martes, 8 de febrero de 2011

Soledades y lamentos

Antes que nada, puede ser que todo fuera fruto de mi errática imaginación.
Juro por mi honor que, en la mayoría de las ocasiones, mi mente no puede diferenciar la realidad de la ficción.
Me topé con una muchedumbre de desfiguradas soledades y encorvados lamentos, séquito de presencias que me seguían allá donde fuera.
Al principio me asusté, después les grité, les exhorté a que me dejaran en paz valiéndome de los más hirientes exabruptos, para luego acabar suplicándoles. Pero todo fue inútil. Me siguieron durante eones, y me acostumbré a ellos.
Con el paso del tiempo y del cohabitar, caí prendado de sus encantos, embelesado con sus fascinantes embrujos les consentía todos sus caprichos. Comencé a vivir por y para ellos. Las soledades me parecían bellísimas, y los lamentos, antes encorvados, ahora los veía como los seres más apuestos que existían.
Todos juntos compartimos las penas y las alegrías que nosotros nos enviábamos a nosotros. Supimos de una ascendente amistad, pero ésta amaneció un día para hacerse anochecer infinito.
Porque soledades y lamentos se fueron como vinieron, de un día para otro. Los busqué por todas partes. Oré para que regresaran, los invoqué, los maldije, escupí sobre su recuerdo, para terminar pataleando y llorando desconsoladamente. Pero todo fue inútil.
Se esfumaron para siempre.
Y ahora me arrastro por el suelo.
Porque he olvidado cómo se camina sin soledades ni lamentos.

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