jueves, 3 de febrero de 2011

La biblioteca viviente VI

CAPÍTULO VI: EL LOCO GUARDIÁN DE LOS LIBROS

-Buenas tardes, compañero -me saludó mi compañero de trabajo-. Algunos pacientes están realmente mal. Mira qué nota tan curiosa me he encontrado en el tablón de anuncios -dijo mientras me la entregaba.
-Personajes nonatos buscan mecenas que pueda subvencionarles el nacimiento a la vida escrita. Contacto: don Nemo/Habitación 18 -leí.
-¿Qué te pasa? -preguntó, viendo que no me reía- ¿Un mal día?
-Catastrófico -contesté-. El peor de todos los que llevo trabajando en el psiquiátrico.
-¡No fastidies! ¿Qué ha pasado?
-¿Recuerdas al paciente de la 32?
-¿Alonso? -supuso mi compañero- ¿El que se pasa todo el día vagando por las estanterías de la biblioteca?
-El mismo -confirmé-. Ha muerto. Han sucedido un cúmulo de despropósitos -le informé, lastimosamente.
-¡Oh, Dios mío! -exclamó impactado- ¿Qué le ha ocurrido?
-La mañana transcurría sin incidentes -comencé a contarle-, Alonso me había pedido permiso para abrir una de las ventanas. Sabes que le encantaba sentarse a leer al lado de la ventana mientras sentía cómo le acariciaban los rayos del sol...
-Sí, sí -ratificó mi compañero.
-Al poco rato, el paciente que de vez en cuando nos da tantos problemas, ha entrado a la biblioteca...
-¿Virgilio? -preguntó mi compañero.
-Sí, Virgilio. De repente ha sufrido uno de sus ataques, se ha puesto como loco cogiendo libros de las estanterías, rompiéndolos y tirándolos al suelo. Alonso, al verlo, se le han puesto los ojos de forma que por poco no se le salen de las órbitas. Entretanto, varios enfermeros han conseguido reducir a Virgilio, y justo en ese momento, Alonso le ha dado una bofetada...
-¡Oh, no! -lamentó mi compañero- ¡Virgilio pierde el juicio si le pegan!
-Ya, pero el pobre Alonso no lo sabía y Virgilio ha perdido los pocos nervios que le quedaban. Pudiéndose desasir de los enfermeros le ha propinado un gran empujón a Alonso y ha vuelto a tirar los libros al suelo con más violencia, con la mala fortuna que uno de los libros que ha tirado ha salido “volando” por la ventana. Y eso ha supuesto el fin para el pobre Alonso...
-¿Le ha dado un ataque al corazón al ver a uno de sus adorados libros caer por la ventana? -conjeturó mi compañero.
-No -contesté-. En un acto reflejo se ha tirado detrás de él...
-¿¿¿Cómo??? -gritó mi compañero, horrorizado- Pero, ¡Dios mío!, ¿cómo se ha tirado detrás de él? -preguntó retóricamente.
-Supongo que pensó que al encontrarse cerca de la ventana podría agarrar el libro para evitar que se cayera, pero no lo consiguió y su cuerpo cayó al vacío. Pobre Alonso, ¡qué horrible desgracia! -exclamé, conteniéndome las lágrimas-. Tú sabes lo unido que estaba a todos esos libros. Le he visto recorrerse los pasillos durante horas y horas. A veces me parecía como si estuviera escuchando a los libros, de tanto que acercaba la oreja a los estantes.
-Sí, es verdad -reconoció mi compañero-. Yo le vi hacer eso muy a menudo. Recuerdo con qué cariño trataba al ejemplar que escogía cada noche para llevarse a su habitación. Estoy tan conmocionado que aún no me lo creo -aseguró.
-Si no le hubiera dejado abrir la ventana, no hubiera pasado nada grave -dije, sintiéndome culpable.
-No te martirices -me aconsejó-. No sé cómo te va a sonar esto, pero tengo la intuición de que si Alonso hubiera podido elegir su muerte, no me cabe ninguna duda de que habría elegido la que ha tenido. Piénsalo bien -insistió-, donde quiera que esté, se sabrá un héroe que murió intentando “salvar” a una de esas criaturas indefensas a las que tanto amaba. Que Dios tenga en su gloria al loco guardián de los libros -deseó mi compañero.
-Y que lo tenga rodeado de ellos -añadí-. Yo, de entrada, voy a pedir que lo entierren con el libro al que intentó auxiliar.
-¿Qué libro es?
-Viaje sentimental, de Laurence Sterne.

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