martes, 1 de febrero de 2011

La biblioteca viviente V

CAPÍTULO V: CLUB SENTIMENTAL

-¡Alabado sea Papiro, Viaje mío! -chillaba Tristram-. Jamás pensé que se desharía semejante entuerto. Pero, ¿se puede saber dónde estabas, criatura encuadernada?
-No os vais a creer ni la mitad de mi aventura, sobre todo tú, mi buen hermano Tristram -advirtió Viaje sentimental.
-Ya creíamos que te habían secuestrado, querido -dijo La tesis de Nancy-. Te tengo dicho que eres demasiado bonito, provocas a la gente con tu belleza y luego pasa lo que pasa.
-Escuchad, amigos. Todo comenzó -empezó a relatar Viaje sentimental- cuando mi lector me introdujo en un lugar oscuro, en el cual iba dando tumbos de un lado para otro...
-Te introdujeron, sin duda, en una bolsa de viaje -afirmó Réquiem, de Rilke.
-El caso es que -continuó Viaje- cuando me sacaron, mi sorpresa fue mayúscula al observar a varios humanos a mi alrededor sujetando cada uno en sus manos algo que jamás adivinaríais...
-No nos digas más -le interrumpió Seis personajes en busca de autor-. Sostenían todo tipo de utensilios para utilizarte como sacrificio en un ritual satánico, pero tú te alzaste con la victoria.
-¿Cómo hablar de victorias? -preguntó Réquiem- Salir airosamente sería todo.
-¡Calla, Seis, maligno! Deja que continúe -le reprendió El libro del desasosiego-. ¿Qué sujetaban, Viaje?
-¡Criaturas idénticas a mi! -vociferó éste-. Bien es verdad que alguno tenía la portada distinta a la mía y a varios nos habían encuadernado en diferentes años, sólo uno de ellos tenía la misma edad que yo; pero, amigos, ¡en su interior eran clavados a mí!
-Ya ves tú qué cosa -dijo Mortal y rosa-, ya sabíamos que los humanos nos clonan. No veo la sorpresa por lugar alguno.
-Claro que sabíamos que existían más como nosotros, pero, nunca, que yo sepa, ninguno de nosotros ha tenido la oportunidad de confraternizar con ellos -le recordó Viaje sentimental.
-¿Y por qué necesitaban esos humanos a tantos de vosotros? -quiso saber Rojo y negro.
-Ahí está lo interesante, queridos. Según me explicó uno de mis hermanos gemelos, algunos humanos deciden leer un mismo libro al mismo tiempo y cuando lo terminan se reúnen para compartir la aventura de lo que han leído -contó Viaje sentimental.
-¡Qué curioso! ¡Comparten vidas leídas! -exclamó El libro del desasosiego.
-Así es, amigo -confirmó Viaje sentimental-. No os hacéis una idea de la emoción que me embargó cuando comenzaron a hablar de nosotros en términos que indicaban que nos tenían, a mis hermanos gemelos y a mí, en la más alta de las consideraciones. Dijeron cosas de nosotros que hasta nosotros mismos desconocíamos.
-Yo no me lo creo -dijo Mortal y rosa-. No creo ni una palabra.
-¿Por qué no te lo crees? -le preguntó Viaje sentimental.
-Porque es un misántropo -afirmó El libro del desasosiego- y no soporta oír hablar de los humanos positivamente.
-No es eso, listillo. Son ese tipo de opiniones las que hacen que me plantee si no te hubiera ido mejor siendo el libro del desacierto -le respondió Mortal y rosa-. En fin, no me lo creo por una simplísima razón: porque no hay un sólo ser humano sobre la faz de la tierra que se atreva a reconocer en público que lee a Viaje sentimental, y menos aún que tenga la valentía de alabarlo abiertamente.
-Mortalillo, ¿cómo te atreves a hablar así de uno de los libros más tiernos que existen? -le recriminó Cartas a un joven poeta.
-No sé exactamente cómo lo hago. Debe ser un don con el que nací, el caso es que concibo una idea y, voilà!, he ahí que tengo la capacidad para transmitirla.
-Eres un cínico inmundo -observó Cartas a un joven poeta.
-Amigos -les interrumpió El principito-, creo que hablo por todos si digo que en este momento nos interesa incalculablemente más que Viaje termine de contar su historia a que continuéis vuestra egotista representación.
-Gracias, Principito -dijo Viaje sentimental-. Como iba diciendo, comenzaron a hablar de mis gemelos y yo. Uno de los humanos dijo que al leer su Viaje sentimental había comprendido su razón existencial...
-¡Oh, por favor! ¡Qué exageración! -interrumpió Mortal y rosa- ¿Y los humanos son los seres más evolucionados de toda la cadena evolutiva? -se preguntó, extrañado.
-Calla, tostón -le ordenó Tristram-. ¿Y cuál era esa razón existencial, querido hermano?
-Dijo que consistía en observar todos los aspectos de su vida con una pizca de ternura en la mirada, un pellizco de buen humor y una gran cucharada de compasión. Otro miembro del club contó que, al principio, le decepcionó la lectura al comprobar que no éramos un libro de esos que describen viajes, como pensaba, pero, explicó que al ir avanzando por nuestra trama sintió varias punzadas en el alma, como si se la estuviésemos retorciendo. Y, de verdad, amigos, que no se dan cuenta de que lo hacemos para engrandecerles el alma. Hablando con mis gemelos comprobé que la mayoría de humanos que nos leen sienten este aguijón en el alma definitivamente cuando se enteran de dos concretas experiencias, las que mis gemelos y yo vivimos con un burro muerto y con un estornino enjaulado. También a nosotros nos siguen emocionando intensamente esas vivencias, pues las revivimos cada vez que nos leen o cuando nos sumergimos en nuestro cuerpo de letra para viajar por nuestras páginas. ¡Qué le vamos a hacer, amigos, si mis gemelos y yo somos unos sentimentales!
-¡Qué maravillosa aventura, adorado Viaje! -dijo Réquiem-. Palabra de honor. ¡Ay, cómo entra el destino en los libros y cómo no vuelve! -exclamó.
-Pues aún no os he contado lo mejor -respondió Viaje sentimental-. Cuando le tocó el turno a mi lectora comenzó confesando haber sentido algo insólito conmigo, algo que jamás había sentido con otro libro. Yo, amigos, como no recordaba nada destacable que me hubiera ocurrido con esa lectora, me quedé atónito ante tal confesión. El caso es, compañeros, que al terminar de leerme, experimentó una irrefrenable necesidad de apoyar su cabeza en mí, y de esa forma, con lágrimas en los ojos, pudo descansar su emoción en mis páginas.
-¡Fuiste su primer libro-regazo! -chilló, emocionado, Tristram-. ¡Qué tierno! Ojalá supiera yo cuáles de mis lectores reposaron su cabeza en mí por primera vez.
-Eso fue, sin duda, lo más emotivo de todo, querido Tristram. Sentí una conexión especial con esa humana al saber que yo había sido su primer libro-regazo. Como si, de repente, se hubiera creado un lazo entre ella y yo que nos uniría de por vida. Aún puedo oler su perfume. ¿Le pasará a ella lo mismo? ¿Recordará mi olor? ¿Echará de menos la vida que viví con ella? Yo siento, querido Tristram, que parte de su esencia se transfirió a mí en el momento que confesó su libro-regazo. Nunca volveré a ser el mismo. Su sustancia se ha fijado en mis páginas.
-Yo sigo sin entender vuestra exaltación -confesó Mortal y rosa.
-Querido Mortalillo -habló Viaje sentimental-, cuando vivas algo parecido lo comprenderás.
-Lo dudo -afirmó Mortal y rosa-. Es más, una vez me dieron un beso en la portada, y esa experiencia le proporcionó a mi inconsciente, material suficiente para recrear insufribles pesadillas. No, no quiero más besos, ni que reposen sus cabezas en mi portada cansada. ¡Por Papiro, si ya sufro lo indecible cuando siento unos ojos que me navegan el cuerpo! Llamadme loco, pero me gusta la distancia cuando me leen.
-¿Dónde guardas tú la rosa, Mortalillo loco? Porque nunca te la veo por ningún sitio -atacó El principito.
-Las rosas no son para los cerdos, querida majestad -contraatacó Mortal y rosa.
-¡Oh fuente eterna de la dicha! -exclamó Viaje sentimental-. ¡Qué viva el amor! ¡Y viva la bagatela!
-Ha sido un encuentro inolvidable el que has tenido con esa lectora, hermano -dijo Tristram.
-¡Que Papiro la bendiga! Era una verdadera viajera sentimental -contestó, nostálgico-. Mi alma la reconoció enseguida.
-Una cosita, sin ánimo de desengañar -dijo Mortal y rosa-. Los libros no tenemos alma -objetó.
-¡Oh Naturaleza! Vivimos en una época de ligereza y veleidad -exclamó Tristram.
-Yo estoy seguro de que tenemos un alma -afirmó Viaje sentimental-, y ningún libro materialista como tú me podrá convencer de lo contrario -le aseguró a Mortal.

