jueves, 14 de abril de 2011

Confianza

Confianza hasta para entregarme al vacío.
Confianza, incluso, para estrellarme contra las rocas.

Porque ni desangrándome podría aniquilarme.
Y, ni aunque me rompiera en mil pedazos, mi alma se quebraría.
Porque no hay peligro de volatilizarse.

Me caigo, me vengo abajo. Pero nunca pierdo el equilibrio.
Me rompo las narices y la crisma, me hago polvo. Pero mi ser no disminuye.

Se me cae la negra noche en cada cosa irrelevante, me guillotino yo sola y pierdo la cabeza. Pero nunca se cierran mis ojos a la belleza, y he de reconocer que tampoco se extravían mis huellas.
Tengo una facilidad extraordinaria para naufragar continuamente, me hundo con mis propios lastres y no emerjo en eones. Pero tengo que decir que el agua nunca encharca mis pulmones.

Admito que, a menudo, se me hace un mundo el mundo y, sin esfuerzo, me asfixio con mi dialéctica. Confieso que, a veces, quisiera volver por donde he venido y despedirme del planeta haciendo una reverencia. Pero también es verdad que siempre me han atraído las tormentas. Soy amiga del rayo.
Confieso que no silencio el grito, que se me escapa como arcada irreprimible. Y vomito toda esta farsa de normas y técnicas del sistema. Pero, aun así, puedo percibir el rumbo, puedo sentir que viajamos de la esencia hacia la esencia.

Reconozco que el miedo me paraliza, que me aterroriza sentirlo acechando oculto entre la niebla, y acabo perdida en un rincón, abrazándome a escondidas. Sin embargo, mi ojo siempre ve un destello de armonía brotando entre tanta ceguera.
Siento que es extenuante la senda, que me cansa esta venda impuesta. Pero es divertido disfrazarse, jugar en esta mascarada, soñar que somos lo que no somos y disfrutar antes de que veamos la fiesta terminada.

Confianza.
Mi alquimia, mi escudo, mi lanza contra la desesperanza, mi alianza con el Espíritu.
Porque mañana, lo más probable, es que me enrede con mi propia cuerda y ya no sepa cómo desenredarme.


Confianza.
Para escalar hasta llegar a las estrellas.
Para sepultarnos profundamente bajo la tierra.
Para dejar escapar, incluso, las risas a través de las heridas abiertas, aunque nos escueza.

Y que se desparrame el cielo sobre nuestras cabezas.

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