien hasta que alguien sugirió que quedáramos en persona, la idea fue germinando y se decidió que planearíamos una reunión para poder interactuar y divertirnos durante toda una tarde sin necesidad del mundo virtual. Ahí fue donde nos alcanzó la fatalidad.

La noche antes de la reunión, ignorando completamente lo que nos depararía el juego, estuvimos haciendo conjeturas de lo que podríamos encontrarnos.
-Tú seguro que ves a tu Maga -me pronosticó Cumbres.
-Es factible -contesté-. Pero como Horacio Oliveira es mi pasado, no creo que le preste mucha atención.
-¿Y tú has quedado ya con tu Heathcliff? -le preguntó Paradero a Cumbres, pues ésta tenía una relación estrecha con Heathcliff en el foro.
-No. No quiero ni que se me pase por el magín -bromeó.
-A mí me encantaría encontrarme con Atreyu -dijo Vivimos, risueña-. Y preferiría no encontrarme a Vronski. Aún es demasiado pronto para mi futuro.  
-No estés tan segura -le contradije-. El conde Vronski es uno de los personajes masculinos más conocidos de la historia de la literatura, no te extrañe si te lo encuentras y acabas tirándote al tren -bromeé.
-Calla, calla -me reprendió muy seria-, eso no lo digas ni en broma.
-¿Y tú qué, Paradero?, ¿cuáles son los personajes que quisieras encontrarte? -le preguntó Cumbres.
-De mi pasado me gustaría encontrarme a mi tío Toby, por supuesto. Del presente, a mi hermana Griselle, y en cuanto al futuro escogería a mi amada Fortunata, sin duda alguna.
-A tu antiguo amigo Martin Schulse supongo que no lo quieres ni ver -le dijo Vivimos.
-Supones bien, amiga mía -confirmó Paradero, como era de esperar-. A ese traidor, si se tercia la ocasión, no le doy ni la hora.
-Y no digamos la que se puede montar si aparece tu Fitzwilliam Darcy -le planteé a Cumbres, levantando mi ceja derecha.
-Es mi pasado -dijo sucinta, evadiendo su respuesta con la contestación que yo le había dado antes con La Maga.
-El pasado puede convertirse otra vez en presente -opinó Paradero, muy sabiamente-. A mí me encantaría conocer al padre de la que elegiste como tu pasado, el señor Bennet. Siempre me cayó bien ese hombre.
-¿Por su indiferencia hacia lo que les pase a sus hijas? -le preguntó, irónicamente, Cumbres.
-No -respondió Paradero ignorando la ironía-. Por su sentido del humor y por su estoicismo. Y tú deberías entenderlo mejor que nadie, ya que fuiste su hija -le increpó, riéndose.
-También fui la hija de la señora Bennet -contestó-. Perdóname, ahora mismo no recuerdo los momentos en los que te has fijado en sus virtudes -dicho otra vez con ironía.
-¿Acaso tiene de eso? -cuestionó divertido, con el consiguiente coro de risas.
-Al que estoy seguro de que no se encontrará Cumbres es al sultán Shahriar -continué.
-Justamente es el único que me agradaría encontrarme -confesó.
-¿Para qué? ¿Para dejar que disfrute de tus encantos y te asesine a la mañana siguiente? -preguntó Paradero, contrariado.
-Por supuesto que no. Yo soy Sherezade -respondió Cumbres muy dignamente-. Se nota que no has leído el libro.
-Me ofendes -contraatacó, socarronamente, Paradero-. Por supuesto que lo he leído, pongo a la Diosa Literatura por testigo. Y déjame que te corrija, querida Cumbres, tú no eres Sherezade, tú serás Sherezade, que es cosa muy distinta. ¿Qué harás si aparte de coincidir con el sultán te encuentras con la Sherezade del presente? ¿Os lo disputareis? -le espetó.
-Olvidas que nadie puede escoger a Sherezade, puesto que yo fui la primera en hacerlo. Y, aunque fuera posible, es una estupidez de pregunta -le recriminó-. Es evidente que nos lo jugaríamos a cuentos.
Un viento de carcajadas entró inundando el aire que respirábamos.  
-Tú no te rías tanto -dijo Cumbres dirigiéndose a mí-, ¿en qué estabas pensando cuando elegiste a Peter Pan como tu yo del futuro? ¿Quieres encontrar a tu Wendy, o qué?
-Es una estupidez de pregunta -contesté, parafraseándola-. Yo prefiero a Campanilla -estruendo de risas-. No, ahora en serio -continué-, Peter Pan no está interesado en esas banalidades como son las relaciones de amor carnal. Le escogí para mi yo futuro porque no quisiera olvidarme de la magia de lo no establecido, deseo no sepultar mi imaginación nunca. ¡Ah! ¡Se me olvidaba! También lo escogí para vivir mi vejez en el país de Nunca Jamás.
-¿Tanto relleno para decir simplemente que desearías ser siempre un niño? -resumió Vivimos.
-Querida Vivimos -le contesté-, tú habrás leído Peter Pan, pero no me cabe duda de que, habiendo leído el mismo libro, tú y yo hemos leído libros distintos. No se trata de desear ser siempre un niño, ése es el mensaje superficial, el que va dirigido a los niños para que intenten valorar su infancia. Yo hablo de no ceder al embrujo de lo ordinario, de no perder la capacidad de asombrarnos aun siendo adultos. Todos hemos de crecer, es público y notorio que es una ley de la Naturaleza, pero puede hacerse sin aniquilar la fábula, la ilusión, la fantasía de la vida.
-Tienes toda la razón, mi querido Martin -respondió Vivimos-. Llegado un momento, todos matamos a nuestro niño interior.
-Me suena cursi -dijo Cumbres- todo eso del niño interior y de no aniquilar la ilusión.
-Más cursi que la novela que escogiste como nombre no creo que haya -aduje, respondiendo a su afrenta.
-Cumbres Borrascosas no es cursi -me corrigió Cumbres, fingiendo estar molesta-. Es una historia en la que hay amores atormentados, pero eso no significa que sea cursi. Además, no sé para qué hablas, si tampoco la has leído.
-Por supuesto que no -mentí-. Y jamás lo haré.
Éramos así. Nos divertía sacarnos de nuestras casillas literarias, por así decir.

