martes, 8 de febrero de 2011

La ofrenda de las luciérnagas

Convertimos nuestra vida en ofrenda dedicada al Gran espíritu.
Transmutamos nuestro presente en ofrenda para compartir con el Gran espíritu.
Adornamos nuestras vidas con bellas creaciones para ofrendárselas al Gran espíritu.
Como nada estaba separado dejamos todo en manos del espíritu.
Impregnamos de belleza todo lo que vimos o percibimos, pues todo era para ser visto con los ojos del espíritu.
Y todo lo sostuvimos con amor, o, si no, no lo sosteníamos. Sencillo todo era. El amor era el compás. La unidad era la melodía.
Todo era ofrenda para el espíritu. Sólo se esperaba la luz de nuestra consciencia.

Andábamos como luciérnagas apagadas…
-Una luciérnaga no debe brillar… -muchos decían- pues así su energía gastará.
Pero… ¿por qué pueden emitir luz, entonces? Le trasladamos la pregunta al hombre arco iris.
-Para poder emitir luz -fue lo que nos respondió.
-¿Y cuando se gaste la luz? -adujimos nosotras. Mas se cortaron las comunicaciones con el hombre arco iris, pues el hombre blanco y negro nos ensordecía los oídos del alma con sus ruidosas distracciones.
Fue entonces cuando decidimos que la respuesta era ya nuestra porque el fuego de la pregunta ya quemaba nuestros corazones.
Las luciérnagas se podían recargar… conectándose a la red del Gran espíritu…
¡Las luciérnagas han de brillar! ¡Las luciérnagas han de brillar! -exclamábamos entusiasmadas.
Y la fiesta comenzó. Las luciérnagas comenzamos las ofrendas en respuesta a la gratitud que surgía de nuestros corazones.
El hombre blanco y negro no sabía qué hacer. Comenzamos a envolverlo con nuestro manto púrpura del amor transformador. Emprendimos, ¡por fin!, nuestro viaje prometido. Recuperamos, ¡al fin!, nuestra inmortal herencia.
Ahora mismo no podríamos determinar el orden ni el momento en el que el vacío se inundó de plenitud. En estos momentos aún estamos, incluso, sorprendidas de haber podido encontrar por nosotras mismas nuestra ansiada respuesta.
Pero una cosa sí que sabemos con toda seguridad: la respuesta se hallaba desde un principio, sólo que, como siempre la buscábamos delante o detrás de nosotras, no nos dábamos cuenta de que la llevábamos cosida a nuestra propia piel interior, como una sombra de nuestro cuerpo interno, una sombra que estaba muy escondida porque se encontraba muy cerca, como una sombra que define nuestro perfil interno, el verdadero rostro.
Ofrendamos nuestra presencia con nuestro presente…
Al espíritu retornamos nuestro presente…
Lo que el Gran espíritu nos da lo devolvemos perfumado con la fragancia más embriagadora que hayamos encontrado hasta el momento, ya que recorriendo la vida informamos al Gran espíritu de todas las bellezas que nos vamos encontrando mientras recorremos su mundo de los espejos.
Todo se halla mezclado, en un recipiente que todo lo contiene.
¡Las luciérnagas han de brillar! ¡Las luciérnagas han de brillar!
Y las luciérnagas brillaron.
Ya nada ni nadie las podría apagar.
Porque las luciérnagas aparecen cuando son necesarias. Y si son necesarias… ¡brillarán! Porque ya aprendieron cómo no apagarse nunca más. ¡NUNCA!
Ahora bien, la luciérnaga puede brillar con diferentes intensidades o frecuencias de luz. Las luciérnagas no carecen de modulaciones. Cada luciérnaga sabe modular su propia frecuencia dependiendo de la intensidad de la oscuridad que pretenda iluminar.
Una luciérnaga no malgasta luz. Si hay mucha oscuridad, una luciérnaga sabe ver en la oscuridad. Ajusta su frecuencia y espera el momento adecuado para reflejar toda su luz, el momento en el que su luz permita ver lo que antes cubría la oscuridad.
Una luciérnaga no es enemiga de la oscuridad. Es su traductora. La luciérnaga es el instrumento que permite a la oscuridad hablar y contemplarse a sí misma. Todo con su vibración apropiada. Pero siempre… ¡las luciérnagas han de brillar! ¡Las luciérnagas nunca del todo se podrán apagar!

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