martes, 8 de febrero de 2011

Carne de vocablo

He sido palabra. Muchas palabras. Vidas y vidas como individuo de la especie dialéctica. He encarnado en todas las palabras que creé. Pero es en las primeras que viví de las que guardo un recuerdo especial, por su inocencia y curiosidad. Son ésas las que me voy a recordar.

Primero fui Lago. ¿Cómo olvidar mi primer ser verbal? En encantadora criatura encarné. El Lago que fui era ser sereno, una placidez misteriosa que resplandecía se respiraba a través de Lago. Una bendita compañía solitaria. No sé durante cuánto tiempo fui esa palabra. Debió de ser mucho, porque me pareció poco. Lago, Lago, Lago... Pero tuve que dejar de ser Lago, otro ser me reclamaba la palabra. No se puede ignorar a quien te pide la palabra. Con pesar abandoné mi primera vida como vocablo. Lago, Lago, Lago... susurraba mientras hacia otro ser del gran Léxico viajaba...

Lo que fui fue Música. En la señorita Música me asenté. Pasé de lo sereno a lo sonoro. Experimenté la vibración, la convulsión, la sacudida. Música, Música, Música... ¡Qué fascinante estremecimiento de notas!, ¡qué delicia fue latir como Música! Los recuerdos de Música suenan y resuenan en mi mente, ¡qué vida de palabra fue aquélla! Cuando fui Música todo era canto continuo, la vida era saltarina armonía, ordenado caos de polifónicas partículas.
Música, Música, Música...

Después de Música me deparaba Existencia. ¿Qué decir de Existencia? Pude adentrar en ella porque estaba vacía, nadie la habitaba. Existencia, Existencia, Existencia...
Llamo a mi memoria cuando recuerdo esa palabra. En las entrañas de la bendita Existencia moré satisfecha. De una sustancia de profundidades estuve hecha. Colectivo de presencias fui en Existencia. Todo género de géneros anidaban en mí cuando fui aquella palabra. Os lo juro. Palabra de la que es y fue palabra.
Existencia, Existencia, Existencia...

Más tarde me convertí en Trepadora. En Trepadora fui un ser escalera. Escalera de términos y voces. ¡Qué altura alcancé en ese ser! ¡Qué de colinas, crestas y montañas! Trepadora, Trepadora, Trepadora... Pináculo con cultivables estrellas. Mezcla de barro con firmamento. Ascensión y gateo fue aquella vida. Un arrastrarse hacia arriba. En Trepadora fui más que carne de palabra. Fui parte y esencia del gran Léxico, ánima que pertenecía al creador. Creyente de su religión, el lenguaje. Aún no he sido palabra más escaladora.
Trepadora, Trepadora, Trepadora...

De ánima Trepadora pasé a Maraña. Aquí fui salto y brinco, mayúsculo enredo. Reconozco que minimicé las posibles consecuencias de encarnar en tan confusa palabra. Maraña, Maraña, Maraña... Creí que disfrutaría al experimentar ser ovillo de confusiones, pero no fue así, me confundí, y en Maraña fui confundida. En Maraña me enredé. Embrollo tras embrollo, otro ser tan ávido de confusión como yo, me pidió que me desenredara de Maraña.
Desde la distancia ya no encuentro tan confuso su abigarramiento.
Maraña, Maraña, Maraña...

Después quise ser Cuentista. Pero me confundí de cuerpo, aún era neófita en esto de las encarnaciones en cuerpos verbales, y aterricé en Cubista. Me desconcerté al sentir todo ese diluvio de formas geométricas. Pero no lamento mi error. Cubista, Cubista, Cubista... En Cubista todo era demasiado exacto para mí, confieso que, al principio, me laceraba tanta simetría. Mas en su precisión encontré belleza, y en sus vértices y ángulos aprendí mucho. Fue en Cubista donde comprendí la matemática de las figuras, fue en Cubista cuando asimilé cómo depende del contorno el estudio de la ciencia de las imágenes. Me ejercité en el arte del equilibrio, y así cultivé significados.
Cubista, Cubista, Cubista...

Y, por último, no me olvido de Palabra, mi querida y añorada Palabra, ¡qué palabra, gran Léxico, qué palabra era Palabra! En ella fui astro, supe lo que es ser archivador de signos. Palabra. Palabra, Palabra, Palabra... No miento si digo que vislumbré el ojo de la sabiduría, y no yerro si asevero que no atisbé en su mirada otra cosa que no fuera infinita ternura, palabra de la que fue Palabra.
En Palabra habité en el centro del universo del lenguaje. Fui libre zumbido en imparable expansión para abarcar lo inabarcable. No ha habido ni habrá otra vida como la que viví en Palabra, en Palabra conocí la lágrima, sentí la hermandad de todo signo, valoré cada gota del mar de la simbología. Cuando me fui de Palabra estuve mucho tiempo sin encarnar vocablo alguno. La vida como Palabra me dejó marcada.
Palabra, Palabra, Palabra...

Ahora espero, deseo volver a encarnar. Tengo otra vida de carne de vocablo apalabrada. Seré Acuarelista.

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