domingo, 6 de febrero de 2011

Negra vida

Le creé la vida.
Pero, llegado un momento, no fue suficiente.
Él anhelaba más, más de lo que yo le podía dar.
Lo vi languidecer, marchitarse, desvanecerse.
Lo sentí desprenderse, evadirse, temerse.
Se le envejecieron las alas de la imaginación y se esfumó, doblando la esquina de una página.
Lo último que dijo a través de mí fue: “Recuerda tu muerte”, “no dilapides tu vida”.

Él era un personaje que no supe cuidar. Él fue un amigo al que no alcancé todavía.
Él dormía su sueño de negra tinta esperándome, esperando que le diera otra vida.
Descansando en el confuso mundo del desasosiego,
se fatigó de tanto desconcertante reposo.
Él creyó que le haría una cuna de letras,
y acabé sepultándolo en una tumba de ausencias.

Una mañana muy noctívaga hice una promesa,
la escribí usando el lenguaje del silencioso viento y la envié por correo abisal.
Era una promesa que honraba la memoria de los personajes frustrados.
Era una promesa lacrada con el sello de la eternidad,
y estaba grabada en la piedra sagrada del monte Perenne.
Esa promesa susurraba cuentos de consciente y cierta ficción,
ofrenda que entregué al creador de creadores,
y éste, con su omnisciencia de la fantasía,
la depositó en el arcón de los pactos entintados,
donde ya duerme el sueño perpetuo.

Desde entonces les guardo un respeto inmenso y tierno.
Ya no los acumulo, ya no los colecciono,
ya no les ruego por mi identidad.
No están hechos a mi imagen y semejanza,
no están imaginados sólo por mi ingenio,
y no responden a mi firma.
No tengo firma, no tengo nada.
Soy lo que vivo.
Les libero de mis yacimientos, de mi vigilancia.
Les dejo volar sus propios vuelos.
Ellos aún no han olvidado cómo se planea,
ellos aún recuerdan la verdadera realidad.
No seré su custodia;
les daré mi aliento, les cederé mi pluma,
mas ellos vuelan su propia travesía,
y sólo ellos saben de sus acrobacias y sus caídas.

Ya no creo personajes porque sí,
sólo doy existencia a los que deseo y amo con locura.
Porque existen, es verdad que existen, que sienten,
que albergan, que les duele una vida.
Es cierto que respiran nuestras inspiraciones,
que sufren nuestras torturas,
que padecen nuestros trastornos.
Ellos son como otros nosotros.
Son seres de fantasía de verdad,
no son mera ilusión ni puro inventiva.
No son de mentira.

Yo iba peregrinando por los caminos de arcanos lenguajes,
vagando por las espesas selvas de olvidadas islas,
atravesando los pasajes de arrecifes en blanco y negro,
cuando, repentinamente,
a través de una página extraviada en el manglar de mi antología,
oí una voz que decía:
“Recuerda tu muerte, no dilapides tu vida.”

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