Aquella noche nos acostamos pensando en lo mucho que nos divertiríamos con el juego. Ninguno de nosotros podía sospechar las consecuencias irreversibles que sufriríamos a raíz del condenado juego de la literatura, ni tampoco pudimos neutralizar la maldición que nos sobrevendría a causa de uno de nuestros personajes elegidos.

El club de lectores anónimos II



CAPÍTULO II: NUESTRO EJEMPLAR DE CADA DÍA

Los cuatro nos conocimos en un club de lectura de los poemas de Kabir, el poeta místico de la India. Durante un tiempo dejé de ir al club. Yo amaba a Kabir y a sus deliciosos e inspiradores poemas, pues saciaban mucha de mi sed de misticismo, pero estaba pasando por una época de apatía intensísima y prefería “hacer nada con nadie” (no hacer nada también es hacer, a veces tan sólo con vivir se hace mas de lo que parece). A los pocos días me enviaron los cuatro una carta que anidó en mi alma y que dio comienzo a nuestra relación, una carta iniciática con la que nos adentraríamos en un viaje literario para surcar los mares de las emociones. La carta que recibí murmuraba así:
“Esta carta murmura. Murmura el lenguaje del Espíritu.
Tu Bienamado te espera. ¡Oh, amigo!, no hagas esperar a tu Bienamado. Cuando le encuentres a Él perderás tu hastío.
Añoramos tu presencia, nos recuerda a un alma liberada de maya. Anhelamos volver a ver el brillo de tu abisal mirada. Como cantaba nuestro amado Kabir: “en ti están el jardín y sus flores”. Recuérdalo, amigo, y comparte tu jardín y tus flores con tus compañeros del club de lectura místico”.
Me conquistaron con una misiva murmuradora. Y comenzó nuestra travesía por refrescantes océanos de tinta.    

Abandonamos el club de lectura poco tiempo después, no sentíamos compatibilidad de caracteres con el resto de miembros. A raíz de ahí nacería la idea del club de lectores anónimos.
Para resarcirnos de la experiencia vivida en el club de lectura de Kabir, tras comprender que cada uno tiene sus fobias y sus filias literarias, redactamos el primer texto como miembros de nuestro propio club. Se llamaba “Oración” y sonaba así:
“Dios de las letras que estás en el cielo literario, escrito sea tu nombre, venga a nosotros tu reino de tinta, hágase tu voluntad tanto en la ficción como en la realidad.
Danos hoy nuestro ejemplar de cada día. Perdona nuestras fobias literarias como nosotros perdonamos a los que ofenden nuestras filias. No nos dejes caer en la tentación de robar en la biblioteca y líbranos del best-seller. Que así sea”.

