viernes, 12 de agosto de 2016

Violeta



Me llamo Violeta y cuido nidos de palabras. Tengo palabras bonitas y palabras monstruosas.
Hoy estaba jugando a imaginar que llueve cuando papá me ha regalado una palabra nueva. Se llama Metamorfosis. De entrada, no me ha caído muy bien. He cogido su cuerpo de cartulina con mucha grima y lo he introducido en el nido de las monstruosas junto a las demás. Parece que a Verduras le ha caído bien Metamorfosis porque he visto cómo le dedicaba una fugaz mirada llena de ternura.
Al echar un vistazo en el nido de las bonitas me he dado cuenta de que está ya a rebosar. Tendré que pedirle a mamá un nido grande como la luna para las palabras bonitas.

Mamá me ha dicho que no es temporada de nidos tan grandes como la luna. Al parecer, sólo crecen en verano. En lugar de otro nido, opina que ha llegado la hora de liberar algunas y que haya sitio para acoger nuevas palabras bonitas.
¿Otras palabras bonitas? No suena mal. Tengo que empezar a pensar en un plan de liberación.

¿Y si las dejo en los pétalos de una flor para que también las palabras den su semilla?
Mamá dice que no es una buena idea. Cuando la flor se cerrara por la noche las asfixiaría.
¿Y hacer una cometa con todas las palabras bonitas? Sería divertido enlazarlas una a una, hacer una cola muy larga y subirse como si fuera un cohete. Llegaría tan alto tan alto que podría susurrarles cosas secretas a las estrellas. Luego podría dibujarle en el cielo un corazón gigante a papá.
¡Qué absurdo! Es una ocurrencia descabellada. Lo de subirse a un cohete estaría chupado pero que las palabras se dejaran enlazar no lo veo cosa fácil. Menos mal que no tengo que liberar a las monstruosas. Tendría miedo de que pudieran ser atacadas por otros niños. Al ser tan feas, necesitan que yo las proteja. ¿Qué le pasaría a Verduras, por ejemplo? Me entra mucho miedo sólo de pensarlo. En cambio, estoy segura de que a Golosina no le pasaría nada. Como es bonita, ningún niño le haría daño.
¡Ajá! ¿Y si les hago un nido en un árbol? Así llegarían al cielo sin necesidad de crecer. Qué bonito sería ver cómo el árbol las mece durante la noche.
No es una buena idea. Mamá me ha dicho que no estarían seguras. Los pájaros se las comerían. No entiendo cómo no he caído en eso.
¿Y hacerles una barca con ramas para que vivan en el río? Cachorro sería el capitán y Golosina, Saltarín y Mariposa los marineros. Pedorretas sería la cocinera. Navegarían bebiéndose el sol y contemplando todos los amaneceres. Me las imagino llegando al mar, donde se harían una casita en una caracola bajo las olas.
Descartado. Papá dice que habría peligro de naufragio.

¡Ya está decidido! Las meteremos en un globo y echaremos las palabras a volar.
¿Llegarán a la luna? Papá y mamá no albergan ninguna duda, están totalmente convencidos de que sí. Pero yo no las tengo todas conmigo. Temo que un halcón pinche el globo con su pico y las palabras se peguen un buen morrón.
No hay de qué preocuparse. Papá me ha dicho que ha conseguido un globo de los que llevan protección anti-picotazos. Menos mal. Me he quedado mucho más tranquila.

¡Ya liberamos a las palabras! Por la noche, mamá me dejó mirar por el telescopio y me pareció ver a Golosina con cara de susto y abrazada a Bicicleta. Me dio de repente mucha pena y me puse a llorar. Pero mamá me recordó que las palabras se abrazan cuando están contentas. Cuando están tristes o asustadas se quedan como petrificadas y no mueven ni una sola letra de su cuerpo. ¡Qué alivio sentí! Tenía miedo de que algo fallara en el plan de liberación. Mamá y papá ayudaron un poco. No puede una estar en todo.

