lunes, 11 de agosto de 2014

Heroína en el lápiz

Diario de una terapia de rehabilitación. (Transcrito del archivo original en audio).

Día 1
Amanezco luna y desdibujado. Sin mi sombrío lapicero.
Es tiempo de oscuridad y vértigo profundo.
Una brisa glacial insufla espanto a través de mi burbuja. Araña mi piel. Traspapela y exilia las hojas de los cuentos que están en mi mesita.

Escribir me está haciendo daño. Hoy me extirpo todos los lápices.
Comienzo la terapia de sueño.

Día 6
El deseo de un pequeño lapicero me está quemando. A duras penas me hago el sordo y logro esquivar su poder de atracción.
NO.
Una punta de lápiz afilada sigue arponeando mi alma, una punta de lápiz como una garra.
Ahora mismo, si pudiera, escribiría con mis lágrimas.

Día 11
No logro dejar de pensar en él. ¡Mi lápiz, álamo negro!
El que escupía palabras averiadas y las lanzaba como flechas venenosas. El que aullaba rabia a la luna.
Lo rompí a mordiscos.
Mis sombríos lapiceros sólo escriben cadáveres, cadáveres que cuelgan agazapados en mi mano.
Estoy enfermo, enfermo de vidas muertas.

Día 20
Estas son las dos palabras que se me han quedado tatuadas en la mente: son muertos.
«Son muertos», pronuncio lúgubremente. «Llevan todos el signo de los muertos». «¡Son muertos, muertos, muertos!», repito frustrado, llevándome una mano a la frente y negando con la cabeza.
Siempre son muertos. Los quemaré todos. No salvaré ninguno.

Día 25
He caído. Le he robado un lápiz de aspecto anodino pero con un aire de fragilidad irresistible a una bibliotecaria. Aún no he escrito. Lo he dejado a la luz de la luna en el alféizar de la ventana. Sólo estoy observándolo.
Las nubes lo colorean con un torrente púrpura bruno. Está tan bonito….
Me acerco, pero no lo cojo.
Llueven lágrimas sobre mi lapicero.

Día 25 (madrugada)
Palabras brotadas de mi nuevo lápiz y que han salido volando por la ventana:
Mi triste lapicero escribe palabras fosforescentes.
Pero, rápidamente, permutan en sombrío.
¿Dónde el resplandor, dónde el alba, dónde el fin de la agonía?
¿Cuándo el lapicero sanador?


«Están heridas, irreversiblemente heridas», me digo, cabizbajo. «Y un conjunto de palabras heridas hacen un relato muerto», remato tajante, asomando media sonrisa con una mueca de autodesprecio.

Escribo para llorar en silencio. Lloro cuentos que brotan de la palma de mi mano agarrotada.
Les falta:
Aliento de vida.
Una voz que no esté quebrada.
Cordón gramatical.
Gorjeo de raíces.

Ya intenté:
Traerlos a la vida con rituales demoníacos.
Ponerles nomeolvides en sus tumbas, sarcófagos que yacen en mi libreta.
Repetir en letanía «venid a la vida» tres mil setecientas treinta y nueve veces.
Rociarlos con rayos de sol y de luna.


Nada funcionó.
Me gustaría extirparme esta heroína. Ahora me vuelve a doler el lápiz al releer lo que he escrito.
Quisiera romperlo y quemar esa hoja. Pero no lo hago.
La arranco de mi libreta y los lanzo a los dos por la ventana.

Día 26
Me arrepiento de lo que hice anoche. Me muero por un lápiz.

Día 29
He conseguido otro, sustraído a un estanquero despistado. Un lapicero muy pequeñito y ajado, que está a punto de quedarse sin palabras.
Emborrono mi libreta:

Mi sombrío lapicero persigue el cuento linterna que me cure la oscuridad y con el que pueda sonreír a la muerte. Un cuento que no se escupa a sí mismo.
Pero ni siquiera se atisba una palabra viva…
.

«¡Ah, una sola palabra viva!», exclamo, ensordecido por los lamentos de mi corazón. «¡No quiero sonar como palabra temblante que se susurra a solas en la noche!» «¡Quiero escribir vivo!», grito, ridículo.
Escondo el lápiz debajo del colchón. Temo hacerlo añicos.

Día 33
Lo he vuelto a coger. Necesito el placer de caer para echar a volar.
Garabateo en mi libreta.

Aquí pongo el gozo. Escribir es:
Respirar.
Viajar a diferentes nosotros.
Romper el espejo del vacío.
Desatarse el ser.
Hacer de vigía de noches.
Es como llenarse de barro y moldear figuritas.
Y es destino.


«Pero también es extraer clavos», digo estremeciéndome. «Y florecer invierno miles de veces, con la culata del lápiz apuntándote al corazón», susurro lastimero.

Aquí retrato la sed. Escribir es:
Gritar penumbras.
Habitar el exilio.
Llorar temblor y fiebre en silencio, rechinando los dientes.
Ser títere y titiritero.
Luchar con leviatanes.
Es como agonizar sin esperanza de muerte.
Y es destin…


Día 38
He tenido que robar otro lápiz porque el otro se me rompió antes de llegar a la «o». No lo hice a propósito. Apreté mucho y lo desnuqué al pobrecito.
Todo lo va rompiendo un hombre roto.

Día 50
Una muchedumbre de ausencias me visitó ayer. Se ha producido en mí una metamorfosis.
A la mierda la terapia de rehabilitación.

Día 51
Un sombrío lapicero es un puente. Un puente que separa a una hoja en blanco de un fantasma.
Y las palabras son pájaros. Pájaros surcando cielos níveos, volando como vuela la libertad.
Nunca más volveré a romper un lápiz, ni quemaré mis hojas. Yo mismo fui fantasma antes de venir y volveré a ser fantasma cuando me vaya.
Porque estoy repleto de cueva empuñaré mi lápiz como antorcha.

Aquí la metamorfosis. Sucedió así:
Anoche, un rayo iluminó la negra sima.
Una brisa fría, muy densa, penetró en mi cuerpo. Anocheció luz en un instante. La puerta, de repente, estaba entreabierta. Vi formarse la palabra-llave en la cerradura.
Percibí sus presencias. Estaban aquí, una oleada de escritores antepasados que jamás volverían a tener:
Ni voz.
Ni mano.
Ni lapicero.

Un ejército de muertos, infectados también por el veneno de escribir, tomaba mi cuerpo y hablaba por mi boca.
Repleto de escalofríos, con voz de ultratumba, balbuceé muy quedamente:
«Relato muerto es el que no está escrito. Un sombrío lapicero es una lámpara».

Y mi mano, impulsada por una fuerza extraña, apuntó con escritura errática en la última página de mi libreta:
Mi pequeño álamo negro, la noche nos ilumina. Y, juntos, alumbraremos fantasmas hacia la vacuidad de las hojas. Las almas de los cuentos esperan al otro lado.

http://www.goear.com/listen/9e9f6e2/lament-balmorhea

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