lunes, 19 de noviembre de 2012

El club de lectores anónimos III



CAPÍTULO III: EL JUEGO DE LA LITERATURA

El principio del fin fue el juego de la literatura.
Todo empezó a través de Internet. Un grupo de personas que éramos asiduas a navegar por los foros literarios, incluidos mis compañeros del club de lectores anónimos, ideamos un juego literario que consistió en lo siguiente:
Creamos un país imaginario al que llamamos Literatura (cómo no), y aquel que accedía a jugar tan sólo debía hacerse residente del país y escoger un personaje de la literatura, el cual le representaría durante todo el juego. En realidad, debía escoger tres; uno que representara su presente y otros dos para su pasado y su futuro. Una vez te hacías ciudadano de Literatura debías prepararte a conciencia con el objetivo de “capturar” la personalidad del personaje elegido para tu presente, ya que, cuando comenzara el juego, habría que actuar en todo momento como lo haría él. Huelga decir que una vez eran escogidos los personajes, éstos quedaban “adquiridos” y ya no podían ser utilizados por otro jugador. Todos los libros entraban en juego.
Las reglas básicas del juego eran tres. La primera regla decía: Cada jugador/a, durante la partida, se compromete a ser lo más fiel que le sea posible al personaje seleccionado. Deberá, en todo momento, suprimir su verdadera personalidad para servir al personaje.
En la regla número dos se exponía: Cada jugador/a se compromete a que todo lo que suceda o se diga durante el juego, en el juego queda.
Y, por último, la tercera regla: Cada jugador/a se compromete a no traicionar el propósito del juego, que no es otro que el de aprender y disfrutar de la literatura.

Durante mucho tiempo estuvimos jugando a través del foro en Internet. Nos divertíamos muchísimo con nuestros personajes. Y a la vez los personajes de los demás nos llevaban a sumergirnos en otras lecturas.
Los personajes que yo escogí fueron: Martin Eden para el presente, Horacio Oliveira para el pasado y Peter Pan para el futuro. Cumbres escogió Catherine Earnshaw como presente, Elizabeth Bennet como pasado y Sherezade como futuro. Paradero optó por Max Eisenstein en su presente, Tristram Shandy para su pasado y Evaristo Feijoo para su futuro. Por último, Vivimos se decantó por Kira Argounova para su presente, La Emperatriz Infantil para su pasado y Ana Karenina fue la elección para su futuro.
Todo fue bien hasta que alguien sugirió que quedáramos en persona, la idea fue germinando y se decidió que planearíamos una reunión para poder interactuar y divertirnos durante toda una tarde sin necesidad del mundo virtual. Ahí fue donde nos alcanzó la fatalidad.