Ahora, rememorando nuestras vivencias, me doy cuenta de que todo comenzó con una oración, y con una oración terminó. Así es la vida-trama circular.
He de decir que nuestra “Oración” fue escrita en tono humorístico, pero en lo que se refiere a recibir nuestro ejemplar de cada día, eso era para nosotros una verdad como un templo.
Nuestro ejemplar de cada día era el pan con el que saciábamos nuestro apetito lector, era el agua que nos calmaba nuestra polidipsia de palabras. 
Nuestro ejemplar de cada día no era sólo un libro. Era un amigo. Un amigo con el que compartir vivencias, un amigo que nos contaba cuentos para que nosotros descansáramos soñando en el país de las palabras, un amigo al que coger de la mano y dejarte llevar por él a un mundo inventado por trastornados poetas que sólo una vez muertos o suicidados serían considerados como tales.
Nuestro ejemplar de cada día era el jardín donde sembrábamos nuestras semillas de espanto y cosechábamos flores de sosiego violetas, de extraordinaria belleza y perfume inolvidable.
Sólo teníamos una excepción para la regla de nuestro ejemplar de cada día: los lutos de libros. Se lo guardábamos a los libros que nos robaban el alma, y al acabarlos pasábamos varios días sin leer nada. Era tal la persistencia del recuerdo del ejemplar leído, que necesitábamos guardarle luto para honrar su memoria y para asimilar todos los sentimientos que nos había provocado su lectura.
No guardamos luto a muchos libros, la verdad, pero a los que se los guardamos nos dejaron una huella profunda que jamás se ha evaporado, una huella que, lejos de borrarse, se mantiene impoluta con el paso del tiempo. Es más, la huella se agranda e incluso le salen muescas, como virutillas de esencias, de las que antes no habíamos tenido consciencia.

Cuando no estábamos de luto, nos gustaba reunirnos en un lago. Lago Palabra lo bautizamos. Paradero tenía una barquita que utilizábamos para leer en el lago mientras atardecía. En una ocasión decidimos ir por la noche, pero sufríamos tanto por si los libros se nos caían al agua, que decidimos no repetirlo. Era una temeridad y un peligro exponerse a un elemento tan destructivo para nuestros amados amigos aun con linternas. Temíamos que se nos escurrieran de las manos, o que una ráfaga de viento nos los quitara súbitamente. Como digo, no volvimos a ir por la noche, pero la experiencia nos inspiró un relato en el que un libro era arrebatado por la fuerza del viento de la mano que lo sostenía, cayendo al mar irremediablemente. Ninguna experiencia es en vano para los siervos de la creatividad.

En Lago Palabra leíamos, pero, sobre todo, soñábamos. Soñábamos con palabras que deshacían guerras, con textos que erradicaban la insensibilidad humana, con bailes de vocablos que extasiaban los sentidos de la humanidad. Soñábamos que los libros unían a la raza humana, que un ejército de relatos conseguía vencer al detestable cacique de la realidad, que un puñado de versos barría todo el dolor y se lo llevaba muy lejos. En Lago Palabra buceábamos por las aguas de la utopía sumergida.

También era el lugar donde oficiábamos, simbólicamente y con especial cariño, los funerales de nuestros personajes favoritos que morían. Catherine Earnshaw fue la primera de una larga lista. El rito fúnebre para un personaje se realizaba de la siguiente manera:
1) Escribir el nombre completo del personaje en un trozo de papel en blanco recortado del libro al que pertenece el personaje. (Esto no lo considerábamos un desacato al sexto mandamiento, pues se hacía para honrar a la Diosa y al personaje en cuestión).
2) Inventar una frase para dedicarle al alma del personaje. Escribirla en el mismo papel donde hayamos anotado el nombre del personaje.
3) Escoger un objeto personal que hayamos llevado puesto o guardado en algún bolsillo o bolso mientras leíamos la novela a la que pertenece el personaje.
Una vez realizados los puntos anteriores procedíamos a leer en voz alta las frases que hubiéramos escrito. Después introducíamos los papeles y los objetos en una caja, la cual representaba la tumba del personaje. La ceremonia terminaba con el enterramiento de la caja, seguida del recitar de nuestra “Oración”.
Por ejemplo, en la tumba de Fortunata, de Fortunata y Jacinta, pusimos una pulsera de conchas, un pañuelo, un pendiente con forma de pluma estilográfica, una piedra malaquita y cuatro trozos de papel en los que se leían las siguientes frases:
Fortunata Izquierdo de Rubín:
“Que allá donde te encuentres no halles circunstancias”. “En tu próxima vida cuídate de las cruces santas”. “Duerme el sueño eterno, dulce alma, duerme”. “Te quiero, niña de mi alma, dale un tierno beso a Feijoo”.

