sábado, 19 de marzo de 2016

Paseando




«Quitarse la vida como el que se quita el abrigo en un caluroso día de primavera».
He escrito en mi libreta este relato que sólo consta de una oración.
Resuelvo que ha llegado el momento de salir a pasear.

Mientras paseo me acompaña un poeta muerto, de profesión caminante y loco. Él continúa aquí, agazapado en sus palabras. Realmente no murió, se cayó dentro de un poema para hacerse silencio en el Silencio.

Al llegar a la playa escribo su nombre en la arena para que lo bese la marea.
Poco después observo un velero contra el horizonte, como dibujado para el poeta. Navega sombreado de luces, achicando el cielo. Sólo por contemplar un paisaje así vale la pena dejarse el abrigo puesto.
Sopla el viento en mi cara y me digo: me está besando. Así son los besos de los poetas muertos. Van enredados en el aire, en la brisa que juega con el pelo. No te bañarás dos veces en el mismo beso, me escucho pronunciar. Qué feliz melancolía.

Continúo caminando hasta que llego al bosque. Los altos y viejos nogales sonríen al pronunciarles su nombre muy bajito, al oído. Yo también sonrío. Es un consuelo paradójico que un poeta muerto me ate a la vida.
Las palabras del poeta son copos de nieve para el corazón que está ardiendo en llamas.
Se siente el mismo alivio que el que proporciona un chapuzón en el mar durante la calina.

Se hace de noche. La luna es una inmensidad. Estoy llorando. Lloro la belleza que irradia la luna. Me parece que lo estoy viendo, la pipa en la boca, los ojos en el paisaje, la mirada hacia dentro, el alma envuelta en el paseo. Me doy cuenta que el ensueño es lo único que no se desvanece nunca.

El poeta no está solo en la tarea de perderse, le acompañamos algunos encantadores ceros a la izquierda. Me apoyo en el tronco de un árbol y sueño que el futuro le alcanza para viajarnos hacia su presente. Hay un pasillo donde todas las vidas están sucediendo al mismo tiempo. Es evidente que él lo conoce.
El poeta amanece poema como el que se levanta muerto de sed. Sin lágrima que alivie su lodo. Despertar es temblar como la llama de una vela y fuera de la página siente mucho frío. Ahora mismo me gustaría prestarle mi sombrero.

Llego a la laguna de las luciérnagas. Han caído copos de palabras como hojas muertas. Son pensamientos para él de otros ceros como yo. Lo he visto reflejado en el agua. Lo he leído en un poema que yacía sin punto final. Cada palabra nace para coger de la mano a otra palabra y compartirse en silencio sus voces. Con respecto a muchas cosas padezco de ceguera, pero eso bien que lo puedo ver.
Las palabras en el folio en blanco son como las pisadas que deja un hombre en la nieve. El hilo de las palabras no ha de cesar, así teje el poeta la red que todo lo sostiene.

Sigo paseando de la mano de un poeta muerto. Empieza a llover. Se mezclan la libertad, la tumba y la locura. Si me detengo es para dedicarle una reverencia a él, al poeta que se dejó el sombrero y la vida sobre la nieve.
Volviendo a casa me he cruzado con alguien que se le parecía. Su nuca era idéntica a la suya. Le he gritado: «¡Gracias por el fuego!». Me ha sonreído.
Las sonrisas entre bardos son muy valiosas en un mundo donde los poemas están en peligro de extinción. En un universo donde no puede medrar la poesía los poetas vagamos con el corazón roto.

Ya estoy en casa, de nuevo me atrae como un imán mi libreta y no puedo evitar volver a caer en ella...
En este momento ruego al lector que no haga ningún ruido. En una rama del presente párrafo acaba de posarse un pájaro. Me disgustaría que algún ruido lo espantara. Contengamos un poquito la respiración, el pájaro está moviendo a ambos lados su cabecita repetidamente, parece que no se fía. Pero he de decir que yo estoy disfrutando mucho. Pido al lector disculpas por las molestias... Ya voló el pájaro, restaurado queda el permiso de libre movimiento.

Otra vez cae la noche, siempre se hace de noche y todo sigue estando oscuro. Sin embargo, poderosas luminarias se vislumbran si contemplo cómo reverdece de tinta este páramo.
Hay que pasear hasta el final, hasta que caigamos muertos sobre la nieve.
Sonrío. Oigo al poeta cantar sus prosas breves. Resuena el eco de mi grito en la noche cerrada:
¡Por Walser!”

No hay comentarios:

Publicar un comentario