La noche antes de la reunión, ignorando completamente lo que nos depararía el juego, estuvimos haciendo conjeturas de lo que podríamos encontrarnos.
-Tú seguro que ves a tu Maga -me pronosticó Cumbres.
-Es factible -contesté-. Pero como Horacio Oliveira es mi pasado, no creo que le preste mucha atención.
-¿Y tú has quedado ya con tu Heathcliff? -le preguntó Paradero a Cumbres, pues ésta tenía una relación estrecha con Heathcliff en el foro.
-No. No quiero ni que se me pase por el magín -bromeó.
-A mí me encantaría encontrarme con Atreyu -dijo Vivimos, risueña-. Y preferiría no encontrarme a Vronski. Aún es demasiado pronto para mi futuro.  
-No estés tan segura -le contradije-. El conde Vronski es uno de los personajes masculinos más conocidos de la historia de la literatura, no te extrañe si te lo encuentras y acabas tirándote al tren -bromeé.
-Calla, calla -me reprendió muy seria-, eso no lo digas ni en broma.
-¿Y tú qué, Paradero?, ¿cuáles son los personajes que quisieras encontrarte? -le preguntó Cumbres.
-De mi pasado me gustaría encontrarme a mi tío Toby, por supuesto. Del presente, a mi hermana Griselle, y en cuanto al futuro escogería a mi amada Fortunata, sin duda alguna.
-A tu antiguo amigo Martin Schulse supongo que no lo quieres ni ver -le dijo Vivimos.
-Supones bien, amiga mía -confirmó Paradero, como era de esperar-. A ese traidor, si se tercia la ocasión, no le doy ni la hora.
-Y no digamos la que se puede montar si aparece tu Fitzwilliam Darcy -le planteé a Cumbres, levantando mi ceja derecha.
-Es mi pasado -dijo sucinta, evadiendo su respuesta con la contestación que yo le había dado antes con La Maga.
-El pasado puede convertirse otra vez en presente -opinó Paradero, muy sabiamente-. A mí me encantaría conocer al padre de la que elegiste como tu pasado, el señor Bennet. Siempre me cayó bien ese hombre.
-¿Por su indiferencia hacia lo que les pase a sus hijas? -le preguntó, irónicamente, Cumbres.
-No -respondió Paradero ignorando la ironía-. Por su sentido del humor y por su estoicismo. Y tú deberías entenderlo mejor que nadie, ya que fuiste su hija -le increpó, riéndose.
-También fui la hija de la señora Bennet -contestó-. Perdóname, ahora mismo no recuerdo los momentos en los que te has fijado en sus virtudes -dicho otra vez con ironía.
-¿Acaso tiene de eso? -cuestionó divertido, con el consiguiente coro de risas.
-Al que estoy seguro de que no se encontrará Cumbres es al sultán Shahriar -continué.
-Justamente es el único que me agradaría encontrarme -confesó.
-¿Para qué? ¿Para dejar que disfrute de tus encantos y te asesine a la mañana siguiente? -preguntó Paradero, contrariado.
-Por supuesto que no. Yo soy Sherezade -respondió Cumbres muy dignamente-. Se nota que no has leído el libro.
-Me ofendes -contraatacó, socarronamente, Paradero-. Por supuesto que lo he leído, pongo a la Diosa Literatura por testigo. Y déjame que te corrija, querida Cumbres, tú no eres Sherezade, tú serás Sherezade, que es cosa muy distinta. ¿Qué harás si aparte de coincidir con el sultán te encuentras con la Sherezade del presente? ¿Os lo disputareis? -le espetó.
-Olvidas que nadie puede escoger a Sherezade, puesto que yo fui la primera en hacerlo. Y, aunque fuera posible, es una estupidez de pregunta -le recriminó-. Es evidente que nos lo jugaríamos a cuentos.
Un viento de carcajadas entró inundando el aire que respirábamos.  
-Tú no te rías tanto -dijo Cumbres dirigiéndose a mí-, ¿en qué estabas pensando cuando elegiste a Peter Pan como tu yo del futuro? ¿Quieres encontrar a tu Wendy, o qué?
-Es una estupidez de pregunta -contesté, parafraseándola-. Yo prefiero a Campanilla -estruendo de risas-. No, ahora en serio -continué-, Peter Pan no está interesado en esas banalidades como son las relaciones de amor carnal. Le escogí para mi yo futuro porque no quisiera olvidarme de la magia de lo no establecido, deseo no sepultar mi imaginación nunca. ¡Ah! ¡Se me olvidaba! También lo escogí para vivir mi vejez en el país de Nunca Jamás.
-¿Tanto relleno para decir simplemente que desearías ser siempre un niño? -resumió Vivimos.
-Querida Vivimos -le contesté-, tú habrás leído Peter Pan, pero no me cabe duda de que, habiendo leído el mismo libro, tú y yo hemos leído libros distintos. No se trata de desear ser siempre un niño, ése es el mensaje superficial, el que va dirigido a los niños para que intenten valorar su infancia. Yo hablo de no ceder al embrujo de lo ordinario, de no perder la capacidad de asombrarnos aun siendo adultos. Todos hemos de crecer, es público y notorio que es una ley de la Naturaleza, pero puede hacerse sin aniquilar la fábula, la ilusión, la fantasía de la vida.
-Tienes toda la razón, mi querido Martin -respondió Vivimos-. Llegado un momento, todos matamos a nuestro niño interior.
-Me suena cursi -dijo Cumbres- todo eso del niño interior y de no aniquilar la ilusión.
-Más cursi que la novela que escogiste como nombre no creo que haya -aduje, respondiendo a su afrenta.
-Cumbres Borrascosas no es cursi -me corrigió Cumbres, fingiendo estar molesta-. Es una historia en la que hay amores atormentados, pero eso no significa que sea cursi. Además, no sé para qué hablas, si tampoco la has leído.
-Por supuesto que no -mentí-. Y jamás lo haré.
Éramos así. Nos divertía sacarnos de nuestras casillas literarias, por así decir.

Aquella noche nos acostamos pensando en lo mucho que nos divertiríamos con el juego. Ninguno de nosotros podía sospechar las consecuencias irreversibles que sufriríamos a raíz del condenado juego de la literatura, ni tampoco pudimos neutralizar la maldición que nos sobrevendría a causa de uno de nuestros personajes elegidos.

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