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-Y es que no se puede confiar en los humanos -se estaba quejando El gran Meaulnes, de Henri Fournier-. Te colocan en estante erróneo y uno no da ya letra con página. Es un gran trastorno para cualquier ejemplar de vecino. Ignoran nuestras necesidades por completo -lamentó.
-Aún así -le dijo El profeta, de Khalil Gibran-, querido Meaulnes, lleva contigo a todos los hombres. Un linaje de hombres sabios nos dio la sabiduría.
-Al principio creíamos que habías pasado al libro del olvido -le contó El prisionero de Zenda, de Anthony Hope-, pero, gracias a 1984 supimos que habían confundido tu estante, entonces comprendimos que era cuestión de tiempo el que se dieran cuenta y te repatriaran. ¿En qué estante te pusieron? -se interesó.
-En el estante que va de la “P” a la “U” -contestó Meaulnes.
-¿Y cómo te descubrieron? -investigó La historia de las aventuras de Joseph Andrews, de Henry Fielding.
-Gracias a Mortal y rosa -relató-. Él volvía de una aventura de papel leída, y un humano cuidadoso, al alojarlo en su estante se percató de que yo no estaba en el que me correspondía.
-Por fin Papiro ha escuchado nuestras plegarias y nos ha enviado a un humano con un don para ubicarnos correctamente -repuso Un mundo feliz.
-Yo sí que tengo un don -aseguró El gran Meaulnes-. El de soportar estoicamente los fallos ajenos.
-Es la vida quien da a la vida -intervino El profeta-, el que pretende ser aquel de quien proviene el don, no sabe que no es más que un testigo.

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