martes, 8 de febrero de 2011

La danza del sí

No hace mucho tiempo, mientras estaba despierta, preparada ya para mi primer largo sueño, mi familia me dijo lo siguiente: como has de dormir durante mucho tiempo, es posible que necesites una alarma potente, de otra manera podrías ignorarla y continuar durmiendo. Tiene que ser una sirena mayúsculamente estridente, porque conocemos los sueños de larga duración, querida, puede que no sea fácil que te despiertes a tiempo.
Recuerdo que me reí a carcajadas. No debe de ser tan difícil, les dije. Oiré la alarma.
A continuación, mi familia me explicó que, mientras soñamos, es posible integrar cualquier sonido en lo que estás soñando. Puede que no te des cuenta, querida, y no recuerdes siquiera que tú pusiste esa alarma antes de irte a dormir. Hay muchas cosas que ser, es vital despertar a tiempo. Por eso, te aconsejamos que utilices cualquier pesadilla que se pueda presentar mientras sueñas.
Recuerdo que les conté que yo nunca había tenido ninguna pesadilla. Las tendrás, me contestaron, seguro alguna habrá. Me explicaron que no había cosa mejor para despertarse que soñar con una pesadilla. Me enseñaron todo tipo de cosas que necesitaría saber una vez estuviera dormida. Cuando hube comprendido la gravedad de la labor, me prometí utilizar cualquier pesadilla.
Lo último que recuerdo antes de mi primer largo sueño fue sentirme optimista y segura de mí misma, pues no me cabía duda de que, con la ayuda de las pesadillas y el mantenerme alerta para escuchar la alarma, me despertaría rápidamente.
Pero no contaba con el embrujo de la somnolencia. Subestimé la realidad de los bellos sueños. En ese momento no imaginaba cuán real podría llegar a ser la belleza, ni tampoco sospechaba de su hechizo laberíntico.

Cuando me quedé dormida olvidé todo lo que me había enseñado mi familia y todo lo que me había prometido a mí misma, como es lógico. Y soñé, soñé, soñé, soñé con paisajes maravillosos, soñé que tenía alas de estrellas azules y que charlaba con ancianos árboles que me enseñaban todo acerca de las semillas. Volé sobre frondosos bosques. Anduve bajo el agua, siguiendo las estelas que se formaban en el fondo del mar. Jugué con un montón de animales diferentes, vivía con elefantes, pájaros, caballos, perros, ballenas, lagartos... Soñé que sentía que nunca había sido tan feliz. También soñé que encontraba baúles mágicos, en los que hallaba maravillas que no tenían fin. Soñé, soñé, soñé, soñé estos sueños en el sueño largo...

Luego soñé que me encontraba perdida en una multitud, y soñé que necesitaba. Soñé que necesitábamos construir grandes edificios, que era vital construir algún refugio, pero una vez construidos, la marea subía y todo se lo llevaba, sin que nadie supiera adónde. Nada se podía construir. Hasta donde alcanzaba la vista, todo era playa y arena.

De pronto, soñé que de uno de los baúles mágicos salía una turba de relojes que me perseguía. Y salí volando...Soñé que llegaba a una cueva repleta de oscuridad, dentro de una de mis ballenas. Soñé que no podía ver nada y que la cueva no tenía salida. Soñé que no tenía escapatoria. Soñé que la oscuridad me aterrorizaba y que oía silbidos y soplidos que me aterraban aún más.

Mas de pronto, soñé que los soplidos y los silbidos se detenían. Pero quedé consternada, pues los silbidos dejaban paso a la turba de relojes que, rápidamente, me alcanzaban. Soñé que me recorrían todo el cuerpo. Que, de repente, todos empezaban a sonar al unísono, como una sirena que me destrozaba los oídos. Soñé que intentaba tapármelos para no oír ese sonido infernal, pero era inútil, aún así continuaba oyéndolo. Soñé que creía que me iba a explotar la cabeza. Soñé que empezaba a desesperarme, sintiendo un caos absoluto. Soñé que intentaba apagar todos los relojes, lo intentaba y lo intentaba, pero cuando conseguía apagar el séptimo, volvía a sonar el primero que había apagado. No era posible... Oscuridad y caos de nuevo.

Después de mucho tiempo igual, soñé que ya no intentaba nada, que no me importaba ya nada de lo que pasara. En ese momento, me dejaba llevar por el sonido de la sirena, no intentaba alejarlo de mí. Soñé que imaginaba que disfrutaba. Soñé que imaginaba que recordaba que bailaba para el despertar. Y, mientras bailaba y bailaba y bailaba, una parte de mí abandonaba la cueva, una parte de mí conseguía salir de la ballena. Pero soñé que me cansaba de imaginar y que sentía que ya llevaba mucho tiempo en la maldita cueva.
Aún así soñé que no me rendiría, y volví a soñar que imaginaba que bailaba. Y bailé, bailé, bailé, bailé hasta soñar que mi danza se convertía en una espiral que dibujaba un sí. Y así continué soñando hasta olvidar que me encontraba atrapada en una cueva...

Lo último que recuerdo es que soñé que despertaba, soñé que ya no me encontraba aprisionada. Soñé que deseaba continuar adelante, soñé que también amaba la caótica y oscura cueva, que no importaba nada. Soñé que no me importaba la imagen que se materializara, soñé que recordaba que sabía que todas las imágenes son olas que provienen de una sola marea. Soñé que sonreía, sonreía, sonreía. Sí. Soñé que recordaba que estaba soñando, que EN REALIDAD disfrutaba soñando, al ritmo de la danza del sí.

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