Hubo libros, como Fortunata y Jacinta, que pasaron de ser el “común” ejemplar de cada día a ser vida vivida y llorada muerte.

Nuestro ejemplar de cada día... ¡cuánto te extraño, amigo!

jueves, 8 de noviembre de 2012

El club de lectores anónimos I



CAPÍTULO I: EL CLUB DE LECTORES ANÓNIMOS

Nunca olvidaré el club de lectores anónimos.
Lo formábamos cuatro adictos a la literatura, cuatro almas cautivadas por la luz de las palabras y cautivas de sus sombras. Compartíamos esa extraña dicotomía de hallar muerte en lo que te da vida, de sentir dolor en el éxtasis. Al poco tiempo de conocernos, como gustábamos de inyectarnos la misma poesía y de colocarnos con los mismos libros, nos nombramos hermanos de versos y formamos el club de lectores anónimos, aunque he de confesar que ninguno de los miembros del club albergábamos propósito alguno de rehabilitarnos, a pesar de que hubiera sido beneficioso comenzar un tratamiento de desintoxicación lectora, pues ya desde entonces ninguno de nosotros discernía entre literatura y vida.
El club de lectores anónimos no se formó para ser un club de lectura, nunca fue nuestra intención crearlo para motivarnos a leer, no necesitábamos (gracias a la diosa Literatura) de esos acicates. Dimos a luz a ese club porque habíamos concebido la vida como literatura y ya llevábamos demasiados meses gestando al ser de la fantasía. Creamos el club porque necesitábamos alumbrar nuestros inventos de realidades, porque nos sentíamos inscripción grabada en Literatura al empaparnos de poemas escritos por nuestros hermanos de versos. Pero lo más importante para nosotros era formar un club para honrar nuestros tesoros literarios, honrar nuestro parnaso, lleno de escritores muertos que nos tejían en la vida un pasaje de pétalos de letras por el que avanzábamos embelesados.
Teníamos unos principios jurados por la diosa de la Literatura que jamás traicionamos. Cuando los transcribimos, sus cuerpecillos de letras, sonaban así:
“Los miembros del club de lectores anónimos no creamos para rodearnos de letras, para rellenar páginas, para cercar, acumular más y más palabritas. Escribimos para sobrevivir. Escribimos para traducirnos lo que nos escuchamos, para atrevernos a entender lo que nos decimos, no para ocultar con palabras nuestras palabras. Cuando escribimos nos revelamos y contemplamos las fotografías que le robamos a nuestras almas. Nunca escribiremos para la inmensa mayoría, sino para que una minoría se sienta menos sola”.
El club lo conformábamos dos mujeres y dos hombres. Cada uno escogió un libro y decidimos que nos dirigiríamos a cada uno de nosotros siempre por el título de nuestro libro. Yo era Martin Eden, de Jack London, mi compañero era Paradero desconocido, de Kressmann Taylor. Mis dos compañeras eran Los que vivimos (aunque siempre la llamábamos Vivimos), de Ayn Rand y Cumbres borrascosas, de Emily Brontë, a la que llamábamos Cumbres.   
Nuestro lema era: “los volúmenes deben estar todos juntos”, que era como recordarnos que el club tenía que permanecer siempre unido. Y nuestra frase favorita decía: “no sin mi libro”. Más que frase se convirtió en muletilla, acabamos pronunciándola como si fuera una palabra: “nosinmilibro”. La decíamos siempre que quedábamos en ir a cualquier sitio. Incluso si íbamos al cine era “nosinmilibro”, aunque, evidentemente, nunca llegamos al extremo de ponernos a leer. Lo hacíamos por sentir la compañía del libro, por percibir su atmósfera cerca, no por necesidad de leer.
Juntos compartimos carnes de vocablos, montañas de versos, coronaciones de tinta. ¡Cuán dolorosamente lejanas se me antojan nuestras coronaciones de tinta!... Así llamábamos a los homenajes que les hacíamos a libros concretos, reuniones en las que surgían vidas literarias de nuestros lamentos y nuestros gozos...
Juntos proclamamos infinidad de ascensiones de escritores, así denominábamos a las veladas especialmente diseñadas para celebrar la bibliografía de un autor. En primer lugar convocábamos al espíritu del escritor a ensalzar (pues hay que decir que en toda ascensión de escritor que llevamos a cabo el autor en cuestión ya no se encontraba entre las mortales almas). Para ello hacíamos un círculo en el suelo con todos los libros del homenajeado, nos introducíamos en él y recitábamos poemas o extractos de sus libros a la luz de las velas. La segunda parte de la ascensión consistía en una ceremonia en la que cada miembro del club le escribía una carta, carta que tenía que ser lo más fiel posible al estilo literario del destinatario. En ella describíamos todos los mares por los que viajamos gracias a sus escritos, los mundos que habíamos descubierto, los pesares y las armonías que habíamos sentido, cada personaje que fuimos, cada vida que vivimos. Resumiendo: todo lo que le debíamos a sus libros. A continuación leíamos en voz alta nuestras epístolas, una vez finalizadas todas las lecturas procedíamos a quemar nuestras cartas, con destino a la memoria del festejado escritor, ascendido al altar de nuestras literarias divinidades. 
También redactamos los diez mandamientos del creyente en la Literatura, entre estremecimientos y risas.
He aquí los santísimos preceptos que consideramos que todo creyente en la Literatura debía obedecer:
1) Amarás a la Literatura sobre todas las cosas.
2) No tomarás el nombre de la Literatura en vano.
3) Santificarás las letras.
4) Honrarás a tu padre y a tu madre, que son el libro y la palabra.
5) No matarás la poesía.
6) No cometerás actos impuros contra ningún libro. Por ejemplo: subrayarlos, escribir  en ellos, doblar las esquinas de las pobres páginas y otras humillaciones semejantes.
7) No robarás ideas.
8) No dirás falso testimonio literario ni mentirás acerca de tus lecturas. Por ejemplo: afirmar que has leído a Proust, siendo esto una ruin falacia.
9) No consentirás pensamientos ni deseos impuros. Tu pensamiento siempre estará con los libros.
10) No codiciarás los libros ajenos.