¡Tengo una palabra nueva! Se llama Retruécano. Me ha hecho mucha gracia porque no he podido pronunciarla ni una sola vez sin equivocarme. Me la ha metido en un bolsillo del pijama y he estado soñando con ella toda la noche. Retuécaro, retuécaro, retuácrano... Por la mañana ya estaba un poco hasta el moño de ella porque me cuesta mucho pronunciarla bien. He decidido que la voy a meter en el cajón de las monstruosas.

Ha pasado algo terrible. Cuando he ido a meter a Retruécano me he dado cuenta de que Tristeza estaba llorando. La pobre estaba rota, rajada por la mitad. ¿Cómo habrá pasado? ¿Habrá sido herida por otra monstruosa? Tengo que vigilar a Metamorfosis.
Tristeza sigue llorando.

Mientras curábamos a Tristeza, pegándola con celo, le he preguntado a papá dónde van las palabras que se mueren. Papá ha dicho que van a un jardín imaginario, repleto de luz y colores, donde cada palabra, posada en una hoja, sueña ser parte de un cuento. Mientras, un séquito de hormigas las acuna. Me ha asegurado que si dibujo el jardín haré que el mundo de palabras muertas pueda vivir una vez más. ¡Qué pasada! Me he puesto a dibujarlo y cuando he terminado lo he rociado con purpurina y un poquito de polen de flor de hada. “Revive, jardín de palabras muertas”, le he susurrado al dibujo. Revive, Tristeza.

Mamá está convencida de que Tristeza no ha sido atacada. Papá piensa lo mismo. Creen que, sin darme cuenta, pudo romperse cuando la metía en la caja. Pero yo sé que no pudo ser eso. Siempre voy con delicadeza cuando las meto en el nido para no hacerles daño. Hasta las monstruosas que me dan un poco de asco las cojo con mucho cuidado por miedo a que se me lastimen.
Tengo que descubrir sea como sea lo que pasó. Esta noche, cuando papá y mamá se duerman, yo haré hablar a las monstruosas. Vaya si lo haré.

Papá y mamá se quedaron dormidos pronto. Y yo también. ¡Qué tonta soy! Esperaré al glorioso día sin colegio, haré mucha siesta y así aguantaré hasta la noche.

¡Todo está arreglado! Como sospechaba, la culpable fue Metamorfosis. Interrogué a todas por separado. Menos a Tristeza, que estaba recuperándose en el nido UCI. Matemáticas, en susurros, me chivó lo que había pasado. Metamorfosis buscó problemas en cuanto la metí en el nido. Se mofaba de Verduras, insultaba a Crecer y a Tristeza le hacía la vida imposible. Se burlaba de ellas diciéndoles que podía mudar de forma en cuanto quisiera y convertirse en bonita. Y que yo no me daría cuenta. Luego prometió convertir en palabras bonitas a todas las que le ayudaran a salir de allí. Intentaron entre todas levantar la tapa del nido, pero pesaba mucho y como no podían aguantar el peso se le cayó encima a Tristeza cuando ya tenía medio cuerpo fuera. No he necesitado más explicaciones. Ya tenía suficiente información y además Matemáticas me estaba mareando. No puedo evitar mirarla sin imaginar ecuaciones.

Este mañana mamá me ha preguntado por qué estaba la caja de las monstruosas en la basura. Le he respondido que ya no la necesitaba. Ya no veo feas a las monstruosas. Como Metamorfosis se porta muy mal con ellas me dan un poco de pena y las he metido a todas en el mismo nido. Pero he de separar a Metamorfosis de las demás y decidir qué castigo ponerle. Me parece a mí que una palabrita se ha ganado el hacerme los deberes de toda la semana.
Mamá dice que no hace falta tirar la caja a la basura si se puede remodelar. ¡Se me ha ocurrido una idea! Le pintaré un cartel que ponga: las revoltosas.

