CAPÍTULO V: DESPEDIDA
BORRASCOSA
El mensaje era de Paradero. Con voz desgarradora me decía: “Martin,
Cumbres está en el hospital. Me han dicho que es muy grave, voy hacia tu casa
ya”.
Cuando llegamos al hospital nos enteramos de que se había
lanzado por la ventana de su dormitorio, desde un octavo piso. Gracias a la
providencia no murió, pero la caída le ocasionó daños cerebrales muy graves, de los
que se pudo recuperar muy lentamente. Pero, por desgracia, le quedaron
secuelas. Le fue diagnosticado un trastorno del lenguaje denominado alexia, una
ceguera verbal que le imposibilitaba leer. Entendía las palabras habladas, pero
impresas le parecían a su cerebro un idioma ininteligible.
Lo que pasó aquella fatídica noche del juego, poco a poco,
nos llevó a la ruptura del club. La congoja de lo sucedido nos enloqueció a
todos y convirtió en islas lo que era continente.
Cumbres se cegó, se le mezclaron la realidad y la ficción. Acabó
creyéndose alguien que nunca fue. Ella solía decir a menudo: “aquello en lo que
crees, creado lo ves”. Aún no comprendo cómo no pudimos verlo venir, sobre todo
teniendo en cuenta que otras personas, como Campanilla, sí percibieron cosas
raras. Pudo deberse a que desde fuera se ven las cosas con mayor perspectiva. Quiero
creerlo así, porque, de lo contrario, el sentimiento de culpa me pesaría mucho,
aunque presiento que, de haberlo visto venir, poco hubiéramos podido hacer para
cambiar el curso de los acontecimientos.
Heathcliff y ella se conocían de hacía bastante tiempo gracias
al foro, pero esa noche era la primera vez que se veían. Le bastó escrutar su
mirada una sola vez para reconocerlo, para saberse atada a él. Y para
trastornarse. Un sólo encuentro los separó y los unió para siempre, de una manera
extraña. Aquella aciaga noche, cuando se marcharon solos de la reunión, se
dirigieron a uno de los parques de la ciudad, querían estar completamente
solos. Saltaron una de las verjas protegidos por la oscuridad y caminaron por
una senda hasta que se sentaron en un banco.
Ella, al sentir a su lado a aquel al que tanto había soñado,
se convirtió totalmente en la mujer que no era, se fundió con la vida de su
personaje. Y al hacerlo ya no había marcha atrás.
Sólo hubo un detalle que ella no tuvo en cuenta antes de
creerse Catherine Earnshaw de verdad. Fue el detalle de que Heathcliff no era Heathcliff.
Y doy gracias de que así fuera, no quiero ni pensar en cómo habría acabado todo
si a él le hubiera pasado lo mismo que a ella. Para él era un juego, un juego
ingenioso y divertido, pero nada más.
Se debió asustar cuando sospechó que ella no jugaba, tuvo
que ser un shock brutal darse cuenta de que ella vivía la mentira, toparse con
que el juego se había convertido en su realidad.
-¿De verdad me estás diciendo que te gustaría vivir esa
relación obsesiva? -le preguntó- Eso no es amor, Cathy.
-Creo que ya la estamos viviendo.
-¡Pero es un juego, por Dios santo! Yo pensaba que querías
que nos conociéramos, no que reprodujéramos al pie de la letra una relación
tormentosa que jamás existió. Eso es un simple divertimento de un foro en
Internet.
-¿Cómo puedes decir que jamás existió?
-¿Es que acaso estás loca?
-Si no estuviera loca viviría muerta, antes prefiero estar
muerta que vivir como un cadáver. Y eso de que no es amor es una puñalada atroz,
una traición.
-Lo siento -balbuceó él, mientras se levantaba de un salto
para marcharse.
-¡Heathcliff! ¡Heathcliff! ¡¡¡¡Heathcliff!!!! -chilló ella,
pero sólo consiguió que él acelerara el paso.
