jueves, 14 de abril de 2011

Imagina

Imagina un camino.
Ese camino te conduce a una puerta.
Imagina la puerta.
Siente como la traspasas.
Imagínate que detrás de esa puerta encuentras lo que estabas buscando tan ansiadamente. Respíralo. Inhala la quietud que da el haber terminado esa búsqueda.

Ya estás en tu mundo soñado. Sabías que existía, pero nunca lo habías podido palpar con tus ojos físicos.
Es tal y como lo habías imaginado, sólo que el sentimiento te inunda de una forma que nunca antes habías sospechado. Es de una intensidad cautivadora. Nótalo. Nota cómo formas parte de ese mundo y cómo te envuelve. Sólo tienes que respirar el perfume de su éter para saberte amado y resguardado.

Imagina una senda.
A través de esa senda te adentras por el bosque que tantas veces has rememorado.
Imagina el bosque.
Siente cómo penetras en él.
Imagínate que, en algún recóndito lugar de ese bosque, hallas lo que es más preciado para tu alma. Inspíralo. Rodéate con la energía de ese momento.

Ya has recuperado lo que creíste perdido. Sabías que no podía esfumarse, presentías que descansaba escondido en alguna parte, esperándote en algún presente.
Es tal y como lo recordabas, ninguna esencia se pierde. Ríes estrepitosamente, ahora lo entiendes, el amor nunca ha estado ausente. En realidad, siempre tuviste lo que deseaste, era sólo que aún no habías desarrollado la visión para ver lo que siempre estuvo presente, para percibir lo imperceptible.

Ahora imagina un cuadro.
Ese cuadro te lleva a ese mundo soñado, te lleva a ese bosque imaginado.
Imagina que ese cuadro te acompañará siempre.

Lo has visto con los ojos de la eternidad, lo has sentido con las entrañas del ayer, lo has palpado con las manos de los incumplidos deseos. Ya no queda más que serlo, ser ese mundo soñado, ser ese bosque imaginado, ser ese cuadro verde-dorado con esa elevada senda hacia una resplandeciente puerta pintada.

Imagina.
Imagina que tu vida es un bosque imaginado, un cuadro con una puerta pintada, un mundo soñado.
Imagínate que mañana, cuando haya pasado todo el tiempo de todo el universo, observando el amanecer de un ancestral sol, recuerdas ese cuadro, rememoras ese bosque, evocas ese mundo, y oleadas de risa estrepitosa se agolpan, de nuevo, a tus entrañas. Y ríes, ríes, ríes como un loco...

Imagínalo, amigo, por un momento, imagina que tu cuadro siempre fue eterno.

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