Nuestro club tenía una tradición que respetábamos con devoción y con la que nos divertíamos enormemente: postales literaturizadas. Consistía en enviarnos postales con ilustraciones relacionadas con algún personaje o libro que nos apasionara y escribir en ellas como si estuviera mandando la postal el personaje elegido.
La última postal que recibí de mis compañeros fue de Paradero, hace referencia a un relato de Papini. La tengo a mi lado mientras escribo. La imagen de la postal reproduce un cuadro de Sebastiano del Piombo, titulado: “Retrato de Ferry Carondelet con sus secretarios”. El texto que la acompaña dice así:
“Te pido disculpas por mi última visita. No me encontraba bien.
Firmado: El caballero enfermo”.
A veces escribíamos la postal como si la mandara el propio libro. Recuerdo una que le envié a Vivimos como si hablara Casa desolada, de Dickens. La foto de la postal era una casa abandonada en una típica calle londinense. En el reverso escribí:
“Estoy esperando a que usted continúe con mi lectura.
Mis páginas, al no sentir el suave acariciar de sus manos, se encuentran como la casa que me da nombre.
Si le queda algún resquicio de amor por mi creador, en su nombre le ruego que vuelva a poner sus adorables ojos en mí.
Sin otro particular se despide su perpetuo esclavo,
Casa desolada”.

Los cuatro juntos escribimos un libro al que titulamos Pensarás en literatura (Relatos de lectores anónimos). Le dimos vida al pie de un ciprés (al que bautizamos con el nombre de Murmullo) en el bosque de las plumas perdidas, así llamábamos al bosque en donde nos reuníamos para escribir al unísono.
Recuerdo con claridad la noche en la que escribimos el final del libro. Lloramos mares de lágrimas que llovieron sobre Murmullo, sentíamos como si nos estuviéramos despidiendo de un amigo-hermano, como si se nos hubiera muerto otro yo. Esa noche lo enviamos junto a los difuntos devotos de Literatura. Aquella misma noche, para que fuera acunado en el abrazo de la tierra, para entregárselo a la eternidad, al pie de Murmullo lo enterramos.

La vida nos literaturizó y nosotros literaturizamos la vida. Escogimos ser ficción antes que vivir una existencia verídica, optamos por ser personajes en detrimento de nuestras personalidades. 
El club de lectores anónimos nació gracias a la palabra y murió por culpa de la palabra. A pesar de que los cuatro nos juramos no poner fin a nuestro club, a pesar de que prometimos mantenerlo tramando hasta el final de nuestros días, éste se disolvió en una noche escrita, escabulléndose por las rendijas de una página que daba morada a la muerte de una historia.
Encadenados a la literatura como nos hallábamos el club de lectores anónimos fue nuestra condena. En el pecado tuvimos que cargar con nuestra penitencia.

Hace poco volví al bosque de las plumas perdidas. Al pie de Murmullo, en el lugar donde enterramos a Pensarás en literatura, habían crecido cuatro flores silvestres bellísimas.