viernes, 11 de febrero de 2011

Antharus, el dragón azul

Hace cien mil años, el dragón azul Antharus, habitante de Lemuria, abandonó Gaia.

Antharus fue un dragón maestro. Su símbolo eran dos triángulos unidos, uno de ellos era blanco con el vértice superior hacia arriba, y el otro, negro, con forma invertida.
Estando de pie medía nueve metros, y de ala a ala, completamente extendidas, alcanzaba unos veintidós.
Antharus nos enseñó acerca del efímero sueño durante milenios, antes de la existencia del miedo, y entre sus alas recorrimos toda la madre tierra.

Pero, hace cien mil años, en una noche que jamás olvidaremos, nos habló sobre cómo recrear el cielo en la tierra, porque se acercaba la hora de jugar el juego de la dualidad.
Esa última noche en la que lo vimos, antes de que regresara a su lugar de nacimiento, nos contó un cuento, un cuento que no sólo perduraría en nuestro recuerdo, sino que sería un cuento que se nos quedaría grabado también en nuestra memoria álmica, aprehendido, custodiado en una cristalina cueva sumergida en el océano de nuestro siempre.
Alrededor de una hoguera azul-violeta escuchamos sus sabias palabras, sabiendo que sería la última vez que, con aquellos trajes de piel lemurianos y atlantes, le veríamos, con su amorosa y alada mirada-sonrisa.

Esto fue lo que nos narró, aquella noche luminosamente oscura:
Había una vez un grupo de ángeles deseosos de danzar en un baile de máscaras, que decidieron jugar al juego de la vida. Para ello, planearon aparentar ser otra cosa distinta de lo que eran. Sería muy divertido fingir ser humanos, pensaron.
E idearon el juego, lo planificaron concienzudamente, de forma que lo dejaron sin destino. Cada ángel fingiendo ser humano tendría la capacidad de jugar y mover sus piezas a su antojo. Ninguna divinidad marcaría su sino. Todo humano sería capaz de ser creador de realidades, todo individuo sería amo de su camino.
Y así lo hicieron, pues así lo imaginaron. Sin embargo, pasado el tiempo, después de tantos trajes de piel, los ángeles olvidaron su divinidad, olvidaron que eran espíritu, y creyeron que eran sólo impotentes humanos. Y maldijeron su infortunio, su pena, su aislamiento, su dualidad, sus obstáculos.
Entonces, los ángeles que pretendían ser humanos, pensaron: “nos hemos perdido, no sabemos quiénes diablos somos. Nada nos podrá salvar nunca.”
Así sienten los humanos que fingen ser almas oscuras. Mas las almas son todas eternamente divinas, pero, para jugar al juego de la dualidad en el juego de la vida, aparentan que están perdidas. En realidad, no hay ángel caído, ni alma solitaria, ni divinidad vengativa, sólo existen los ángeles divinos jugando el juego de la vida.

Antharus nos contó esta historia hace cien mil años, a los lemurianos y lemurianas, atlantes y atlantianas que allí nos encontrábamos.
Aquella centelleante noche aprendimos con Antharus que no existe la negrura y que aquellos que trabajan para la oscuridad, también son, o en su momento serán, guerreros de la luz sin ataduras.

Y he aquí que el juego de la dualidad comenzó. Los ángeles que fingían ser humanos malvados comenzaron a perseguir a todos los dragones, pues anhelaban su sangre, que creían mágica. Muchos dragones fueron masacrados, y partieron al otro lado, sin rabia ni rencor.

Pero, Antharus escapó.

Hermanos y hermanas, amantes de los dragones, recordad esta estampa:
Antharus volando, en un cielo inmenso, de vuelta a casa.

Antes de irse, dedicándonos su última mirada-sonrisa, Antharus prometió que volvería.
Cuando retorne la magia, cuando recordéis que todos somos uno, dragones y ángeles simulando ser individuos, volveréis a ver mis alas extendidas.


Dedicado, con especial cariño, a Shirabonita.

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