Cumbres se quedó inmóvil durante toda la noche en aquel
banco donde habían estado sentados, había puesto tantas expectativas en esa
relación, que no se podía creer que acabara de esa manera. Sabía que no lo
volvería a ver, sabía que tampoco volvería al foro. Repentinamente, invadida
por los fantasmas de la fantasía, acechada y amenazada por un vacío abismal, corrió
como nunca en su vida había corrido. Saltó la verja del parque casi como lo
haría una atleta y siguió corriendo como si volara. Cuando se cansó y regresó a
su casa, el dolor le oprimía hasta los pensamientos. Se vio presa de una
identidad que no era la suya, en un arranque de lucidez se dio cuenta de que
había alimentado con realidad una historia ficticia, pero toda su vida ya
estaba poseída por el fantasma de Catherine Earnshaw, y por mucho que corriera
jamás lograría escaparse de él. Llevada por un arranque instintivo, impelida
por un impulso primario que no pudo sofocar, decidió acabar con su tormento.
Antes de hacerlo escribió velozmente, con escritura errática, una nota para
Heathcliff que decía: “Mi fantasma te perseguirá hasta más allá de la muerte”.
Cuando ya estaba bastante recuperada fuimos el resto del
club de lectores a visitarla asiduamente, pero ya no era la misma, como es
lógico. Nos contó todo lo que había pasado esa noche y nos dijo que siguiéramos
el club sin ella. Nosotros le proponíamos hacer clubes de lectura en voz alta y
le jurábamos que jamás la dejaríamos sin saber qué es lo que susurran los libros
que la llaman a voces. Pero se negó en redondo. Nos suplicó que continuáramos
el club, que no lo dejáramos todo por lo que le había pasado a ella. Nos
exhortó a que buscáramos “otra Cumbres menos Cumbres”. (Eso nos destrozaba el
corazón sólo de pensarlo).
Al poco tiempo nos envió una carta demoledora.
“Hermanos de tinta:
No lo hagamos más doloroso.
Lo más probable es que ya no pueda leer nunca más.
Continuad la labor, compañeros, no os hundáis en un abismo
sin palabras escritas. Hacedlo por mí.
Con el tiempo aprenderé a vivir sin la lectura, pero no me
separaré de mis libros, aunque sea únicamente para acariciar sus preciosos
lomos y oler sus evocadoras hojas. Os lo prometo.
No volváis, hermanos de versos, no volváis. Entended que me
es más fácil caminar junto a vosotros en mi recuerdo, nuestro pasado de tinta
me recuerda vivencias que necesito sepultar.
Sabed que jamás me atrapará el fantasma que me haga
olvidaros.
Todo lo que leímos y escribimos juntos vive en un lugar
infranqueable para la amnesia, allí continuaremos leyéndonos el mundo, allí
continuaremos escribiéndonos el alma.
Os siento y os leo en mi pensamiento.
Cumbres Borrascosas”.
Al día siguiente de recibir la carta disolvíamos el club de
lectores anónimos. Pero antes le escribimos las últimas líneas a Cumbres. Se
las grabamos con nuestras voces y se lo enviamos.
“Hermana de tinta:
Hemos disuelto el club.
Porque hemos creado otro muchísimo más literario. El antiguo
nos parecía pobre en conceptos.
Éste está más acorde a nuestros sentidos lectores más
sibaritas.
En el nuevo club no se lee nada, ni se escribe nada. Aquí ya
es otro nivel, querida nuestra.
Tan sólo navegaremos por los mares de la imaginación, donde
está ya todo leído y escrito, donde las únicas palabras que existen son las que
pronuncia lo inefable.
Te esperamos en la ciudad del silencio, hermana de versos,
con una nueva Oración que nunca será apresada en papel. Volará libre, ajena a
símbolos y letras.
Tus queridos recitadores anónimos te veneran”.
Nunca más volvimos a vernos.
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