lunes, 11 de agosto de 2014

Perrerías

Querida Katerina: por fin nos hemos acomodado en el pueblo de mis suegros y tengo un momento para escribirte unas líneas. Me satisface comunicarte que la enfermedad de mi suegro no es tan grave como nos temíamos. Volveremos a Petrogrado en dos semanas si, como esperamos, se mantiene la mejoría.

En cuanto a mí, me encuentro de lo más desconsolada. No te creerás lo imposible que está Hércules ni lo perjudiciales que son las influencias femeninas para él en este ambiente rural. Está más intransigente y déspota que nunca. Al incauto Eros, pobre sufridor, no le da tregua. Ejerce sobre él una tiranía tal, que dejaría a Napoleón como un pelele pusilánime si osara retarle a un duelo. No te exagero nada, hermana. Estos bebés peludos míos me trastornan los nervios.

Todo comenzó por culpa de la perra de la vecina. De su mascota, claro está. Aunque también hay un poco de lo otro, todo hay que decirlo, y estoy dispuesta a afirmarlo en el juicio final. La prueba está en que la peina como una cortesana y no le reprime esas ínfulas que se da moviendo la cola, muy indecorosamente, por cierto.
Para colmo, la vecina tuvo a bien bautizar a la dueña de ese lujurioso apéndice con el nombre de Afrodita. Figúrate, llamándose así, esa criatura estaba condenada a cometer los actos más depravados y a vivir una vida repleta de indignidad y continuas faltas de decoro. Tú misma juzgarás, Katerina.

El desagradable incidente empezó cuando nos disponíamos a tomar un almuerzo con unos amigos. La vecina y su Afrodita decidieron que ese era el mejor momento para visitar a mi suegra y preguntarle por el estado de salud de su marido. Aquello fue un atropello contra los principios más elementales de la educación, pero por lo que se ve en este pueblo se desconocen por completo los modales.

Pues bien, en cuanto Hércules vio a Afrodita, le noté que se había prendado al momento de esa descarada mestiza. De repente, emergió en él una mirada que parecía decir: “Monada, yo soy tu perro. Sería capaz de dejar de ser un golfo por ti, luz de mis ojos”.
Pero a ella debió de parecerle una impertinencia, porque ladeó la cabeza como si le respondiera: “Me repugna su insolencia, caballerete. Usted no llega ni llegará nunca al nivel necesario para ser mi enamorado”. Y tenía toda la razón, ya que ella es mucho más voluminosa que él. Sin embargo, por más que le intenté explicar al pobre Hércules la imposibilidad de ese amor, aduciendo la disparidad de tamaños, no entró en razón ni cejó en su empeño de dirigirle ardientes miraditas a la joven dama, mientras se contoneaba orgullosamente.
Tienes razón, hermana, ya te veo reprochándole su atrevimiento. Yo también reconozco que fue una actitud inapropiada para un perro de su posición social. Te imploro que le disculpes, porque fue como un flechazo, que le dio al galán en toda la cocorota.
Estoy preocupada, porque no sé cómo lograré hacerle comprender sin que discutamos que su amor es inaceptable, además de indigno para su categoría. Ya estoy oyendo lo que le dirás en cuanto volvamos, te veo agitando compulsivamente el dedo índice mientras le reprochas: “¡Ay, calamidad! ¡No haremos carrera contigo! ¿Qué podemos esperar de un señorito que no respeta su pedigrí?” Yo te lo respondo, Katerina: que el Señor nos proteja.

El caso es que la perra no quiso saber nada del pavoneo de nuestro Hércules. En cambio, sí que mostraba un interés especial por Eros. Yo la vi, a la muy casquivana, contonear sus partes traseras ante el hocico de él afectando descuido. Lo más escandaloso fue contemplarla ejecutar un neurótico agitar de cola cada vez que él pasaba cerca de ella.
De más está decir, porque supongo que ya te lo estarás imaginando, que esto fue el colmo de la fatalidad para nuestro pobre pequeño. Al darse cuenta de los elocuentes detalles, como me di cuenta yo, montó en cólera y le dio un tremendo síncope de rabia, los ojos se le pusieron en blanco, comenzó a emitir aullidos lastimeros. Mi corazón palpitaba acongojado. A punto estaba de desmayarse, cuando alguien trajo corriendo una salchicha, y sólo el hecho de enseñársela produjo en él una instantánea recuperación.
Sin embargo, fui rauda a mi habitación a coger mi saquito de sales por si se producía el temido desmayo. Pero no hizo falta, gracias a Dios, porque cuando volví ya se estaba recuperando. Ni te imaginas cómo tenía los nervios de destrozados, no tuve otra elección que prescribirme una considerable copita de vodka para reanimar la corriente sanguínea. Por un momento, llegué a temer que perdíamos a nuestro autoritario chiquitín.

Pero ahí no acabó todo, hermana. Nos quedaba sufrir un conflicto familiar lamentable.
Ocurrió cuando Eros, con su porte musculoso y su mirada benevolente, se acercó a Hércules. Con un tierno gesto y levantando la pata derecha hacia él, lo miró como diciendo: “Yo me disculpo, pero que vaya por delante que ni he mirado a esa señorita”. Pero el intratable e inmisericorde Hércules le respondió con un mordisco en la pata, el muy bellaco.
Estuve toda una hora entera sin dirigirle la palabra, no te digo más. Su comportamiento fue de lo más reprobable. Nunca se había mostrado violento con Eros, todo lo más algún empujoncito que revelaba un: “Deja paso al Rey, inmundicia”. Pero ahora me arrepiento un poco por haber sido tan dura con él. ¡Toda una hora sin hablarle!
Si en el fondo lo que le pierde es su afán de tiranizar, pero es innegable que, mientras está tiranizando, yace latente un cariño y una lealtad inmensas. Lo que pasa es que nadie sabe verlo. Además, encuentro que hay en su manera de ser una actitud regia tan… cómo te diría… tan impertinente, que me resulta de lo más encantadora.

Te mando una fotografía para que veas como es de desolador el pueblo de mi marido. No te rías de mis pelos, pero chica, aún no he podido encontrar a nadie que me sepa hacer un peinado comme il faut.

No te creas que ha sido fácil tomar la fotografía. Yo quería que salieran los dos uno al lado del otro. Pero Hércules sigue muy molesto y no soporta tenerlo cerca. Ya ves que no quiere ni mantener relaciones oculares con él. Cuando lo tenía en mi regazo no paraba de gruñirle, talmente como si le estuviera diciendo: ¡Maldita sea!, esto no quedará así, traicionera escoria plebeya”.

No te preocupes por la herida de Eros, está prácticamente curada. Aún no apoya la pata derecha del todo, pero es casi imperceptible.

Ya está bien por hoy de perrerías, Katerina.

Te quiere, tu hermana muerta, si no encuentra pronto una peluquera en condiciones.

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