Mamá me ha hecho una pregunta bastante tonta. ¿Qué haré si me encuentro con una nueva palabra monstruosa? Qué tontería más grande. ¡Pues mirarla más! Es algo que he aprendido con todo este asunto de Metamorfosis. A Mamá le ha parecido muy bien la idea. Y además se ha dado cuenta de que al final todas no cabrían en el mismo nido, así que ha sugerido que podríamos crear otro para palabras que son mucho más que bonitas. No se le escapa una a mamá. ¿Cómo llamaré a las palabras que meta en ese nido? Está clarísimo. Las superguachis.
Papá se ha sorprendido de que todas las monstruosas de pronto se hayan convertido en bonitas. Le he respondido que son cosas que pasan entre las palabras y yo. Es mejor que no pregunte.
Mamá ha traído más cuerpos de cartulina para que recorte todas las palabras que quiera. Por ahora tengo en el nido de las bonitas a Retruécano y a las que antes eran las monstruosas. Metamorfosis sigue en el nido de las revoltosas.

¡Ya tengo tres superguachis! Se llaman Jengibre, Hada y Tobogán. Y papá me ha regalado una que ha recortado él mismo del periódico. Se llama Incendiaria, pero yo la veo muy rara y aún no la acabo de ver superguachi del todo, así que por ahora la he puesto en el nido de las bonitas.

Va a ocurrir una catástrofe. Las palabras están preparando un motín. Me he enterado mientras las espiaba escondida debajo de la cama. He oído cómo Incendiaria preguntaba por los planes de huida. Las demás le han contestado que no se les había ocurrido ninguno. Le han contado a Incendiaria lo que intentó hacer Metamorfosis y que ahora es una revoltosa.
No he podido escuchar más y me he ido corriendo a esconderme en el baño. Me he puesto a llorar acurrucada dentro de la bañera porque me da pena que no quieran quedarse conmigo. Pero luego me he dado cuenta de que puedo comprenderlas si me pongo en su lugar.
Voy a pensar en un plan para liberarlas a todas. No habrán más palabras enjauladas.

¡Ya lo he pensado todo! En el jardín. Las liberaré en el jardín. Luego más adelante, si todo va bien, las llevaré a un sitio más grande, como una cueva o algo así. Lo del jardín será un secreto entre ellas y yo. Hablaré con Metamorfosis, le haré prometer que se portará bien con las demás o si no se quedará sola en el nido.
He hablado con Metamorfosis. Ha jurado por todos los diccionarios del mundo que no será mala. Pero como no me la creo mucho he decidido que no voy a quitarles un ojo de encima, como hace mamá conmigo cuando estoy en la piscina.

¡Las liberé! Han revoloteado por todo el jardín y han chillado como locas. Al poco rato ya estaban todas chinchándose. O sea que se lo estaban pasando de miedo. ¡Qué satisfacción!
En ese momento me he sentido muy orgullosa de mí misma, he notado como me hinchaba como un pavo y todo. He vuelto a casa silbando una canción y pensando que soy un poco bastante “superguachi”. Vivir es un flipe.

Ya han pasado unos días y todo va fenómeno. Les llevo galletas, aunque luego me las como yo. Mamá y papá me han preguntado por las palabras y les he contado que tienen una nueva casa y que están pasándoselo de alucine.

¡Me muero! Han desaparecido. Fui ayer a visitarlas y no quedaba rastro de ninguna palabra.
Quiero pensar que se han hecho un barquito con las ramas del bosque y ahora viajan, chillando de alegría, surcando todo el mar.
Me ha entrado el miedo. ¿Y si otro niño las encontró, las metió en su red de cazar tesoros y se las llevó con él a casa? Me imagino a mis palabras inmovilizadas con chinchetas, pinchadas en la pared de una habitación de un salvaje. También veo cómo una mano las hace trizas y las esparce a la calle desde una ventana.
He tirado a la basura toda la cartulina que tenía. No volveré a crear palabras nunca más.
¡Por favor! Que el ser que está en el cielo que sabe hacerlo todo haga que vuelvan mis palabras. Si consigue el milagro prometo no volver a robar ni una sola canica a mis compañeros de clase.

¡Hay una esperanza! Les he contado todo a papá y mamá y me han dicho que no hay de qué preocuparse. Dicen que en los libros encontraré palabras iguales a las que perdí. ¡Qué tonta he sido al no caer en eso! Pero no se me tiene que olvidar que las palabras de los libros no las puedo recortar. Si no el libro se moriría.
Ha llegado la hora de emprender la búsqueda. ¡Qué fabuloso!

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